Como en sus novelas, no escribe de cosas banales, Rafael Chirbes, en estos diarios, que abarcan desde 1984 a 2005, pues desde el principio nos abre el corazón para mostrar sus contradicciones, para hablarnos de su insomnio, de su sensación de vértigo, de sus frustraciones amorosas, de sus dolores físicos: “Solo en casa, no paro ni un instante, me quejo, me arrodillo, me cojo la cabeza con las manos y la aprieto fuerte para ver si un dolor distrae al otro. Todo resulta inútil”.
Alude a los homosexuales que pululan por el Retiro de Madrid, formando un mundo aparte, a pocos metros de donde pasean los abuelos con sus nietos: “En el laberinto vegetal, debe proseguir el ajetreo del submundo. Es El jardín de las delicias del Bosco: aquí, en la tabla de la izquierda, los elegidos, con sus vestidos de domingo, sus gestos pausados, y envueltos por el dulce sonido de la música; y, unos metros más allá, a la derecha, el ajetreo de los cuerpos desnudos y gimientes de los condenados que en el Retiro se esconden tras los setos”.
También se refiere a los encuentros íntimos con François en París -que recuerdan a su última novela, París-Austerlitz-, mientras reflexiona sobre su falta de confianza como escritor: “De uvas a peras, me siento ante un papel en blanco, y busco dentro de la cabeza, pero ahí dentro no hay nada, camino por el interior de la cabeza y oigo ese eco que producen los pasos en las habitaciones grandes y vacías”.
El pudor, como consecuencia de la educación judeo cristiana recibida, aparece de vez en cuando, incluso a la hora de escribir el diario: “¿Por qué tener pudor también aquí en la intimidad de un cuaderno escrito para nadie? ¿Es que no se puede escribir para uno mismo?”. El pudor y la atracción por lo prohibido, como los cristianos que les besaban los pies llagados a los leprosos, y que recuerda a las salidas nocturnas de alcohol y sexo de Jaime Gil de Biezma.
Habla de las ciudades que le apasionan y que visita con frecuencia, como París: “Como cada ocasión en que la visito, recorro durante horas la ciudad, camino de acá para allá de un modo compulsivo. Todo me maravilla más que la primera vez que puse en ella los pies (…) Voy al cine. Acudo a exposiciones: una de Bacon, otra El siglo de Picasso, que vuelve a llevarme a mi admirado Juan Gris”.
Comenta libros que está leyendo, expresando sus opiniones, tanto críticas como favorables, con total sinceridad. Entre las primeras: “Sefarad es, con El jinete polaco, el libro más ambicioso de Muñoz Molina, pero tiene algo resbaladizo, además de ese afán suyo por exhibir un cosmopolitismo de pie forzado. Sus mujeres son más de papel (del papel de los carteles de cine de los años cincuenta) que de carne y hueso”. Y entre las segundas: “Me comprometo a escribir algo sobre Si te dicen que caí, una novela que he vuelto a leer recientemente y me ha impresionado aún más que la primera vez (…) ”Es un libro que casi te hace aullar mientras lo lees, un libro que lo llena todo, y del que han salido las distintas tendencias de la mejor novela realista contemporánea en castellano”.
Su primera novela, Mimoun, aunque recibe una severa crítica en El País, tiene un relativo éxito y es finalista del Premio Herralde; pero Rafael Chirbes sigue planteándose dudas sobre la creación literaria, particularmente de novelas, que es su máxima aspiración: “Tengo voces, personajes, pero me faltan los cinco puntos esenciales que hacen que un texto sea una novela: ¿quién cuenta?, ¿qué cuenta?, ¿por qué lo cuenta?, ¿a quién se lo cuenta?, ¿para que se lo cuenta?”. Más adelante escribe: “Una nueva novela sólo sale de una nueva forma de mirar. Esto nos lo ha enseñado Proust. Por eso, incluso la mayoría de los mejores libros de hoy nos parecen ejercicios más o menos brillantes, pero estériles”.
Le asalta la depresión: “un pesar oscuro que tiene que ver con la falta de perspectiva”, tanto en la creación literaria como en las relaciones sentimentales: “No hilvano, no ordeno, no construyo. La sensación de haber avanzado por un pasillo en el que poco a poco se han ido apagando las luces. Camino por él a tientas y a cada paso lo noto más estrecho; en algún lugar oigo ruidos, algo así como el réquiem de Penderecki, una música desazonante que se me clava en los oídos y me impide escuchar cualquier otra”.
Como consecuencia de la muerte de su madre, reflexiona sobre la incapacidad que genera el dolor: “Que algo vuelva a hacerte daño es el principio de otra novela, o puede serlo; pero el exceso de dolor paraliza. Te devuelve al estadio animal, un exceso de dolor no es humano, no deja sitio para el pensamiento, ni para el sentimiento”.
Se imagina la felicidad de escribir en valenciano, su lengua materna que solo hablaban los trabajadores en su pueblo de Tavernes: “Me paro a pensar, sobre todo, en la felicidad que debe producir escribir en la lengua marginada en la que uno pronunció sus primeras palabras (…) el placer psicoanalítico de nadar en el líquido amniótico de la lengua materna”
Habla del reencuentro, cuarenta años después, con sus compañeros de colegio. Escribe sobre uno de ellos, huérfano de ferroviario, como él: “Siempre ha tenido muy buen humor. Verlo es volver a vivir precipitadamente todo aquello. Me conmueve, no resisto el gesto, lo abrazo, juntamos las mejillas. éramos los pobres de los pobres, me dice. Seiscientos niños sin padre a cientos de kilómetros de su familia, sometidos a una disciplina con frecuencia más cruel que rigurosa. Ahora nos miramos, nos tocamos como no pudimos hacerlo entonces, nos abrazamos”.
Finaliza este primer tomo de los diarios recordándose a sí mismo la necesidad de escribir un novela, pues, a medida que pase el tiempo, no podrá hacerlo, porque le “falla más la memoria, la capacidad para ordenar los materiales, la voluntad”, y porque, además tiene la conciencia de que escribirla dará un sentido a su vida, será como una brújula que lo guía.
Después de haber disfrutado leyendo varias de las novelas de Rafael Chirbes, de haber valorado su calidad literaria, unida a una dimensión social y un compromiso, ausente en otros autores, me ha conmovido la lectura de estos diarios donde literalmente se desnuda para mostrar a la persona vulnerable y llena de dudas que fue; y me han causado admiración la libertad y perspicacia para analizar los libros ajenos, lo cual no le impide la autocrítica relacionada frecuentemente con sus inseguridades como novelista. Como escribe en uno de los dos prólogos Marta Sanz, leerlos para mí ha sido “como quien contempla, a través de una ventana, una escena doméstica. Puro Hopper”.