“Las mezquindades de la burguesía de posguerra, anquilosada en sus prejuicios y temerosa de cualquier mudanza, nos suministró a los prosistas de entonces una gran cantera de inspiración”. Así, se expresa la propia Carmen Martín Gaite, al analizar los cuentos de un escritor contemporáneo suyo, Ignacio Aldecoa, y esto mismo se podría decir de su novela Entre visillos (1958), donde cuenta la vida de una serie de personajes, pertenecientes a esta clase social, en el ambiente cerrado y agobiante de una ciudad de provincias, en plena dictadura franquista:
“Mercedes se salió del portal y la cogió por un brazo. Se puso a tirar hacia dentro y la otra se debatía riendo a pequeños chilliditos.
-Ay, ay, bueno, ya, que me tiras…
-Venga, déjanos en paz, si estás muerta de ganas…
Julia, apoyada en la pared, las miraba sin intervenir.
-Anda, no hagáis el ganso -dijo-. Os mira la gente.
La amiga, ya libre, se arregló las horquillas, sofocada.
-¿Pero tú ves las trazas que me ha puesto? No debía subir.
Subieron. Iba haciendo remilgos todavía por la escalera.
-Mira que eres faenista. Luego se me hace tarde. Si no fuera por lo bien que se está en el mirador…”
En este fragmento del inicio de la novela se aprecian los principales rasgos de la misma: el protagonismo fundamentalmente femenino; la perfecta imitación del habla coloquial; la preocupación por la opinión ajena que condiciona la vida de estas mujeres; la costumbre de mirar entre visillos, desde el interior de la casa, la realidad exterior, que se sugiere con la referencia al mirador; etc.
Carmen Martín Gaite representa la vida ordinaria en una ciudad, sin ningún tipo de aderezo o falsedad, lo que nos hace creíble la historia; pero aún le da mayor credibilidad cómo estos personajes evolucionan y algunos de ellos se muestran inconformistas, rebelándose, de alguna forma, contra el ambiente provinciano, que les asfixia, como Julia que decide marcharse a Madrid con su novio, sin el permiso de su padre, el cual se opone a esta relación; o su hermana Natalia, quien influida por Pablo, rompe con el modelo tradicional de mujer, cuya vida se orienta irremisiblemente a la búsqueda de marido, tomando la determinación de estudiar una carrera universitaria para realizarse así como persona; o la misma Elvira, que se empeña en ser una mujer independiente y segura de sí misma, aunque al final acabe aceptando un matrimonio del que no está muy convencida.
Y lo más interesante es que dos de estos personajes, Pablo y Natalia, contribuyen a narrar la historia, desde su perspectiva, ella con un enfoque claramente intimista y subjetivo, por su corta edad y porque se trata de un diario personal; y él con una orientación más reflexiva y crítica sobre la España de aquella época. Ambos, además, entablan una relación de amistad y acaban coincidiendo en su oposición al ambiente opresivo que les rodea, aunque a Natalia le cuesta asumirlo, como refleja esta conversación que mantienen en un café:
“—¿De qué se ríe?
—De que estoy pensando si viniera mi padre.
—¿Viene aquí?
—A todos los cafés va.
—Ojalá viniera ahora, para que me lo presentara usted.
—¿Para qué?
—Para que yo le hablara de eso de sus estudios. A ver si me explicaba él los inconvenientes que tiene para dejarla hacer carrera. Porque con usted no me entero.
Pareció asustarse.
—Huy, no, por Dios, si viene no le diga nada.
—Pero, qué es lo que pasa con su padre, ¿le tiene usted miedo? Las cosas hay que hablarlas”.
Las dos voces de Pablo y Natalia se entremezclan con la narración objetiva en tercera persona, característica del realismo objetivista en el que se suele encuadrar la novela, lo cual hace que Carmen Martín Gaite trascienda esta corriente literaria y nos permite, además, a nosotros, los lectores, conocer la realidad de una forma más completa y global.
No parece que hayan pasado más de sesenta años desde la publicación de Entre visillos, porque, aunque la situación social y política de España ha cambiado sensiblemente -ya no vivimos en una dictadura sino que disfrutamos de una democracia- permanecen la frescura y autenticidad de los diálogos, y el protagonismo de las mujeres inconformistas, que luchan por sus derechos, particularmente las citadas Julia, Natalia y Elvira, le confiere gran actualidad.