Una historia cercana a nosotros

Un cuadro adquirido por Leo, crítico y profesor de arte, es el detonante de esta historia, llena de vida y sensibilidad. Se titula sorprendentemente “Autorretrato” y en él aparecen tres personas: una joven, Violet Blom, tendida en el suelo de una habitación vacía; una segunda mujer de la que solo se ve el tobillo y el pie calzado con un mocasín; y una sombra que parece corresponder a alguien que está contemplando el cuadro: “Al incluir una sombra en cada uno de sus lienzos, Bill llamaba la atención sobre el espacio que se abre entre el espectador y la obra, que es donde tiene lugar la verdadera acción de toda pintura, pues una pintura se convierte en sí misma en el momento de ser contemplada. Sin embargo, el espacio que ocupa el espectador pertenece igualmente al pintor. El espectador se sitúa en la posición del pintor y contempla un autorretrato, pero lo que él o ella ve no es una imagen del hombre que ha firmado el cuadro en la esquina inferior derecha, sino de otra persona: una mujer.”

La historia la cuenta en primera persona el propio Leo, que entabla con Bill, autor del cuadro, una relación de amistad que se extiende a sus familias, cuando ambos se casan respectivamente con Erica y Lucille y tienen sendos hijos. Después aparecerá en la vida del pintor Violet, que le había servido de modelo anteriormente.

Esto se entremezcla con los recuerdos tristes de la infancia de Leo en Alemania y cómo sus padres y él abandonaron el país a tiempo, antes de que los nazis llegaran al poder y promulgaran las leyes de Nuremberg: “Los judíos ya no eran ciudadanos del Reich y sus posibilidades de abandonar el país disminuyeron. Mi abuela, mi tío, mi tía y sus dos hijas gemelas, Anna y Ruth, nunca llegaron a marcharse. Estábamos viviendo en Nueva York cuando mi padre averiguó que sus familiares habían sido embarcados en un tren con destino a Auschwitz en junio de 1944. Todos ellos fueron exterminados”.

Demuestra una especial maestría Siri Hustvedt para construir los personajes, profundizando poco a poco en su interior, hasta mostrarlos en toda su complejidad. Así, consiguen atraparnos, aunque hay momentos en que la lectura se vuelve algo tediosa, como en la descripción pormenorizada de la exposición sobre la histeria de Bill.

Además de  la amistad entre las dos familias, van apareciendo grandes temas, casi todos relacionados con los sentimientos y las emociones, como: el amor y las dificultades para la entrega total, pues, como dice Erika de su marido “hubo siempre algo en él, algo remoto, que me resultaba inalcanzable, y siempre anhelé eso que me estaba vedado”; la envidia como acompañante inevitable de la fama, por modesta que pueda ser esta; los recuerdos y su relevancia en las distintas etapas de la vida, pues “lo que a los cuarenta años nos parece vital bien puede haber perdido su importancia a los setenta”; el transcurrir del tiempo y cómo el pasado está devorando continuamente al presente; la violencia, a través de un personaje tan extraño, como Teddy Giles, que acaba resultando despreciable, tanto por su conducta personal como por su obra artística; la relación padres-hijos y los fluctuantes cambios en los estados de ánimo de los segundos: “Durante aquella primavera Matt montó en cólera con Erica y conmigo en un par de ocasiones a causa de nimiedades. Cuando estaba realmente de mal humor colgaba de su puerta un cartel de NO MOLESTAR sin el cual tal vez no hubiéramos sido conscientes de las sombrías cavilaciones que tenían lugar en el interior de su dormitorio; pero el cartel certificaba de modo inequívoco su reclusión, y siempre que pasaba junto a él la soledad defensiva de Matt me calaba hasta los huesos como una memoria física de mi propia adolescencia temprana”.

Pero el tema predominante en la novela es el arte, que  desempeña un papel capital no sólo porque el detonante de la historia sea un cuadro sino también porque, a través del arte, a través de las imágenes visuales, particularmente las obras de Bill, vamos conociendo más sobre los personajes de lo que se puede expresar con palabras: “convertía aquello que le eludía en objetos reales que pudieran soportar el peso de sus necesidades, sus dudas y sus deseos: pinturas, cajas, puertas, y todos esos niños que filmó en vídeo. El padre de tantos miles. Tierra y pintura y vino y cigarrillos y esperanza”.

Y ligado al arte, el trabajo intelectual y creativo: Bill trabajando obsesivamente en sus pinturas y esculturas; Violet escuchando las grabaciones de mujeres anoréxicas que después le servirán para escribir sus libros; Leo dando sus clases en la universidad y preparando un ensayo sobre las pinturas negras de Goya; Lucille escribiendo sus poemas; Erika impartiendo clases también en la universidad y estudiando  la represión y la liberación en la obra literaria de Henry James; y el citado Teddy Giles cultivando un arte sórdido, impregnado de violencia.

De vez en cuando surgen chispazos de humor, que agradecemos los lectores para contrapesar la dosis de arte, como cuando el narrador protagonista descubre, al cumplir los 57 años, los repentinos cambios que su cuerpo había experimentado: “Más sorprendentes me resultaron, sin embargo, los blanquecinos repliegues de grasa que se habían aposentado en torno a mi cintura. Yo siempre había sido delgado, y aunque ya había notado una sospechosa tirantez en la cintura cuando me abrochaba los pantalones por las mañanas, tampoco me había inquietado. Lo cierto es que me había perdido la pista a mí mismo. Había seguido yendo por ahí con una imagen propia completamente desfasada.”

Inesperadamente, sobreviene una muerte que altera la vida de estas dos familias. El suceso lo cuenta Leo escuetamente, como si no fuera con él, como si no acabara de creérselo y cada uno de los personajes lo vive de forma diferente, pues unos expresan el dolor, mediante el llanto, mientras que otros lo interiorizan; sin embargo, con el paso del tiempo, también estos acaban pasando el duelo necesario. Surge la tensión en las conversaciones, en los silencios; unos consuelan y otros son consolados.

Más adelante el interés se desplaza hacia el hijo de Bill, Mark, cuyo comportamiento oscuro y enigmático, así como su aparente indiferencia ante los reproches de los adultos acaban incrementando las tensiones familiares y repercutiendo en el estado anímico de todos, especialmente en su padre, porque el chico “encarnaba todo aquello contra lo que Bill había luchado tan larga y denodadamente: el compromiso superficial, la hipocresía y la cobardía”; y además porque en el fondo se siente culpable de esta conducta, cuando se concedió preferencia sobre su hijo, al abandonar a Lucille para irse a vivir con Violet.

Desde una perspectiva emocional, lo que se cuenta en esta novela suena a verdad, hasta el punto de que se podría decir que la vida de cualquiera de nosotros es como la de estos personajes, donde aparece todo lo que amaron, como indica el título, y también todo lo que les hizo sufrir. Por eso, Leo conserva en el cajón de su mesilla de noche objetos que tienen un especial significado para él: “Conservo las cartas como otros tantos objetos, seducido por sus diversas metonimias. Hoy en día, cuando saco todas mis cosas, rara vez separo las cartas de Violet a Bill de la pequeña foto que conservo de los dos, pero siempre mantengo la navaja de Matthew y el trocito de cartón alejados del resto de mis reliquias. Aquellos donuts devorados en secreto y el presente robado se hallan demasiado impregnados de Mark y de mis propios temores”. Y por eso los lectores sentimos su historia tan cercana a nosotros.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *