No podía concluir la semana, sin que escribiéramos algo sobre Francisco Ayala, fallecido a los 103 años, el pasado martes. Han sido muchos los artículos que se han publicado estos días destacando su importancia en la literatura española del pasado siglo. Luis García Montero, por ejemplo, comentaba que fue un joven Ayala el que hizo la reseña del estreno de “Mariana Pineda” de García Lorca, o el que provocó las iras de Luis Cernuda por sus comentarios sobre “Perfil del aire”, primer libro publicado por éste. Es decir, estamos hablando de un escritor contemporáneo de la Generación del 27; que vivió la guerra civil, que tuvo que marcharse al exilio, que regresó, después a España, que ha conocido el restablecimiento de nuestra democracia, y que ha llegado hasta el siglo XXI.
De su personalidad, se ha destacado, en los medios de comunicación, su peculiar y, al mismo tiempo inteligente, sentido del humor. Yo escuché contar a Benjamín Prado, en el programa de radio nacional “El ojo crítico”, la siguiente anécdota, de la que fue testigo directo: hace tres años se le estaba preparando en Granada un homenaje que, con motivo de su centenario, iba a realizarse, digamos que el viernes de esa semana, cuando Ayala les dijo lo siguiente: “Sabéis, se me ha ocurrido gastarle a todos una broma estupenda: morirme el jueves”.
De su obra, sólo conozco “Los usurpadores”, que fue lectura obligatoria, hace algunos años, en 2º de Bachillerato, y leyendo de nuevo esta colección de cuentos, me he reencontrado con un escritor al que le gusta inspirarse en personajes de nuestra historia y que escribe con un estilo muy personal donde se mezclan el clasicismo y la modernidad, quizá porque transitó por todas las tendencias literarias del pasado siglo XX, incluidas las vanguardias.
En este pasaje del relato “El doliente”, se pueden apreciar ambos aspectos:
“He oído decir a quienes hace poco lo han visto que tiene ya la muerte retratada en la cara y que su aliento mismo declara con su fetidez cómo la lleva consigo encerrada en el cuerpo”.
Así se expresa uno de los nobles de Castilla convencido de que habían sido llamados para escuchar la última voluntad del monarca, Enrique III el Doliente, cuando sucede lo siguiente:
“la puerta se abrió con un gran golpe. Todas las conversaciones quedaron cortadas; todos los rostros se volvieron a ella, todos los rostros concurrieron allí. Y vieron entrar, con pisada firme y lenta, armado de todas armas (…) a aquel mismo rey don Enrique a cuya agonía pensaban asistir”.
A continuación, el rey les echa en cara a los nobles que se hayan enriquecido a su costa, aprovechándose de su delicada salud:
“Vosotros, señores, sois los reyes de este reino; vosotros los que tenéis el poder y la riqueza; vosotros los que ostentáis autoridad, los que disponéis, los que mandáis y sois obedecidos…"
Finalmente, el rey, enfermo como estaba, abandona el salón de ceremonias y se retira a descansar a su dormitorio:
"Tornó la espalda. Todas las miradas se alzaron desde las losas del suelo hasta el penacho de su yelmo. Luego que hubo desaparecido tras la puerta, quisieron ellos consultarse, pero no les dio tiempo la guardia que, invadiendo el salón, acudía a desarmarlos y prenderlos.”
Posee un ritmo, casi poético, la forma de escribir de Francisco Ayala, con ese uso insistente de la anáfora y el paralelismo; pero, al mismo tiempo, hay, en estos fragmentos que he reproducido, palabras y expresiones, así como una forma de organizar la frase, que recuerdan a los escritores de nuestro siglo de oro.