MONTAJE DE JOSÉ ANTONIO ORTIZ
Comentaban ayer algunos compañeros del IES Gran Capitán, que no habían leído el libro y que asistieron a la representación de “Cyrano de Bergerac”, en el Teatro Circo de Puente Genil, que les costó entrar en la historia, porque no entendían muy bien lo que estaba pasando. La razón hay que buscarla no tanto en el montaje de José Antonio Ortiz, como en la obra en sí, donde asistimos a la presentación de Cyrano, como un personaje pendenciero y prepotente, que salta al escenario de una representación ficticia –teatro dentro del teatro- y amenaza con su espada al pobre Montflenry. Esta faceta agresiva del personaje, que desconcierta al espectador, es la que quiere mostrar, en primer lugar, Rostand, al igual que sucede con Don Juan Tenorio, en la obra homónima de Zorrilla.
Pero en cuanto el amor, tema central de la obra, hace su aparición en escena, todos nos olvidados del calor reinante en la sala y nos dejamos arrastrar por la historia de un hombre que, a pesar de su arrogancia, no se atreve a expresarle sus sentimientos a la mujer de la que está enamorado, a causa del defecto físico de su descomunal nariz. Pasamos de despreciarle, a sentir compasión de él.
La música en vivo, compuesta originalmente para el montaje e interpretada con maestría por Alberto de Paz, aparte de dar un toque de frescura a la obra, se integra perfectamente en el desarrollo de la misma.
Varias jaulas cúbicas de diferentes tamaños constituían la base de una escenografía original por su sencillez y su simbolismo, pues el amor se ha entendido tradicionalmente como la situación anímica de estar preso en el corazón de alguien.
Mientras los actores y actrices combinaban las jaulas, moviéndose, a ritmo de la música, para componer formas y espacios, que servían de decorado a las diferentes escenas, los que asistíamos a la representación no desconectábamos de la historia, al contrario, seguíamos imbuidos en ella.
Con una decoración tan moderna y alejada de la escenografía tradicional, que imita fotográficamente la realidad, contrastaba un vestuario de época, especialmente diseñado para el montaje, y un maquillaje, que destacó en el momento final de Cyrano, con su rostro blanquecino y ojeroso que anunciaba la llegada de la muerte.
A pesar de que el montaje está muy bien trabado y las escenas se sucedían con fluidez, hubo algunas caídas de ritmo al final de la primera parte, quizá, porque fue el día del estreno y a la obra aún le falta el rodaje necesario.
En la segunda parte, me gustó especialmente cómo se resolvían escenas corales, como la de la comida o la de la guerra, con sencillez y eficacia, situando a los personajes de espaldas a los espectadores. Pocas veces, en el teatro, el dorso de los actores ha resultado tan expresivo.
Las interpretaciones presentaban la dificultad de decir el verso, con la entonación y gesticulación adecuadas, que, en mi opinión, todos los actores superan. El papel de Cyrano es interpretado con una sobriedad y contención, que contrastan, con el tono alegre y vivaz de la actriz que interpreta a Roxana.
En suma, un buen regalo de despedida de curso el que nos ha hecho José Antonio Ortiz; una buena adaptación de la obra de Edmond Rostand, cuya duración ha reducido a menos de dos horas, eliminando personajes y escenas innecesarias para el desarrollo de la acción principal, con un personaje tan complejo, como Cyrano, a un tiempo, agresivo y tierno, prepotente y humilde, fracasado en el amor; y otro personaje tan simple como Cristián, que aparentemente sólo tiene su belleza física, pero que fue capaz de renunciar a su amada, cuando se dio cuenta de que, en realidad, no estaba enamorada de él sino de Cyrano. En un mundo, como el que vivimos, donde cada uno va buscando su propio interés, es de valorar un gesto como éste.