El amor humano y el divino

La poesía de San juan de la Cruz, aunque tiene un sentido religioso, se puede interpretar en clave humana. Esto les comentaba a mis alumnos de 3º de ESO esta mañana: que sus poemas habían funcionado de forma autónoma, sin los comentarios del propio autor explicando el significado místico de los mismos.

 

Basta con leer “Noche oscura”, para captar, desde los primeros versos, que puede estar describiendo una vivencia erótica:

 

En una noche oscura,

con ansias en amores inflamada,

¡oh dichosa ventura!,

salí sin ser notada,

estando ya mi casa sosegada.

 

A escuras y segura,

por la secreta escala, disfrazada,

¡oh dichosa ventura!,

a escuras y en celada,

estando ya mi casa sosegada.

 

En la noche dichosa,

en secreto, que nadie me veía,

ni yo miraba cosa,

sin otra luz y guía

sino la que en el corazón ardía.

 

Aquésta me guiaba,

más cierto que la luz del mediodía,

donde me esperaba

quien yo bien me sabía

en parte donde nadie parecía.

 

¡Oh noche, que guiaste!,

¡Oh noche amable más que la alborada!,

¡Oh noche que juntaste

amado con amada,

amada en el amado transformada!

 

En mi pecho florido,

que entero para él sólo se guardaba,

allí quedó dormido,

y yo le regalaba,

y el ventalle de cedros aire daba.

 

El aire de la almena,

cuando yo sus cabellos esparcía,

con su mano serena

en mi cuello hería,

y todos mis sentidos suspendía.

 

Quedéme y olvidéme,

el rostro recliné sobre el amado,

cesó todo, y dejéme,

dejando mi cuidado

entre las azucenas olvidado.

 

Una mujer sale disfrazada de su casa para buscar a su enamorado ausente. Su corazón arde en deseos hacia él y no hay estorbos en el camino. Ambos se encuentran carnalmente, en un lugar oculto, y alcanzan la plenitud. Finalmente, después de esta, llega la relajación, el anticlímax.

 

Los versos son bellísimos, especialmente, los de las dos últimas estrofas, en los que, probablemente, San Juan pretendía describir la satisfacción del alma, después del éxtasis místico o unión espiritual con Dios; pero donde también reconocemos la sensación de abandono y relajación del cuerpo, que sigue al acto sexual.

 

 

Balkan blues

A estos nueve relatos que integran el volumen Balkan blues les une Atenas, donde se sitúan las historias que se cuentan, cuando la ciudad se prepara para los Juegos Olímpicos de 2004, y el tema de la inmigración, procedente mayoritariamente de los Balcanes, como el propio título sugiere.

Petros Márkaris demuestra ser un escritor original y comprometido. Original por la forma en la que plantea sus relatos, particularmente, el titulado “De refilón”, donde son las manos y los pies de los personajes quienes alcanzan el protagonismo:

“Ambas manos sostienen con fuerza las cajas llenas de peras (…) Los pies han encontrado refugio en un par de zapatillas deportivas de lona (…) El pie izquierdo da un giro brusco para cambiar de dirección y se hunde en uno de los charcos del camino (…) La manos se desplazan hacia los bolsillos del pantalón. La izquierda se esconde enseguida en su refugio, aunque la derecha cambia de opinión en el último instante y vuelve a dirigirse a las cajas de peras.”

O en “Café batido”, donde realiza un ejercicio metaliterario, perceptible desde el inicio del relato: “La tipa que escribe esta historia me ha mandado a una de las islas de la línea árida, apenas una talla más grande que una roca”. Es el narrador protagonista quien se expresa así, generando una incertidumbre en el lector que te invita a continuar.

También se aprecia originalidad en los desenlaces sencillos, aunque siempre con un punto de sorpresa, de sus relatos, como el de Suite para flauta y violín, donde el destino de Frida y Christo, queda ligado al futuro profesional del protagonista.

En cuanto al compromiso, lo reconocemos en los relatos protagonizados por inmigrantes y el trato discriminatorio que reciben en la sociedad griega. Por ejemplo, en “Sin decorados, donde un cocinero muere a manos de su compañero sudanés, tras negarse a compartir el premio ganado en una quiniela con trece aciertos. O en “Carta verde”, relato en el que un mendigo, supuestamente serbio-bosnio, es apaleado, chantajeado e insultado. Igualmente, en “Sonia y Varia”, donde tres chicas de países del Este son obligadas a prostituirse.

Son nueve historias, que podían haber sucedido en cualquier ciudad europea, a donde llegan los inmigrantes huyendo de la miseria de sus países de origen, para desempeñar normalmente trabajos que nadie quiere hacer; pero que no siempre son tratados con el respeto y la consideración debidos.

Aprovecha el día

Esta es aproximadamente la traducción del tópico latino del “Carpe diem”, que aparece, por primera vez en Horacio y que recrea Garcilaso de la Vega en el soneto XXIII:

En tanto que de rosa y de azucena

se muestra la color en vuestro gesto,

y que vuestro mirar ardiente, honesto,

con clara luz la tempestad serena;

 

y en tanto que el cabello, que en la vena

del oro se escogió, con vuelo presto

por el hermoso cuello blanco, enhiesto,

el viento mueve, esparce y desordena:

 

coged de vuestra alegre primavera

el dulce fruto antes que el tiempo airado

cubra de nieve la hermosa cumbre.

 

Marchitará la rosa el viento helado,

todo lo mudará la edad ligera

por no hacer mudanza en su costumbre.

Lo hemos leído en clase de 3º de ESO, como una muestra representativa del periodo renacentista, donde, como el propio nombre indica, renace la cultura clásica. El poema recrea también otro tópico: el “collige, virgo, rosas”, cuya traducción sería: coge, doncella, las rosas de la vida, es decir, disfruta, mientras eres joven, porque el tiempo acabará marchitando tu belleza.

Después de la lectura, comentamos la actualidad de estos pensamientos y llegamos a la conclusión de que, en una época de crisis económica, como la que nos encontramos, las personas tienden a vivir el momento y aprovechar los pocos placeres que les proporciona la vida, sin pensar en un futuro cada vez más incierto..

Hay una canción de Manolo García, donde se repite una frase en latín “tempus fugit”, y que recuerda los tópicos literarios a los que acabo de referirme. El intérprete catalán nos dice que lo quiere todo, que quiere disfrutar al máximo el momento, porque el tiempo huye:

“Agárrate a la cola del viento

que se nos escapa el tiempo,

el tiempo se nos escapa

corto amarras a mi balandra

tempus fugit

tempus fugit”

Lo quiere todo, incluida la conciencia de que nunca pasará de aprendiz y de que todas las cosas no se pueden tener, certeza que solo te da el paso de los años.

Absolución o la búsqueda de la felicidad

Lino, como lo define el señor Lewin, es un fugitivo, un prófugo, que va de paso y aprisa por la vida, como si esta “fuese un viaje hacia una meta y hubiera que apresurarse a cada instante, sin detenerse nunca”; como los pastores nómadas que conducen sus rebaños a donde la hierba está tierna y fresca; pero que, al poco tiempo, tienen que emigrar a otro lugar, siempre con la inquietud de que no sea el adecuado y con la certeza de que tampoco allí permanecerán.

Lino es el protagonista de la nueva novela de Luis Landero, pero a quien tenemos la impresión de haber visto antes, en las fantasías de Dacio Gil, que convierte al humilde empleado Gregorío Olías en el rutilante poeta Augusto Faroni, en Juegos de la edad tardía, o en la vida de ensueño que imagina Dámaso, primero, para su hijo, y, después, para Bernardo, en Hoy, Júpiter. Y tenemos esa impresión, porque se trata de personajes insatisfechos con la vida que les ha tocado en suerte y sueñan con otra mejor, bien para proyectarla en los demás, como hacen Dacio Gil y Dámaso, o bien para ellos mismos, como es el caso de Lino, o del propio señor Lewin, que espera ilusionado el regreso de su amada, once años después de su partida: “aún conserva la esperanza de que Paula llegue a tiempo para vivir juntos algún pequeño suceso -un chaparrón, ese mendigo con sombrero de paja, el niño que se acerca de puntillas y sin respirar a una paloma-, cualquier cosa digna de ser contada durante horas en la limpia candidez del hogar, picando cosas ricas, dando sorbitos de licor o de menta, y creando de nuevo un paraíso de caricias, de besos, de palabras.”

Posee Luis Landero, las dos cualidades más importantes del buen novelista: el dominio del lenguaje, siempre brillante y preciso, y la capacidad para inventar una historia y mantener la atención del lector en torno a ella. En Absolución reconocemos ambas cualidades, pues está escrita impecablemente, “cuidando el léxico y el oleaje de la frase”, como dice Guzmán, otro de los personajes, y el autor extremeño sabe generar la intriga alrededor de las dudas del protagonista y su búsqueda infructuosa de la felicidad.

La acción se sitúa cuatro días antes de la boda con Clara, que supuestamente va a traer la felicidad a Lino; pero algo imprevisto acabará torciéndolo todo. A partir de ese momento, un narrador omnisciente nos cuenta la historia, siguiendo el discurrir caprichoso de la mente del protagonista, jugando con el tiempo, en un ir y venir continuo, de su infancia y el proyecto quimérico de irse a Australia, al periodo universitario y su amor con Inés, truncado absurdamente, y de éste al momento presente, y vuelta a empezar, en una escritura fluida y brillante, que se recrea en los detalles, envolviéndonos, enredándonos en la madeja de sus pensamientos, como cuando surge en él de repente el afán insaciable de estudiar y saber, o cuando describe el asombro que le produce la elegancia con que la burguesía sabe aburrirse, o cuando evoca su primer encuentro íntimo con Clara: “De pronto comprendió que ella le correspondía con el mismo amor desesperado y solitario, y que una gran parte del idilio entre ellos se había desarrollado sin palabras y hasta sin la presencia real de los protagonistas. Un elipsis sentimental que explicaba, ahora que se veían a solas por primera vez, lo mucho que sin saberlo se habían adentrado en su secreta relación amorosa.”

Así, avanza la historia, en sus dos primeras partes, hasta la fusión de un pasado infeliz con un presente, donde se adivinan la armonía y la dicha; pero la fatalidad, como les sucede a los héroes clásicos, tan citados a lo largo de la novela, se cierne sobre Lino y le obliga a huir, para iniciar una nueva vida.

El remedio, aparentemente, lo encuentra en la acción, en vivir el momento presente, en contacto con la naturaleza, porque “como el río de Heráclito, él necesitaba cambiar continuamente, ser él mismo pero a la vez ser otro a cada instante. Y con el esfuerzo y la austeridad del camino, iría pagando sin darse cuenta sus culpas, sus errores, sus remordimientos.”.

Si embargo, el tedio de vivir, que lo perseguía desde siempre, vuelve a apoderarse de él, y con el tedio nuevamente el sentimiento de culpa por causas ya olvidadas. Llega a la conclusión de que su vida carece de autenticidad, porque nunca ha elegido su propio destino, siempre se ha dejado arrastrar por las circunstancias o por la voluntad de los demás. Por eso, necesita contar su historia a alguien, confesar sus culpas, para aligerar la carga, como Orestes, cuando llega a Atenas tras su penosa travesía de expiación y declara ante la asamblea para que lo juzgue. De esta manera, como el héroe clásico, encuentra la absolución.

Manos

El martes pasado, en la reunión del Club de Lectura, que dedicamos a la obra Pedro y el capitán de Mario Benedetti, leímos un pasaje en el que el primero de estos dos personajes, ya moribundo, después de haber sufrido varias sesiones de tortura, habla solo ante el segundo y recuerda a su mujer: Mira, Aurora, estoy jodido (…) Aguanto todo, todo, menos una cosa: no tener tu mano. Es lo que más extraño: tu mano suave, larga. Tus dedos finos y sensibles. Creo que es lo único que me vincula a la vida. Si antes de irme del todo, me concedieran una sola merced, pediría eso: tener tu mano durante tres, cinco, ocho minutos. Paradójicamente, el recuerdo de su mujer es el que le ayuda a soportar las terribles agresiones físicas de las que está siendo objeto.

Este pasaje me ha recordado un poema de Antonio Gamoneda dedicado a su madre, en el que expresa su deseo de volver a la infancia para revivir los momentos en que ella le acariciaba:

Cuando no sabía

aún que yo vivía en unas manos,

ellas pasaban sobre mi rostro y mi corazón.

Yo sentía que la noche era dulce

como una leche silenciosa. Y grande.

Mucho más grande que mi vida.

Madre:

era tus manos y la noche juntas.

Por eso aquella oscuridad me amaba.

No lo recuerdo pero está conmigo.

Donde yo existo más, en lo olvidado,

están las manos y la noche.

A veces,

cuando mi cabeza cuelga sobre la tierra

y ya no puedo más y está vacío

el mundo, alguna vez, sube el olvido

aún al corazón.

Y me arrodillo

a respirar sobre tus manos.

Bajo

y tú escondes mi rostro; y soy pequeño;

y tus manos son grandes; y la noche

viene otra vez, viene otra vez.

Descanso

de ser hombre, descanso de ser hombre.

Los dos textos transmiten una sensación de protección y seguridad, concentrada en las manos: el primero de una mujer a su marido y el segundo de una madre a su hijo. Es la misma sensación a la que se aludió en el debate del pasado jueves, en 3º de Diversificación, cuando los alumnos coincidieron en el vacío existencial que deja la ausencia de un padre o una madre: un sentimiento de nostalgia concentrado en las caricias de unas manos protectoras que pasaban sobre nuestro rostro y nuestro corazón, y que nunca olvidaremos.

Torturadores

Ayer vi la película La noche más oscura, que, entre otros temas, aborda el de las torturas llevadas a cabo por los servicios secretos de la CIA, después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, para localizar a su principal instigador, Osama Bin Laden.

Hoy, en el informativo de Televisión Española, han dado la noticia de que, en los campos de reeducación de China, creados en la década de los 50 del siglo pasado, bajo el mandato de Mao Zedong, se continúa encerrando y torturando a los opositores al régimen comunista, sin juicio previo.

El próximo mes de febrero, concretamente el miércoles, día 6, dentro de las IV Jornadas de Teatro y Gastronomía, organizadas en el IES Gran Capitán, tendremos la oportunidad de asistir a la representación de Pedro y el capitán, obra teatral de Mario Benedetti, que hemos leído en el Curso de Preparación de las Pruebas de Acceso y donde se denuncia la tortura como método para obtener información de las personas detenidas, en una dictadura latinoamericana.

Estos ejemplos demuestran que, desgraciadamente, maltratar a los prisioneros para conseguir la detención y el ajusticiamiento de un genocida (en la película La noche más oscura); o para hacerles cambiar de forma de pensar (en los campos de reeducación chinos), o para que delaten a sus compañeros de partido (en la obra Pedro y el capitán), es una práctica degradante e inhumana que no sólo pertenece a nuestro pasado, sino que sigue siendo habitual en determinados países, con independencia de su sistema político y a pesar de estar prohibida por la Declaración Universal de los Derechos Humanos y otras normas jurídicas de derecho internacional.

Hay una pregunta que surge con frecuencia, cuando se conocen casos de torturas, como los mencionados: ¿qué sentimientos experimenta el torturador?, ¿puede dormir tranquilo, después de provocar terribles sufrimientos a un ser humano?

De los que torturan en los campos de reeducación nada sabemos, dado el hermetismo que rodea todo lo relacionado con la violación de los derechos humanos, en un país dictatorial, como China. Pero podemos suponer qué pasa por sus cabezas, si consideramos la depresión que sufre la agente de la CIA y protagonista de la película La noche más oscura, después de las sesiones de tortura a que somete a los detenidos, así como la mala conciencia del capitán, en la obra de Bededetti, por ser responsable del sufrimiento de Pedro, sin haber conseguido de éste la más mínima confesión: “Ya sé que Inés y los chicos pueden un día llegar a odiarme, si se enteran con lujo de detalles de lo que hice y de lo que hago. Pero si todo esto lo hago, además, sin conseguir nada, como ha sido en su caso hasta ahora, no tengo justificación posible.”

Paradójicamente, el torturador experimenta una sentimiento de derrota y de vergüenza total, ante la perspectiva de que el torturado muera sin nombrar un solo dato.

 

Culto al cuerpo

Ayer estuvimos comentando en clase de 3º de ESO las Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique y nos detuvimos, especialmente, en una de ellas:

Si fuesse en nuestro poder
tornar la cara hermosa
corporal
como podemos hazer
el ánima tan glorïosa
angelical,
¡qué diligencia tan viva
toviéramos toda ora,
e tan presta
en componer la cativa,
dexándonos la señora
descompuesta!

Lo que el autor de Segura de la Sierra viene a decirnos es que, si las personas tuviéramos la oportunidad de embellecer nuestra cara y nuestro cuerpo, descuidaríamos el alma y nos dedicaríamos únicamente a mejorar nuestro aspecto exterior.

Les pregunté a los alumnos si, dejando a un lado la ideología religiosa propia de la Edad Media, tenía vigencia el contenido de esta copla, y hubo coincidencia en que el físico resulta fundamental en casi todos los ámbitos de la vida. Si un hombre o una mujer, sobre todo esta última, van a buscar trabajo, sus posibilidades de conseguirlo aumentan en proporción directa a su belleza. También influye el aspecto exterior en las relaciones sociales, por ejemplo, a la hora de entablar amistades, y por su puesto para relacionarnos afectivamente con otra persona.

Esta desmesurada importancia que le concedemos al físico, en la sociedad actual, explica la proliferación de gimnasios, cada vez con más lujo de detalles, desde tratamientos o sistemas de relajación con agua, saunas, circuitos termales, hasta guarderías para los niños o cafeterías con conexión inalámbrica a Internet. Así, los  clientes convierten la rutina del ejercicio físico diario en una necesidad, para mantener el cuerpo delgado, porque la delgadez tiene prestigio, frente a la molesta obesidad. Da igual que seas de complexión robusta, atlética o delgada, se trata de estar delgado, que es lo aceptado y valorado por la gente.

También la raíz de las cada vez más frecuentes operaciones de cirugía estética está en el culto al cuerpo, en la excesiva importancia que le concedemos a nuestro aspecto físico, porque existe como un temor a envejecer, a que aparezcan en nuestra cara las primeras arrugas, como le sucede al protagonista del Retrato de Dorian Gray, la famosa novela de Óscar Wilde.

Es probable que las ideas que contienen las Coplas por la muerte de su padre, como la fugacidad de la vida, el poder igualatorio de la muerte o la preocupación excesiva por la belleza corporal, que acabamos de comentar, no sean originales, pues se pueden aplicar a los seres humanos de cualquier país o época, pero Jorge Manrique las expresa con tanta belleza y, al mismo tiempo, con tanta sencillez, que ya para siempre las recordaremos como suyas.

 

El jardín de los Finzi-Contini

El jardín del los Finzi-Contini no es solo una historia de amor no correspondido sino también el retrato de una familia judía, perteneciente a la alta burguesía de Ferrara, durante los años en que se estaba iniciando el fascismo en Italia.

Destaca en esta novela de Giorgio Bassani la fluidez narrativa, que exige la primera persona que nos cuenta los hechos, descubriéndonos sus pensamientos más íntimos en torno a la familia Finzi-Contini y, en particular, sobre Micòl, de la que está enamorado: “Pasé la noche siguiente presa de gran agitación. Me dormía, me despertaba, volvía a dormirme. Y no dejaba de soñar con ella”.

El autor italiano incorpora con habilidad la descripción de personajes y lugares a la narración: “y ahí estaba, por fin, anunciada de antemano durante un corto trecho por el crujido de los neumáticos sobre la grava de la explanada, la gigantesca mole de la magna domus”. Así, con esta expresión latina se refiere a la casa misteriosa, aislada como una roca y envuelta en la niebla, donde vive la familia Finzi-Contini.

Pero la novela es sobre todo, y a pesar del título, un viaje hacía el interior del protagonista, en el que se encuentra permanentemente en tensión, debatiéndose entre el deseo de expresarle su amor a Micòl y algo, como una fuerza interior, quizá el miedo al rechazo, que, en un principio, le impide hacerlo, y la frustración posterior, cuando finalmente se decide; entre el atractivo que suponían para él las visitas a la casa de Alberto, hermano de Micòl, y la crispación que le generaba éste con su obsesión por el orden; entre la actitud indulgente con Ferrara de su amigo Malnate -en los años en que se estaba iniciando el movimiento fascista- y su certeza, por la represión que estaba sufriendo su propia familia judía, de que el ambiente en esta ciudad no era tan recto y bondadoso. Un viaje siempre hacia el pasado, porque él, como Micòl, “carecía de ese gusto instintivo por las cosas que caracteriza a la gente normal”, de la capacidad para amar y contemplar con placer el presente, lo que hará imposible una relación amorosa entre ambos.

No necesita Giorgio Bassani contar con detalle la represión contra los judíos en Ferrara, para que esté presente, como una música de fondo, persistente y monótona, condicionando la vida de los personajes.

El estilo sencillo en el que está escrita la novela se corresponde con su tono personal, autobiográfico, aunque no faltan rasgos propios del poeta que también fue Bassani, como este símil, cargado de resonancias líricas: “como brasa perezosa que tantas veces es el corazón de los jóvenes”; o esta metáfora en la que identifica la forma de mirar de Micòl con una espada: “Me miraba a los ojos y su mirada entraba en mí, segura, dura: con la límpida inexorabilidad de una espada”; o en fin esta frase para describir el sonido de Jor, el viejo perro de los Finzi-Contini, mientras duerme: “Su pesado estertor de mendigo borracho llenaba el cuarto”.

Una novela, en suma, que comparte con el género poético la intimidad y la capacidad de sugerencia, y que convierte al lector en el confidente privilegiado de una vida desgarrada por la soledad y el sufrimiento.

Actualidad de Chéjov

La historia de la humanidad, desde sus orígenes, se caracteriza por ser una historia de amos y esclavos, de señores y siervos, de explotadores y explotados. Carlos Marx denominó a estas dualidades lucha de clases que, según él, obedecía, en último extremo, a intereses económicos contrapuestos.

El teatro de Antón Chéjov también se rige por un principio dramático parecido: el conflicto entre un personaje dominador y su víctima. Así, en La gaviota, Trigorin, afamado escritor, acaba destruyendo la candidez de Nina, que aspira a triunfar en el mundo de la escena y volar libremente como una gaviota;  Arkádina, actriz superficial y egoísta, que es víctima de los desaires de aquel, arruina las esperanzas como creador de su hijo, Treplev, que quiere instaurar nuevas formas de representación teatral; éste,  por su parte, al ignorar su amor, provoca la infelicidad de la joven Masha, la cual a su vez  responde con indiferencia a los sentimientos de Medvedenko.

Así pues, los dominadores se convierten en víctimas  y las víctimas en dominadores de otros personajes; y  los que en apariencia no padecen se sienten igualmente frustrados e infelices, tal y como le confiesa Trigorin a Nina:

“Nunca me he sentido contento de mí mismo. No me gusto como escritor. Lo peor es que me encuentro como en cierto estado de embriaguez y, a menudo, no comprendo lo que escribo. . . A mí me encanta, mire, esta agua, los árboles, el cielo; siento la naturaleza, que despierta en mí la pasión, un deseo irresistible de escribir. Pero no soy sólo un paisajista; soy, además, un ciudadano, quiero a mi patria, al pueblo: siento que, si soy escritor, estoy obligado a hablar del pueblo, de sus sufrimientos, de su futuro; siento que estoy obligado a hablar de la ciencia, de los derechos del hombre, etcétera, y hablo de todo, me doy prisa, por todas partes me espolean, se impacientan, siguen adelantándose y yo voy quedándome atrás, cada vez más atrás, como mujik que llega tarde al tren; al final siento que sólo soy capaz de describir el paisaje y que, aparte de esto, cuanto escribo suena a falso y es falso hasta la médula.”

Lejos, por tanto, del maniqueísmo de la literatura que divide a los personajes en buenos y malos, Chéjov nos presenta a seres humanos ambiguos y contradictorios, capaces de amar y odiar, de disfrutar y sufrir, de ilusionarse y decepcionarse, aunque les falta capacidad para luchar por el cumplimiento de sus objetivos vitales, pues se muestran demasiado apáticos y resignados a su infelicidad.

Estos entrecruzamientos implican, además, la existencia de varias líneas de acción, rompiendo así con la teoría de las tres unidades. En La gaviota, al principio parece que no sucede nada, apenas hay acción, con los personajes reunidos en una casa de campo y manteniendo conversaciones aparentemente anodinas; sin embargo, poco a poco van aflorando las pasiones y los sufrimientos de cada uno de ellos, sus filias y sus fobias, sus conflictos internos, y con ello la tensión dramática crece, hasta acabar en un desenlace fatal, que Chéjov tiene la habilidad de sugerir antes de que suceda.

Releer esta obra es como entrar en contacto con la vida misma, con sus miserias, con sus contradicciones, con los errores que todos cometemos, con la incapacidad que, a veces, nos impide afrontar los problemas.

La mujer justa

Tiene una extraordinaria habilidad Sándor Márai para generar el misterio, en torno a la vida de sus personajes, y a continuación ir poco a poco desvelándolo. Le basta una cinta morada en La mujer justa o esa hora extraña en la que se cruzan la noche y el día en El último encuentro, para iniciar el camino hacia la verdad, siempre buscada por ellos. El origen de esta búsqueda está en la soledad, que caracteriza a la burguesía, a la que pertenecen la mayor parte de sus seres de ficción; una clase social triunfante, cuya vida se rige por un orden severo, donde se censuran los sentimientos y los deseos. Para que esa soledad sea soportable, necesitan que la esperanza se mantenga viva en sus corazones; esperan algo que ni siquiera saben qué es y, mientras tanto, mantienen el orden o la apariencia de orden, en todo lo que hacen, con tal de no quedarse solos ni un momento:

“Y mi padre –le confiesa Peter a su amigo- que desde luego no era un hombre vanidoso ni había dado nunca gran importancia a su aspecto físico, empezó de pronto a cuidarse con meticulosidad maniática de que su ropa de señor maduro estuviese siempre impecable: nunca una mota de polvo en el abrigo o una arruga en el pantalón, la camisa siempre inmaculada y bien planchada, nunca una corbata gastada… sí, como un sacerdote que se prepara para una ceremonia. Y después de vestirse empezaban los demás rituales del día: el desayuno, y la lectura del periódico y del correo (…); a continuación, el despacho, los empleados y los socios que pasaban a informar o saludar…”

Es una vida falsa, mecanizada, donde todo se enfría. Así, surge la búsqueda de la verdad, de la persona justa o adecuada para convivir; pero, cuando parece que pueden alcanzarla, la felicidad se aleja, porque no quieren o no saben aceptar su destino individual.

La parte principal de la acción transcurre en el periodo de transición de las dos guerras mundiales; una época de optimismo y prosperidad, donde las personas pueden ocuparse de su futuro individual, como lo hacen los protagonistas de La mujer justa: Marika, Péter y Judit. Estos no se limitan a contar las relaciones amorosas que se entablan entre ellos, sino que reflexionan sobre la niñez, donde se encuentran las alegrías y las sorpresas, las esperanzas y los miedos que buscamos durante toda nuestra vida; el amor, como gran motor del mundo; los celos, que se presentan como una forma innoble y miserable del orgullo; la mujer, que se considera a sí misma como una mercancía: “¿Cómo voy a respetar a alguien, cómo voy a entregarle mis sentimientos y mis pensamientos a una persona que desde que se levanta hasta que se acuesta no hace más que cambiarse de ropa y emperifollarse para resultar más atractiva?” le confiesa Péter a un amigo; la soledad que experimenta siempre el que madura; etc.

Sin embargo, lo verdaderamente interesante en esta novela es la triple perspectiva desde la que se cuentan los hechos: la incapacidad de Marika para comprender lo que le sucede a su marido, Péter; la cobardía de éste por su falta de acción en lo concerniente a su amor por Judit; la permanente insatisfacción de ésta, que brota del pozo de la pobreza, en la que se ha criado; sus diferentes concepciones del amor:

“Sí, voy a beber así, poniendo mi boca donde tus labios han tocado el vaso… Tienes ideas maravillosas, tiernas, sorprendentes… Casi me dan ganas de llorar cuando hablas así (….) Mi marido nunca me regaló semejantes ternuras. Nunca bebimos del mismo vaso, como tú y yo ahora… Él prefería comprarme un anillo cuando quería hacerme feliz…”.

Quien así se expresa es Judit elogiando la ternura de su actual amante, frente al mercantilismo y la banalidad de su antiguo marido.

El contraste entre esta y Péter, basado en sus distintas concepciones de la vida y las diferentes formas de afrontar su fallida relación,  sobresale en la tercera parte de la novela, cuando conocemos la versión de los hechos de Judit que pone al descubierto, con fina ironía, algunos de los defectos de  la clase burguesa.

Al final, sacamos la conclusión de que no existe la mujer justa: para Péter no lo fue Marika, a pesar de su belleza y educación, o quizá por esto, porque buscaba algo distinto, una prueba, una aventura, que tampoco encuentra en Judit; ni para ellas fue Péter el hombre justo. Lo resume bien la primera de estas dos mujeres:

“Un día desperté, me incorporé en la cama y sonreí. Ya no sentía dolor. Y de golpe comprendí que la persona justa no existe. Ni en el cielo ni en la tierra, ni en ningún otro lugar. Simplemente hay personas, y en cada una hay una pizca de la persona justa, pero ninguna tiene todo lo que esperamos y deseamos. Ninguna reúne todos los requisitos, no existe esa figura única, particular, maravillosa e insustituible que nos hará felices. Sólo hay personas. Y en cada una hay siempre un poco de todo, es a la vez escoria y un rayo de luz.”