Así, viví la mesa redonda del lunes pasado sobre la creación artística. La anécdota de la alumna que había aprendido de memoria un poema de Federico despertó en mí un sentimiento de ternura, como el amor a la familia, a la naturaleza y a la cocina, que está en el germen del libro de Juan Carlos. El trabajo concienzudo, meticuloso y lleno de imaginación, reflejado en el protagonista de la obra â??Novecentoâ?, dirigida por José Antonio, vino a demostrarnos que la inspiración está lejos de ser algo involuntario que recibe el artista, sin un entendimiento cabal de lo que le está sucediendo. El ritmo de Soul Crack; la voz y los gestos de Benito, como la proa de un barco que señala el rumbo a seguir; los movimientos armoniosos de Manolo en la batería, consiguieron emocionarnos y establecer con los que asistimos a la actividad una complicidad, que se apreciaba en el silencio respetuoso con que escuchábamos las canciones, un silencio que se transformaba en risa, cuando la cámara los enfocaba de cerca, y que finalmente derivó en aclamación sincera y espontánea.

Así, viví dos horas, que se pasaron volando, dos horas plenas de autenticidad, porque si algo nos quedó claro a los que estábamos allí es que, detrás del arte hay vida; detrás de una canción, de un poema o de una receta, hay un hombre o una mujer que siente, y un esfuerzo por expresar este sentimiento, a través de los sonidos, de las palabras, de los movimientos.

Los alumnos asistentes disfrutaron con todo esto y al descubrir un lado oculto de sus profesores, una imagen distinta, quizá más auténtica de la que mostramos diariamente en nuestras clases.

Deseamos, a pesar de los tiempos de zozobra que se avecinan, que continúen organizándose actividades como ésta, que propician la comunicación libre y espontánea entre los alumnos y los profesores; actividades en las que tanto unos como otros nos quitamos los disfraces del día a día, y crecemos como personas.

LA DESPEDIDA DE ÁNGEL GONZÁLEZ

El Poeta Ángel González murió el pasado 12 de enero y nadie sabía que dejó 27 textos inéditos. “Tengo alguna cosa…Pero son poemas muy tristes, me han salido muy negros y no creo que los deba publicar”. Así de discreto respondía a sus amigos cuando éstos le preguntaban si había escrito algo, después de la publicación en 2001 de su obra maestra, “Otoños y otras luces”. El País ha dado a conocer tres de estos poemas en los que el autor asturiano parece despedirse de la vida. Reproducimos el titulado “No hay prisa”: 

“Deja que pasen estos días,

deja que pasen estos años,

y entre tanto

agradece el regalo de la luz

del cielo de diciembre,

tan discreta

que es casi sólo transparencia,

no ofende y es muy bella. 

 

Deja que pasen estos años,

son pocos ya,

sé paciente y espera

con la seguridad de que con ellos

habrá pasado

definitivamente todo.” 

Aunque escrito en plena depresión, con dolor profundo, desprende este poema un sosiego y una serenidad ante la muerte que recuerda vagamente a las Coplas  de Jorge Manrique y la actitud resignada de su padre ante la dama de luto. Fiel a sí mismo, Ángel González intentó hasta el final de su vida aproximarse a la realidad, incluyendo en este concepto “la realidad de la materia de la que el poema está hecho”. Es decir, el idioma hablado, del que huyen muchos poetas, y que él trato de utilizar e incluso imitar. De ahí la cercanía e inmediatez de estos versos sencillos, pero amorosamente trabajados.    

SI ESTO ES UN HOMBRE

LA LECCIÓN IMPERECEDERA DE PRIMO LEVI

"Escribo aquello que no sabría decir a nadie” podemos leer en una de las páginas de este libro, traducido por primera vez al castellano en 1987 y reeditado en 2007 por El Aleph Editores. Su autor, que se encontraba prisionero en el campo de concentración nazi de Auschwitz, sintió la necesidad de relatar las atrocidades que estaba viviendo: la deportación de familias enteras en vagones cerrados; la muerte en las cámaras de gas; las torturas físicas y psicológicas; el trabajo agotador; la suciedad; el hambre; y sobre todo cómo las propias víctimas se convertían en cómplices de las atrocidades cometidas contra ellas mismas.

Los alemanes, en efecto, tenían organizado el campo de tal manera que ofrecían “a algunos individuos en estado de esclavitud una posición privilegiada (…), exigiéndoles a cambio la traición a la solidaridad natural con sus compañeros”. Los que aceptaban este ofrecimiento se comportaban con mayor crueldad si cabe, pues, si no lo hacían así, otros más idóneos podían ocupar su puesto.

Los demás supervivientes –apenas un 5% de los que ingresaban en el campo-, con el paso del tiempo, acaban transformándose en seres dóciles, incapaces de rebelarse contra los torturadores alemanes, con una única preocupación en la cabeza: satisfacer la rabia cotidiana del hambre; seres insolidarios, despojados de cualquier humanidad, que esperan la muerte del vecino para quitarle un trozo de pan. Así, cuando Auschwitz es desalojado y quedan sólo los enfermos, en el barracón donde se encuentra el protagonista, ocurre un hecho inconcebible hasta ese momento: se propone que cada uno de los más graves dé una rebanada de pan a los tres que trabajan, como muestra de gratitud, y la proposición es aceptada. Este simple gesto de humanidad entre ellos lo interpreta el narrador-protagonista como “el principio del proceso mediante el cual, nosotros, los que no estábamos muertos, empezamos lentamente a volver a ser hombres”.

Pero Primo Levi no sólo denuncia las atrocidades que se cometían en los campos de concentración, sino también lo que subyace detrás de éstas: el odio irracional y el desprecio hacia los judíos, los gitanos y los eslavos, difundidos por la propaganda nazi. Es decir, la semilla de la intolerancia que germinó con inusitado vigor en Alemania, durante el mandato de Hitler.

Por eso, al final de la lectura, nos queda el mensaje imperecedero de que debemos desconfiar de las personas que tratan de convencernos con argumentos distintos de la razón, de quienes predican verdades simples y fáciles de adquirir, pero no demostradas. Es preferible conformarse con verdades más modestas, fruto del trabajo y del razonamiento.

¿TIENE FUTURO EL LIBRO IMPRESO?

Se ha inventado un nuevo dispositivo de lectura de libros electrónicos llamado Kindle, que ha comenzado a venderse en Estados Unidos, aunque su expansión no tardará en llegar al resto del mundo. Este aparato mide 18 centímetros de largo por 13 de ancho y pesa 300 gramos. Puede almacenar hasta 200 libros; tiene incorporados diccionarios para consultar el significado de palabras; su iluminación es variable y el tamaño de la letra se pude adaptar al gusto y a la vista del lector. Además, podemos escuchar la voz del autor, ver imágenes que se describen en la novela y, por su puesto, conectarnos a Internet para hacer las consultas que consideremos pertinentes.

Es un espacio de lectura más cercano a los jóvenes, pues la vida de éstos cada día está más ligada a los medios electrónicos. De hecho, en algunos países, la comunicación a través de Internet o por teléfonos móviles, supera a las relaciones personales que se mantienen cara a cara.

No obstante, este nuevo invento no deja de suscitarnos, al menos a los lectores antiguos, algunas dudas: ¿Tiene sus días contados el libro impreso o podrán convivir los dos soportes: el digital y el de papel? ¿Serán necesarias, a partir de ahora, las librerías tradicionales? ¿Cómo serán las nuevas librerías? ¿Estamos todos preparados para Kindle?

A mí personalmente me gustaría que no desapareciera el libro impreso, ese discreto amigo que me acompaña, desde hace tiempo, y que me ha ayudado a conocerme mejor. El tacto suave del papel, el olor de la tinta, el sonido de las hojas al pasarse, forman parte de mí, como la sombra que proyecta mi cuerpo.

ANTONIO B. EL RUSO, CIUDADANO DE TERCERA

Ramiro Pinilla cuenta en el prólogo de esta novela-biografía que no sabe muy bien lo que le movió a conocer a su protagonista, Antonio Bayo; pero que, tras entrevistarse con él, durante una hora aproximadamente, en el año 1973, tuvo el convencimiento de que eran ciertas todas las barbaridades que le contó. Le llegó a decir: “Mi vida ha sido tan dura y tan cabrona, que quien la lea llorará como nunca ha llorado. Me han tratado como a un perro: he sufrido como nadie.”  

Antonio Bayo había nacido en La Baña, pueblo leonés que parecía haber sido ignorado por la civilización, pues en el cuartel de la Guardia Civil le torturaban salvajemente hasta hacerle confesar todos los delitos cometidos en el pueblo: los suyos y los de los demás; una vez encerrado, el juez le incitaba a robar, si quería recuperar su libertad; el sacerdote pagaba a su madre un puñado de patatas, a cambio de sus servicios sexuales; etc.  

El problema de Antonio Bayo era la miseria en la que vivían él, su madre y su hermano; de hecho la novela gira en torno al hambre que padece. Para satisfacerla, roba y es detenido y, cuando recupera la libertad, como no encuentra trabajo, porque nadie se fía de él, vuelve a robar y la historia se repite. Así, una y otra vez, a lo largo de más de 600 páginas, en una progresión creciente de dolor, que parece no tener fin. Cuando pensamos que ya hemos llegado al máximo de iniquidad, aún nos queda algo peor. Por eso, en ningún momento, disminuye el interés de esta novela, estructurada en secuencias, en la que Ramiro Pinilla denuncia la injusticia social y la violación de los derechos humanos en España, durante la dictadura del general Franco.

La voz que narra los hechos es la del propio Antonio, en un estilo sencillo, que el autor califica de invisible, porque su intención es que el mensaje no sea traicionado por el texto, es decir, que pase lo más inadvertido posible.  

Estamos, pues, ante un libro que cuenta una historia real, que no miente, aunque en algunos momentos, dado lo terrible de las situaciones, nos lo pueda parecer. Si alguien tiene dudas sobre lo perniciosas e inmorales que pueden llegar a ser las dictaduras, y desea, al mismo tiempo, “disfrutar” de una buena novela, “Antonio B. el Ruso, ciudadano de tercera” es su lectura.

La literatura juvenil nos presenta una oferta variada donde elegir. Sin duda hay títulos que adolecen de una mínima calidad, pero también hay otros que sí la tienen.

Entre estos últimos, se encuentran las novelas de Heinz Delam, que no sólo reúnen los requisitos necesarios para llegar a nuestro alumnado de la ESO (narración en primera persona, personajes jóvenes, historias ambientadas en el continente africano, intriga, lenguaje sencillo…), sino que, además están bien escritas.  Likundú es una de estas novelas. Heinz Delam sabe dosificar el uso de las tres formas básicas de expresión: la descripción, la narración y el diálogo. No abusa de las descripciones que suelen ser breves e impresionistas: “Se trataba de un hombre de mediana estatura, cuyo cuerpo flaco y desgarbado desaparecía bajo los pliegues de una amplia túnica de vivos colores, Llevaba el pelo largo y enmarañado formando una voluminosa aureola azafranada en torno a su rostro marchito”. Esta primera e inquietante imagen de Libunga, el brujo albino al que se enfrenta el protagonista, augura su comportamiento malvado y nos predispone contra él.  

A medida que avanza la novela, Heinz Delam va dejando pistas, cabos sueltos, que intrigan al lector: “La noticia de la muerte de Bertrand me había sumido en un estado pesimista y depresivo; incluso me sentía responsable de la muerte de mi amigo. ¿Qué estaba ocurriendo? Por todas partes aparecían objetos maléficos asociados a desgracias, como ese fetiche que había hallado en la habitación de Astrid. Me pregunté si una estatuilla como aquella podía realmente afectar al destino de las personas, si su presencia en la habitación de Astrid había desencadenado el fatídico accidente de su avión”. Estas preguntas sobre la influencia de la misteriosa estatuilla en el destino de las personas nos las formulamos también los lectores. 

Nos adentramos con Albert, el protagonista, que busca a su novia Astrid, en el mundo enigmático de la selva, a través del río Congo, y bajo la amenaza constante de Libunga, cuya presencia intuimos: “Mientras tanto yo me separé de la tripulación para explorar algunos puestos que exponían animales. En uno de ellos había dos pequeños cocodrilos muertos. Me llamó la atención que estuvieran colocados frente a frente, en una pose similar a las figurillas del talismán. Instintivamente me llevé la mano al bolsillo vacío… De pronto, uno de los cocodrilos del tenderete cobró vida y, con las fauces abiertas, se abalanzó sobre mí…” 

Las respuestas a las preguntas que Albert y nosotros los lectores nos habíamos planteado las encontramos al final, en un desenlace, donde el poder del talismán se manifiesta mediante una sorprendente y, para algunos de vosotros, decepcionante, alteración del tiempo.  

Una novela, pues, como decía al principio, que reúne todos los requisitos para gustar a los lectores jóvenes. Pero vosotros, que la habéis leído, tenéis la palabra.

¿ABSOLVEMOS A PASCUAL DUARTE?

La publicación de “La familia de Pascual Duarte” en 1942 supuso una bocanada de aire fresco en la narrativa española de posguerra. En estos primeros años de la dictadura del general Franco, la novela social de los años 30 estaba prohibida y predominaba un tipo de narrativa de baja calidad, fundamentalmente la novela apologética, escrita por autores que habían participado en la guerra civil del lado de los vencedores, y la novela rosa, donde los personajes buenos siempre acababan recompensados y los malvados castigados. Pues bien, en medio de este panorama desolador, aparece “La familia de Pascual Duarte”, escrita en forma de memorias de un condenado a muerte, cuya vida está jalonada de crímenes.  Con esta historia terrible, Cela inaugura la corriente literaria del tremendismo, que tiene aspectos en común con la novela naturalista del siglo XIX, pues, al igual que les sucede a los personajes de Zola, el comportamiento violento de Pascual Duarte está condicionado por la genética y por el ambiente social en el que vive. Él mismo reconoce, en sus memorias, que hubo de heredar, para su desgracia, la mala de educación de sus padres, así como su escasez de virtudes.   

En este ámbito, desearía que situarais vuestras intervenciones sobre la novela. Me refiero a que os formuléis preguntas como las siguientes: ¿En qué medida condiciona el medio a Pascual. ¿Son sus reacciones diferentes, según el ambiente que lo rodea? Pensad, por ejemplo, en los distintos lugares por donde se mueve: el pueblo, la ciudad, la cárcel…, y relacionarlos con su comportamiento. También podéis comentar otros elementos propios del naturalismo presentes en la novela de Cela como: las taras sociales (el alcoholismo, la prostitución, la pobreza…); los defectos genéticos (el retraso mental, los problemas físicos…);  la fealdad, la falta de sensibilidad… Y la gran pregunta: ¿se considera moralmente culpable Pascual Duarte? ¿Por qué empieza sus memorias diciendo: “Yo señor, no soy malo…”?  

El que lo prefiera puede comentar lo que más le ha gustado de la novela y lo que menos; o centrarse en los demás personajes, aparte del protagonista; o en fin relacionarla con otras novelas, como “Lazarillo de Tormes”, con la que sin duda tiene filiación.

JUAN GELMAN, PREMIO CERVANTES

“Juan es de esos amigos que está realmente contigo cuando se toma una copa contigo. Su presencia no es un trámite. Le gusta atender al otro, cuidar al otro, vivir junto al otro” ha dicho del reciente Premio Cervantes,  Luis García Montero. ¿Existe otro modo mejor de querer a los amigos? 

Como poeta, reproducimos estos versos dedicados a su hijo, asesinado durante la dictadura militar en Argentina: 

“REGRESOS 

Así que has vuelto.

Como si hubiera pasado nada.

Como si el campo de concentración, no.

Como si hace 23 años

que no escucho tu voz ni te veo.

Han vuelto el oso verde,

tu sobretodo larguísimo y yo

padre de entonces.

Hemos vuelto a tu hijar incesante

en estos hierros que nunca terminan.

¿Ya nunca cesarán?

Ya nunca cesarás de cesar.

Vuelves y vuelves

y te tengo que explicar que estás muerto". 

Estos versos, dice Juan Cruz, “resonarán siempre como una daga en el cuello de los asesinos”. El poeta imagina el regreso de su hijo,  como una historia interminable que le hiere cada día. Es el dolor hecho lenguaje, el que le lleva a recordarlo, como si no hubiera pasado nada, como si la dictadura ominosa no hubiera existido. El dolor, que es amor por el hijo perdido, le hace imaginarlo vivo.  

El Premio Cervantes a Juan Gelman se ha considerado como uno de los más merecidos que se han concedido en los últimos años, pues dentro del género poético donde predominan los autores que “se esconden en las tinieblas de las palabras”, porque no saben qué decir, el poeta argentino, por su lucha permanente con ellas, por su poesía comprometida, representa justo lo contrario. 

Si queréis leer más poemas suyos, aquí tenéis una dirección:    

http://www.palabravirtual.com/index.php?ir=crit.php&wid=195&show=poemas&p=Juan+Gelman

Las trescientas (palabras)

Una propuesta sencilla: en encontrarás cada semana una imagen para inspirarte y escribir un relato sobre la misma. Trescientas palabras será el límite marcado; podrás leer todas las que sean enviadas y además puntuarlas. Lógicamente también te podrán puntuar a tí, pero no hay que tener miedo. Lánzate.

Después de releer, “El árbol de la ciencia” de Pío Baroja, he llegado a la misma conclusión que otros años: Andrés Hurtado, como el propio autor de la novela, es un personaje solitario, amargado y, en cierto modo, enfermo, a causa de su excesiva sensibilidad. Esto explica su pesimismo ante la vida, pero también su sentimiento de solidaridad hacia los seres oprimidos y marginados. Su vida es una sucesión de experiencias negativas: en la universidad, se encuentra con profesores que desprecian la ciencia y la investigación; en su casa, discute continuamente con su padre y su hermano mayor por las cosas más insignificantes; en el hospital general, domina la inmoralidad; en el ambiente de miseria que rodea la casa de Lulú, Don Martín, el prestamista, se aprovecha de todos; en Alcolea, los habitantes carecen de sentido social y los políticos son unos corruptos; etc. Ante esta sucesión de desengaños, la ciencia no le da respuestas, al contrario, agudiza su dolor de vivir, pues le demuestra que la vida carece de sentido, que está basada en el engaño, que es absurda. En un pasaje de la novela se dice “La vida es una lucha constante, una caería cruel en que nos vamos devorando unos a otros”. Andrés le plantea sus dudas a su tío Iturrioz y éste le explica que ante la vida sólo hay dos soluciones prácticas: la abstención e indiferencia ante todo, o la acción limitada a círculos pequeños. El protagonista de “El árbol de la ciencia” intenta la primera de estas vías y, también, en algunos momentos puntuales de su vida, la segunda. ¿Qué actitud adoptaríais vosotros ante situaciones de injusticia social, como las que se describen en la novela? ¿Actuaríais como Andrés? ¿Pensáis que sólo son posibles las dos soluciones, que le da su tío Iturrioz? ¿Y la justicia universal? ¿No podrían llegar a un acuerdo todos los países para acabar, por ejemplo, con el hambre en el mundo, o con la discriminación de las personas por razones de sexo, raza o edad? En fin, os dejo estas preguntas en el aire para orientar vuestras intervenciones. También podéis opinar sobre la novela en su conjunto, si os ha gustado o no; sobre los demás personajes; sobre el estilo sencillo en que está escrita…