Preferentes de Miguel Ángel Jiménez Aguilar es una obra de teatro escrita con sencillez e inteligencia, donde se aborda uno de los fraudes bancarios que ha causado mayores perjuicios a la sociedad, particularmente a los sectores más desprotegidos: la venta de las llamadas acciones preferentes a unos 700.000 clientes, la mayoría personas mayores, que desconocían el riesgo de su adquisición.
Desde el principio, queda claro que la protagonista, Carmen, ignora el riesgo de invertir en las acciones, que le propone Félix, empleado del banco y amigo de la familia:
“CARMEN: Participaciones. ¿Y eso qué es? ¿Qué diferencia hay? Explícame.
FÉLIX: Participaciones preferentes se llaman exactamente. Pero tú no te preocupes por eso. No tienes nada que temer, ni tienes que hacer nada. Sólo dejarnos que metamos ahí un dinero. Piensa que es un siete por ciento. ¡Un siete por ciento! Carmen” (pág. 28).
De esta confianza ciega en el banco de toda la vida se parte en la obra; pero el lector sabe que, tras la seguridad con la que habla Felix a Carmen, hay gato encerrado. Por eso, el conflicto se plantea, desde el principio, como se sugiere también el drama personal de esta mujer, cuyo marido experimenta los síntomas iniciales de Alzheimer y cuya hija, que vive en el extranjero, atraviesa por dificultades. Con lo cual hay, en realidad, un doble conflicto: el social y el personal.
La estructura de Preferentes es la de un juicio, porque el tiempo de estas conversaciones ha pasado y la estafa, que ya se ha producido, está siendo juzgada: Con la venia, Aportación de pruebas, Turno de la acusación, Protesta admitida, Turno de la defensa, Turno de alegaciones, Visto para sentencia y Veredicto.
A pesar de esta estructura, en el desarrollo de la obra, se mezclan la acción del juicio con las conversaciones entre empleado de banco y cliente, que tuvieron lugar antes, pasándose de una a otras, del presente al pasado, con sutilidad y eficacia dramática, pues le basta, a veces, un simple cambio en el tiempo verbal: “Pero su estado de enajenación mental -se refiere a su marido- era tal ya entonces, que no pudo siquiera entrar conmigo en la oficina. Tuvo que quedarse fuera, allí sentado, tranquilo, vigilándolo de cuando en cuando”, declara Carmen una de las veces que fue al banco a hablar con Félix. Y a continuación éste, ya no en el juicio, sino durante esa conversación, por tanto, se ha producido un salto atrás, dice: “Ahí fuera lo he dejado, en un sillón. Ahora mismo está tranquilo (…) Confía en mí (…) Estás en buenas manos. Hazme caso” (pág. 68).
Hay un especial interés por definir las palabras, porque, en el fondo, el juicio tiene mucho de discusión lingüística, dado que se parte de la confianza del cliente en el banquero y en cómo éste convence a aquel de las bondades de las Preferentes. Por ejemplo, Participación: “parte que se posee en el capital de un negocio o una empresa”; o Preferente: “que tiene preferencia o superioridad sobre algo…”. Al definir así estas palabras, Félix está planteando Participación preferente, como un derecho, que se puede ejercer o no y que la CNMV no prohibió, es decir, que él actuó dentro de la legalidad. Sin embargo, para Carmen Preferente “es aquella persona a quien se quiere y se le da importancia (…) No creí en ningún momento que a lo que él le estaba dando preferencia era a nuestro patrimonio. Nuestro único y hoy inexistente patrimonio”.
La tensión aumenta, a medida que avanza la obra, y alcanza su punto culminante en las escenas IX y X, de una gran fuerza dramática, y en donde se concentra todo la indignación de los clientes estafados y también la postura sin escrúpulos de los empleados de banca, al colocar las Preferentes: “Lo único que tuvimos claro fue que era necesario entonces, para evitar la quiebra (…) Y sobre todo vimos que la gente estaba dispuesta a firmar cualquier cosa, buscando lo mismo que nosotros: su propio interés. Al fin y al cabo, no somos tan diferentes” (pág. 87)
Sin embargo, al final, se produce un giro brechtiano, con la presencia en escena de los dos actores, que ya han dejado de interpretar a Carmen y Félix, para contarnos, objetivamente y con exhaustividad, lo que sucedió con las Preferentes, con lo cual se produce el efecto del distanciamiento en los espectadores, que acabamos comprendiendo racionalmente las auténticas dimensiones del fraude.
Es un libro, el de Miguel Ángel Jiménez Aguilar, contra las malas prácticas bancarias, que tienen como víctimas a clientes de toda la vida, y está escrito desde el punto de vista de estas. Si, como dijo Lorca, “El teatro es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la edificación de un país y el barómetro que marca su grandeza o su descenso”, Preferentes encaja en esta definición, pues recoge, con realismo e inteligencia, un drama de gran repercusión social. Solo nos falta asistir a su puesta en escena, pues el teatro está hecho para ser representado. Que sea lo antes posible.