En las últimas semanas, han aparecido en la prensa numerosos artículos en los que se cuestiona la educación de nuestros jóvenes. Todos ellos coinciden en que están habituados, desde pequeños, a no recibir casi nunca un no como respuesta a sus demandas, con frecuencia excesivas. Ayer mismo el escritor Javier Marías, en El País Semanal, criticaba lo pusilánimes que son los chicos de ahora, es decir, la dificultad que tienen para tolerar las desgracias, lo cual les lleva, como en la caso de Pozuelo de Alarcón, a quemar los coches de la policía, cuando ésta les impide prolongar el botellón. También, en el mismo diario, el cirujano plástico Pedro Cavadas comentaba lo blanditos que somos los occidentales, a los que nos cuidan entre algodones desde que nacemos, a diferencia de los africanos.
Para el escritor madrileño, el origen de esta falta de ánimo de nuestros jóvenes está en la educación que reciben, desde pequeños, en la que, prácticamente, se han eliminado los castigos, como forma de poner límites a su mal comportamiento.
Precisamente, hace unos días, reflexionábamos en este blog sobre las dificultades que tienen algunos padres para aceptar las sanciones impuestas a sus hijos, en los centros de enseñanza, con el fin de corregir sus conductas inadecuadas. Las entendían como una ofensa, porque se han vuelto tan sensibles y blanditos, como sus propios hijos, a los que prefieren dar la razón, antes que discutir con ellos. La sociedad hedonista, en la que vivimos, donde lo único que importa es el éxito y la felicidad, les hace actuar así. No riñen a sus hijos ni les alzan la voz, porque temen traumatizarlos y porque los expertos en psicología les hablan de negociar las normas con ellos, no de imponerlas, con su criterio de personas adultas y sensatas.
Javier Marías propone, para mejorar la educación de nuestros jóvenes, lo que se ha hecho toda la vida en las casas: castigarles proporcionalmente por su mal comportamiento, incluido el cachete, cuando sea necesario, para que conozcan los límites que no deben traspasar y teman las consecuencias, si lo hacen.
¿Qué opináis de todo esto? ¿Los occidentales somos más blanditos que los africanos? ¿Nuestros jóvenes están tan consentidos que no admiten que les lleven la contraria? ¿Está ahí el origen de conductas violentas, como la de Pozuelo, o de contestaciones airadas a profesores, en los centros de enseñanza? ¿Consideráis necesario recuperar el castigo proporcional a la falta cometida, incluyendo el cachete?