ENHORABUENA A ISRAEL

VIDA, MUERTE Y SENTIMIENTO DEL INDESEABLE

 

Que la verdad es verdad y la mentira es verdad cambiada,

que el odio es el sentimiento por el que rijo y destrozo al amor,

que vivo en lo oculto para poder revelar lo escondido,

que mi alma ya está podrida y nadie ayuda a este moribundo.

 

Yo miento por confundir la certeza,

yo rompo la amistad y el cariño para extinguirlos,

yo soy el conocido desconocido para descubrir lo que se conoce,

yo actúo únicamente por dañar de cualquier manera.

 

Ellos tiene la realidad distorsionada por mis palabras,

ellos se enemistan por mi culpa,

ellos no saben que lo sé por mi máscara,

ellos se debilitan por mi responsabilidad.

 

Ella es a la que puedo mentir,

ella es a la que, con su presencia, yo enmendé mis acciones,

ella es la que me impide usar nunca más mi disfraz,

ella es la que me concederá la muerte o la sanación de mi alma.

 

Me arrepiento de difundir hechos inciertos,

me arrepiento de enfadar a mis amigos y parejas,

me arrepiento de espiar a cualquier semejante,

me arrepiento de estropear mi espíritu.

 

Y mi tortura es callar eternamente por culpa de un mal camino

y tendrá que alejarme de ella por haber alejado a otros de sus queridos

y la sombra me espera para engullirme en soledad

y el alma me ha arrebatado a mí mismo y se destruirá sin piedad.

 

Este es el poema que le han publicado a nuestro alumno de 2º B de Bachillerato, Israel Guillén Izquiano, en el libro Poesía desde el aula, que recoge textos seleccionados en todos los Institutos de Enseñanza Secundaria de Córdoba. Lo edita la Delegación de Cultura de la Diputación de Córdoba. Enhorabuena a Israel, que demuestra, en este poema de corte existencial sobre el ser indeseable que todos llevamos dentro, buenas maneras para el difícil género de la poesía. A destacar, el ritmo sostenido en todo el poema, mediante la repetición de conceptos y estructuras sintácticas; los versos avanzan como aldabonazos que golpearan la puerta de nuestra conciencia.

El libro está a disposición de los que lo quieran leer en la Biblioteca y en el Departamento de Lengua.

ILUSIONES

Hay algo mágico en el hecho de volver a visitar un lugar en el que hemos vivido y del que tuvimos que alejarnos durante un tiempo. Antonio Machado aprovecha esa magia para escribir algunos de sus mejores poemas. En el titulado “El poeta visita el patio de la casa en que nació” comienza mostrándonos lo que él vio, nos sitúa en el lugar donde estuvo y hace como si buscara algo:

“El limonero lánguido suspende
una pálida rama polvorienta
sobre el encanto de la fuente limpia,
y allá en el fondo sueñan
los frutos de oro… 
                                                                                               

Es una tarde clara,
casi de primavera,
tibia tarde de marzo
que el hálito de abril cercano lleva;
y estoy solo, en el patio silencioso,
buscando una ilusión cándida y vieja:
alguna sombra sobre el blanco muro,
algún recuerdo, en el pretil de piedra
de la fuente dormido, o, en el aire,
algún vagar de túnica ligera. (…)”

 Busca una ilusión simple y lejana, al mismo tiempo; un recuerdo alegre que le hizo vibrar, emocionarse, cuando era niño, y que quiere experimentar ahora también, cuando vuelve a visitar el patio con la fuente y el limonero. La emoción, pues, está ligada al lugar que describe.

Estoy seguro de que lo que le sucede a Machado os sucede a muchos de vosotros. Sin ir más lejos, ahora que os reincorporáis, después del verano, a los estudios en el instituto, al caminar de nuevo por sus pasillos y vestíbulos, al penetrar en las aulas, que os son tan familiares, estáis buscando también alguna ilusión, algún recuerdo, alguna mirada, algún aroma. 

Si lo preferís, podéis comentar de qué ilusión habla Machado. El poema completo está en la siguiente dirección

:http://www.poesia-inter.net/amach007.htm

 

MURAKAMI

 El verano,  por el tiempo libre del que disponemos, es buena época para descubrir escritores a los que no habíamos leído. A mi me ha  sucedido con Murakami, un novelista japonés que ha sabido aunar calidad con popularidad. Los protagonistas de sus novelas son jóvenes que han construido la felicidad en un círculo reducido que comienza a abrirse cuando se hacen adultos y las cosas del exterior anegan ese paraíso y las que había dentro se desparraman fuera. Personajes introvertidos, que levantan un muro a su alrededor y hacen lo imposible para que nadie se meta dentro. Personajes insatisfechos por diversas causas: por ser hijos únicos y tener el estigma de niños mimados y consentidos (“Al sur de la frontera”); o por ser víctimas de la separación de sus padres y experimentar la sensación de vacío por la ausencia de uno de ellos (“Kafka en la orilla”); o por las dificultades para materializar su amor (“Tokio blues”). Personajes, en fin, que sufren en el paso de la adolescencia al periodo adulto , que se resisten a cambiar y que optan por refugiarse en el mundo de ficción de la literatura, como válvula de escape.  Así, el mundo exterior aparece siempre como una especie de enemigo que les acecha amenazante; pero al que obligatoriamente han de enfrentarse. El consejo que le da un soldado al joven protagonista de “Kafka en la orilla”, aunque hemos de interpretarlo en un sentido metafórico, es significativo al respecto: “-No olvides lo de la bayoneta –le dice -. Se la clavas en el estómago al enemigo y la empujas hacia un lado. Luego vas retorciéndola hasta hacerle trizas las vísceras. Si no, vas a ser tú quien acabe con la bayoneta clavada en el estómago. El mundo exterior es así.”  Las novelas de Murakami son en el fondo una metáfora del vivir humano y lo que implica hacerlo en sociedad: la renuncia a una parte de nosotros mismos que es siempre dolorosa. La existencia concebida como un laberinto en el que nos obligan a entrar cuando nacemos, pero del que desconocemos el itinerario a  seguir. Y justamente en el aprendizaje de este camino radica la esencia de su mundo novelesco. Una idea clásica que nos remonta a la Odisea de Homero, pero que es llevada a cabo por el escritor japonés con originalidad, fundamentalmente por el tono confesional que le proporciona el uso predominante de la primera persona narrativa y por el estilo sencillo de su escritura. En este sentido, llama la atención la sintaxis, a base de oraciones simples o de oraciones compuestas de escasa complejidad, y cómo, de esta forma, consigue la fluidez narrativa suficiente para envolver al lector. Es decir, un tipo de construcción que sería más propia de un estilo impresionista produce el efecto envolvente del periodo oracional amplio, gracias sobre todo a una eficaz utilización de los procedimientos de cohesión textual. Veamos un ejemplo, en el que subrayamos los mecanismos lingüísticos (recurrencias semánticas, deíxis, conectores extraoracionales.) que le van dando cohesión al párrafo: “Cada uno de nosotros sigue perdiendo algo muy preciado (…) Oportunidades importantes, posibilidades, sentimientos que no podrán recuperarse jamás. Esto es parte de lo que significa estar vivo. Pero dentro de nuestra cabeza, porque creo que es ahí donde debe de estar, hay un pequeño cuarto donde vamos dejando todo esto en forma de recuerdos. Seguro que es algo parecido a las estanterías de esta biblioteca. Y nosotros, para localizar dónde se esconde algo de nuestro corazón, tenemos que ir haciendo siempre fichas catalográficas.” En conjunto, sus historias son el resultado de la combinación de dos mundos: el occidental que apreciamos, por ejemplo, en el contexto histórico de mayo del 68 donde se desarrollan algunas de ellas y que despertó grandes expectativas de cambio, tanto en lo personal como en lo social, que en gran parte se vieron defraudadas; y el oriental que nos viene dado por el componente espiritual que impregna estas historias y que produce en el lector como un sentimiento de extrañeza, desconcertante y atractivo, al mismo tiempo, que nos sumerge en un profundo sueño del que ni siquiera despertamos al acabar la lectura.

Leyendo “La noche del oráculo”, novela en la que Paul Auster, nos descubre los entresijos de la creación literaria (la idea inicial, las fuentes en las que se inspira para construir los personajes, etc.), pero integrándolos en la historia que cuenta, haciendo que formen parte de ella, como una materia literaria más, he pensado en el oficio de escritor, en esa extraña forma de pasarse la vida encerrado en una habitación rellenando folios con el fin, como dice el propio Auster, “de dar vida a lo que no existe, salvo en la propia imaginación”, y me he preguntado si este viejo oficio tiene alguna finalidad práctica, si con los libros, que son el resultado del mismo, se puede transformar la sociedad –algunos autores lo creyeron así, aunque luego se dieron cuenta de que era un imposible-, o se puede parar una guerra o paliar el hambre en el mundo. La verdad es que no he encontrado respuestas afirmativas a estas interrogantes. Quizá los libros tengan otras utilidades, desde el punto de vista de los lectores: despiertan nuestra curiosidad ante lo que nos rodea, son un estímulo permanente para la imaginación; nos hacen relativizar las verdades absolutas; y quizá lo más importante nos producen placer, eso sí un placer diferente al que nos proporciona la comida o el ejercicio físico; pero placer, al fin y al cabo. A mí, por ejemplo, me dio pena que se acabara la novela que he citado al principio, y por eso, durante algunos días, prolongué su final, o esa fue mi ilusión al menos, leyendo pocas páginas. Ahora, me está ocurriendo lo mismo con “Hoy, Júpiter” de Luis Landero. Y luego está esa especie de misterio de dialogar con alguien que no conoces, porque leer, en realidad, es cosa de dos. Dice Paul Auster sobre la novela que es “el único lugar del mundo donde dos extraños pueden encontrarse en condiciones de absoluta intimidad”. No sé qué pensáis vosotros de todo esto.

FERROCARRIL DE MATALLANA de Antonio Gamoneda

A las ocho del día en febrero
aún es de noche.
No hay aún luz en los vagones, sólo
oscuridad y aliento.
No nos vemos: sentimos
la compañía y el silencio.
En el andén estalla la campana.
Nos sobresalta la crueldad de un silbido.
Tiemblan las sombras. Todo vuelve
a un antiguo sentido.
Nos dan la luz amarillenta y floja.
Salimos
de la oscuridad como del sueño:
torpemente vivos.
Éste es un tren de campesinos viejos
y de mineros jóvenes. Aquí
hay algo desconocido.
Si supiésemos qué, algunos de nosotros
sentiríamos vergüenza, y otros esperanza.
Se está haciendo de día. Ya
veo los montes dentro de la sombra,
los robles, del mismo color del monte,
la yerba vieja, sepultada en escarcha,
y el río, azul y silencioso
como un brazo de acero entre la nieve.
Cruzan los pueblos de sonido humilde:
Pardavé, Pedrún, Matueca…
Cuando bajo del tren, siento frío.
He dejado mi casa. Ahora estoy
solo. ¿Qué hago aquí?, ¿quién me espera en
este lugar excavado en el silencio?
No lo sé; con el tren se aleja
algo que es cierto aunque no puede ser pensado;
es algo mío y no me pertenece.
Está dentro y fuera de mi corazón.

 “Es el mejor poema que leído” ha dicho de “Ferrocarril de Matallana” José Luis Rodríguez Zapatero, con motivo de la entrega a su autor del último Premio Cervantes. Para el Presidente del Gobierno lo que se aleja con ese tren de la vida es algo suyo, pero que no le pertenece, que está dentro y fuera de su corazón; “se llama Justicia, se llama Solidaridad”.

Nos gustaría conocer cuál es el mejor poema que habéis leído. Haced memoria, porque seguro que son muchos los poemas con los que habéis disfrutado en silencio o habéis escuchado recitar a vuestros profesores. La poesía es un género literario que nos cuesta más leer, porque los sentimientos aparecen concentrados, pero cuando conseguimos desvelar el significado último de un poema, el placer es mayor. Además, los buenos poetas suelen dejar algún cabo suelto que nos intrigue, algún misterio que nos haga pensar, una vez leído el poema, como lo que simboliza ese tren del texto de Gamoneda y lo que se aleja con él.

No os limitéis a escribir el poema, explicad, aunque sea brevemente, por qué lo habéis elegido.

Ánimo, pues, subamos al tren de la poesía y disfrutemos del viaje.    

Eran otros tiempos: la pobreza y el hambre asolaban los pueblos de España; apenas había trabajo en el campo y los que disfrutaban de él cobraban salarios de miseria; el índice de analfabetismo afectaba a más del 30 % de la población; etc. Los gobiernos de la 2ª república se propusieron corregir estas injusticias y una de las primeras medidas que adoptaron fue aumentar el número de escuelas y maestros. Al fin, los hijos de los jornaleros iban atener acceso a la educación y a la cultura; al fin, iban a aprender a pensar por sí mismos y no siguiendo las indicaciones del señorito de turno. Esta fue la extraordinaria labor que llevaron a cabo los maestros y maestras de la república y, por eso, fueron los primeros en ser encarcelados y asesinados, durante la guerra civil española de 1936. A las fuerzas conservadoras de este país no les convenía tener campesinos que pensaran por sí mismos y decidieran entre ser católicos o no serlo, votar a los partidos de derecha o a los de izquierda, etc. Ellos, los maestros republicanos, son los protagonistas del libro de Mª Antonia Iglesias; personas comprometidas contra el atraso y la incultura, que en palabras de Javier Cercas “contribuyeron como muy pocos a propagar los ideales igualitarios de libertad, progreso y laicismo con los que arrasó la guerra”. En el libro se recogen testimonios de antiguos alumnos de las víctimas y todos hablan bien de estos maestros que les enseñaban normas de urbanidad; que no recurrían al castigo físico, tan extendido en aquella época; que tenían mucha paciencia con los niños; que les inculcaban disciplina en el trabajo; que se preocupaban no sólo de enseñarles sino también de las necesidades que tenían. 

Entiendo que los que nos dedicamos actualmente a enseñar somos, en cierta medida, herederos de aquellos maestros, pues compartimos sus ideales de formar ciudadanos reflexivos y críticos que sean capaces de decidir por sí mismos.

Como ya tenéis una larga experiencia como alumnos, nos gustaría conocer vuestra opinión sobre las personas que os han impartido clase, sobre la importancia que le concedéis en vuestra formación, sobre la consideración social que tienen.

 

Mariano José de Larra plantea en otro artículo, “El castellano viejo”, el tema de la urbanidad, en concreto critica con fina ironía la mala educación y la excesiva espontaneidad de Braulio. Este personaje desconoce “esa delicadeza de trato que establece entre los hombres una preciosa armonía”. Para él las normas de urbanidad no son más que hipocresía y la educación se reduce “a decir Dios guarde a ustedes al entrar en una sala, y añadir con permiso de usted cada vez que se mueve; a preguntar a cada uno por toda su familia, y a despedirse de todo el mundo”.

Braulio representa a un ciudadano español de clase media, poco instruido. Quizá la crítica de Larra pueda aplicarse a la España de hoy día, pues con frecuencia se oye decir a las personas mayores, con independencia de su ideología, que los jóvenes carecen de educación, de lo cual suelen culpar al sistema educativo. Este chico es de “La generación Logse” dicen para justificar que no sabe comportarse o comete faltas de ortografía o desconoce la lista de los reyes godos o la de los ríos de España.

Entre el profesorado, también es común escuchar opiniones críticas, especialmente sobre el alumnado de ESO, por su escaso interés hacia los estudios y por su comportamiento inadecuado en el aula, de lo cual se suele responsabilizar a los padres.

¿En qué medida estas críticas de unos y otros sectores se pueden generalizar a la mayoría de los jóvenes? ¿Se respetan menos las normas de urbanidad que antes, o quizás es que nuestros jóvenes son menos hipócritas que los de antes? Si se respetan menos ¿a qué se debe? ¿Quizá a un exceso de libertad y consentimiento en la familia y en los propios centros de enseñanza? ¿A que los jóvenes han entendido perfectamente cuáles son sus derechos, pero no tanto sus obligaciones?

¿A FAVOR O EN CONTRA DE LAS CORRIDAS DE TOROS?

Larra en uno de sus artículos cuenta que los primeros que lidiaron toros en público fueron los moros de Toledo, Córdoba y Sevilla, y lo hacían para mostrar su valor delante de sus queridas. Los nobles castellanos tomaron esta costumbre como una forma de entretenimiento en los periodos de paz y de mantener vivo su valor. El primer español que alanceó un toro a caballo fue Rodrigo Díaz de Vivar, protagonista del Cantar de Mío Cid, quedando admirados los que le acompañaban de su fuerza y de su destreza. Según Larra, el espíritu feroz de aquellos tiempos hizo que los toros se convirtieran en un espectáculo público, siempre ligado a la monarquía y a la nobleza. En ocasiones fueron prohibidos por las desgracias que se producían, sobre todo en el momento de matar, pero acabaron convirtiéndose en la fiesta nacional. En la primera mitad del siglo XIX, los toros –opina el escritor romántico- “han perdido su primitiva nobleza”; lo que antes era “una prueba del valor español”, ahora sólo lo es “de la barbarie y ferocidad”. Además, se le han añadido medios para hacer sufrir más al animal, como las banderillas de fuego. Como se puede ver, si bien Larra se muestra comprensivo con los toros en la época antigua, los considera como un acto de barbarie en la España del siglo XIX.

Han pasado casi dos siglos desde entonces y el debate sobre la llamada “Fiesta nacional” está de actualidad. Mientras en algunas comunidades, como Cataluña, hay iniciativas para prohibir las corridas de toros, porque se las considera un espectáculo sangriento, e impropio de un país civilizado, donde se tortura a un animal hasta la muerte, los ganaderos y los sectores que defienden su pervivencia argumentan que el toro hasta el momento de la lidia es un animal que vive en completa libertad y muy bien alimentado, nada comparado con el sufrimiento que se inflige a animales de granja, como las ocas, a las que se sobrealimenta hipertrofiándoles el hígado para obtener más cantidad de paté, o los terneros a los que se mantiene a la fuerza, permanentemente de pie, hasta el momento del sacrificio. 

Hay quien asiste a una corrida de toros y sale de ella indignado por la sangre y la violencia gratuita que la rodea y hay quien sale emocionado con la convicción de haber visto algo irrepetible, que queda para siempre en su memoria. Sin duda es un espectáculo controvertido, al menos en un país, como España, donde las corridas de toros se celebran desde hace siglos. ¿Qué opináis? ¿Estáis a favor o en contra de ellas? ¿Habría que prohibirlas, como de hecho se está intentando en algunas comunidades autónomas o, por el contrario, deben mantenerse como algo que forma parte de nuestra cultura?.

Artículo completo de Larra 

Y esta casa tan bella

¡Y esta casa tan bella!
Cuando vengo de lejos
a caballo, entre olivos,
me parece a lo lejos
un barco en estas mares
de olivos, empujado
por olas de olivares,
llevando aquello que
más amo. Al fondo,
¿sierras?, ¿nubes? ¿Qué pueblos
por las sierras, prendidos
al filo de las lomas?

Cortijos y olivares
y olivares y más olivares.
Ahora, por febrero,
se pone tierno el campo.
Da miedo de rozarlo.

Yo voy con el caballo
perdido. Y me parece
que están viendo este campo,
por mis ojos, los ojos
que hoy duermen. Me parece
que están viendo este campo,
por mis ojos, los ojos
aún no abiertos. Está
el campo como el ojo
de un niño reflejando
tanta belleza sin
saberlo. Temblamos
no se rompa el espejo,
inmenso temblador
del campo por febrero.

Siempre me asomo al viso
desde donde columbro
la campiña a lo lejos.

Olivares y olivos
y cortijos de nombres
que han estado de siempre
sonando en mis oídos.

-La Deleitosa, El Duende
La dura tierra arada,
la dulce tierra uncida
al hombre, haciendo yunta
por siempre.
Luego,
vengo despacio. Dejo
las riendas sueltas. Siempre
está la casa hermosa,
bogadora entre olivos,
y dentro de la casa,
los que amo.
Si llego,
se me cuelgan lo mismo
que un collar de dulzura
que pesa alegremente.

José Antonio Muñoz Rojas