¿SANCIONAR O INFORMAR?

Es relativamente frecuente que pares con tu vehículo, ante un semáforo en rojo, y observes estupefacto cómo alguien, que se ha detenido a tu lado, saca la mano por la ventanilla con el cenicero lleno de colillas y lo vuelca en el asfalto; o que circules, detrás de un vehículo, por la ciudad o la carretera, y de nuevo una mano inocente arroje, desde su interior, el envase vacío de un refresco o un pañuelo de papel arrugado; o más cercano aún a nosotros: que, en el patio del instituto, durante el recreo, demasiadas manos inocentes tiren al suelo: restos de comida, trozos de papel, que han servido para envolver los bocadillos, bolsas de frutos secos, etc.

He recordado estas situaciones cotidianas, al leer en el diario El País, del pasado jueves, un reportaje sobre la nueva ola reguladora que recorre España, pues, en algunos ayuntamientos y comunidades autónomas, se tiende a imponer, mediante normas, lo que antes estaba regido por usos y costumbres; normas coercitivas que prohíben conductas inapropiadas. 

Por ejemplo: la Comunidad de Madrid ha aumentado las multas por alimentar animales vagabundos o salvajes, como las palomas; el Ayuntamiento de Barcelona establece multas por ejercer la prostitución en la calle o por ir en bañador o en biquini, fuera de los paseos marítimos; las ordenanzas municipales de Valle Gran Rey incluyen multas por poner a secar la ropa en los balcones o sacudir felpudos desde la ventana; etc. 

La cuestión que me planteo y os planteo es que las sanciones son necesarias, pero sin olvidar la información y la pedagogía. Es decir, hay que explicar por qué un comportamiento está mal y, si alguien persiste en él, sancionarle. Se cita el siguiente ejemplo, en el mencionado reportaje: “En Berna, si un policía ve a alguien arrojando basura al suelo o dejando los excrementos de su perro, le amonesta para que lo recoja y sólo procede a multarlo, si no lo hace”. 

¿Se podría actuar así, como en esta ciudad de Suiza, en Córdoba y en nuestro instituto?   ¿Por qué es necesario regular con normas conductas que deberían ser asumidas espontáneamente? ¿Os han sancionado, en alguna ocasión, por vuestro comportamiento inadecuado o conocéis algún caso que merezca ser contado?

EL HOLOCAUSTO ESPAÑOL

Escribe Paul Preston en el apartado de agradecimiento: “La gestación de este libro abarca un periodo de muchos años. La crueldad de su contenido ha hecho que fuera muy doloroso de escribir”. En efecto, el libro es una denuncia de las miles de vidas que se cobraron los dos bandos en conflicto, durante la Guerra Civil española, y después de la victoria definitiva de los rebeldes. A los 300.000 que murieron en el frente de batalla, hay que añadir 200.000 hombres y mujeres, ejecutados extrajudicialmente o tras precarios procesos legales. Sin embargo, esta represión lejos del frente presenta dos caras opuestas, tanto cuantitativa como cualitativamente: la de la zona republicana y la de la zona rebelde.

El ejército rebelde llevó a cabo un represión minuciosamente planificada por sus mandos militares -aproximadamente 150.000 víctimas-, como reflejan estas declaraciones del general Mola, realizadas durante los primeros meses de la guerra:

Hay que sembrar el terror… Hay que dar la sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros”.

Quiero derrotarlos para imponerles mi voluntad, que es la nuestra, y para aniquilarlos”.

O estas palabras escritas en su diario por el escritor Miguel de Unamuno, que estaba furioso consigo mismo por haber apoyado, en un primer momento, el golpe militar:

Aquí en Salamanca, no hay guerra, sino algo peor, porque se oculta en el cinismo de una paz en estado de guerra. No hay guerra de trincheras y bayoneta calada, pero la represión que estamos sufriendo no hay forma de calificarla. Se cachea a la gente por todas parte. Los “paseos” hasta los lugares de fusilamientos son constantes. Se producen desapariciones. Hay torturas, vejaciones públicas a las mujeres que van por la calle con el pelo rapado. Trabajos forzados para muchos disidentes. Aglomeración en las cárceles. Y aplicaciones diarias de la ley de fugas para justificar ciertos asesinatos”.

Las mujeres de izquierdas, que habían emprendido su liberación, durante el periodo republicano, representaron una parte fundamental de esta campaña represiva, como escribe Unamuno. Muchas fueron asesinadas, torturadas y violadas, y las que sobrevivieron pasaron por graves dificultades económicas, después de que sus esposos murieran asesinados o se vieran obligados a huir.

En cambio, la represión que realizaron los republicanos -en torno a 50.000 víctimas- fue en principio una reacción espontánea y defensiva ante el golpe militar, que se intensificó a medida que llegaban noticias de las atrocidades del ejército rebelde; pero que las autoridades de la República trataron de evitar, como se aprecia en este manifiesto del Comité del Frente Popular de Murcia, hecho público el 21 de julio de 1936:

Quienes sientan y comprendan lo que el Frente Popular es y representa en estos momentos deben respetar escrupulosamente personas y cosas”.

O en este bando del gobernador civil de Alicante, publicado días después:

Se conmina con la ejecución inmediata de la máxima pena, establecida por la ley, a todo aquel que, perteneciendo o no a una entidad política, se dedique a realizar actos contra la vida o la propiedad ajena”.

O en la actitud de la Generalitat de Cataluña, que centró todos sus esfuerzos, durante el periodo de dominación anarquista, en la tarea de salvar vidas, expidiendo salvoconductos a católicos, empresarios, derechistas, individuos de clase media y miembros del clero, que les permitieron embarcar con destino a Francia. Justo lo contrario que hizo el general Franco solicitando a las autoridades de este país la extradición del presidente catalán, Companys, para luego ejecutarlo a su llegada a España.

Los datos que aporta Paul Preston son abrumadores, como prueban las trescientas páginas de notas de las mil aproximadamente de que consta el libro. Quedan en evidencia los siguientes hechos: las atroces condiciones de vida de los trabajadores del campo; el incumplimiento de la legislación social por parte de los patronos, que forzaron a estos trabajadores a adoptar una actitud cada vez más beligerante; los manejos de los gobiernos de derechas para convertir huelgas legales de reivindicaciones sociales en ilegales; el generalizado fraude electoral, siempre a favor de los partidos conservadores, en los pequeños municipios del Sur de España; las ideas de los que insinuaban la inferioridad racial de las personas de izquierdas y liberales, y creían en la existencia de un contubernio judeomasónico y bolchevique, para justificar el exterminio de éstas; las diferentes actitudes de las autoridades republicanas y los generales rebeldes ante la violencia en la retaguardia y ante las víctimas; el odio popular hacia la iglesia que obedecía a la tradicional alianza de esta con la derecha nacional, así como a su abierta defensa de la rebelión militar; la represión feroz sobre los vencidos, una vez concluida la guerra; etc.

Paul Preston sabe contar, mediante una prosa sencilla, estos hechos terribles que marcaron la historia de España. La lectura se hace amena, a pesar de la aportación constante y minuciosa de datos, con los que pretende demostrar su tesis de la existencia del holocausto. No se recrea en los detalles morbosos de las torturas, las mutilaciones y los abusos sexuales, aunque describe algunos casos que logran transmitirnos todo el horror de que eran capaces, sobre todo en el bando rebelde, como el de dos muchachas milicianas a las que encerraron en una habitación con cuarenta soldados moros, que estallaron en alaridos al verlas llegar. 

Ahora que se cumplen 75 años del inicio de aquella guerra y las heridas aún no se han cerrado del todo, en especial, para algunas familias, cuyos seres queridos, reposan, sin identificar, en cunetas y en fosas comunes de toda España, es muy recomendable la lectura de este libro, para no minimizar lo que sucedió, para que nadie pueda encontrar una justificación política y moral a la masacre, y para que sepamos diferenciar a los que se sublevaron contra un régimen democráticamente establecido y llevaron acabo un plan de exterminio del oponente, y a los que reaccionaron ante esta agresión, para defender la legalidad vigente.

EL VALOR DE LA LENTITUD

Me refería, en la entrada anterior, al consejo que le da el señor Ibrahim a Momo:

«-La lentitud, ése es el secreto de la felicidad.”

Quiere decirle que, para ser feliz, hay que detenerse en los lugares por los que pasamos y tomarnos nuestro tiempo para ver pasar a la gente y para realizar nuestro propio trabajo:

“-Tal vez me haya pasado la vida entera trabajando, pero he trabajado lentamente.”

Esta reflexión me ha hecho pensar en grandes maestros de la lentitud, como Antonio López, Antonio Muñoz Molina o Víctor Erice.

Hay una película de éste último, “El sol del membrillo”, que es un canto a la lentitud. En ella nos muestra el proceso evolutivo de la creación de una obra de arte: un membrillero pintado por Antonio López, durante el otoño. La película da cuenta de esta experiencia, en la que el pintor, armado de paciencia, trata de introducir entre las hojas del membrillo los rayos del sol.

En cuanto a Muñoz Molina, recuerdo la lectura de su novela “Plenilunio” y cómo se recreaba en la descripción de los personajes (en la figura del asesino o en la del comisario), invitando al lector a fijarse en detalles, que habitualmente pasan inadvertidos, pero que serán clave en la resolución del caso.

Ni la pintura de Antonio López, ni las películas de Víctor Erice, ni las novelas de Antonio Muñoz Molina son aptas para gente con prisa. Estamos en una época, en la que la paciencia no es una de las principales virtudes. Es frecuente interrumpir a la persona que habla, porque sabemos o intuimos lo que va a decir y no podemos perder tiempo; los alumnos aguantan con dificultad una explicación que dure más de quince minutos; los lectores ejercen cada vez más el derecho a saltarse páginas; y todos, en general, somos esclavos de los horarios, del consumo, de la hipoteca y de lo que espera la sociedad de nosotros.

Reivindiquemos el valor de la lentitud como alternativa al mundo vertiginoso en el que vivimos. Incluso en el ámbito político, hay que reivindicar el cambio, la reconstrucción de la democracia de la que habla Manuel Castell, despacio .

Ahora, que estamos en verano y los biorritmos bajan, es buen momento para comenzar: si vamos a la playa, disfrutemos del atardecer, escuchando el sonido de las olas; si nos quedamos en Córdoba, gocemos del paseo nocturno por las calles estrechas del casco antiguo y del olor del jazmín y de la dama de noche; no le tengamos miedo a perder el tiempo; hagamos de la lentitud un principio de nuestra vida o al menos dediquemos a las cosas el tiempo que merecen, porque, como dice Carl Honoré, “vivir deprisa no es vivir, es sobrevivir”.

INSULTAR

Dice Pardal, el niño que protagoniza el cuento “La lengua de las mariposas”: “Yo había oído muchas veces a mi padre blasfemar contra Dios. Lo hacían todos los hombres. Cuando algo iba mal, escupían en el suelo y decían esa cosa tremenda contra Dios. Decían las dos cosas: me cago en Dios, me cago en el diablo”.

Tiene razón Pardal, pues, se crea  o no se crea en Dios, cuando algo nos sale mal o algo nos molesta, los hombres blasfemamos, como si haciéndolo, por un lado, reafirmáramos nuestra hombría y, por otro, nos sintiéramos con más fuerzas para superar el problema.

También, cuando alguien nos hace una trastada o incluso por el simple hecho de llevarnos la contraria, solemos maldecirle o insultarle, eso sí, nunca en su presencia, con el fin de evitar que la situación derive en un enfrentamiento físico del que podemos salir malparados.

Esta costumbre de utilizar palabras soeces o insultar está muy extendida. El ejemplo más claro lo tenemos en los llamados “reality shows”, donde la descalificación, incluso entre personas con formación universitaria, es habitual. Probablemente sea un recurso más para atraer la audiencia; pero, en realidad, como dice el filósofo Emilio Lledó, los insultos tiene como objeto “la anulación del prójimo”, es decir, se recurre a ellos, cuando se carece de argumentos.

En el centro, es frecuente escuchar a los alumnos decir tacos e insultar a los compañeros, como si eso formara parte del uso normal del lenguaje. Hace unos días, llamé la atención de uno de ellos, porque le había dado el profesor la tarjeta amarilla para ir al servicio y, más que desplazarse hacia este lugar, estaba dando un paseo por las diferentes dependencias del centro, aparte de saludar y conversar amigablemente con los compañeros que se iba encontrando. La primera reacción fue negar la evidencia de lo que estaba haciendo y caminar con más lentitud si cabe; después, como le llevé a Jefatura de Estudios, acabó refiriéndose a mí despectivamente.

No sé que influencia pueden tener los medios de comunicación y, en particular, los programas de televisión, donde los contertulios se insultan, en hechos como el acabo de relatar. Lo cierto es que nuestros alumnos los ven y pueden tenerlos como referentes, a la hora de comportarse en la vida. Pero lo peor es lo que se oculta detrás de estas actitudes: la ausencia de argumentos y la descalificación del que piensa diferente.

Al final del cuento “La lengua de las mariposas”, el maestro, que ha sido detenido por los franquistas, cuando se inicia la guerra civil, es insultado,  primero, por el padre de Pardal,  que le llama: “¡Asesino! ¡Anarquista! ¡Comeniños!”; y, después, por éste último, que utiliza para ofenderle las palabras raras que el propio maestro le había enseñado: “¡Tilonorrinco! ¡Iris!.

Ninguno de los dos tiene argumentos morales para insultarle: el padre, porque comparte la ideología republicana con el maestro; y el hijo, porque lo considera buena persona, y siente por él una verdadera admiración. Pero acaban cometiendo esta traición, para salvar la vida.

LOS RUIDOS

Me Contaba, hace unos días, una compañera que tiene un vecino al que le gusta escuchar la música muy alto, durante todo el día y parte de la noche. La consecuencia es que ella y su familia tienen problemas para conciliar el sueño y para concentrarse en actividades, que requieren una especial atención, como la lectura. Cuando han ido a la casa del vecino para comentárselo, éste les ha dado a entender que no era consciente del volumen excesivo de su equipo de música.

En las aulas, también suele darse el problema del ruido, tanto el producido por nuestros alumnos, como el proveniente de las aulas contiguas. En los intervalos, entre clase y clase, el ruido puede llegar a ser ensordecedor. Algunos alumnos es como si hubieran estado encerrados, durante una hora, y necesitaran liberarse con gritos, peleas simuladas y carreras por los pasillos.

En las salas de cine, la situación alcanza niveles esperpénticos, pues se supone que vas a ver una película –pongamos un thriller- y acabas soportando otra de efectos especiales, tal es el ruido producido por los que comen sin cesar palomitas, sorben, de cuando en cuando, coca-cola u otro refresco, o desenvuelven lentamente, muy lentamente, un caramelo.

Incluso los humanos hemos invadido, con nuestro ruido, los bosques y espacios naturales, donde la tranquilidad es un componente necesario para la fauna y la flora. En un artículo publicado en el año 2009 en Park Science, unos investigadores explicaban que la intrusión humana alteraba el comportamiento de los animales, en actividades buenas para su salud, como  buscar comida, aparearse u ocuparse de las crías.

Lo curioso es que, cuando le llamas la atención a las personas que molestan con sus ruidos, la respuesta suele ser, como la del vecino de mi compañera, que no son conscientes de producirlos. Quizás habría que hacerles pasar por la desagradable experiencia de soportarlos, para que tuvieran algo de conciencia.

EL MITO DE LA ETERNA JUVENTUD

Hay un cuento de Juan José Millás, en el que un hombre feo consigue moldear su rostro, ejercitando sus músculos faciales, hasta parecer atractivo. Durante los siete años, que dura el proceso de transformación, aprende a mantener en tensión los músculos de esta zona con una expresión que considera agradable.

Este hombre no se aceptaba sí mismo y quiso parecer más guapo de lo que era, como les sucede, actualmente, a un número cada vez mayor de personas, que se resisten a envejecer y tratan de detener el paso del tiempo.

Un reportaje, publicado hoy en el diario El País, aborda, precisamente, este tema de la sobrevaloración de la juventud y el culto al cuerpo. En un mundo, especialmente competitivo, como el que vivimos, es muy importante la imagen para conseguir un trabajo o para encontrar pareja. No queremos que se nos formen arrugas  y, para ello, recurrimos a la cirugía estética, que nos aproxima a modelos de belleza, representados, sobre todo, por personajes del mundo del espectáculo. En concreto, España es el cuarto país en este tipo de operaciones, que se realizan cada vez a edades más tempranas.

Uno de los procedimientos más utilizados, según el citado reportaje, es el “botox”, que consiste en inyectarse un fármaco que paraliza temporalmente los músculos y elimina las arrugas, sobre todo del rostro. Sin embargo –como dice un de las pacientes que recibió el tratamiento- hay que tener cuidado con abusar del mismo, porque estás expuesto a que se te quede la misma cara cuando ríes, lloras o estás seria.

Evidentemente los que se operan o se inyectan “botox” lo hacen para estar más satisfechos consigo mismos y para mejorar su autoestima, en lo cual no hay nada reprochable. Pero, también, están renunciando a expresar, de modo natural, sus emociones y corren el riesgo de parecerse cada vez menos a quienes, realmente, son, como en la novela de Aldus Huxley “Un mundo feliz”, donde se tiende a regular las conductas de los personajes y a eliminar las diferencias, que existen entre ellos.

DISCRIMINADAS POR SER MUJERES

Hoy hemos comentado, en clase, un texto de “La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca, donde el pueblo quiere linchar a una joven por haber matado a su hijo recién nacido:

PONCIA. La hija de la Librada, la soltera, tuvo un hijo no se sabe con quién.

ADELA. ¿Un hijo?

PONCIA. Y para ocultar su vergüenza lo mató y lo metió debajo de unas piedras, pero unos perros, con más corazón que muchas criaturas, lo sacaron y, como llevados de la mano de Dios, lo han puesto en el tranco de su puerta. Ahora la quieren matar…

Todas las mujeres de la casa apoyan este linchamiento, con la excepción de Adela, que, en ese momento, puede estar embarazada de Pepe el Romano:

BERNARDA. (Bajo el arco). ¡Acabad con ella antes deque lleguen los guardias! ¡Carbón ardiendo en el sitio de su pecado!

ADELA. (Cogiéndose el vientre). ¡No! ¡No!

BERNARDA. ¡Matadla! ¡Matadla!

En el debate posterior, ha quedado claro que el motivo por el cual quieren matarla no es tanto el crimen cometido, como el haber violado las leyes de la decencia, engendrando a su hijo fuera del matrimonio.

Las cuestiones de honor, en aquella época (principios del siglo XX), se resolvían, con frecuencia, al margen de las autoridades competentes, como sucede hoy día, en algunos países islámicos, donde es la propia familia la que se encarga de castigar a mujeres, por el mero hecho de mantener relaciones con hombres no aceptados por ella. Ayer mismo, publicaba El País, el caso de una chica paquistaní, asesinada por este motivo. Y aportaba el dato terrible de 650 mujeres, que murieron en 2009, por crímenes de honor, aunque se considera que la cifra real puede ser mayor, ya que muchas de esas muertes no salen a la luz. En la misma página, aparecía la crónica del juicio por el asesinato de Marta del Castillo, que, al parecer, se produjo, porque se negó a darle un beso a su presunto asesino, Miguel Carcaño, con el que había mantenido una relación amorosa.

Todas son mujeres, de la realidad o de la ficción; mujeres que han sufrido y sufren discriminación por haber ejercido su libertad, por haber intentado realizarse como personas, viviendo la vida en plenitud.

DERECHOS NO RESPETADOS

El desalojo violento, en El Aaiún, del campo de refugiados saharauis por parte del gobierno marroquí, así como las acusaciones, que pesan sobre este último de torturas y persecuciones de ciudadanos de la antigua colonia española, hace que recordemos a la Alemania nazi, que tuvo como objetivo principal la persecución y el exterminio de los judíos.

A la colonia judía de Holanda pertenecían Ana Frank y Nanette Blitz Konig, compañeras de colegio y de campo de concentración:

“Ni Ana ni yo tuvimos adolescencia, pasamos de niñas a adultas, de estar juntas en clase, a ser deportadas a un campo de concentración. Sobrevivimos, como el resto, en pésimas condiciones de vida”.

Son palabras de la segunda de estas mujeres, en un reportaje, publicado ayer domingo, por el El País Semanal.

En efecto, la vida en los campos de concentración era una lucha por sobrevivir: las enfermedades, el hambre y el frío, además de los abusos físicos, diezmaban la población del mismo.

Así describe Nanette su reencuentro con Ana, que procedía de Auschwitz, en el campo de Bergen-Belsen:

“Casi no nos reconocimos por nuestro aspecto; ella estaba muy debilitada, casi reducida a un mero esqueleto, muerta de frío, envuelta en una manta raída, no aguantaba los piojos, no sabía cómo resistir… Conseguí abrazarla. Jamás lo olvidaré”.

Producen escalofrío las palabras de esta mujer, que logró sobrevivir con 30 kilos de peso, que contrajo la tuberculosis y el tifus, y entró en coma, al poco de salir del campo. Fue la única única superviviente de su familia. Ana Frank, su amiga, murió en Bergen-Belsen.

En la actualidad, no estamos en una situación de exterminio, como en la Alemania nazi; pero los derechos de las personas y los pueblos siguen sin respetarse: en El Aaiún, como decíamos al principio, los saharauis han sido expulsados violentamente, mientras nuestro gobierno y la comunidad internacional miran hacia otro lado; en los territorios palestinos ocupados ilegalmente por Israel, en 1967, se siguen construyendo asentamientos en los que viven 195.000 israelíes, mientras las familias palestinas desalojadas por la fuerza no tienen derecho a una vivienda alternativa ni a una indemnización; en Francia, más de 1.000 personas de etnia gitana han sido repatriadas, con el argumento de que se encuentran en situación irregular y son fuente de delincuencia; etc.

En conclusión, los países poderosos, como ha ocurrido a lo largo de la historia, siguen abusando de los más débiles y los derechos humanos se les niegan sobre todo a las personas que viven en la pobreza.

EL ORDEN DE LOS APELLIDOS

Según una reforma de la Ley de Registro Civil, que se va a debatir, próximamente, en el Parlamento español, se acabó la prevalencia de los apellidos del hombre sobre los de la mujer. Si la pareja no se pone de acuerdo, los apellidos del hijo se decidirán por orden alfabético. Hasta ahora, el padre decidía siempre, en el caso de que hubiera desacuerdo entre los progenitores.

En otros países, como Estados Unidos, Suecia o Reino Unido, la tradición sigue dictando la primacía del apellido paterno. Incluso, cuando una mujer se casa, adopta el del marido.

Personalmente, nunca he entendido cómo mujeres, que se han convertido en iconos del feminismo, como Yoko Lennon, o que han luchado por la presidencia de Estados Unidos, como Hillary Clipton, han adoptado el apellido del marido, renunciando al suyo propio.

Algunos compañeros y amigos, con los que he comentado este asunto, relativizan la importancia del mismo, con el argumento de que, al fin y al cabo, se trata sólo del apellido, que va a continuación del nombre y que, cuando estas mujeres actúan así, lo hacen por tradición.

Ante estas reflexiones, me pregunto si la tradición puede justificar que una mujer renuncie a lo que le une a sus padres, como si éstos no hubieran existido, para pasar a formar parte de la familia del marido.

Es algo parecido a lo que sucede en países islámicos, como Marruecos, donde la mujer, que ha dependido, a todo los efectos, de su padre, hasta que contrae matrimonio, pasa, a partir de este momento, a depender completamente del marido.

Se trata de un residuo de la sociedad patriarcal tradicional, donde todo gira en torno al hombre, que está insuflado de una superioridad, que discrimina claramente a la mujer, y que está en el germen, como ya se ha comentado en una entrada reciente de este blog, del machismo y la violencia, que aún padecemos, en nuestra sociedad.

De modo que el orden de los apellidos y, en concreto, la nueva Ley de Registro Civil, que establece la no prevalencia del paterno, no es, en mi opinión, una cuestión baladí, sino un paso hacia la igualdad entre hombres y mujeres.

LA SÁTIRA

El diccionario de la Real Academia Española define la sátira como un escrito o discurso, cuyo objeto es censurar o poner en ridículo a alguien o algo.

Este procedimiento fue el que utilizó el grupo de teatro Els Joglars, el pasado viernes,  en el Gran Teatro de Córdoba, en su obra “2036 Omega – G”, que es una parodia de la vejez,  representada por los propios componentes del grupo, convertidos en ancianos.

Pero la sátira se ha utilizado, desde siempre. Si nos fijamos en la historia de la literatura española, durante la Edad Media, circularon poemas anónimos, en los que se ridiculizaba al rey Enrique IV y a otros personajes de la Corte. Son las famosas coplas de “Mingo Revulgo”. En el Renacimiento, el autor también anónimo del “Lazarillo de Tormes” critica la avaricia del clérigo de Maqueda, mediante este mismo recurso. Francisco de Quevedo en “El Buscón” lleva hasta el extremo de la caricatura el hambre que pasaba el protagonista. También, en el siglo XIX, Mariano José de Larra utiliza la sátira para criticar la ineficacia de la administración del estado o las zafias costumbres de los castellanos viejos.

Precisamente, en junio de este año, en la prueba de selectividad de Lengua Castellana, pusieron un texto periodístico titulado “Sátiras”, en el que su autor, Jon Juaristi, a partir de una original propuesta del escritor inglés Martin Amis de que se instalen, en las calles del Reino Unido, cabinas, donde los ancianos puedan poner fin a su penosa e inútil existencia, defiende el uso de la sátira para llamar la atención sobre los problemas sociales.

Cabe preguntarse si habría que poner límites a la utilización de este recurso, aunque sea muy saludable tener sentido del humor, según los psicólogos, o, por el contrario, todo es susceptible de burla y cualquier situación es válida para provocar o despertar el interés hacia algo.