Ayer vi la película La noche más oscura, que, entre otros temas, aborda el de las torturas llevadas a cabo por los servicios secretos de la CIA, después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, para localizar a su principal instigador, Osama Bin Laden.
Hoy, en el informativo de Televisión Española, han dado la noticia de que, en los campos de reeducación de China, creados en la década de los 50 del siglo pasado, bajo el mandato de Mao Zedong, se continúa encerrando y torturando a los opositores al régimen comunista, sin juicio previo.
El próximo mes de febrero, concretamente el miércoles, día 6, dentro de las IV Jornadas de Teatro y Gastronomía, organizadas en el IES Gran Capitán, tendremos la oportunidad de asistir a la representación de Pedro y el capitán, obra teatral de Mario Benedetti, que hemos leído en el Curso de Preparación de las Pruebas de Acceso y donde se denuncia la tortura como método para obtener información de las personas detenidas, en una dictadura latinoamericana.
Estos ejemplos demuestran que, desgraciadamente, maltratar a los prisioneros para conseguir la detención y el ajusticiamiento de un genocida (en la película La noche más oscura); o para hacerles cambiar de forma de pensar (en los campos de reeducación chinos), o para que delaten a sus compañeros de partido (en la obra Pedro y el capitán), es una práctica degradante e inhumana que no sólo pertenece a nuestro pasado, sino que sigue siendo habitual en determinados países, con independencia de su sistema político y a pesar de estar prohibida por la Declaración Universal de los Derechos Humanos y otras normas jurídicas de derecho internacional.
Hay una pregunta que surge con frecuencia, cuando se conocen casos de torturas, como los mencionados: ¿qué sentimientos experimenta el torturador?, ¿puede dormir tranquilo, después de provocar terribles sufrimientos a un ser humano?
De los que torturan en los campos de reeducación nada sabemos, dado el hermetismo que rodea todo lo relacionado con la violación de los derechos humanos, en un país dictatorial, como China. Pero podemos suponer qué pasa por sus cabezas, si consideramos la depresión que sufre la agente de la CIA y protagonista de la película La noche más oscura, después de las sesiones de tortura a que somete a los detenidos, así como la mala conciencia del capitán, en la obra de Bededetti, por ser responsable del sufrimiento de Pedro, sin haber conseguido de éste la más mínima confesión: “Ya sé que Inés y los chicos pueden un día llegar a odiarme, si se enteran con lujo de detalles de lo que hice y de lo que hago. Pero si todo esto lo hago, además, sin conseguir nada, como ha sido en su caso hasta ahora, no tengo justificación posible.”
Paradójicamente, el torturador experimenta una sentimiento de derrota y de vergüenza total, ante la perspectiva de que el torturado muera sin nombrar un solo dato.
Desgraciadamente, como bien dices Matías, el tema de la tortura no es algo que pertenezca al pasado, sino que aún está muy presente en nuestra sociedad.
Además de los campos de reeducación de China, no debemos olvidar a la prisión militar de Guantánamo en la que EE. UU. ha sometido –y aún continúa, aunque desde la Casa Blanca se insista en lo contrario- a los presos a las más aberrantes e inhumanas torturas.
Curiosamente, los estadounidenses han sido una de las poblaciones que más frecuentemente se han mostrado muy críticos con las barbaridades cometidas por los nazis en sus campos de concentración. ¡Es muy fácil ver “la paja en el ojo ajeno y no la viga que tienes en el tuyo”!
Otro método de tortura, –más consentido y justificado por las autoridades gubernamentales- es el de la actuación policial en las manifestaciones. Mucho se ha escrito y denunciado sobre el tema –Amnistía Internacional es una de las que más denuncias ha presentado- pero…, ¿realmente están nuestros gobernantes decididos a permitir que el pueblo se manifieste libremente?
El pasado año, Amnistía Internacional denunció que la actuación de la policía en las manifestaciones celebradas en España, Rumanía y Grecia era totalmente contraria a lo establecido en la Declaración de Derechos Humanos. Esta ONG, alegaba que, durante dichos actos reivindicativos, se dieron casos de: uso excesivo de la fuerza, obstrucción del acceso a la asistencia médica y detención arbitraria. Un método muy utilizado también es la detención en régimen de incomunicación que puede prolongarse entre 5 y 13 días (dependiendo si el detenido es sospechoso de delitos de terrorismo). Córdoba, Almería, Sevilla, Huelva, Madrid y Barcelona, son algunas de las provincias en las que, durante 2012, se denunciaron abusos policiales hacia los detenidos.
Hechos como estos, demuestran que no hace falta un régimen dictatorial para que se inflija tortura a un detenido. Por tanto, a tu pregunta: ¿puede dormir tranquilo, el torturador, después de provocar terribles sufrimientos a un ser humano?, si me lo permites, añadiría otra: ¿y los gobernantes…? No olvidemos que, con su aquiescencia son “cómplices” de la barbarie, que además utilizan como método de represión hacia el pueblo.
Respecto al torturador y los sentimientos que pueda o no experimentar, creo que alguno de estos individuos –en más de una ocasión- habrá sentido asco pero, rápidamente, se habrá convencido de que “era lo que tenía que hacer” porque obedecía órdenes. También están los que sienten placer realizando este tipo de actos tan brutales –un ejemplo lo tenemos en los soldados americanos que se han mostrado orgullosos de sus actos con los presos de Guantánamo, llegando a grabar vídeos y tomar fotos-.
Creo que, si realmente queremos y deseamos que nuestra sociedad cambie y avance hacia la igualdad y el respeto al ser humano, debemos poner nuestro granito de arena porque, como reza el lema de Amnistía Internacional: “El mundo puede cambiar, pero no va a cambiar solo”.
No veo normal lo que pasaba y lo que sigue pasando hoy en día en cuanto a la tortura a los presos, puesto que por mucho que le torturen, si él o ella no quiere confesar, acabarán matándolo sin recibir respuesta por su parte, y la conciencia del maltratador quedará marcada por siempre, aunque hay casos en los que no es así.
Hace poco que he leído un libro llamado «Todo lo que podríamos haber sido tú y yo, si no fuéramos tu y yo», de Albert Espinosa. Es un poco surrealista, puesto que trata de un chico al que se le ha muerto la madre, y quiere cambiar su mundo tal y como lo conoce. Por eso, compra unas inyecciones para dejar de dormir para siempre, pero justo cuando va a ponérselas, su jefe le llama y le dice que vaya corriendo a la oficina donde trabaja porque acababa de llegar un extraterrestre (le llaman «el extrañó») para investigarle, para saber si es o no un extraterrestre de verdad. Pero lo que el chico no sabe es que el extraño allí es maltratado por un hombre para que este confiese la verdad de si es un extraño o no. Al descubrirlo por una serie de fotografías, va a hablar con ese hombre que tortura, y descubre que asesinó a su mujer y que en su vida era muy cruel con la gente, aunque a él, por lo que se ve, no le importaba mucho.
Lo que intento decir con esto es que hay gente a la que le da exactamente igual si el otro sufre o no, puesto que él solo quiere cumplir con su trabajo, que es acertar con lo que se busca, la confesión, sea de la manera que sea, bien si es por las buenas o si es por las malas.
Pues sobre esto opino de distinta forma, depende del punto de vista desde donde lo mire:
Si pienso en el preso, no veo normal que tenga que ser maltratado para que delate a uno de los que han cometido un crimen o robo con él, puesto que si es amigo o conocido no querrá hacerle el mal.
Sin embargo, si pienso en la familia del que ha sufrido el crimen, por ejemplo el caso de estos dos niños Ruth y José que su mismo padre los haya matado y encima no quiera decir qué hizo con ellos, me parece de ser un sinvergüenza y, si se le aplicaran castigos como dejarlo a `pan y agua´o pegarle, confesaría. Aunque con este tipo de personas tan infames, no se sabe qué es mejor, ya que a veces prefieren morir antes de confesar, hay que estar mal de la cabeza, aunque más para matar a tus propios hijos.
En fin, creo que depende del caso, sería justo o no maltratar a presos.
Yo lo de la tortura en un caso extremo lo veo bien, porque algunas veces los detenidos se ríen de la policía en su cara y no pueden hacer nada por culpa de esta justicia que está muy mal hecha.
Yo, Matías, lo que pienso es que la violencia no está justificada nunca, porque hablando se entiende las personas. Pero,por ejemplo, el caso de Marta del Castillo es una vergüenza que todavía no se sepa donde esta esa niña y los presuntos asesinos sin decir nada y burlándose en las puertas de los juzgados. En este caso yo sí veo conveniente que haya mano dura hacia esos sinvergüenzas.
Este tema es un poco complejo, pero, vamos, mi opinión es que se haga todo lo posible para arreglar casos como este dialogando, porque la violencia no lleva a nada, aunque me contradiga por lo escrito anteriormente, como he dicho, es un tema un poco complicado.
Lo veo un acto inhumano, lo de torturar a gente tenga culpa de algo o no tenga culpa de nada no me parece lo correcto. Si ha cometido algo malo, se le castiga de otra forma, como por ejemplo metiéndolo unos cuantos años en la cárcel o incluso cadena perpetua, en casos muy extremos, pero ni torturarlo ni matarlo ni nada. Por muchas cosas malas que haya podido hacer alguien, eso no sería lo justo, hay que saber perdonar. Además pienso que el término tortura no significa daño físico solamente, sino también abarca ámbitos psicológicos, ya sea por medio de máquinas o por causarte algún tipo de trauma. Hay muchísimos tipos de tortura y todos ellos son muy desagradables.
En resumen, la tortura no se debería aplicar en ningún lugar ni a nadie, y mucho menos a los que no tienen culpa de nada.
La tortura es una forma ruin y despreciable de sacar información.
A pesar de los acuerdos internacionales que la prohíben y pese a que los gobiernos niegan que la utilicen, lo cierto es que la tortura es una práctica común y sistemática en muchos países, independientemente de sus ideologías o sistemas económicos y no solo se practica en los países pobres.
La tortura ha sido mucha veces parte integrante de la estrategia de seguridad de un gobierno, un instrumento de la maquinaria estatal para eliminar a los disidentes. Actualmente, cada vez más, son los delincuentes comunes, las víctimas más frecuentes de torturas. La tortura se utiliza para obtener información o una confesión, para castigar, para intimidar y para aterrorizar a las víctimas o a sus familiares.
Las repercusiones de la tortura van mucho más allá del sufrimiento de la víctima. Las consecuencias en la familia, en la comunidad y en la sociedad en su conjunto, son profundas y duraderas. Para muchos de los sobrevivientes las secuelas más graves son las psicológicas. Muchos de ellos viven obsesionados por profundos sentimientos de culpabilidad y vergüenza: culpabilidad porque han sobrevivido mientras que otros no lo hicieron, y vergüenza porque la información que proporcionaron al ser torturados pudo perjudicar a sus amigos. Otros se vieron enfrentados a una »elección imposible» (tenían que revelar los nombres de sus compañeros, o ver como torturaban a un ser querido)que les hace seguir sintiéndose responsables por las consecuencias de su confesión mucho después de que las heridas físicas causadas por sus torturadores hayan curado.