Hubo un tiempo en el que utilizar recursos propios del teatro de la provocación era algo habitual y saludable en las salas españolas. Existía la conciencia de que no utilizarlos era hacer un teatro antiguo, pasado de moda; pero la repetición mecánica de estos recursos (implicación de los espectadores en la representación, ruptura del espacio escénico, etc.) acabó convirtiéndose en una rutina y perdiendo su sentido original de causar asombro.
Sin embargo, en ocasiones, surge la chispa de la creación y la rutina se transforma en frescura y originalidad. El viernes pasado, en la visita dramatizada al Palacio de Viana, tuvimos la oportunidad de disfrutar de una de esas ocasiones.
El montaje de la compañía Ñaque Teatro, dirigido por José Antonio Ortiz, contó con el siguiente elenco de actores:
- Nieves Palma y Alejandro Bueno (pareja de turistas catalanes).
- Ricardo Luna (duque de Rivas y mayordomo).
- Federico Vergne (enamorado y rey Alfonso XIII)
- Carlos de Austria (Teobaldo y José de Saavedra).
- Belén Benítez (enamorada y criada).
- Lua Santos y Pilar Nicolás (criadas).
La música interpretada al piano correspondió a Alberto de Paz.
Aproximadamente a las 8:30 de la tarde, hora anunciada para la representación, se abrieron las puertas del palacio y los cincuenta privilegiados espectadores penetramos en el patio del Recibo. Pasaban los minutos y la obra no comenzaba. Este leve retraso era el primer recurso teatral utilizado, pues entre los espectadores se encontraban dos actores de la compañía, interpretando a un matrimonio catalán, que empezaba a discutir. Aparentemente, se trataba de dos turistas que esperaban impacientes el inicio de la visita; pero en realidad iban a ser ellos los encargados de guiarnos. ¡Qué espontaneidad y qué capacidad de improvisación la mostrada por esta pareja! Interactuaban continuamente con los sorprendidos espectadores; se reprochaban cosas entre sí, como cualquier matrimonio, y todo dicho con un acento catalán muy conseguido. En su compañía, nos adentramos en el palacio de Viana para conocer su historia y sus características arquitectónicas. Pero en las diferentes dependencias del mismo nos esperaban nuevas sorpresas: en la sala de Firmas, el duque de Rivas conversaba con uno de sus hijos, Teobaldo, que a la postre sería el primer marqués; en la reja de Don Gome disfrutamos de una escena de amor entre Filomena y Pepe, que incluso pudo seguirse en la calle contigua; en otra de las salas, ya sentados, escuchamos la historia del palacio y de sus dueños, contada por dos criadas en un diálogo chispeante y lleno de gracia.
Después, Jordi y Montse, que formaban el entrañable matrimonio catalán, nos dirigieron a las dependencias de la planta alta. A estas alturas de la visita, como dijo el primero, ya nos habíamos convertido en amigos. En el salón, donde los marqueses solían recibir a las visitas importantes, asistimos a un diálogo entre Alfonso XIII y José de Saavedra, que nos situó en la época histórica. Mientras que Federico Vergne construye con solidez su personaje del rey, a Carlos de Austria, que nos deleitó hace unas semanas con su Jerry de «Historia del zoo», lo notamos algo inseguro.
Pero lo mejor de la visita estaba por llegar. De nuevo en la planta baja y, guiados por la música lejana de un piano tocado por las manos inconfundibles del siempre brillante Alberto de Paz, penetramos en una amplia sala, donde los marqueses celebraban las cenas. El diálogo que entablaron las criadas y el mayordomo, ingenioso y divertido, puso el broche final al recorrido. Particularmente, la interpretación de Ricardo Luna hizo las delicias de todos los que nos encontrábamos allí, con réplicas, a cuál más graciosa; y con gestos y movimientos, que recordaban al mejor Charles Chaplin.
Una vez más, José Antonio Ortiz nos sorprendió con un montaje sumamente original, en el que cada pieza encaja dentro del engranaje general. Quizá hay alguna caída de ritmo, como en la escena del duque de Rivas y Teobaldo, que suena un tanto a impostada; pero en conjunto predomina la calidad y el buen tono. Durante la hora, aproximadamente, que duró la visita, respiramos un atmósfera de libertad creativa y espíritu de experimentación de la mano de una incomparable pareja de cómicos, que recordaban a los primeros happening del Black Mountain College, entreverada de escenas interpretadas con el rigor y la profesionalidad, marca de la compañía.
Ñaque Teatro consiguió convertir en arte un acto de nuestra vida cotidiana, como la visita cultural a un palacio. Al final, todos salimos convencidos de que esta había sido como un lienzo pintado a la limón por actores y espectadores.
Larga vida a estas originales visitas al palacio de Viana.
P.D. Hemos conocido que Carlos de Austria tuvo apenas dos días para preparar los dos papeles que interpreta, lo cual explica las dudas que mencionábamos.