Hablar en público

Después de que Madrid fuera eliminada de la carrera por los Juegos Olímpicos de 2020, en las redes sociales y en los medios de comunicación sólo se hablaba de una cosa: la deslucida presentación de la candidatura, en especial de la intervención de la alcaldesa, Ana Botella, que ha dado pie a vídeos y chistes ridiculizándola. Por contraste, se destacaba la del príncipe Felipe, que fue calificada de profesional y emotiva, por su implicación con el deporte y los Juegos Olímpicos.

Al hilo de esto, en un reportaje del diario El País, publicado ayer sábado y titulado “Cero en expresión oral”, se plantea la pregunta “¿Tienen los españoles menos habilidades que otros países para hablar en público?”. Y la conclusión a la que se llega, después de entrevistar a diferentes especialistas en la materia, es que no estamos entrenados para ello, por la escasa importancia que se le da en nuestro sistema educativo a la oratoria y a la dialéctica.

Curiosamente, en las últimas reuniones del Departamento de Lengua Española, hemos estado hablando de la necesidad de practicar la expresión oral en el aula, de un modo sistemático, es decir, estableciendo un mínimo de pruebas, que serían evaluadas por nosotros y que se reflejarían en la calificación final de cada alumno.

La verdad es que nuestros alumnos pertenecen a una cultura, la andaluza, en la que es habitual hablar y expresar los sentimientos en público, y por tanto tienen un potencial enorme para la oralidad. Lo he podido comprobar en mi experiencia como docente, sobre todo en los debates, donde se expresan libremente y pueden demostrar su fluidez natural en el uso de la lengua hablada. Pero, como dicen los especialistas, no se trata de improvisar, sino de trabajar la exposición oral y prepararse para hablar en público, afrontando el miedo que siempre surge, sin bloquearse. Este es el reto.

Las novatadas son crueles

El País de hoy dedica uno de sus editoriales a las novatadas. En concreto, se felicita por el acuerdo adoptado por 125 de los 160 colegios mayores que hay en España de rechazar estos ritos de iniciación, que suponen la humillación pública de las víctimas y que se espera sean bien aceptados por estas, bajo la amenaza de ser excluidas de la comunidad a la que se quieren incorporar.

Recuerdo, hace bastantes años, cuando hacía el servicio militar obligatorio, que me enfrenté a los soldados veteranos del destacamento de la isla del Hierro, al proponer una fiesta de bienvenida a los nuevos soldados, como alternativa a las crueles novatadas que consistían en levantarles de madrugada y obligarles a ducharse con agua fría o a ingerir alcohol con un embudo hasta provocarles una borrachera.

Nunca he entendido esta forma degradante de recibir a un compañero, que tiene más que ver con los regímenes dictatoriales, que no permiten las libertad individuales y no respetan los derechos humanos, que con democracias supuestamente consolidadas, como la nuestra.

Por todo esto, ahora que se inicia el curso 2013-14, es deseable que los alumnos veteranos del IES Gran Capitán se abstengan, como vienen haciendo en los últimos años, de humillar con novatadas a los compañeros que comienzan sus estudios en el centro. Además, porque uno de los deberes del alumnado, recogidos en la LEA (Ley de Educación de Andalucía), es “el respeto a la libertad de conciencia, a las convicciones religiosas y morales, y a la identidad, intimidad, integridad y dignidad de todos los miembros de la comunidad educativa”.

Es mejor recibirlos con este poema de Mario Benedetti; pero donde el poeta uruguayo dice “esta es mi casa”, lo que en realidad queremos decirles a los nuevos alumnos es “esta es vuestra casa”:

 

No cabe duda, esta es mi casa,

aquí revivo, aquí sucedo,

esta es mi casa detenida

en un capítulo del tiempo.

 

Llega el otoño y me defiende

la primavera y me condena,

mis pobres huéspedes se ríen

duermen, comen, juegan.

 

Llega el invierno y me marchita.

Llega el verano y me renueva,

mis pobres huéspedes retozan,

discuten, bailan, lloran, tiemblan.

(…)

 

Esta es mi casa transparente,

aquí me espera la almohada,

aquí me encuentro con mis señas,

con mi memoria y mis alarmas.

 

Esta es mi casa con mi gente,

con mis pasados y mis cosas,

mis garabatos y mi fuego,

mis sobresaltos y mi sombra.

 

No  cabe duda, esta es mi casa,

la reconozco lentamente

por los sabores en el humo

y por el tacto en las paredes.

(…)

Marca la diferencia

Y Dios me hizo mujer, 


de pelo largo, 
ojos,

nariz y boca de mujer. 


Con curvas 


y pliegues 


y suaves hondonadas 


y me cavó por dentro, 


me hizo un taller de seres humanos. 


Tejió delicadamente mis nervios 


y balanceó con cuidado 


el número de mis hormonas. 


Compuso mi sangre 


y me inyectó con ella 


para que irrigara 


todo mi cuerpo; 


nacieron así las ideas, 


los sueños, 


el instinto. 


Todo lo creó suavemente 


a martillazos de soplidos 


y taladrazos de amor, 


las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días 


por las que me levanto orgullosa 


todas las mañanas 


y bendigo mi sexo

He recordado este poema de Gioconda Belli, en el que la autora nicaragüense celebra haber nacido mujer, con las características propias de su sexo, al leer dos noticias terribles. Una es el asesinato de Sushmita Benerjee por los talibanes, el pasado 5 de septiembre. Su cuerpo fue encontrado con al menos veinte balas fuera de una madraza, cerca de su casa, en la provincia de Paktika, en Afganistán. “Las razones por las que querían matarla –leemos en la noticia- eran varias: por el simple hecho de ser mujer, por no usar burka, por su trabajo para mejorar la salud y condiciones de las mujeres o por sus textos, aunque no se sabe cuál fue la razón decisiva“. La otra es el fallecimiento de una niña yemení de ocho años, tras haber sido forzada a mantener relaciones sexuales con su marido de cuarenta en la noche de bodas. La muerte se ha producido como consecuencia de las lesiones internas sufridas. Su caso no es el primero que ha sucedido, pues en los países árabes, como Yemen, son frecuentes los matrimonios por conveniencia.

Las dos noticias han tenido lugar muy lejos de España y uno se para a pensar qué puede hacerse para evitar atentados tan graves. Afortunadamente, hay organizaciones como Amnistía Internacional que luchan por los derechos humanos. Hoy he recibido una carta de su sección española en la que me informan de que un tribunal de Maldivas ha anulado la sentencia contra una niña de 15 años que fue condenada a 100 latigazos y ocho meses de arresto domiciliario por “fornicación”, tras ser violada por su padre durante años. Y esto se ha producido, tras la petición de la anulación por miles de activistas.

Únete a organizaciones como Amnistía Internacional y marca la diferencia.

 

 

Deslealtades

La semana pasada, en un reportaje de Radio 5 dedicado a Alejandro Sawa, prototipo de escritor bohemio de finales del siglo XIX, me enteré de la deslealtad que había tenido con él Rubén Darío. Ambos se habían conocido en París, donde el primero le sirvió al segundo de guía en el ambiente literario y le inició en las correrías nocturnas por el Barrio Latino. Ya en España, Rubén Darío, convertido en un poeta de éxito, aclamado por todos, le pidió a Alejandro Sawa que le escribiera una serie de artículos para el periódico Clarín de Buenos Aires, pues a él le resultaba imposible hacerlo. El hasta entonces insobornable escritor andaluz, quizá por amistad, aunque también por necesidad, accedió a hacer de negro del autor de Cantos de vida y esperanza, sin apenas recibir nada a cambio. Transcurrido el tiempo, cuando Sawa atravesaba por grandes dificultades económicas, le pidió ayuda a su amigo Rubén, pero éste ni siquiera se dignó a contestar a sus cartas llenas de amargura y dolor.

No es el único caso de deslealtad en la historia de la literatura española. También, los jóvenes Salvador Dalí y Luis Buñuel, amigos de los autores de la denominada Generación del 27, lo fueron con Juan Ramón Jiménez, que siempre los había defendido, enviándole una carta en la que le insultaban y manifestaban su desprecio por Platero y yo. Nos repugna su libro, mierda para él y para usted, venían a decir, en una clara actitud provocadora. Y retrocediendo en el tiempo, es muy conocido el comportamiento desleal de los infantes de Carrión con el Cid, cuando azotaron a sus mujeres e hijas de éste, doña Elvira y doña Sol, en el robledal de Corpes.

La infidelidad no es exclusiva de la literatura, sino que está muy extendida en la sociedad. Ahora, por ejemplo, se habla y se escribe de la que ha tenido Luis Bárcenas con sus antiguos compañeros de partido, que actualmente forman parte del gobierno de España, por haber dado a conocer a la opinión pública los sobresueldos que éstos cobraron irregularmente durante años.

Sin embargo, la deslealtad que más duele es la que nos afecta más directamente, como por ejemplo la de los amigos que abusan de nuestra generosidad o la de los alumnos que incumplen un pacto de trabajo o de buen comportamiento.

Las leyes de la frontera

La estructura de esta nueva novela de Javier Cercas se basa en las conversaciones que mantiene un escritor, al que le han encargado escribir un libro sobre la vida de un delincuente juvenil, apodado el Zarco, con un grupo de personas que, de uno u otro modo, tuvieron relación con éste: Ignacio Cañas, alias el Gafitas, un miembro de su banda; el inspector Cuenca que lo detuvo, el director de la cárcel de Gerona donde estuvo preso, etc. Esta forma de organizar la historia resulta eficaz, porque consigue generar la intriga del lector, de tal modo que las dudas e incógnitas que dejan en el aire unas conversaciones son aclaradas y despejadas en las otras.

Por otra parte, el procedimiento narrativo de llevar a cabo un proceso de investigación sobre un personaje real o que perfectamente pudo haber existido, incorporando la escritura de la novela a la propia novela, ya lo había utilizado Javier Cercas en Soldados de Salamina, con gran acierto.

Pero, más allá de la vida de este joven delincuente, que se inicia en el periodo de transición entre la dictadura franquista y la democracia, Las leyes de la frontera representa una parábola de la vida humana o al menos de dos tipos de personas: los que están a un lado de la frontera, condicionados por el ambiente miserable en el que han vivido y a los que no les queda otra opción que la delincuencia; y los que se encuentran al otro lado, que aún tienen tiempo de rectificar. El propio Zarco –hablando con su amigo  el Gafitas- expone muy bien la diferencia: “no eres como nosotros (…) Porque tú vas a la escuela y nosotros no. (…) Tenemos un miedo que no es como el tuyo. Tú piensas en el miedo y nosotros no. Tú tienes cosas que perder, y nosotros no”. También el director de la prisión abunda en esta cuestión, al explicar el intento frustrado del Zarco de reinsertarse en la sociedad, como Antonio Gamallo, su  verdadero nombre ”¿Qué oportunidades de cambiar tenía un chaval que nació en una barraca, que a los siete años estaba en un reformatorio y a los quince en una cárcel? Yo se lo diré: ninguna. Absolutamente ninguna”.

El de las diferencias sociales no es el único mensaje que contiene esta novela, también que la agresividad y la bravuconería son sinónimos de debilidad, pues la fuerza y el vigor se asocian más con la experiencia y la capacidad de trabajo, como le demuestra Ignacio Cañas a Batista, su compañero de colegio que le hacía la vida imposible, riéndose de él. O el nerviosismo y la irritación creciente del Zarco, cuando está punto de lograr la libertad condicional, que refleja su miedo a vivir fuera de ella, su inadaptación, que en realidad es una consecuencia de su pasado, de su nacimiento en una familia desestructurada y su vida posterior de delincuente y drogadicto.

Pero Las leyes de la frontera es quizá sobre todo una historia de amor entre el Gafitas y Tere, condicionada por el Zarco, por la necesidad que habían tenido de él cuando eran jóvenes y estaban en la misma banda, y por la que éste había tenido de ellos, cuando eran adultos. Un historia de amor y desamor, de celos no reconocidos y de venganzas, que se cuenta entreverada con la acción principal; pero que desempeña un papel importante por la influencia que ejerce sobre esta, hasta casi anularla, y porque, al aparecer de modo intermitente, consigue interesar al lector, que espera impaciente cada nueva entrega, cada nuevo reencuentro entre los enamorados.

El desenlace, tras las sorprendentes revelaciones de Tere, parece estar cogido con alfileres, tal es el afán de Cercas por unir los cabos sueltos, con el fin de mantener la intriga; pero es sólo apariencia, porque en la última página las certezas se tornan de nuevo dudas y las piezas de la historia que parecían encajar no encajan: “pensé –dice Ignacio Cañas- que después de todo aquello quizá no era el final de la historia, que quizá no me había pasado ya todo lo que me tenía que pasar y que, si Tere volvía alguna vez, yo la estaría esperando”. Final abierto, pues, para esta novela en la que el autor extremeño, afincado en Cataluña, sin perder sus inequívocas señas de identidad, continúa la búsqueda de nuevas formas narrativas.

Stoner

Como el río Guadiana, que tan pronto discurre sobre su cauce, como es engullido por la tierra, para volver de nuevo a la superficie, así, en la vida de Stoner, un sencillo profesor de la Universidad de Missouri, en Estados Unidos, se van alternando momentos de dolor y resistencia a la adversidad, con otros de una cierta felicidad y alegría.

Pocas obras empiezan con la sequedad de esta novela: la indiferencia hacia él por parte de sus colegas y alumnos; la vida dura y estoica de sus padres en la granja de Booneville; la indolencia con la que llevaba a cabo su trabajo; etc.

Esta misma ausencia de adorno la aplica John Williams al estilo sobrio y sencillo con el que escribe la historia y en el que destacan sus descripciones precisas y expresivas: “Su voz era plana y seca y salía a través de unos labios apenas móviles, sin expresión ni entonación, pero sus largos dedos delgados se movían con gracia y persuasión, como si le dieran a las palabras la forma que su voz no podía”. Se refiere a la dificultad de Archer Sloane para expresar con palabras sus conocimientos de literatura inglesa.

Paradójicamente será este profesor el que despierte la curiosidad de Stoner por la literatura y el arte, leyéndole en alto un soneto de Shakespeare; y con ello el estilo también se enriquece, como tratando de reflejar el cambio: “advirtió que sus dedos se estaban soltando de su firme agarre al escritorio. Volteó las manos frente a sus ojos, maravillándose de lo morenas que estaban, de la intrincada manera en que las uñas se adaptaban al romo final de los dedos. Pensó que podía sentir la sangre fluir invisible a través de sus diminutas venas y arterias, pulsando delicada y precariamente desde las yemas de los dedos a través de su cuerpo.” Así, con este pormenor, con estos detalles cargados de sugerencias, se describe el momento de la transformación operada en el joven, completamente abstraído, después de la lectura del poema.

Descubre el amor y con éste la marginación de la mujer, que es educada desde niña con intención represiva, sobre todo en lo concerniente al sexo. La misma boda con Edith resulta tan encorsetada, tan carente de naturalidad, que tenemos la impresión de que no fueran ellos los que se  casan: “Con su vestido blanco era como una fría luz descendiendo sobre la habitación. Stoner empezó a caminar involuntariamente hacia ella (…) Edith estaba pálida, pero le dedicó una sonrisa. Al poco estaba junto a él y caminaban juntos. Un extraño con alzacuellos se plantó ante ellos. Era bajo, gordo y tenía un rostro impreciso. Mascullaba algo y miraba hacía un libro blanco que tenía en las manos. (…) Sentía que le estrechaban la mano; la gente le daba palmadas en la espalda y reía, la sala bullía. (…) Había un pastel. Alguien unió sus manos y las de Edith, había un cuchillo, comprendió que se suponía que tenía que guiarle la mano para que ella cortase el pastel.”

Todo contado por un narrador en tercera persona, tras el que se oculta el protagonista. Por eso, nos llega tanto su historia y la sentimos como nuestra; percibimos cómo la infelicidad que preside su vida matrimonial es como una herencia de la que habían padecido sus padres y contra la que no puede hacer nada: “Sus vidas se habían consumido en un trabajo triste, rotas sus voluntades, sus inteligencias embotadas”.

La historia de Stoner se desarrolla a lo largo del siglo XX y está condicionada por los acontecimientos más importantes de este periodo: la primera guerra mundial, que lo pone en contacto con la muerte como una explosión de violencia; la quiebra de la bolsa de Nueva York en 1927, que se ceba en la sociedad estadounidense, provocando una tristeza que le afecta también a él y le lleva a adquirir conciencia social; la tragedia de la segunda gran guerra, que intensifica el drama de la boda precipitada de su hija, la cual se cuenta con una especial fuerza, siempre desde el ángulo de visión de Stoner: “Con una pena que era casi impersonal observó el triste ritual del matrimonio y se conmovió extrañamente ante la belleza pasiva e indiferente del semblante de su hija y la indolente desesperación del rostro del muchacho”.

En el desempeño de su trabajo, que paradójicamente es la única válvula de escape para él, constata el abismo existente entre lo que siente por su asignatura y lo que imparte en clase; un abismo que cualquier docente ha experimentado, especialmente los que trabajamos en enseñanza secundaria, con alumnos frecuentemente ajenos a nuestros intereses e inquietudes. Igualmente, percibe cómo en la universidad el enchufismo y la envidia priman por encima de las cualidades profesionales, lo cual se vuelve contra el propio Stoner y acaba convirtiendo su existencia en una tragedia: “Se empezó a preguntar si su vida merecía la pena, si alguna vez la había merecido. Era una duda, sospechaba que le llegaba a todo el mundo, tarde o temprano. Se preguntaba si a los demás les sobrevenía con la misma fuerza impersonal que le llegaba a él.” Es decir, llega a la conclusión de que todo el conocimiento que había adquirido, todas sus vivencias, no valían nada.

Éste podría haber sido el final de esta novela tan bien contada y trabada, y en la que el interés no decae en ningún momento; pero la tragedia se prolonga, después de un periodo de felicidad pasajero, junto a Katherine Driscoll, joven compañera del departamento de Inglés, con la que aprende, entre otras cosas, que la vida mental y la de los sentidos no son distintas ni contrapuestas, como dice la tradición, sino que ambas se complementan e intensifican: “A veces levantaban los ojos de sus estudios, se sonreían y volvían a la lectura. Eventualmente Stoner alzaba la vista de su libro y dejaba que su mirada se posara en la graciosa curva de la espalda de Katherine (…) Luego un lento, sencillo deseo, le poseía despacio y se levantaba, quedándose tras ella y dejando que sus brazos descansaran suavemente sobre sus hombros. Ella se estiraba y dejaba caer la cabeza hacia atrás sobre su pecho, extendiendo él las manos hacia delante dentro de la bata suelta, tocando con delicadeza sus senos. Luego hacían el amor, yacían tranquilos un rato y regresaban al estudio como si amor y aprendizaje fuesen un mismo proceso.”

La tragedia se prolonga porque la hipocresía y la envidia del mundo universitario vuelven a postrarle en la infelicidad. Su vida es un reflejo de aquella década ominosa de los años 30, caracterizada por la miseria y la desesperanza generalizada.

Así, en un vaivén continuo, de la alegría al dolor y del dolor a la alegría, transcurre su vida, siempre buscando la autenticidad que sólo encontró en el amor al conocimiento y en una mujer: Katherine Driscoll. Al final, te introduces tanto en la historia que acabas reflexionando igual que el protagonista y te sobrevienen los mismos pensamientos que a él, momentos antes de morir: lo que has deseado y lo que tienes; lo que has renunciado a hacer, dejándolo marchar; la conciencia de lo mucho que ignoras; etc.

Stoner no se puede considerar una tragedia, como Edipo rey o Antígona, porque carece del tono solemne en el que están escritas estas obras y su protagonista no pertenece a la nobleza; pero John Williams consigue la misma intensidad y trascendencia, con una prosa sencilla y austera y con un personaje extraído de la vida cotidiana. Además, el destino de éste no depende de un deus ex machina sino de la hipocresía y bajeza moral de la sociedad en la que le tocó vivir.

Espíritu de lucha

Hoy se publica en el diario El País un artículo titulado “Giro hacia el autoritarismo”, en el que el escritor y premio Nobel de literatura, Orhan Pamuk, ofrece su interpretación sobre los hechos ocurridos en Estambul, ciudad donde miles de personas protestan por la decisión del gobierno autoritario de Erdogan de talar los árboles de la plaza Taksim para construir un centro comercial.

En su opinión no existe una sola persona residente en Estambul que no guarde un recuerdo relacionado, de alguna forma, con esta plaza, que es la última zona verde que queda en el centro de la ciudad y donde todos los partidos políticos han celebrado mítines en los últimos años.

Por eso, le llena de esperanza que sus habitantes no renuncien “ni a su derecho a organizar manifestaciones políticas en la plaza Taksim, ni a sus recuerdos, sin luchar primero”.

Es el mismo espíritu de lucha que demostró Rafa Nadal, el pasado viernes, en el partido de semifinales del torneo de tenis Roland Garros contra Novak Djokovic, número uno del mundo. Iba perdiendo por 4-2, en el quinto y definitivo set, pero no se vino abajo, al contrario, con la perseverancia del que cree ciegamente en sus objetivos, remontó el marcador y acabó ganando el partido.

Qué dos buenos ejemplos para nuestro alumnado: el del pueblo de Estambul luchando por sus derechos,  frente a un régimen autoritario; y el de Rafa Nadal, de no rendirse jamás ante la adversidad. Además, en el caso de este último, cuando le preguntan por todos los éxitos deportivos que ha logrado, siempre responde que no intenta ser mejor que nadie, sino esforzarse cada día para mejorar él.

Reconocimiento a Muñoz Molina

Como reconocimiento a Antonio Muñoz Molina, reciente Premio Príncipe de Asturias de las Letras, reproduzco aquí una crítica sobre su novela Plenilunio, publicada hace años en la Revista Cultural de nuestro centro ¡BUFP! y en la que destaco entre otros aspectos su condición de intelectual comprometido con su tiempo:

“El misterio de la lentitud

“El misterio de la lentitud” es el título de un reciente artículo de Muñoz Molina, donde valora la obra del pintor Antonio López y del director de cine Víctor Erice, a propósito de la película de este último El sol del membrillo. El escritor granadino destaca la virtud de ambos para revelar la parte de prodigio secreto que hay en las cosas, el doble enigma de perduración y fugacidad. Pues bien, he tomado prestado el título de este artículo, porque Muñoz Molina parece plantearse en Plenilunio el reto de captar justamente lo que alaba en ambos creadores: la perduración y la fugacidad, es decir, pretende captar el paso del tiempo y a la vez la eternidad de cada instante, porque se recrea en los hechos con la lentitud del trabajo bien realizado, ofreciéndonos diferentes perspectivas de los mismos, fijándose en detalles que para los ojos de cualquier persona pasan inadvertidos. Sin embargo, en cada detalle se encierra una emoción o un sentimiento o una pista que nos desvela alguna parte oscura de la identidad del asesino. Y es que la realidad está ahí para mirarla, como el cine de Víctor Erice, o como cualquier investigación policial, y se puede volver sobre ella para entenderla; se puede volver sobre los hechos con la finalidad de esclarecerlos, del mismo modo que podemos recordar el pasado para explicar el presente. Precisamente, estos son los dos caminos por donde avanza la novela: la investigación policial que arranca desde las primeras líneas y que se presenta como trama principal y el conocimiento progresivo de los personajes principales que nos conduce a una época pasada, la dictadura de Franco, y que desemboca en una historia de amor. Son como dos historias distintas que nacen juntas, se separan, tornan a juntarse, se separan de nuevo y así hasta el final espléndido y sorprendente, como los finales de todos los capítulos.

En un estilo limpio y preciso, Muñoz Molina vuelve una y otra vez sobre el mismo hecho, el asesinato de la niña, para mostrarnos algún matiz distinto, algún dato desconocido, alguna perspectiva insólita que nos ayude a penetrar en la historia. Y es esa pulcritud de estilo, esa ausencia de amaneramiento o artificio, lo que confiere a la novela solidez y dignidad en lo que tiene de compromiso con el ser humano, con la justicia. Porque hay como un trasfondo ético que impregna la manera de narrar. Reconocemos al autor comprometido con una causa justa, su indignidad ante la infamia, tras cada frase, cada palabra, cada página.

Del mismo modo, consigue transmitir la impresión de algo vivido, cuando describe a los personajes, introduciéndose en los meandros del pensamiento, como si tras cada rasgo estuviera el propio autor con sus recuerdos. En especial, cuando se centra en el inspector y la maestra, dos personajes radicalmente solos, de los que vamos conociendo poco a poco un pasado que explica el presente, claves sicológicas que modelan los caracteres de ambos, así hasta que un hilo invisible se tiende entre los dos de una manera muy natural. Tenemos la impresión de estar contemplando una escena cinematográfica. Pero también consigue esta autenticidad cuando describe al asesino a través del lugar donde trabaja, deteniéndose en las impresiones que le causan las mujeres que acuden a la compra. Impresiones que revelan sus instintos agresivos y, al mismo tiempo, su conciencia de pertenecer a los estratos más bajos de la sociedad, su indefensión, su desarraigo.

Plenilunio rebosa actualidad no solo por el argumento y el tiempo presente en el que se desarrollan los hechos, sino sobre todo por el compromiso ético que encierran sus páginas. Además, ahora que el tiempo se ha convertido en el gran fetiche de nuestras vidas, bien por su ausencia o por la mala distribución que hacemos de él, es especialmente recomendable la lectura de una novela que nos invita a recrearnos en los detalles.”

No se sienten libres

Ayer pudimos leer en Público.es los resultados de un informe europeo, según el cual el 80% de los alumnos homosexuales se siente intimidado o amenazado en sus centros de enseñanza. El informe, con datos de veintiocho países, incluido España, es la mayor encuesta realizada hasta la fecha sobre el grado de discriminación que sufre este colectivo. El 66 % de los encuestados, desde bachilleres a universitarios, confiesa que oculta su orientación sexual, pues teme darse la mano en público por miedo a represalias de sus compañeros.

Estos resultados ponen de manifiesto que la homofobia está más extendida de lo que parece y, en consecuencia, las personas gays o lesbianas siguen estando discriminadas en la sociedad.

Hay un poema de Luis Cernuda que refleja, de forma muy clara, la tragedia del hombre que no puede expresar lo que siente:

“Si el hombre pudiera decir lo que ama,

si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo

como una nube en la luz;

si como muros que se derrumban,

para saludar la verdad erguida en medio,

pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad

de su amor,

la verdad de sí mismo,

que no se llama gloria, fortuna o ambición,

sino amor o deseo,

yo sería aquel que imaginaba;

aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos

proclama ante los hombres la verdad ignorada,

la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar

preso en alguien

cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;

alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,

por quien el día y la noche son para mi lo que quiera,

y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu

como leños perdidos que el mar anega o levanta

libremente, con la libertad del amor

la única libertad que me exalta,

la única libertad porque muero.

Tú justificas mi existencia:

Si no te conozco, no he vivido;

Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.”

En efecto, Cernuda carece de libertad para poder expresar su amor homosexual, porque la sociedad no lo comprende o no está preparada para aceptarlo y, paradójicamente, este amor es el único que le hace sentirse libre. Resulta estremecedora la repetición en la primera parte del poema de la palabra “verdad”, es decir, del amor oculto que él desea que salga a la luz, aunque sabe que no es posible.

Han pasado casi cien años desde que se publicó el libro Los placeres prohibidos,  al que pertenece el poema. Durante este tiempo, la opinión de la sociedad española sobre la homosexualidad ha ido cambiando para mejor, pues teóricamente admitimos que cada persona tiene derecho a vivir libremente su sexualidad; sin embargo, la realidad, según los resultados de la encuesta, demuestra lo contrario.

Paradójicamente, la asignatura “Educación para la ciudadanía”, que enseña a los alumnos los valores democráticos y constitucionales, entre los que se encuentra el respeto a las familias homosexuales, ha sido suprimida en la LOMCE (Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad de la Enseñanza) aprobada esta semana en el Consejo de Ministros.