EL RESPETO

 

Si tecleamos en Internet la palabra “respeto” salen, aproximadamente, 81 millones de resultados. El primero pertenece a la Wikipedia, donde se puede leer que el respeto “consiste en saber valorar los intereses y necesidades de otro individuo en una reunión”.

Esta definición implica el reconocimiento del valor de una persona. Por ejemplo, si un alumno habla continuamente con el compañero, mientras el profesor explica, no está reconociendo el valor de éste. Tampoco lo hace, si adopta una actitud física inadecuada, como apoyar el respaldo de la silla en la pared o estirar las piernas por el pasillo, como si estuviera en un salón del oeste americano, o si no puede contener la risa, porque la exposición del profesor le parece la cosa más divertida del mundo.

Pero, en una clase, no sólo se debe reconocer el valor del profesor, sino también el de los compañeros. Por ejemplo, si un alumno reacciona groseramente, cuando un compañero suyo actúa de manera distinta a él, le está faltando al respeto, aunque no le insulte directamente.

A veces, se olvida que el instituto es la casa común de todos, como un microplaneta Tierra, un laboratorio en el que los alumnos aprenden y experimentan lo que luego, en la vida, llevarán a la práctica. En este laboratorio, se pueden crear dinámicas de respeto a las personas y al entorno, y fomentar hábitos y actitudes cívicas, que les permitan vivir en sociedad. Pero también se puede avivar la intolerancia, cuando no se le reconoce a cada uno su derecho a ser como es. Que alguien tenga un defecto, o lo que nosotros entendemos como un defecto, no lo condena como persona.

Dice Mario Benedetti en un poema que “El odio viene y va y regresa… / Viene y se vuelve y arremete / y es un cuchillo de silencio / que lentamente me desgarra / como un sollozo / como un ciego”. 

También la falta de respeto viene y va y regresa, y es un cuchillo, pero no de silencio, sino de ruido, un ruido que de repente nos desgarra por dentro, porque no nos identificamos con él, pero intimida a los demás.  

Tengamos respeto, incluso a los que nos falten al respeto.

LAS LLAVES DE LA MEMORIA

Ayer, en el Curso de Preparación de las Pruebas de Acceso a Grado Superior, leímos una columna de opinión, publicada en el diario El País, en la que Almudena Grandes utiliza las llaves, como símbolo de amor y de nostalgia por lo perdido. Se refiere a las llaves, que se llevaron los judíos y los moriscos, cuando fueron expulsados de España; a las de los republicanos, que se vieron forzados a exiliarse, al final de la guerra civil de 1936; y a las de los saharauis, que, abandonados por el estado español, hoy día viven un largo y tristísimo exilio en los campamentos de Tinduf, en Argelia.

El contenido del texto nos llevó a analizar las causas del abandono o expulsión de estos grupos humanos y la responsabilidad en ello de los Reyes Católicos y de la dictadura franquista. Sobre la represión llevada a cabo por esta, les recomendé que vieran “La voz dormida” de Benito Zambrano, película que está basada en la novela homónima de Dulce Chacón, y que, como comenté en la entrada anterior, denuncia la violación sistemática de los derechos humanos, especialmente los de las mujeres, durante los primeros años de la posguerra española.

En ese momento, una alumna levantó la mano, para decir que había visto la película, impulsada por lo que le sucedió a dos familiares suyos, en esa época. Entonces, nos contó la historia de sus abuelos paternos: él había sufrido cárcel, durante diez años, por motivos ideológicos; y ella, mientras tanto, fue violada por un militar de su pueblo. Fruto de esta violación, nació una niña, que hoy día es su madrina.

Añadió que, hasta hace relativamente poco tiempo, el hijo del violador, cuando pasaba por la casa de su abuela, le decía a esta que, si hubiera estado en lugar de su padre, habría hecho lo mismo.

Y concluyó sus palabras, diciéndonos que su abuela, en la actualidad, padece alzheimer; que ha perdido la memoria y sólo recuerda la violación de que fue objeto, cuando era joven. Todos los días la cuenta a quien quiera escucharla. Ayer la escuchamos por boca de su nieta, con la convicción de que nos estaba desvelando un secreto guardado, durante muchos años.

LA VOZ DORMIDA

PEPITA.- ¿Quieres saber la respuesta a lo que me preguntaste el otro día?

PAULINO.- Claro que sí, es lo que más me gustaría del mundo.

PEPITA.- Hazme la pregunta otra vez.

PAULINO.- ¿Quieres salir conmigo?

La chica le responde que sí y ambos se besan apasionadamente, en un lugar donde nadie les ve. Se habían conocido, en el monte, a donde ella fue para llevar un mensaje a su cuñado, que vive, como Paulino, en rebeldía y oposición armada a la dictadura franquista.

Esta escena de la película “La voz dormida” es la única tregua, el único momento de felicidad, que nos concede su director, Benito Zambrano,  en las dos horas, aproximadamente, de metraje.

Está basada en la novela homónima de Dulce Chacón y pretende ser un homenaje a todas las mujeres asesinadas o que sufrieron represión, durante la el franquismo. Muestra con un realismo, que nos llega a lo más hondo del corazón, la crueldad de la dictadura, que se instauró en España, después de la Guerra Civil.

Desde la primera escena, donde la hermana de Pepita, Hortensia, y un grupo de presas esperan, atenazadas por el miedo, la llegada de las carceleras con los nombres de las que van a fusilar esa noche, consigue el director andaluz atrapar al espectador. A partir de ese momento, las secuencias de crueldad se suceden, de forma sistemática, como una sinfonía de horrores. Quizá se le pueda reprochar un cierto maniqueísmo en el tratamiento de algunos personajes franquistas; pero todo está perfectamente documentado por la historia, en libros, como “El holocausto español”, de Paul Preston, recientemente publicado: las detenciones arbitrarias; las torturas, como instrumento para arrancar falsos testimonios; los juicios sumarios, donde se condenaba a muerte a los acusados por razones ideológicas; la colaboración de la iglesia católica con la dictadura; etc.

Las imágenes dicen más que las palabras, como en la escena en la que obligan a las presas a besar los pies del niño Jesús o, cuando Hortensia lee en alto la carta de su marido a sus compañeras de celda y la cámara nos muestra un primer plano de los rostros emocionados de estas.

La película no nos da tregua; nos muestra, sin paliativos, los horrores de una dictadura, que no respetaba los derechos humanos y en la que las mujeres republicanas fueron víctimas principales.

La sensación que te queda, cuando termina, es de desasosiego y enfado, porque, por un lado, no acabas de creerte que pudieran suceder esas cosas y, por otro, te asalta la duda, como dice mi amigo Benito, de si hemos sabido estar a la altura de aquellas mujeres, que entregaron su vida por defender la justicia y la libertad.

METRO

Decía Gil de Biedma que el ritmo es lo que diferencia un buen poema de un mal poema. Él solía memorizarlos, en el momento de la inspiración, y luego sólo pasaba a escrito los que, al cabo del tiempo, le volvían a la mente con ritmo.

Leer “Metro”, libro por el que nuestro compañero Federico Abad ha recibido el XIV Premio de Poesía Eladio Caballero, es dejarse llevar por esta ordenación armoniosa y regular, basada en los acentos y el número de sílabas.

Comienza el poemario con el ritmo ágil de la seguidilla:

Eres dulce y callada.

Siento vergüenza

de mirarte a los ojos

y que no adviertas

cuánto es mi miedo:

si pronuncio tu nombre

ardo y me quemo.

De esta primera estación de “Metro”, pasamos a la segunda, la octava real, donde el ritmo se remansa con el endecasílabo:

Tantos años pasados, tal deseo

dormido en la memoria de tus ojos,

tanta intención fingida que entreveo

al ver cómo sonríen tus labios rojos.

Si tan dulce fue amar, en su apogeo

el amor cosechó sólo despojos

de la luz con que alguna vez brillaste.

Nada queda. Con todo terminaste.

En la siguiente parada, la décima, vuelve el verso de arte menor y surge la ironía:

Vas pasando distraída,

en medio de tanta gente

te escribo este apunte urgente:

desconoces la medida

en que un hombre se suicida

al cruzarse en tu mirada”.

Mi desdicha no es causada

por falta de atrevimiento;

con tu edad, cualquier intento

sería una payasada.

Y llegamos al soneto, donde se aprecia, especialmente, el buen oficio de Federico Abad: el ritmo acentual; el uso suave del encabalgamiento; la sucesión de adjetivos, como los grandes clásicos; la interrogación en el primer terceto; y el sentido del humor para cerrar el poema:

Esa manera tuya de quererme

lleva el color del cielo en primavera.

Es roja y es azul esa manera

de asaltarme con besos y vencerme.

Caigo rendido, derretido, inerme

ante tus dulces labios. Si pudiera

discurrir como un río en tu ribera,

ver tu cuerpo anegado en absorberme;

si pudiera… ¿Por qué tanto deseo

despiertan los manejos de tu boca,

su loca agitación, entre la mía?

Lo nuestro es algo más que un jugueteo,

es el amor en llamas que provoca

un arrebol en mi alma cada día.

Del soneto a la lira, y de la lira a la fluidez narrativa del romance, evitando la rima fácil de los tiempos verbales. Así, viajando en “Metro”, hasta llegar a la última estación, el ovillejo, siempre acompañados de un sentido del humor sutil:

Hoy cuento todas las horas

e ignoras

-ay, amor, menudo trago-

lo que hago

cuando vuelvo de la muerte

al verte.

Ahora bendigo mi suerte,

pues aunque un vampiro soy

en tu dormitorio estoy

e ignoras lo que hago al verte.

Recuerdan estos poemas de Federico Abad, por la sencillez con que están escritos, por su brevedad, por su temática amorosa, por su sentido del ritmo y, sobre todo, por el tono humorístico, al libro de Luis Alberto de Cuenca “Su nombre era el de todas las mujeres”.

El título, como ya habréis constatado, tiene un doble sentido: medida peculiar de cada clase de verso y ferrocarril aéreo o subterráneo que circula por las grandes ciudades. Como profesor de Lengua Española, lo utilizaré con el primero de estos significados, para explicar a mis alumnos la métrica clásica; pero también les invitaré a subir al metro de la poesía, para disfrutar de cada una de sus estaciones.

MUJERES ESCRITORAS, AUTORES HOMOSEXUALES

Hace unos días, mientras leíamos, en clase, las rimas de Bécquer, un alumno me preguntó por qué en la poesía siempre era un hombre el que expresa su amor hacia una mujer. ¿Es que no ha habido poetas homosexuales o mujeres que expresen sus sentimientos hacia un hombre?

Me pareció un pregunta muy interesante, porque, de una manera natural y espontánea, podía abordar uno de los temas transversales del currículum: la educación en la igualdad.

Le respondí que, en la historia de la literatura española, la inmensa mayoría de los autores eran hombres, que son contadas las mujeres que figuran en ella, sobre todo, antes del siglo XX. Las razones hay que buscarlas en que las mujeres han sufrido una clara discriminación, con respecto a los hombres, a lo largo de la historia, pues apenas han tenido acceso a la educación y a la cultura, y además, desgraciadamente, han carecido de la independencia económica y personal, para ejercer la tarea de escritoras.

Sin embargo -añadí-, dentro del romanticismo, al que pertenece Bécquer, nos encontramos a dos poetisas: Rosalía de Castro y Carolina Coronado. La primera está a la misma altura literaria que el autor sevillano, aunque, en los centros educativos andaluces se suele estudiar a éste, del mismo modo que, en los gallegos, se estudia a Rosalía de Castro, o, en los extremeños, a Carolina Coronado.

En cuanto a los poetas homosexuales -expliqué- que su presencia ha estado directamente relacionada con la aceptación social de la homosexualidad, en España. Hasta bien entrado el siglo XX, los autores debían elegir entre ignorar la temática homosexual o representarla de forma negativa. Los que se atrevieron a expresar, a través de la poesía, su amor hacia un hombre, como es el caso de Luis Cernuda en su libro “Los placeres prohibidos” sufrieron la marginación de la crítica y la sociedad:

Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos,
Como nace un deseo sobre torres de espanto,
Amenazadores barrotes, hiel descolorida,
Noche petrificada a fuerza de puños,
Ante todos, incluso el más rebelde,
Apto solamente en la vida sin muros.

Corazas infranqueables, lanzas o puñales,
Todo es bueno si deforma un cuerpo;
Tu deseo es beber esas hojas lascivas
O dormir en esa agua acariciadora.
No importa;
Ya declaran tu espíritu impuro.”

Así comienza el poemario, con la explicación de su nacimiento, en medio de la incomprensión de la sociedad de la época, que considera el amor homosexual como algo impuro.

Otro alumno comentó que la explicación de que haya más poetas hombres que mujeres radica en que son ellos los que llevan la iniciativa en el tema amoroso, es decir, los que dan el primer paso. Naturalmente, no todos estuvieron de acuerdo con esta afirmación, que suscitó un animado debate, en la clase.

Os invito a que expreséis vuestras opiniones, por escrito y con buena letra. Podéis plantearos, por ejemplo, por qué han existido tan pocas mujeres escritoras y si han cambiado los tiempos. En cuanto a la escasez de autores que hayan expresado su amor homosexual, también sería interesante que os preguntarais las causas. Finalmente, podéis opinar sobre quién lleva la iniciativa en el amor.

ACTUALIDAD DE “LA METAMORFOSIS”

La primera percepción que he tenido, al releer “La metamorfosis” de Franz Kafka, es encontrarme ante una novela muy actual, tanto por su contenido como por el estilo en el que está escrita. Parece como si los casi cien años transcurridos desde su publicación, en 1916, no hubieran pasado por ella.

La situación inverosímil en la que se encuentra el protagonista que, en un principio, le desconcierta y nos desconcierta es aceptada, poco a poco, tanto por él mismo, como por nosotros, los lectores:

“La comida muy pronto dejó de producirle la menor alegría, y así fue tomando, para distraerse, la costumbre de trepar zigzagueando por las paredes y el techo…”

Las reflexiones de Gregorio Samsa sobre su trabajo alienante, las insidias del gerente de la empresa, echándole en cara su escaso rendimiento, nos llevan a entender que su transformación en un monstruoso insecto es una forma de expresar la frustración que siente. Es una metáfora empleada por Kafka para dar rienda suelta a todo el malestar acumulado, en su trabajo rutinario y aburrido, que le provocaba insomnio, como el del propio protagonista, y que representa a un mundo laboral, en el que el interés de la empresa está muy por encima del de los trabajadores.

No han cambiado tanto los tiempos, desde que se publicó esta novela: en la actualidad, las medidas que han tomado los gobiernos de los países de nuestro entorno están mermando, gradualmente, los derechos adquiridos de los trabajadores: hay más facilidad para el despido, se está retrasando la edad de jubilación, se han reducido los sueldos de los funcionarios, etc.

En cuanto a la forma en que está escrita, la sencillez del léxico y la simplicidad de la sintaxis contribuyen a que la historia sea creíble, porque no hay adornos, que entretengan al lector, sólo la metamorfosis, la inconcebible transformación de Gregorio Samsa en un monstruoso insecto centran toda nuestra atención; un insecto, que trepa por las paredes de nuestra imaginación, hasta convertirse en algo normal, porque, en realidad, a quien estamos viendo es a un pobre hombre, que se ve obligado a desempeñar un trabajo, que no le realiza como persona, y a vivir con una familia, donde predomina el interés material, por encima del afecto.

En este sentido alegórico, por sus indiscutibles rasgos precursores, “La metamorfosis” de Kafka no es sólo una obra maestra del siglo XX, sino de la literatura universal.

¿SANCIONAR O INFORMAR?

Es relativamente frecuente que pares con tu vehículo, ante un semáforo en rojo, y observes estupefacto cómo alguien, que se ha detenido a tu lado, saca la mano por la ventanilla con el cenicero lleno de colillas y lo vuelca en el asfalto; o que circules, detrás de un vehículo, por la ciudad o la carretera, y de nuevo una mano inocente arroje, desde su interior, el envase vacío de un refresco o un pañuelo de papel arrugado; o más cercano aún a nosotros: que, en el patio del instituto, durante el recreo, demasiadas manos inocentes tiren al suelo: restos de comida, trozos de papel, que han servido para envolver los bocadillos, bolsas de frutos secos, etc.

He recordado estas situaciones cotidianas, al leer en el diario El País, del pasado jueves, un reportaje sobre la nueva ola reguladora que recorre España, pues, en algunos ayuntamientos y comunidades autónomas, se tiende a imponer, mediante normas, lo que antes estaba regido por usos y costumbres; normas coercitivas que prohíben conductas inapropiadas. 

Por ejemplo: la Comunidad de Madrid ha aumentado las multas por alimentar animales vagabundos o salvajes, como las palomas; el Ayuntamiento de Barcelona establece multas por ejercer la prostitución en la calle o por ir en bañador o en biquini, fuera de los paseos marítimos; las ordenanzas municipales de Valle Gran Rey incluyen multas por poner a secar la ropa en los balcones o sacudir felpudos desde la ventana; etc. 

La cuestión que me planteo y os planteo es que las sanciones son necesarias, pero sin olvidar la información y la pedagogía. Es decir, hay que explicar por qué un comportamiento está mal y, si alguien persiste en él, sancionarle. Se cita el siguiente ejemplo, en el mencionado reportaje: “En Berna, si un policía ve a alguien arrojando basura al suelo o dejando los excrementos de su perro, le amonesta para que lo recoja y sólo procede a multarlo, si no lo hace”. 

¿Se podría actuar así, como en esta ciudad de Suiza, en Córdoba y en nuestro instituto?   ¿Por qué es necesario regular con normas conductas que deberían ser asumidas espontáneamente? ¿Os han sancionado, en alguna ocasión, por vuestro comportamiento inadecuado o conocéis algún caso que merezca ser contado?

¿De quién nos enamoramos?

En la entrada anterior, comentaba cómo el rechazo amoroso lleva a Werther al suicidio. Este personaje había pasado por un primer momento placentero de exaltación del amor, cuando conoce en un baile a Carlota: “un ángel… como todos suelen definir a su amada”; y un segundo momento de frustración y de dolor, al descubrir que ella está comprometida con otro hombre, Albert, con el que acaba casándose.

En la clase de hoy, hemos retomado estas dos visiones del amor, durante el romanticismo: 

  • Como el bien más alto que todo lo puede:

Hoy la tierra y los cielos me sonríen,

hoy llega al fondo de mi alma el sol,

hoy la he visto…, la he visto y me ha mirado…,

¡hoy creo en Dios!»

(Rima XVII, de Bécquer)

  • Y como fuente de dolor y desengaño:

“Cuando me lo contaron sentí el frío

de una hoja de acero en las entrañas,

me apoyé contra el muro, y un instante

la conciencia perdí de donde estaba.

Cayó sobre mi espíritu la noche,

en ira y en piedad se anegó el alma,

¡y entonces comprendí por qué se llora!

¡y entonces comprendí por qué se mata! “

(…)          

(Rima XLII, de Bécquer)

Nos hemos centrado, especialmente, en el momento de exaltación, donde el enamorado idealiza a la otra persona, en la que no reconoce ningún defecto, porque para él todo son virtudes.

Para algunos de vosotros esta idealización es normal, porque en esto consiste, precisamente, enamorarse. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, el que ama va conociendo a la persona amada tal cual es; surgen la intimidad y la confianza mutuas, pero también aparecen los defectos, que, al principio, pasaban inadvertidos y que pueden ocasionar el desamor.

Dejo en el aire algunas interrogantes, para ayudaros en vuestras intervenciones:

¿Qué es el amor? ¿Cómo sabe uno que está enamorado? ¿Nos enamoramos de la otra persona por lo que no es, y nos desenamoramos por lo que es? ¿Cuáles son las fases del amor?

¿COMPRENDEMOS A WERTHER?

Ayer, en la clase de lengua de 4º de ESO, comentamos un texto en el que el joven Werther le comunica a Carlota su decisión de quitarse la vida, porque no puede vivir separado de ella, que es una mujer casada.

Les pregunté a los alumnos si entendían esta decisión y las respuestas oscilaron entre quienes eran capaces de ponerse en el lugar de Werther y comprender su sufrimiento, y quienes no encontraban justificación alguna al acto de suicidarse por amor.

Pensando en estas respuestas, he recordado el inicio del famoso monólogo de Hamlet:

“Ser o no ser, esta es la cuestión:

¿es más digno para el espíritu sufrir

 los golpes y avatares de un destino infame

o rebelarse contra la marea de desgracia

 y ponerles fin con el rechazo a la vida?”

Es probable que los alumnos no se plantearan, como el personaje de Shakespeare, si es más digno sufrir el dolor o ponerle fin quitándose la vida, entre otras razones, porque, al tomar una decisión tan drástica, influye más lo que ganas o pierdes que lo que puedan opinar los demás.

Werther, con su suicidio, pone de relieve un principio defendido por los románticos: la libertad del hombre para decidir sobre sí mismo, sobrepasando, además, los límites morales establecidos por la religión.

Pero cabe preguntarse si su decisión se debe a una debilidad o se trata más bien de una actitud sensata y llevada a cabo con plena conciencia. Lo cierto es que la publicación de esta novela de Goethe, “Las desventuras del joven Werther”, provocó que varios jóvenes de aquella época, finales del siglo XVIII, se quitaran la vida por amor, hasta el extremo de que su venta se prohibió en algunas ciudades de Alemania.

Años más tarde, en 1837, Mariano José de Larra, autor romántico español, también se suicidó disparándose un tiro en la sien, al ser abandonado por su amante.

En los dos casos, se trata de conductas autodestructivas, con las que se intenta superar una situación insoportable de desamor. Para estos seres morir no es lo difícil sino seguir viviendo.

¿Cómo veis vosotros esta delicada cuestión? ¿Comprendéis a Werther y a Larra? ¿Es más fácil morir que soportar una vida llena de desgracias? ¿Se puede considerar el suicidio como un acto supremo de libertad?

EL HOLOCAUSTO ESPAÑOL

Escribe Paul Preston en el apartado de agradecimiento: “La gestación de este libro abarca un periodo de muchos años. La crueldad de su contenido ha hecho que fuera muy doloroso de escribir”. En efecto, el libro es una denuncia de las miles de vidas que se cobraron los dos bandos en conflicto, durante la Guerra Civil española, y después de la victoria definitiva de los rebeldes. A los 300.000 que murieron en el frente de batalla, hay que añadir 200.000 hombres y mujeres, ejecutados extrajudicialmente o tras precarios procesos legales. Sin embargo, esta represión lejos del frente presenta dos caras opuestas, tanto cuantitativa como cualitativamente: la de la zona republicana y la de la zona rebelde.

El ejército rebelde llevó a cabo un represión minuciosamente planificada por sus mandos militares -aproximadamente 150.000 víctimas-, como reflejan estas declaraciones del general Mola, realizadas durante los primeros meses de la guerra:

Hay que sembrar el terror… Hay que dar la sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros”.

Quiero derrotarlos para imponerles mi voluntad, que es la nuestra, y para aniquilarlos”.

O estas palabras escritas en su diario por el escritor Miguel de Unamuno, que estaba furioso consigo mismo por haber apoyado, en un primer momento, el golpe militar:

Aquí en Salamanca, no hay guerra, sino algo peor, porque se oculta en el cinismo de una paz en estado de guerra. No hay guerra de trincheras y bayoneta calada, pero la represión que estamos sufriendo no hay forma de calificarla. Se cachea a la gente por todas parte. Los “paseos” hasta los lugares de fusilamientos son constantes. Se producen desapariciones. Hay torturas, vejaciones públicas a las mujeres que van por la calle con el pelo rapado. Trabajos forzados para muchos disidentes. Aglomeración en las cárceles. Y aplicaciones diarias de la ley de fugas para justificar ciertos asesinatos”.

Las mujeres de izquierdas, que habían emprendido su liberación, durante el periodo republicano, representaron una parte fundamental de esta campaña represiva, como escribe Unamuno. Muchas fueron asesinadas, torturadas y violadas, y las que sobrevivieron pasaron por graves dificultades económicas, después de que sus esposos murieran asesinados o se vieran obligados a huir.

En cambio, la represión que realizaron los republicanos -en torno a 50.000 víctimas- fue en principio una reacción espontánea y defensiva ante el golpe militar, que se intensificó a medida que llegaban noticias de las atrocidades del ejército rebelde; pero que las autoridades de la República trataron de evitar, como se aprecia en este manifiesto del Comité del Frente Popular de Murcia, hecho público el 21 de julio de 1936:

Quienes sientan y comprendan lo que el Frente Popular es y representa en estos momentos deben respetar escrupulosamente personas y cosas”.

O en este bando del gobernador civil de Alicante, publicado días después:

Se conmina con la ejecución inmediata de la máxima pena, establecida por la ley, a todo aquel que, perteneciendo o no a una entidad política, se dedique a realizar actos contra la vida o la propiedad ajena”.

O en la actitud de la Generalitat de Cataluña, que centró todos sus esfuerzos, durante el periodo de dominación anarquista, en la tarea de salvar vidas, expidiendo salvoconductos a católicos, empresarios, derechistas, individuos de clase media y miembros del clero, que les permitieron embarcar con destino a Francia. Justo lo contrario que hizo el general Franco solicitando a las autoridades de este país la extradición del presidente catalán, Companys, para luego ejecutarlo a su llegada a España.

Los datos que aporta Paul Preston son abrumadores, como prueban las trescientas páginas de notas de las mil aproximadamente de que consta el libro. Quedan en evidencia los siguientes hechos: las atroces condiciones de vida de los trabajadores del campo; el incumplimiento de la legislación social por parte de los patronos, que forzaron a estos trabajadores a adoptar una actitud cada vez más beligerante; los manejos de los gobiernos de derechas para convertir huelgas legales de reivindicaciones sociales en ilegales; el generalizado fraude electoral, siempre a favor de los partidos conservadores, en los pequeños municipios del Sur de España; las ideas de los que insinuaban la inferioridad racial de las personas de izquierdas y liberales, y creían en la existencia de un contubernio judeomasónico y bolchevique, para justificar el exterminio de éstas; las diferentes actitudes de las autoridades republicanas y los generales rebeldes ante la violencia en la retaguardia y ante las víctimas; el odio popular hacia la iglesia que obedecía a la tradicional alianza de esta con la derecha nacional, así como a su abierta defensa de la rebelión militar; la represión feroz sobre los vencidos, una vez concluida la guerra; etc.

Paul Preston sabe contar, mediante una prosa sencilla, estos hechos terribles que marcaron la historia de España. La lectura se hace amena, a pesar de la aportación constante y minuciosa de datos, con los que pretende demostrar su tesis de la existencia del holocausto. No se recrea en los detalles morbosos de las torturas, las mutilaciones y los abusos sexuales, aunque describe algunos casos que logran transmitirnos todo el horror de que eran capaces, sobre todo en el bando rebelde, como el de dos muchachas milicianas a las que encerraron en una habitación con cuarenta soldados moros, que estallaron en alaridos al verlas llegar. 

Ahora que se cumplen 75 años del inicio de aquella guerra y las heridas aún no se han cerrado del todo, en especial, para algunas familias, cuyos seres queridos, reposan, sin identificar, en cunetas y en fosas comunes de toda España, es muy recomendable la lectura de este libro, para no minimizar lo que sucedió, para que nadie pueda encontrar una justificación política y moral a la masacre, y para que sepamos diferenciar a los que se sublevaron contra un régimen democráticamente establecido y llevaron acabo un plan de exterminio del oponente, y a los que reaccionaron ante esta agresión, para defender la legalidad vigente.