¿TIENE LA ESCUELA QUE COMPRAR A SUS ALUMNOS?

Esta es una pregunta que se formula Francesc Pedró, experto en investigación e innovación educativa, ante la iniciativa que van a llevar a cabo tres centros franceses de premiar con dinero, al finalizar el curso, a los alumnos de varias clases, si cumplen unos objetivos prefijados de asistencia, resultados escolares y disciplina. Como son centros ubicados en una zona pobre, donde el problema del absentismo escolar es muy grave, se trata de motivar a los alumnos ofreciéndoles lo que sus padres no pueden ofrecerles. 

Está claro que para muchos chicos no basta, como motivación para el estudio, con el afán de saber; pero ¿puede ser eficaz una propuesta como ésta, similar a la de la Junta de Andalucía de premiar con 600 euros a los alumnos titulados en ESO que decidan cursar el Bachillerato? ¿Se debe recurrir a iniciativas más propias del mundo empresarial que del educativo? 

A mí me recuerda al programa de mejora de la calidad de los centros públicos en Andalucía, ampliamente rechazado por el profesorado, incluyendo el de nuestro instituto. En síntesis, este programa consiste en premiar económicamente a los centros que se acojan al mismo, si consiguen mejorar el rendimiento escolar de su alumnado. 

Cabe preguntarse si este tipo de motivaciones extrínsecas al sistema educativo, que no tienen nada que ver con el estudio en sí mismo, a la larga, no producen el efecto contrario, es decir, hacen disminuir el interés por el aprendizaje, en el caso de los alumnos, y por la enseñanza, en el de los profesores. Por  una sencilla razón: porque desapareciendo el estímulo, se acaba también la motivación. Así, sucede en el mundo empresarial, que hoy día se toma como modelo para todo y donde todo se compra y se vende. ¿Tiene precio el rendimiento de los alumnos y de los profesores?

LAS MIRADAS HABLAN

Por una mirada se inicia el proceso de investigación policial que conduce a la detención del asesino en “El secreto de sus ojos”. También por una mirada empieza una relación amorosa, que permanecía dormida en el tiempo. Y es que las historias que se cuentan en esta película de título tan acertado avanzan desvelándonos secretos que se ocultan tras las miradas de los personajes. 

Curiosamente, hablábamos ayer en clase de la comunicación no verbal, es decir, si existe una forma de comunicarnos más allá de las palabras; si nuestra actitud corporal, la del alumno y la del profesor, influye en el proceso de enseñanza-aprendizaje; si es importante dirigir la mirada a quien te habla para recibir no sólo sus palabras, sino también sus gestos y movimientos; si, en ocasiones, nuestros cuerpos pueden contradecir lo que afirmamos… 

Llegamos a la conclusión de que la comunicación no verbal es tan importante como la que realizamos mediante las palabras. De hecho, cuando hablamos, solemos acentuar lo que decimos con nuestros gestos y, al mismo tiempo, buscamos en la mirada y en la actitud corporal de quien nos escucha una señal que nos indique que la comunicación se está produciendo. En particular, para los profesores es muy importante, durante la clase, reconocer la complicidad y el interés de los alumnos hacia nuestra asignatura, a través de sus gestos y movimientos.  

En la película “El secreto de sus ojos”, aunque las miradas desempeñan un papel primordial, en un momento determinado, los personajes toman conciencia de que no es suficiente con ellas, que no basta sólo con los gestos, sino que son necesarios también los hechos y las palabras, para que la comunicación se produzca.  

Para facilitar vuestras intervenciones, os planteo algunas preguntas, relacionadas con lo que acabo de escribir:

 ¿Las miradas hablan? ¿Qué podemos expresar a través de ellas? ¿Influyen nuestros gestos y nuestra actitud corporal en el proceso de enseñanza- aprendizaje? ¿Es importante para vosotros que el profesor comunique también a través del lenguaje no verbal su pasión por la asignatura que imparte? ¿Puede el cuerpo contradecir lo que decimos, mediante las palabras?  

¿JÓVENES CONSENTIDOS?

En las últimas semanas, han aparecido en la prensa numerosos artículos  en los que  se cuestiona la educación de nuestros jóvenes. Todos ellos coinciden en que están habituados, desde pequeños, a no recibir casi nunca un no como respuesta a sus demandas, con frecuencia excesivas. Ayer mismo el escritor Javier Marías, en El País Semanal, criticaba lo pusilánimes que son los chicos de ahora, es decir, la dificultad que tienen para tolerar las desgracias, lo cual les lleva, como en la caso de Pozuelo de Alarcón, a quemar los coches de la policía, cuando ésta les impide prolongar el botellón. También, en el mismo diario, el cirujano plástico Pedro Cavadas comentaba lo blanditos que somos los occidentales, a los que nos cuidan entre algodones desde que nacemos, a diferencia de los africanos. 

Para el escritor madrileño, el origen de esta falta de ánimo de nuestros jóvenes está en la educación que reciben, desde pequeños, en la que, prácticamente, se han eliminado los castigos, como forma de poner límites a su mal comportamiento.   

Precisamente, hace unos días,  reflexionábamos en este blog sobre las dificultades que tienen algunos padres para aceptar las sanciones impuestas a sus hijos, en los centros de enseñanza, con el fin de corregir sus conductas inadecuadas. Las entendían como una ofensa, porque se han vuelto tan sensibles y blanditos, como sus propios hijos, a los que prefieren dar la razón, antes que discutir con ellos. La sociedad hedonista, en la que vivimos, donde lo único que importa es el éxito y la felicidad, les hace actuar así. No riñen a sus hijos ni les alzan la voz,  porque temen traumatizarlos y porque los expertos en psicología les hablan de negociar las normas con ellos, no de imponerlas, con su criterio de personas adultas y sensatas.   

Javier Marías propone, para mejorar la educación de nuestros jóvenes, lo que se ha hecho toda la vida en las casas: castigarles proporcionalmente por su mal comportamiento, incluido el cachete, cuando sea necesario, para que conozcan los límites que no deben traspasar y teman las consecuencias, si lo hacen. 

¿Qué opináis de todo esto? ¿Los occidentales somos más blanditos que los africanos? ¿Nuestros jóvenes están tan consentidos que no admiten que les lleven la contraria? ¿Está ahí el origen de conductas violentas, como la de Pozuelo, o de contestaciones airadas a profesores, en los centros de enseñanza? ¿Consideráis necesario recuperar el castigo proporcional a la falta cometida, incluyendo el cachete?

AUTORIDAD Y AUTORITARISMO

A propósito de la diferencia entre autoridad y autoritarismo, ha surgido esta mañana, en la clase de Lengua Española de 2º de PCPI, un debate sobre quién puede ejercer la primera.  

Todos hemos coincidido en que el profesor tiene autoridad sobre sus alumnos, del mismo modo que los padres sobre los hijos o el hermano mayor sobre el pequeño. En un momento dado, alguien ha planteado la pregunta de si el novio ejerce autoridad sobre la novia, cuando le insta a vestir de una determinada manera, lo cual nos ha llevado a hablar sobre el machismo que aún domina en nuestra sociedad.  

Me gustaría que expresarais por escrito vuestras opiniones acerca de estos dos conceptos y sobre un aspecto concreto que no hemos comentado: ¿la autoridad se tiene, es decir, la posee, por ejemplo, un profesor, por ser profesor, o debe ganársela diariamente con su trabajo, preparando sus clases con rigor, motivando a sus alumnos para que aprendan…? 

También podéis opinar sobre la diferencia entre libertad y libertinaje. La primera la hemos conseguido todos los españoles, una vez restablecida la democracia en España, como comentábamos en la entrada anterior, y consiste en la capacidad que tenemos para actuar de una manera o de otra o de no actuar. Pero la libertad, en ocasiones, se transforma en libertinaje, y esto sucede cuando al ejercerla empezamos a invadir la de los demás. ¿Os habéis encontrado alguna vez en esta situación? Al ejercer vuestra libertad en clase, en casa o en la calle ¿habéis invadido, a veces, la del profesor, la de vuestros padres o la de vuestros amigos? 

LA AUTORIDAD DE LOS PROFESORES

En ocasiones, sucede que, ante una falta de disciplina cometida por un alumno, sus padres ponen en duda la versión del profesor. Y es que algo ha cambiado en nuestra sociedad para que hayamos pasado de una época, en la que el profesor siempre tenía la razón, a otra, en que ésta ha pasado en gran parte al alumno.

En efecto, durante el franquismo, si algo no se cuestionaba, era el principio de autoridad del profesor, tuviera o no tuviera razón. En cambio, a partir de 1977, con las primeras elecciones en libertad y la promulgación de las nuevas leyes de educación, los centros de enseñanza se empezaron a gestionar democráticamente. Desde ese momento, el máximo órgano de decisión es el consejo escolar, donde están representados todos los sectores de la comunidad educativa; la relación alumno-profesor no se basa en el temor del primero al segundo, sino en la confianza mutua y el respeto; la didáctica pasa a desempeñar un papel primordial en el proceso de enseñanza-aprendizaje; se establece un tipo de enseñanza comprensiva, frente a la puramente memorística del sistema anterior; etc.  Son, como podemos observar, cambios positivos y propios de una sociedad democrática; cambios que avanzan en derechos de los alumnos y de los padres; pero que deben tener su correspondencia también en las obligaciones.

Trasladando esta reflexión al problema que planteábamos al principio: un alumno tiene derecho a ser escuchado, cuando ha cometido una falta de disciplina ante un profesor; pero también tiene la obligación, como sus padres, de escuchar y dar a crédito a la versión del profesor que, al fin y al cabo, está allí para educarle. A veces, la educación requiere de la sanción, como medida para que un alumno rectifique su conducta inadecuada y ni el alumno ni su familia deben interpretar esto como una ofensa o como una manía persecutoria del profesor. Por eso, resultan lamentables e incomprensibles sucesos como la agresión sufrida por la directora de un centro educativo de Madrid a manos de un padre. Por supuesto, que la inmensa mayoría de las familias no reaccionan así, cuando a su hijo se le sanciona o se le recrimina una actitud incorrecta, aunque haya sectores sociales y medios de comunicación interesados en difundir lo contrario: que existe un clima de violencia en las aulas y que los profesores estamos indefensos, ante las agresiones de los padres.         

En el fondo, detrás de todo este debate, está nuestra imagen social, es decir, cómo se valora nuestra labor de educadores. Y es quizá ahí donde hay que poner el énfasis, porque los países donde más preparados están los alumnos, según las famosas pruebas Pisa, son precisamente aquellos en los que más consideración social tienen los profesores.     

 

¿SE APRENDE MEJOR CON INTERNET?

Hablaba esta mañana con algunos compañeros sobre el estado de los ordenadores de nuestro instituto, pues han pasado ya 6 años, desde que nos convertimos en centro TIC y, como la tecnología avanza muy rápidamente, los modelos que nos instalaron han quedado ya algo desfasados, entre otras razones, por su escasa capacidad. A esto hay que añadir el deterioro de buena parte de ellos por el uso. La consecuencia es que, para el curso que se inicia, probablemente en todas las aulas no podamos disponer de ordenadores suficientes, que funcionen. La alternativa a este problema podría ser preparar 4 ó 5 aulas con ordenadores, en perfecto estado, que se utilizarían, a petición del profesorado; y alternar la actividad en el aula con el trabajo online de nuestros alumnos, pues la mayoría de ellos dispone de ordenador en casa. 

Esta segunda idea se ha visto respaldada por un estudio realizado por la consultara SRI Internacional para el Departamento de Educación de Estados Unidos, según el cual la formación ideal es la que se obtiene combinando el trato directo con el profesor y los compañeros, es decir, la clase tradicional,  con las facilidades que nos ofrece Internet.  

Bien es verdad que el estudio se ha realizado entre alumnos de educación superior y adultos; y que sobre primaria y secundaria no hay datos que acrediten, hasta ese punto, la utilidad de las nuevas tecnologías. Sin embargo, nadie puede negar que la red ofrece ventajas (no hay necesidad de desplazarse al instituto, se evitan las aulas masificadas, etc.) y recursos valiosos para la enseñanza (blogs, correos electrónicos, Webquest, acceso inmediato a diccionarios y wikipedias, etc.) y sobre todo le brinda al alumno la posibilidad de construir su propio aprendizaje, que es el verdaderamente significativo y el que le va a permitir completar su formación.   

En el ámbito universitario, cada vez se concede más importancia al conocimiento a distancia. El mismo Plan de Bolonia, que tantas críticas ha recibido, plantea reducir las clases tradicionales en el aula, las llamadas magistrales”, a favor del trabajo fuera de ella, coordinado por un tutor. Además, muchos cursos de formación se realizan cómodamente en casa, a través de Internet.    

Probablemente, en secundaria,  la situación sea diferente, porque el alumno, todavía inseguro y con escasa formación, necesita de la presencia constante del profesor; pero vosotros tenéis la palabra, pues lleváis seis años en un centro TIC, dotado de un ordenador para cada dos alumnos y seguro que tenéis elementos de juicio suficientes como para expresar vuestra propia opinión.  

·        ¿Cuál es la formación ideal? ¿La clase tradicional impartida por el profesor?  ¿El aprendizaje a través de los recursos que nos ofrece Internet? ¿Quizá habría que combinar ambos sistemas?

·        ¿Entra mejor el conocimiento a distancia o con la presencia física del profesor?

·        Con el paso del tiempo, ¿se acabará impartiendo toda la educación online?

·        ¿Cómo ha sido vuestra experiencia en un centro TIC, como el IES Gran Capitán?   

Hoy se ha publicado la noticia de que una jueza de Córdoba ha absuelto a unos padres por el absentismo escolar de sus hijos. Al parecer, éstos faltaron a clase de forma reiterada durante los cursos 2003/04 y 2005/06. La fiscalía pedía pena de un año de prisión para los padres. 

Esta noticia saca a la luz un tema, que suele ser objeto de debate en nuestra sociedad. La legislación española establece la enseñanza secundaria obligatoria hasta los 16 años, lo cual se considera un logro social, que nos ha permitido ponernos al nivel de otros países desarrollados y democráticos. Cuanto más preparados estén nuestros jóvenes, más posibilidades tendrán de insertarse en el mundo laboral. Además, con la enseñanza secundaria obligatoria se compensan las diferencias existentes entre las personas a causa de su procedencia social.  Es decir, a niños y jóvenes, que por su origen humilde, no tendrían la posibilidad de estudiar y formarse, como sucede en los países subdesarrollados, se les ofrece la oportunidad de hacerlo de forma gratuita.  

En cambio, otros sectores de la población se quejan de que los alumnos tengan que estar estudiando contra su voluntad, perjudicándose a sí mismos y al resto de sus compañeros, cuando podían estar trabajando. 

¿Qué opináis vosotros? En las aulas de nuestro instituto conviven alumnos motivados por los estudios con otros que carecen del más mínimo interés. Conocéis bien el problema. ¿Tiene la sociedad, y con ella sus gobernantes, la obligación de garantizar un mínimo de formación a sus ciudadanos o, por el contrario, los padres son libres para hacer lo que quieran con sus hijos?  ¿Debe ser obligatoria la enseñanza para todos los jóvenes hasta los 16 años, incluyendo a los que no quieren? 

Los profesores, por nuestra parte, tenemos la convicción, como dice Gabriel Celaya, de que educar es como poner en marcha una barca; pero, para eso, tenemos que ejercer de marinos, de piratas, de poetas… Y armarnos de mucha paciencia, sobre todo con las barcas no diseñadas, en principio, para la navegación, porque al final siempre nos queda la esperanza de que esas barcas, esos jóvenes, llevarán nuestra carga de palabras hacia islas lejanas.