La poesía nos hace pensar

La poesía nos hace pensar, especialmente, pues se trata de un género literario donde las anécdotas y los sentimientos se concentran. Ayer lo pudimos comprobar en la clase de 4º de ESO A, al comentar dos poemas, representativos del modernismo: “Recuerdo infantil” de Antonio Machado y “Lo fatal” de Rubén Darío.

«RECUERDO INFANTIL

Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.

Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.

Con timbre sonoro y hueco

truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.

Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
«mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón».

Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.”

Este poema describe una escena infantil, probablemente vivida por el poeta, en la que un maestro autoritario enseña la tabla de multiplicar a los alumnos. Su lectura nos dio pie a preguntarnos sobre las diferencias y semejanzas entre el sistema educativo que existía en España, a finales del XIX, y el actual. Paradójicamente, la mayoría de los alumnos había conocido docentes parecidos al descrito en el poema, aunque, al mismo tiempo, ellos se sentían muy distantes de los colegiales sumisos a los que se refiere Machado. En cualquier caso, entendían que el clima de miedo y tristeza que se desprende de “Recuerdo infantil” había sido desterrado por completo de las aulas.

“LO FATAL

Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque ésta ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!…»

En este segundo  poema, Rubén Darío reflexiona amargamente sobre la incertidumbre de la vida en contraste con la certeza de la muerte.

“Me ralla” fue la respuesta de una de las alumnas a mi pregunta sobre si se habían planteado en alguna ocasión estas cuestiones existenciales. Quería decir que no había pensado nunca en ellas, no que le molestaran o le resultaran pesadas.

La conversación derivó hacia las creencias religiosas, pues la inquietud que siente el poeta por “no saber a dónde vamos ni de dónde venimos”, no debería experimentarla, al menos teóricamente, un creyente, salvo que tenga dudas sobre la existencia de Dios, o sobre la vida eterna, como Miguel de Unamuno. Sin embargo, la forma de vivir la religiosidad de los alumnos es muy diferente a la del escritor vasco. Y por otra parte, tampoco aceptan las respuestas que da la religión a estas cuestiones, como la que se encuentra en el Génesis de que Dios creó al hombre a su imagen, pues su confianza en la ciencia, que niega este tipo de respuestas inverosímiles, es cada vez mayor.

En ese momento, sonó el timbre indicando el final de la clase y, aunque seguimos conversando, durante unos minutos, quedaron en el aire algunas interrogantes, como la postura de los ateos y agnósticos, a los que probablemente se sentiría cercano Rubén Darío, así como la posición concreta de cada alumno ante lo que plantean los dos poemas.

Ahora que viene un periodo de descanso muy relacionado con la religión y que en Córdoba se vive con especial intensidad, podríamos releerlos y escribir sobre el contenido de los mismos.

Presión sobre el profesorado

En un reportaje publicado en El País, el 15 de enero, se analizaba el papel del profesor y la presión que se está ejerciendo sobre él, para la obtención de resultados. Por ejemplo, en Estados Unidos o Inglaterra, se pretende premiar a los docentes, cuyos alumnos consigan buenas calificaciones y castigar a los malos. En el primero de estos dos países , hay colegios públicos, donde, si los resultados son negativos o no responden a las expectativas previstas, los padres pueden hacerse con el control de los mismos e imponer nuevas normas. Los profesores son presionados, mediante un sistema de exámenes unificados, que recuerdan a las antiguas reválidas de la época franquista, y que sirven de baremo para evaluarlos.

Algunas de las propuestas del nuevo ministro de educación español, Ignacio Wert, apuntan en esta dirección, pues están previstas pruebas externas para todo el alumnado, al final de la enseñanza primaria y secundaria, con el fin de premiar a los centros que tengan mejores resultados y para servir de orientación a los padres a la hora de elegir uno para sus hijos. Así, se pretende mejorar la educación, olvidando que este sistema puede ahondar las diferencias entre los sectores más acomodados de la problación y los más desfavorecidos, si no incluye valoraciones del contexto, ni considera los recursos de los centros y la composición del alumnado. Además, se corre el riesgo, de generar malas prácticas enfocadas a maquillar los resultados por parte de algunos centros.

Por otro lado, al evaluar a los centros y al profesorado, en función de criterios meramente cuantitativos, se limita la libertad de éste para organizar sus clases y adaptarlas al tipo de alumnado. David Edwuards, vicesecretario general de la Internacional de Educación, abundaba en esta pérdida de autonomía del docente, en una reciente entrevista: “En la actualidad, se impone una rigidez cada vez mayor en la asignación de tareas, se le dicta al profesor lo que tiene que hacer en cada momento y se le evaúa en función de ello”. La consecuencia en muchos países es que se está produciendo una deserción en el ámbito escolar: los profesores cada vez duran menos en la profesión y prefieren buscar trabajo en otras áreas.

En Andalucía, hace algunos años, los docentes rechazamos mayoritariamente, al menos en los centros de enseñanza secundaria, el Programa de Calidad y Mejora de los Rendimientos Escolares para los centros docentes públicos, que establecía incentivos económicos ligados a los resultados escolares. Y lo hicimos porque no considerábamos ética esta ligazón y porque lo que nos debe importar a los profesores es el proceso de aprendizaje y la formación del alumnado, que suelen traen consigo buenas calificaciones.

Pero estamos en tiempos de resultados y sobre todo de airearlos cuando son negativos. Por ejemplo, las famosas pruebas PISA, tan tendenciosamente interpretadas, comparan a unos países con otros y establecen una especie de ranking, en el que se trata de estar lo más arriba posible. España, por ejemplo, está situada en la media, aproximadamente, de los países de la OCDE, en cuanto a resultados de nuestros alumnos en Lectura, Matemáticas y Ciencias; pero la prensa no suele dar a conocer la proximidad de los resultados españoles a la media, sino el orden que ocupamos entre los 31 países, es decir, nuestra situación en el ranking, que está algo más abajo de la media. Sin embargo, el orden, según Julio Carabaña, catedrático de Sociología la Universidad Complutense, no es relevante: “se parece mucho a la llegada en pelotón de una carrera ciclista. Por ejemplo, el país número 10 en lectura, Austria, está a sólo una décima de distancia de España, el 10º”.

También los medios de comunicación, al analizar los resultados de estas pruebas, omiten deliberadamente que aparecen en escala 1/6, con lo cual resaltan, por ejemplo, la obtención de un 4 en lectura como un suspenso, cuando en escala 1/10 equivaldría a cerca de un 7.

Como dice David Edwards, en la citada entrevista, hay que definir el concepto de calidad educativa, relacionando recursos, procesos y resultados. No basta sólo con éstos últimos, entre otras razones, porque aprobar a más alumnos es fácil; lo puede hacer cualquier profesor. Recuerdo que hace algunos años un compañero de facultad, que había impartido clases de lengua española, en un colegio público de Estados Unidos, me contó que, durante el primer año, actuó con equidad, al evaluar a sus alumnos nortamericanos, aprobando a unos y suspendiendo a otros. Pero los problemas que tuvo con los padres, las explicaciones que se le exigieron por parte de la dirección, las numerosas actividades de recuperación que le obligaron a diseñar, así como la mala fama que adquirió en el centro, le hicieron desistir de sus criterios y, a partir del segundo año, imitando la forma de proceder de los demás profesores, aprobaba a todos los alumnos, con nota alta, supieran o no lengua, y además les convencía de que se lo habían merecido, para que tuvieran la autoestima elevada y sus familias fueran felices.

Lo que tendría que hacer la administración es apoyar y potenciar el buen trabajo docente, que considera, por encima de todo, el proceso de aprendizaje, incluida la educación en valores, y la adaptación del currículum y la metodología al tipo de alumnado, porque los resultados vendrán solos.

Sin embargo, en nuestro país parece que se está haciendo justo lo contrario: en lugar de valorar este buen trabajo docente, se baja el sueldo a los docentes, con el argumento de que deben contribuir a reducir el déficit público y a paliar una crisis económica, que no han provocado, y en algunas comunidades autónomas, como Madrid, se les ha aumentado la carga lectiva en dos horas, como si nadie supiera que dos horas más de clase suponen más horas de preparación, de corrección de exámenes, de entrevistas con las familias, etc., además de los profesores interinos que se quedan sin trabajo. Solamente falta que nos obliguen aprobar a todos los alumnos, como le sucedió a mi amigo.

Sobre el aburrimiento en clase

El pasado domingo, en El País Semanal, se publicó un reportaje titulado “Hablar no siempre es comunicar”, en el que se explican las claves para una buena intervención en público. El autor del mismo comienza contando una experiencia personal: su asistencia a la convención de una importante multinacional, en la que, a lo largo de una mañana, se sucedieron cinco intervenciones, con tan sólo la pausa para el café. Ninguno de los ponentes respetó el tiempo asignado y, además, sus exposiciones carecieron de orden. El resultado fue que las más de cien personas asistentes acabaron exhaustas, sin niguna idea clara de lo que habían escuchado y con la sensación de no saber muy bien a qué habían ido allí. 

Yo y otros compañeros del centro hemos vivido experiencia similares, en jornadas y cursos destinados a docentes, porque desgraciadamente es habitual que quienes los imparten den todos los conocimientos necesarios, pero no sepan complementarlos con una buena historia, es decir, no sepan comunicar, moviendo nuestras emociones. 

Vosotros los alumnos pasáis, de lunes a viernes, seis horas en el instituto, con tan sólo la pausa del recreo, a mitad de la jornada. Escucháis a seis profesores, cada uno especialista de una materia distinta. Ahora bien, ¿nos escucháis a todos con el mismo interés?, ¿os interesan todas las materias por igual?  

En la entrada anterior sobre la sintaxis, algunos resaltabais lo aburrida que resulta esta parte de la lengua. Supongo que esta sensación de aburrimiento la experimentáis, con cierta frecuencia: unas veces, por la dificultad de la materia; y otras, por la explicación excesivamente fría y racional del profesor, o por la actitud desinteresada de algunos de vuestros propios compañeros. 

Os invito a opinar sobre esta cuestión del aburrimiento en clase. Para facilitar vuestras intervenciones, dejo en el aire algunas preguntas: 

¿Son aburridas las clases? ¿Desconectáis frecuentemente durante el desarrollo de las mismas? ¿Sabemos comunicar los profesores, además de transmitir información? ¿Conseguimos mover vuestras emociones? ¿Somos capaces de interesaros por nuestras materias?

¿Para qué sirve la sintaxis?

Hace unos días, explicando sintaxis en clase, una alumna me preguntó: “¿esto para que sirve?”. Le contesté que la sintaxis se rige por una serie de reglas combinatorias de palabras para formar unidades mayores, como los sintagmas o las oraciones gramaticales; que el análisis sintáctico es como un juego, cuyas normas necesitamos conocer para practicarlo. Le puse el ejemplo concreto del ajedrez, que es una asignatura de estudio obligatorio en algunos países, como Rusia. Su práctica continuada, como la del análisis sintáctico, desarrolla nuestra capacidad de razonamiento. 

Pero, al contarle todo esto, no tenía muy claro que estuviera respondiendo a su pregunta.  Por eso, añadí que ella, como todos los hablantes del español, sabía construir las frases y, por tanto, establecer las concordancias correspondientes entre sustantivo y adjetivo o entre sujeto y verbo, así como colocar el suplemento detrás de los verbos de régimen preposicional o el complemento directo, a continuación de los verbos transitivos -todo ello, sin necesidad de estudiar el cuadro de funciones que yo les había proporcionado-; y que lo que estábamos haciendo, al practicar el análisis sintáctico, era una reflexión sobre nuestra propia lengua, la cual utilizamos para comunicarnos con los demás. 

Al concluir mi explicación y observar la cara de circunstancias de la alumna, pensé en un poema de Nicanor Parra, reciente Premio Cervantes, que dice así: 

“En la realidad no hay adjetivos
ni conjunciones ni preposiciones
¿quién ha visto jamás una Y
fuera de la Gramática de Bello?
en la realidad hay sólo acciones y cosas
un hombre bailando con una mujer
una mujer amamantando a su nene
un funeral – un árbol- una vaca
la interjección la pone el sujeto
el adverbio lo pone el profesor
y el verbo ser es una alucinación del filósofo.”
 

Sí, porque verdaderamente no existen sujetos ni predicados ni complementos directos ni indirectos, ni siquiera circunstanciales; lo que hay, en realidad, es un profesor en clase explicando todos estos conceptos sintácticos y una alumna preguntándole qué utilidad tienen en su vida.

EL RESPETO

 

Si tecleamos en Internet la palabra “respeto” salen, aproximadamente, 81 millones de resultados. El primero pertenece a la Wikipedia, donde se puede leer que el respeto “consiste en saber valorar los intereses y necesidades de otro individuo en una reunión”.

Esta definición implica el reconocimiento del valor de una persona. Por ejemplo, si un alumno habla continuamente con el compañero, mientras el profesor explica, no está reconociendo el valor de éste. Tampoco lo hace, si adopta una actitud física inadecuada, como apoyar el respaldo de la silla en la pared o estirar las piernas por el pasillo, como si estuviera en un salón del oeste americano, o si no puede contener la risa, porque la exposición del profesor le parece la cosa más divertida del mundo.

Pero, en una clase, no sólo se debe reconocer el valor del profesor, sino también el de los compañeros. Por ejemplo, si un alumno reacciona groseramente, cuando un compañero suyo actúa de manera distinta a él, le está faltando al respeto, aunque no le insulte directamente.

A veces, se olvida que el instituto es la casa común de todos, como un microplaneta Tierra, un laboratorio en el que los alumnos aprenden y experimentan lo que luego, en la vida, llevarán a la práctica. En este laboratorio, se pueden crear dinámicas de respeto a las personas y al entorno, y fomentar hábitos y actitudes cívicas, que les permitan vivir en sociedad. Pero también se puede avivar la intolerancia, cuando no se le reconoce a cada uno su derecho a ser como es. Que alguien tenga un defecto, o lo que nosotros entendemos como un defecto, no lo condena como persona.

Dice Mario Benedetti en un poema que “El odio viene y va y regresa… / Viene y se vuelve y arremete / y es un cuchillo de silencio / que lentamente me desgarra / como un sollozo / como un ciego”. 

También la falta de respeto viene y va y regresa, y es un cuchillo, pero no de silencio, sino de ruido, un ruido que de repente nos desgarra por dentro, porque no nos identificamos con él, pero intimida a los demás.  

Tengamos respeto, incluso a los que nos falten al respeto.

LAS LLAVES DE LA MEMORIA

Ayer, en el Curso de Preparación de las Pruebas de Acceso a Grado Superior, leímos una columna de opinión, publicada en el diario El País, en la que Almudena Grandes utiliza las llaves, como símbolo de amor y de nostalgia por lo perdido. Se refiere a las llaves, que se llevaron los judíos y los moriscos, cuando fueron expulsados de España; a las de los republicanos, que se vieron forzados a exiliarse, al final de la guerra civil de 1936; y a las de los saharauis, que, abandonados por el estado español, hoy día viven un largo y tristísimo exilio en los campamentos de Tinduf, en Argelia.

El contenido del texto nos llevó a analizar las causas del abandono o expulsión de estos grupos humanos y la responsabilidad en ello de los Reyes Católicos y de la dictadura franquista. Sobre la represión llevada a cabo por esta, les recomendé que vieran “La voz dormida” de Benito Zambrano, película que está basada en la novela homónima de Dulce Chacón, y que, como comenté en la entrada anterior, denuncia la violación sistemática de los derechos humanos, especialmente los de las mujeres, durante los primeros años de la posguerra española.

En ese momento, una alumna levantó la mano, para decir que había visto la película, impulsada por lo que le sucedió a dos familiares suyos, en esa época. Entonces, nos contó la historia de sus abuelos paternos: él había sufrido cárcel, durante diez años, por motivos ideológicos; y ella, mientras tanto, fue violada por un militar de su pueblo. Fruto de esta violación, nació una niña, que hoy día es su madrina.

Añadió que, hasta hace relativamente poco tiempo, el hijo del violador, cuando pasaba por la casa de su abuela, le decía a esta que, si hubiera estado en lugar de su padre, habría hecho lo mismo.

Y concluyó sus palabras, diciéndonos que su abuela, en la actualidad, padece alzheimer; que ha perdido la memoria y sólo recuerda la violación de que fue objeto, cuando era joven. Todos los días la cuenta a quien quiera escucharla. Ayer la escuchamos por boca de su nieta, con la convicción de que nos estaba desvelando un secreto guardado, durante muchos años.

¿SANCIONAR O INFORMAR?

Es relativamente frecuente que pares con tu vehículo, ante un semáforo en rojo, y observes estupefacto cómo alguien, que se ha detenido a tu lado, saca la mano por la ventanilla con el cenicero lleno de colillas y lo vuelca en el asfalto; o que circules, detrás de un vehículo, por la ciudad o la carretera, y de nuevo una mano inocente arroje, desde su interior, el envase vacío de un refresco o un pañuelo de papel arrugado; o más cercano aún a nosotros: que, en el patio del instituto, durante el recreo, demasiadas manos inocentes tiren al suelo: restos de comida, trozos de papel, que han servido para envolver los bocadillos, bolsas de frutos secos, etc.

He recordado estas situaciones cotidianas, al leer en el diario El País, del pasado jueves, un reportaje sobre la nueva ola reguladora que recorre España, pues, en algunos ayuntamientos y comunidades autónomas, se tiende a imponer, mediante normas, lo que antes estaba regido por usos y costumbres; normas coercitivas que prohíben conductas inapropiadas. 

Por ejemplo: la Comunidad de Madrid ha aumentado las multas por alimentar animales vagabundos o salvajes, como las palomas; el Ayuntamiento de Barcelona establece multas por ejercer la prostitución en la calle o por ir en bañador o en biquini, fuera de los paseos marítimos; las ordenanzas municipales de Valle Gran Rey incluyen multas por poner a secar la ropa en los balcones o sacudir felpudos desde la ventana; etc. 

La cuestión que me planteo y os planteo es que las sanciones son necesarias, pero sin olvidar la información y la pedagogía. Es decir, hay que explicar por qué un comportamiento está mal y, si alguien persiste en él, sancionarle. Se cita el siguiente ejemplo, en el mencionado reportaje: “En Berna, si un policía ve a alguien arrojando basura al suelo o dejando los excrementos de su perro, le amonesta para que lo recoja y sólo procede a multarlo, si no lo hace”. 

¿Se podría actuar así, como en esta ciudad de Suiza, en Córdoba y en nuestro instituto?   ¿Por qué es necesario regular con normas conductas que deberían ser asumidas espontáneamente? ¿Os han sancionado, en alguna ocasión, por vuestro comportamiento inadecuado o conocéis algún caso que merezca ser contado?

LOS RUIDOS

Me Contaba, hace unos días, una compañera que tiene un vecino al que le gusta escuchar la música muy alto, durante todo el día y parte de la noche. La consecuencia es que ella y su familia tienen problemas para conciliar el sueño y para concentrarse en actividades, que requieren una especial atención, como la lectura. Cuando han ido a la casa del vecino para comentárselo, éste les ha dado a entender que no era consciente del volumen excesivo de su equipo de música.

En las aulas, también suele darse el problema del ruido, tanto el producido por nuestros alumnos, como el proveniente de las aulas contiguas. En los intervalos, entre clase y clase, el ruido puede llegar a ser ensordecedor. Algunos alumnos es como si hubieran estado encerrados, durante una hora, y necesitaran liberarse con gritos, peleas simuladas y carreras por los pasillos.

En las salas de cine, la situación alcanza niveles esperpénticos, pues se supone que vas a ver una película –pongamos un thriller- y acabas soportando otra de efectos especiales, tal es el ruido producido por los que comen sin cesar palomitas, sorben, de cuando en cuando, coca-cola u otro refresco, o desenvuelven lentamente, muy lentamente, un caramelo.

Incluso los humanos hemos invadido, con nuestro ruido, los bosques y espacios naturales, donde la tranquilidad es un componente necesario para la fauna y la flora. En un artículo publicado en el año 2009 en Park Science, unos investigadores explicaban que la intrusión humana alteraba el comportamiento de los animales, en actividades buenas para su salud, como  buscar comida, aparearse u ocuparse de las crías.

Lo curioso es que, cuando le llamas la atención a las personas que molestan con sus ruidos, la respuesta suele ser, como la del vecino de mi compañera, que no son conscientes de producirlos. Quizás habría que hacerles pasar por la desagradable experiencia de soportarlos, para que tuvieran algo de conciencia.

IR DE CRÁNEO

Acabo de escuchar una tertulia, en el programa de radio nacional “No es un día cualquiera”, sobre la expresión “ir de cráneo”, que, según el diccionario de la RAE, se utiliza para referirnos a las personas que se hallan en una situación comprometida, de difícil solución; personas que pierden el control sobre lo que hacen.

Oyendo el programa, he recordado la película “Cisne negro”, recientemente premiada en los Óscar, cuya protagonista es una bailarina que ha alcanzado la perfección técnica; pero, para interpretar “El lago de los cisnes”, se le exige algo más: seducir, transmitir pasión, mediante sus gestos y movimientos, para lo cual necesita perder el control, que la hace técnicamente perfecta; dejarse llevar por la música y que su baile resulte espontáneo y lleno de vida. Esto la obsesiona hasta el extremo de lesionarse a sí misma con el fin de experimentar la fuerza y la pasión que necesita para encarnar al personaje; sin embargo, no es consciente de este proceso de autodestrucción, como no lo somos los espectadores, que asistimos sorprendimos a hechos, que aparentemente carecen de explicación. Sólo al final, cuando la bailarina representa, por primera vez, “El lago de los cisnes”, tomamos conciencia de la tragedia.

Resulta sorprendente que a una persona, que ha consagrado su vida a conseguir el objetivo de protagonizar un ballet, para lo cual se ha esforzado, hasta la extenuación, ha renunciado a su intimidad y ha llevado una existencia austera, sometida a una disciplina estricta, en especial en los hábitos alimenticios, se le exija justamente lo contrario para lo que ha sido preparada: la pérdida del control.

A algunos alumnos les sucede al revés que a la bailarina de «Cisne negro»: les exigimos que no pierdan el control, que no se dejen arrastrar por el instinto o las pasiones. Se comentaba, hace unos días, en la sala de profesores el caso de una chica, a la que las circunstancias, de vez en cuando, la desbordan y lleva a cabo acciones de las que luego se arrepiente. Las circunstancias son de lo más comunes en el ámbito docente: la comunicación de un suspenso que no espera, una amonestación verbal del profesor, que considera injusta, etc. Sin embargo, algo sucede en la mente de esta alumna, “se le cruzan los cables”, como se dice vulgarmente, y se enfrenta al profesor o a quien se le ponga por delante.

Es evidente que todos, alguna vez, nos hemos encontrado en una situación comprometida, y hemos perdido el control, incluidos los profesores, porque no siempre nos levantamos con el pie derecho ni nuestros alumnos se comportan adecuadamente.

Claro que perder el control no siempre nos va a llevar a faltarle al respeto a las personas con las que convivimos o a autodestruirnos, como le sucede a la protagonista de «Cisne negro», sino que, a veces, puede ser un incentivo, que nos saca de la rutina y nos hace madurar.

BIBLIOTECAS

Ayer sábado, venía publicada, en el diario El País, la noticia de que la sociedad británica se está movilizando para salvar sus bibliotecas, amenazadas por los drásticos recortes del gasto público impuestos por el Gobierno de Davis Cameron. “Al menos cuatro centenares y medio de estos centros repartidos por la geografía británica deberán echar el cierre” –leemos en el citado periódico.

Ahora que estamos analizando, en clase, los poemas de Antonio Machado, a quien se le incluye en la Generación del 98, conviene recordar lo que escribió Pedro Salinas, al aplicar los requisitos de Peterson, a este grupo de escritores: que no hay homogeneidad en su formación, aunque existe una unidad en el modo como se formaron, el autodidactismo, pues todos ellos, grandes lectores, frecuentaron la mejor Universidad del mundo: una biblioteca.

A Machado, después de pasar por la Institución Libre de Enseñanza, sin exámenes ni libros de texto, los estudios de bachillerato le resultaron extremadamente aburridos; sin embargo, por esta época, finales del siglo XIX, según uno de sus biógrafos, Ian Gibson, “lee incansablemente en la Biblioteca Nacional de Madrid, sobre todo teatro clásico”.

Hoy día, es verdad que las bibliotecas no son tan frecuentadas, al menos para leer, aunque sí para estudiar exámenes o para preparar trabajos en grupo. En nuestro instituto, estamos, especialmente, empeñados, a través del Plan de Lectura, coordinado por Lola Pérez Ebrero, en que la biblioteca se utilice y, poco a poco, vamos consiguiéndolo. De hecho, las reuniones del Club de Lectura las celebramos en sus instalaciones.

Sin embargo, y a tenor de lo que está sucediendo en Inglaterra, se avecinan malos tiempos para estos espacios de lectura. Por lo pronto, el líder de la oposición de nuestro país, en una entrevista reciente, publicada por este mismo diario, anunció que su política económica, en el caso de presidir el Gobierno, sería parecida a la de Davis Cameron. Como dice el refrán “Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar”.