Antídoto contra la anorexia

He pensado en la poesía de Walt Whitman, mientras debatíamos esta mañana sobre la anorexia, en 3º de Diversificación; mientras escuchaba la escalofriante historia de Isabelle Caro, la actriz y modelo francesa que murió a los 28 años de insuficiencia respiratoria, y que se hizo famosa por una campaña publicitaria en la que posó desnuda para llamar la atención sobre las consecuencias de esta terrible enfermedad; mientras oía los testimonios de algunas alumnas, que también habían caído en las redes de la anorexia, influidas por los comentarios maliciosos de los demás, que les habían llevado a dudar de sí mismas.

He pensado en Walt Whitman, porque su poesía se caracteriza por una extraordinaria fe en el hombre, que es justamente lo que les falta a las personas anoréxicas. Escribió en uno de sus poemas:

 

“Existo como soy; eso basta,

si nadie en el mundo lo sabe, estoy satisfecho,

si todos y cada uno lo saben , estoy satisfecho”

 

Esta autosatisfacción, que raya en el narcisismo, resulta contagiosa para el lector. Pero más seductor aún se muestra el autor norteamericano en este poema, donde expresa su alegría de estar cerca de las personas a las que quiere:

 

“Me he dado cuenta de que basta estar con los que uno quiere.

Me basta demorarme al atardecer con aquellos que quiero.

Me basta sentir cerca la hermosa carne, la carne que es curiosa, que respira y que ama.

¿Pasar entre la gente y tocar a alguno, o rozar con el brazo el cuello

de un hombre o de una mujer, no es esto mucho?

No pido otra alegría, nado en ella como en el mar.

Hay algo en estar cerca de hombres y mujeres, y de mirarlos,

y en su contacto y en su olor, que es grato al alma.

Todas las cosas son gratas al alma, pero ésta es la más grata.”

 

A los que padecen la anorexia quizá no les sea suficiente con la ayuda de sus familiares y seres queridos para superarla; pero sí es algo indispensable para conseguirlo, porque, como dice Walt Whitman, hay algo en estar en contacto con las personas que resulta grato al alma.

El futuro de la novela

Nos aproximamos al estudio de dos de las novelas más importantes de la Literatura Española, el Lazarillo de Tormes y El Quijote, que son innovadoras, porque rompen con el género narrativo más cultivado y leído en el siglo XVI: el de los libros de caballerías. La primera convierte en protagonista a un hombre insignificante, que va mejorando poco a poco su posición en la sociedad; y la segunda nos cuenta las “hazañas” de un pobre hidalgo, que pierde el juicio a causa de la lectura de las novelas de caballerías.

Por esta capacidad de innovación, El lazarillo y El Quijote vivificaron y garantizaron la pervivencia de un género agotado en aquella época con los relatos fantásticos protagonizados por héroes legendarios, como Amadís de Gaula.

Y es que “la novela nunca ha tenido una esencia ni ha sido un género normativo; eso es lo que le ha permitido transformarse, a través del tiempo y adaptarse a las distintas épocas y públicos”. Son palabras del ensayista Gustavo Guerrero, incluidas en el reportaje “Los The End no le van a la novela”, que podrían aplicarse al siglo XVI, en que se escribieron las dos novelas citadas, y también a este siglo XXI en el que, gracias a las nuevas tecnologías, tenemos la posibilidad de leerlas en otros soportes, como el ebook. Agustín Fernández Mallo, escritor español, abunda en la misma opinión, cuando afirma: “lo que está en crisis es un modelo de novela, pero no el género de la novela”. Marta Santos Febres, autora puertoriqueña, también se manifiesta en contra de que esté en fase de extinción con el argumento de que cada vez se escriben más novelas desde perspectivas, que antes eran minoritarias, como las de las mujeres, los gais, etc.

Además, gracias a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, el mercado editorial se ha democratizado y podemos leer novelas de autores que se han editado ellos mismos en formato digital y que, de otra forma, no conoceríamos.

Sin embargo, como comentábamos esta mañana en clase, quizá el principal enemigo del género narrativo, en esta época de culto a la imagen, donde todo se ve, es que “en las novelas no ves nada. Todo tienes que imaginártelo”, como dice Pablo en Las bicicletas son para le verano. Claro que podemos estar más de acuerdo con Luis –otro de los personajes- quien cree que todo lo cuentan le está pasando a él.

El amor humano y el divino

La poesía de San juan de la Cruz, aunque tiene un sentido religioso, se puede interpretar en clave humana. Esto les comentaba a mis alumnos de 3º de ESO esta mañana: que sus poemas habían funcionado de forma autónoma, sin los comentarios del propio autor explicando el significado místico de los mismos.

 

Basta con leer “Noche oscura”, para captar, desde los primeros versos, que puede estar describiendo una vivencia erótica:

 

En una noche oscura,

con ansias en amores inflamada,

¡oh dichosa ventura!,

salí sin ser notada,

estando ya mi casa sosegada.

 

A escuras y segura,

por la secreta escala, disfrazada,

¡oh dichosa ventura!,

a escuras y en celada,

estando ya mi casa sosegada.

 

En la noche dichosa,

en secreto, que nadie me veía,

ni yo miraba cosa,

sin otra luz y guía

sino la que en el corazón ardía.

 

Aquésta me guiaba,

más cierto que la luz del mediodía,

donde me esperaba

quien yo bien me sabía

en parte donde nadie parecía.

 

¡Oh noche, que guiaste!,

¡Oh noche amable más que la alborada!,

¡Oh noche que juntaste

amado con amada,

amada en el amado transformada!

 

En mi pecho florido,

que entero para él sólo se guardaba,

allí quedó dormido,

y yo le regalaba,

y el ventalle de cedros aire daba.

 

El aire de la almena,

cuando yo sus cabellos esparcía,

con su mano serena

en mi cuello hería,

y todos mis sentidos suspendía.

 

Quedéme y olvidéme,

el rostro recliné sobre el amado,

cesó todo, y dejéme,

dejando mi cuidado

entre las azucenas olvidado.

 

Una mujer sale disfrazada de su casa para buscar a su enamorado ausente. Su corazón arde en deseos hacia él y no hay estorbos en el camino. Ambos se encuentran carnalmente, en un lugar oculto, y alcanzan la plenitud. Finalmente, después de esta, llega la relajación, el anticlímax.

 

Los versos son bellísimos, especialmente, los de las dos últimas estrofas, en los que, probablemente, San Juan pretendía describir la satisfacción del alma, después del éxtasis místico o unión espiritual con Dios; pero donde también reconocemos la sensación de abandono y relajación del cuerpo, que sigue al acto sexual.

 

 

Conversar

Internet ha revolucionado el mundo de las comunicaciones –se suele decir- para señalar uno de los aspectos que más ha cambiado la vida de las personas en los últimos años. Antes era frecuente conversar hasta altas horas de la madrugada, intercambiando impresiones sobre un libro o una película, o analizando la situación del país y la necesidad de un sistema de democrático que garantizara una vida en común, con respeto a todas las opiniones e ideologías.

Conozco a un viejo amigo, que la primera vez que entró en Facebook proclamó a los cuatro vientos su deseo de comunicarse con la masa anónima de receptores virtuales, ignorando quizá las limitaciones de las redes sociales en cuanto al número de caracteres de cada comentario. Seguramente, añoraba nuestras largas conversaciones de los años de universidad, sentados en alguna taberna del casco antiguo, o en las escaleras desgastadas de la Plaza Mayor, cantando a coro “Alfonsina y el mar”, la poetisa argentina, que acabó sus días suicidándose en el Mar del Plata.

Hoy, Javier Marías, en su artículo semanal del diario El País, lamenta precisamente un hábito, cada vez más extendido entre los jóvenes, que pertrechados de su iPhone o su iPad, como si se tratara de un extremidad más del cuerpo, intercambian mensajes electrónicos, sin levantar la mirada de la pantalla, completamente ajenos a lo que sucede a su alrededor, e ignorando a quienes se encuentran a su lado.

Concluye el articulista afirmando que “la verdadera conversación pertenece al pasado”. Quizá sea excesivo afirmar esto; pero lo que sí tengo claro es que conversar, como leer un libro, requiere tiempo, para ir conociendo poco a poco lo que piensa la otra persona; y puestos a elegir, yo al menos prefiero que esté presente, es decir, que pueda verla y escucharla en su propio timbre de voz.

Balkan blues

A estos nueve relatos que integran el volumen Balkan blues les une Atenas, donde se sitúan las historias que se cuentan, cuando la ciudad se prepara para los Juegos Olímpicos de 2004, y el tema de la inmigración, procedente mayoritariamente de los Balcanes, como el propio título sugiere.

Petros Márkaris demuestra ser un escritor original y comprometido. Original por la forma en la que plantea sus relatos, particularmente, el titulado “De refilón”, donde son las manos y los pies de los personajes quienes alcanzan el protagonismo:

“Ambas manos sostienen con fuerza las cajas llenas de peras (…) Los pies han encontrado refugio en un par de zapatillas deportivas de lona (…) El pie izquierdo da un giro brusco para cambiar de dirección y se hunde en uno de los charcos del camino (…) La manos se desplazan hacia los bolsillos del pantalón. La izquierda se esconde enseguida en su refugio, aunque la derecha cambia de opinión en el último instante y vuelve a dirigirse a las cajas de peras.”

O en “Café batido”, donde realiza un ejercicio metaliterario, perceptible desde el inicio del relato: “La tipa que escribe esta historia me ha mandado a una de las islas de la línea árida, apenas una talla más grande que una roca”. Es el narrador protagonista quien se expresa así, generando una incertidumbre en el lector que te invita a continuar.

También se aprecia originalidad en los desenlaces sencillos, aunque siempre con un punto de sorpresa, de sus relatos, como el de Suite para flauta y violín, donde el destino de Frida y Christo, queda ligado al futuro profesional del protagonista.

En cuanto al compromiso, lo reconocemos en los relatos protagonizados por inmigrantes y el trato discriminatorio que reciben en la sociedad griega. Por ejemplo, en “Sin decorados, donde un cocinero muere a manos de su compañero sudanés, tras negarse a compartir el premio ganado en una quiniela con trece aciertos. O en “Carta verde”, relato en el que un mendigo, supuestamente serbio-bosnio, es apaleado, chantajeado e insultado. Igualmente, en “Sonia y Varia”, donde tres chicas de países del Este son obligadas a prostituirse.

Son nueve historias, que podían haber sucedido en cualquier ciudad europea, a donde llegan los inmigrantes huyendo de la miseria de sus países de origen, para desempeñar normalmente trabajos que nadie quiere hacer; pero que no siempre son tratados con el respeto y la consideración debidos.

Aprovecha el día

Esta es aproximadamente la traducción del tópico latino del “Carpe diem”, que aparece, por primera vez en Horacio y que recrea Garcilaso de la Vega en el soneto XXIII:

En tanto que de rosa y de azucena

se muestra la color en vuestro gesto,

y que vuestro mirar ardiente, honesto,

con clara luz la tempestad serena;

 

y en tanto que el cabello, que en la vena

del oro se escogió, con vuelo presto

por el hermoso cuello blanco, enhiesto,

el viento mueve, esparce y desordena:

 

coged de vuestra alegre primavera

el dulce fruto antes que el tiempo airado

cubra de nieve la hermosa cumbre.

 

Marchitará la rosa el viento helado,

todo lo mudará la edad ligera

por no hacer mudanza en su costumbre.

Lo hemos leído en clase de 3º de ESO, como una muestra representativa del periodo renacentista, donde, como el propio nombre indica, renace la cultura clásica. El poema recrea también otro tópico: el “collige, virgo, rosas”, cuya traducción sería: coge, doncella, las rosas de la vida, es decir, disfruta, mientras eres joven, porque el tiempo acabará marchitando tu belleza.

Después de la lectura, comentamos la actualidad de estos pensamientos y llegamos a la conclusión de que, en una época de crisis económica, como la que nos encontramos, las personas tienden a vivir el momento y aprovechar los pocos placeres que les proporciona la vida, sin pensar en un futuro cada vez más incierto..

Hay una canción de Manolo García, donde se repite una frase en latín “tempus fugit”, y que recuerda los tópicos literarios a los que acabo de referirme. El intérprete catalán nos dice que lo quiere todo, que quiere disfrutar al máximo el momento, porque el tiempo huye:

“Agárrate a la cola del viento

que se nos escapa el tiempo,

el tiempo se nos escapa

corto amarras a mi balandra

tempus fugit

tempus fugit”

Lo quiere todo, incluida la conciencia de que nunca pasará de aprendiz y de que todas las cosas no se pueden tener, certeza que solo te da el paso de los años.

Diferentes formas de vivir la Semana Santa

LA SAETA

¡Oh, la saeta, el cantar

al Cristo de los gitanos,

siempre con sangre en las manos,

siempre por desenclavar!

¡Cantar del pueblo andaluz,

que todas las primaveras

anda pidiendo escaleras

para subir a la cruz!

¡Cantar de la tierra mía,

que echa flores

al Jesús de la agonía,

y es la fe de mis mayores!

¡Oh, no eres tú mi cantar!

¡No puedo cantar, ni quiero

a ese Jesús del madero,

sino al que anduvo en el mar!

En este poema, escrito durante su estancia en Baeza, entre 1913 y 1917, Antonio Machado rechaza una forma de vivir la religiosidad, basada en el sufrimiento y la tortura de Jesucristo, típica de Andalucía, y que tiene su expresión más significativa en la Semana Santa. Pero no lo hace desde una actitud antirreligiosa, sino mirando a otra figura distinta a la que agoniza colgada en la cruz. No está claro quién es para Machado el Jesús “que anduvo en la mar”, ya que puede referirse al que hacía milagros o también, considerando que en sus poemas el mar simboliza la muerte, al que fue capaz de vencer a esta. Tampoco se debe olvidar que para el poeta caminar es vivir, y por tanto, su Cristo preferido, y cuyo ejemplo nos invita a seguir, es el más cercano a nosotros, el que predicaba, combatía la injusticia y ayudaba a los pobres.

Frente al punto de vista de Machado están los que viven todo el año pendiente de la Semana Santa y para los que no existe otra imagen de Jesús más que la del crucificado. Son los que esperan con emoción la llegada de la Semana Santa; los que miran al cielo con inquietud para saber si podrá salir su paso; los que rinden culto a la muerte de Jesucristo y celebran su resurrección; los que abrazan al pobre, porque, en estas fechas, ya se sabe, desaparecen las diferencias sociales.

Entre estas dos posiciones, se sitúan los que se acercan a la Semana Santa por razones estéticas, porque les resulta atractiva esa mezcla de silencio y redoble de tambores con el que desfilan los nazarenos encapuchados; esa exhibición de poder y riqueza con la que avanzan las imágenes. También están los que se alegran de la llegada de estos días por razones más triviales en apariencia: porque es un tiempo de asueto, de reuniones familiares, de comidas especiales, etc.

¿Cómo vives tú la Semana Santa?

 

 

Absolución o la búsqueda de la felicidad

Lino, como lo define el señor Lewin, es un fugitivo, un prófugo, que va de paso y aprisa por la vida, como si esta “fuese un viaje hacia una meta y hubiera que apresurarse a cada instante, sin detenerse nunca”; como los pastores nómadas que conducen sus rebaños a donde la hierba está tierna y fresca; pero que, al poco tiempo, tienen que emigrar a otro lugar, siempre con la inquietud de que no sea el adecuado y con la certeza de que tampoco allí permanecerán.

Lino es el protagonista de la nueva novela de Luis Landero, pero a quien tenemos la impresión de haber visto antes, en las fantasías de Dacio Gil, que convierte al humilde empleado Gregorío Olías en el rutilante poeta Augusto Faroni, en Juegos de la edad tardía, o en la vida de ensueño que imagina Dámaso, primero, para su hijo, y, después, para Bernardo, en Hoy, Júpiter. Y tenemos esa impresión, porque se trata de personajes insatisfechos con la vida que les ha tocado en suerte y sueñan con otra mejor, bien para proyectarla en los demás, como hacen Dacio Gil y Dámaso, o bien para ellos mismos, como es el caso de Lino, o del propio señor Lewin, que espera ilusionado el regreso de su amada, once años después de su partida: “aún conserva la esperanza de que Paula llegue a tiempo para vivir juntos algún pequeño suceso -un chaparrón, ese mendigo con sombrero de paja, el niño que se acerca de puntillas y sin respirar a una paloma-, cualquier cosa digna de ser contada durante horas en la limpia candidez del hogar, picando cosas ricas, dando sorbitos de licor o de menta, y creando de nuevo un paraíso de caricias, de besos, de palabras.”

Posee Luis Landero, las dos cualidades más importantes del buen novelista: el dominio del lenguaje, siempre brillante y preciso, y la capacidad para inventar una historia y mantener la atención del lector en torno a ella. En Absolución reconocemos ambas cualidades, pues está escrita impecablemente, “cuidando el léxico y el oleaje de la frase”, como dice Guzmán, otro de los personajes, y el autor extremeño sabe generar la intriga alrededor de las dudas del protagonista y su búsqueda infructuosa de la felicidad.

La acción se sitúa cuatro días antes de la boda con Clara, que supuestamente va a traer la felicidad a Lino; pero algo imprevisto acabará torciéndolo todo. A partir de ese momento, un narrador omnisciente nos cuenta la historia, siguiendo el discurrir caprichoso de la mente del protagonista, jugando con el tiempo, en un ir y venir continuo, de su infancia y el proyecto quimérico de irse a Australia, al periodo universitario y su amor con Inés, truncado absurdamente, y de éste al momento presente, y vuelta a empezar, en una escritura fluida y brillante, que se recrea en los detalles, envolviéndonos, enredándonos en la madeja de sus pensamientos, como cuando surge en él de repente el afán insaciable de estudiar y saber, o cuando describe el asombro que le produce la elegancia con que la burguesía sabe aburrirse, o cuando evoca su primer encuentro íntimo con Clara: “De pronto comprendió que ella le correspondía con el mismo amor desesperado y solitario, y que una gran parte del idilio entre ellos se había desarrollado sin palabras y hasta sin la presencia real de los protagonistas. Un elipsis sentimental que explicaba, ahora que se veían a solas por primera vez, lo mucho que sin saberlo se habían adentrado en su secreta relación amorosa.”

Así, avanza la historia, en sus dos primeras partes, hasta la fusión de un pasado infeliz con un presente, donde se adivinan la armonía y la dicha; pero la fatalidad, como les sucede a los héroes clásicos, tan citados a lo largo de la novela, se cierne sobre Lino y le obliga a huir, para iniciar una nueva vida.

El remedio, aparentemente, lo encuentra en la acción, en vivir el momento presente, en contacto con la naturaleza, porque “como el río de Heráclito, él necesitaba cambiar continuamente, ser él mismo pero a la vez ser otro a cada instante. Y con el esfuerzo y la austeridad del camino, iría pagando sin darse cuenta sus culpas, sus errores, sus remordimientos.”.

Si embargo, el tedio de vivir, que lo perseguía desde siempre, vuelve a apoderarse de él, y con el tedio nuevamente el sentimiento de culpa por causas ya olvidadas. Llega a la conclusión de que su vida carece de autenticidad, porque nunca ha elegido su propio destino, siempre se ha dejado arrastrar por las circunstancias o por la voluntad de los demás. Por eso, necesita contar su historia a alguien, confesar sus culpas, para aligerar la carga, como Orestes, cuando llega a Atenas tras su penosa travesía de expiación y declara ante la asamblea para que lo juzgue. De esta manera, como el héroe clásico, encuentra la absolución.

Se ríen de nosotros

Últimamente, vienen apareciendo en la prensa caras sonrientes que me producen un especial rechazo. Hoy, sin ir más lejos, en el diario El País, encontramos, en primer lugar, la imagen del expresidente de Guatemala, Efraín Ríos Montt, esbozando una sonrisa hipócrita, durante el juicio en el que se le acusa de genocidio, mientras los supervivientes narran los horrores vividos bajo su mandato, entre 1982 y 1983: violaciones de mujeres, matanzas de ancianos y niños, asesinatos masivos de campesinos, etc.

La segunda fotografía corresponde a Francisco Camps, expresidente de la Comunidad Valenciana, sonriendo a sus familiares y amigos, en señal de triunfo, tras conocer el fallo del jurado popular que le absolvió en el juicio por el regalo de los trajes, que ahora ha reabierto el Tribunal Supremo, porque no se habían tenido en cuenta testimonios directos que le incriminan.

En la tercera imagen, aparece Javier Guerrero, exdirector general de Trabajo de la Junta de Andalucía, que lideró el desvío de dinero procedente del fondo de los ERE (Expedientes de Regulación de Empleo), gracias al cual consiguió ilegalmente 249.000 euros. Este político también esboza una sonrisa, mientras camina esposado, después que la juez ordenara su reingreso en prisión.

¿De qué se ríen? Hace unos meses escribí una entrada en el blog titulada “La cara del que sabe”, donde aludía a los que se sienten por encima del bien y del mal, y están muy seguros de sí mismos y de su sabiduría. Quizá estos tres personajes se ríen por lo que saben, porque están convencidos de que nunca se conocerá la verdad sobre sus casos, o a lo mejor les hace gracia la ingenuidad del tribunal que los juzga, aunque, si lo pensamos bien, de quienes se están riendo es de todos nosotros, de las personas que respetamos las leyes y vivimos honradamente de nuestro trabajo.

Por eso, me produce una especial repugnancia observarlos en estas fotografías, indiferentes a los delitos que han cometidos, en un ejercicio de hipocresía, que supera con creces la actuación del mejor actor.

Saber escuchar

Aprendí los valores democráticos en la Universidad. Estábamos en los últimos años de la dictadura franquista y las asambleas de alumnos para reivindicar las libertades o para defender la transformación del Colegio Universitario de Cáceres en Universidad, eran continuas. Las intervenciones se sucedían aceptando escrupulosamente el orden establecido por el moderador y el silencio con el que se escuchaba a quien tenía el uso de la palabra era reverencial.

En aquellas asambleas, en las que participábamos centenares de estudiantes, aprendí a debatir en público, respetando el turno de palabra, guardando silencio, mientras intervenía un compañero, y sobre todo escuchando.

Han pasado bastantes años desde entonces y los que nos dedicamos a la enseñanza intentamos cada día inculcar estos valores a nuestros alumnos, aunque el resultado no siempre sea satisfactorio. Lo pude comprobar el pasado jueves, en el debate sobre los padres, que celebrábamos en 3º de Diversificación. La moderadora se desgañitaba para que sus compañeros la escucharan, respetaran el turno de palabra o simplemente se mantuvieran en silencio, mientras hablaba otra persona.

“¡Así no puede ser!” concluyó y tenía razón, porque un debate, una asamblea o una clase no pueden desarrollarse con normalidad, si no se respetan unas mínimas normas, de las cuales la principal es escuchar al que está hablando.

Hay un poema de Blas de Otero, publicado en 1955, en el que el poeta pide la palabra, en nombre de la “inmensa mayoría”:

Escribo


en defensa del reino


del hombre y su justicia. Pido

la paz


y la palabra. He dicho «silencio»,


«sombra»,


«vacío»


etcétera.


Digo
«del hombre y su justicia»,

«océano pacífico»,


lo que me dejan.


Pido


la paz y la palabra.

Conviene no olvidar que la palabra es reflejo de pensamiento y de vida, y nos define como personas. Ahora que podemos usarla libremente, porque poetas como Blas de Otero la reclamaron, como herramienta de paz y de justicia, durante la dictadura franquista, prestemos más atención a los que hablan.