En «El País» del pasado sábado aparece un artículo que consideramos interesante para comenzar a debatir este tema. El autor es Alfredo Ávila de la Torre y lo titula «La prohibición»:
A lo largo de los últimos días, los medios de comunicación han incluido entre sus noticias más relevantes la relativa a la convocatoria en varias ciudades de distintos macrobotellones. Los jóvenes, en general, y la comunidad estudiantil, en particular, entraban en una curiosa competición que resultaba poco menos que alarmante. Lógicamente, ante este panorama, las administraciones públicas no podían mantenerse impasibles y, a excepción de honrosos y más que afortunados casos en los que los «mansos» jóvenes aceptaban utilizar los recintos habilitados para la fiesta, la solución más efectiva no podía ser otra que la prohibición de este tipo de concentraciones. La policía debía intervenir y nuestros gobernantes podían estar tranquilos, ya que se resolvía el problema que plantea el exceso de alcohol en la juventud por la vía que parece considerarse más efectiva, esto es, la de no ver cómo se bebe en la calle.
Se intenta así dar «carpetazo» a un tema que en modo alguno admite tal cierre, ya que, a mi juicio, el problema es mucho más profundo de lo que se nos quiere dar a entender. Aunque tal vez menos de lo que creen los que a estas alturas se les ha olvidado lo que es ser joven; está claro que la juventud de hoy tiene muchas carencias. La falta de seguridad o quizás de motivación son la causa directa del gran mal que, a mi entender, padecen en la actualidad nuestros universitarios, y que no es otro que un desinterés generalizado y un bajo grado de responsabilidad. Unos problemas que, sin embargo, poco parecen importar a quienes sólo se ocupan de reprimir las concentraciones festivas.
Con la prohibición no se reflexiona sobre las causas que han llevado a que la juventud española actual esté tan desmotivada y poco involucrada en la sociedad. Con la prohibición no nos cuestionamos por qué su nivel educativo y cultural roza, cuando no traspasa, límites alarmantes. Con la prohibición instaurada no se intenta buscar vías que permitan que nuestros jóvenes tomen conciencia de que son nuestro relevo generacional. Con la prohibición, en fin, sólo se consigue una cosa, esto es, que los jóvenes no beban en la calle, o lo que es lo mismo, que tras el malestar, el conflicto y la humillación tengan que buscar lugares alternativos, ya sean pisos, bares o discotecas y, si su bolsillo se lo permite, emborracharse allí y fumarse unos canutos o, en el caso de los más pudientes, buscar estimulantes más caros, pero, eso sí, en la calle no que nos toca verlo.
Y tú ¿qué opinas?