Ha sido para mí un auténtico descubrimiento la lectura de A sangre y fuego, libro de relatos escrito por Manuel Chaves Nogales, en 1937, semanas después de que cruzara la frontera de los Pirineos, abatido por la violencia ejercida por los dos bandos, durante la guerra civil, y con la convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar.
Son muchos los valores literarios de este libro (el lenguaje directo y cuidado; la perfecta construcción de los relatos; la eficacia narrativa con la que los cierra; etc.), aunque brilla especialmente en las descripciones: “Desde Madrid la guerra se veía como el flujo y reflujo de una gigantesca marea humana cuyas oleadas impresionantes iban a romperse en el acantilado del frente. De toda la España republicana llegaban millares y millares de hombres enrolados voluntariamente para combatir al fascismo. Los trenes militares volcaban día tras día sobre la capital masas compactas de combatientes reclutados en los últimos rincones de la península. Las comarcas prósperas, Cataluña y Valencia, mandaban sus columnas de milicianos soberbiamente equipadas; las míseras aldeas de Castilla y Extremadura enviaban casi desnudos y armados con viejas e inservibles escopetas a sus hombres del campo, duros y secos como sarmientos, que por primera vez saciaban en los cuarteles de las milicias su hambre milenaria.”
Ahora que se habla tanto desde Cataluña de agravios históricos por parte de España, resultan esclarecedores pasajes como éste, que ponen de manifiesto las auténticas desigualdades que siempre han existido entre las regiones de nuestro país.
Desde el primer relato, de título significativo, “¡Masacre! ¡Masacre!”, se aprecia la información de primera mano de la que dispone Chaves Nogales, que trabajaba como periodista en el Heraldo de Madrid, cuando estalla la guerra. La violencia es ejercida por los dos bandos en conflicto: el fascista con los bombardeos indiscriminados sobre la capital, que provocan centenares de víctimas inocentes; y el republicano con las feroces represalias. En “Gesta de los caballistas” nos descubre el papel activo, durante el conflicto, de la iglesia católica, con el personaje del cura formando parte de los grupos que van a cazar rojos.
En ocasiones, como en “Y a lo lejos, una lucecita”, nos puede parecer parcial e injusto, cuando establece un fuerte contraste entre “los vastos salones del palacio, cubiertos de ricos tapices” y “la oscura masa de familias aldeanas fugitivas”, que los ocupaban con “sus sucios petates, sus cacharros de cocina, su enjalmas y sus aperos”; o en “Los guerreros marroquíes”, cuando se describe a estos como guerreros natos y leales a los pactos de amistad, luchando contra masas enormes de soldados rojos “que se hacían matar o huían como conejos”. Tal vez le falte algo de comprensión para entender la miseria en la que vivían las personas, que formaban parte de esas «masas».
Sin embargo, predomina en el libro la imparcialidad, pues Chaves Nogales trata de contar los hechos poniendo de relieve el comportamiento violento y cruel de unos y de otros; las acciones más deleznables, como consecuencia del miedo. No entra en el origen de la guerra civil y huye de los estereotipos que los dos bandos han utilizado para criticar al contrario, pues no mitifica ni justifica a nadie. Quizá este planteamiento doliera a los republicanos de aquella época, que combatieron valientemente frente a los fascistas, para defender la democracia; pero los nueve relatos de este escritor sevillano muestran, por encima de las cuestiones políticas, la terribles consecuencias de la guerra civil, que acabó costando a nuestro país más de medio millón de muertos. “Podía haber sido más barato”, afirma el propio autor en el prólogo.
Probablemente, el personaje que mejor refleja el pensamiento de Chaves Nogales sea Daniel, protagonista del último relato, que le dice al consejo obrero que ha decidido despedirle de la fábrica, porque no forma parte del sindicato: «Yo servía al patrón… La fábrica era suya; él mandaba y nosotros los trabajadores obedecíamos. Procuraba estar a buenas con él. Vosotros luchabais; yo no. (…) Vosotros queríais ser los dueños de la fábrica; yo no lo he soñado nunca. ¡Ya sois los amos! ¡Ya mandáis! No os pido más sino que me dejéis vivir y trabajar como me dejaba el patrón. (…) Yo no era de los vuestros, no estaba en vuestro sindicato, pero tengo derecho a la vida y al trabajo. ¡No vais a ser peores que los burgueses!»
Ambos, autor y personaje de ficción defienden lo mismo: la libertad como derecho inalienable de la persona.