Deportistas

Siempre he pensado que los deportistas deben ser un ejemplo a seguir por los jóvenes; y no me refiero tanto en la práctica de su actividad deportiva como en su comportamiento en la vida. Así se puede reconocer en el tenista Rafa Nadal, que nunca ha negado un autógrafo a las personas, sobre todo niños, que se acercan a él, antes o después de un partido, y que siempre ha considerado sus triunfos en el tenis como resultado del esfuerzo y la planificación.

A este modelo responden también el baloncestista Pau Gasol, o los jugadores de la Selección Española de Fútbol, que tantos éxitos deportivos han logrado recientemente. Algunos de estos, como Iker Casillas y Xavi Hernández, gracias a sus relaciones de amistad, han hecho de mediadores en conflictos surgidos en los enfrentamientos entre sus dos equipos: Real Madrid y Fútbol Club Barcelona. Por eso, entre otros méritos, recibieron el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes 2012.

Sin embargo, recientemente, nos han llegado noticias de varios jugadores del Real Madrid, que han sido sancionados por infracciones de tráfico: Karim Benzema fue sorprendido a 216 kilómetros por hora, en la M-30, que tiene limitada la velocidad a 100 km/h.; Marcelo fue localizado por la Guardia Civil conduciendo sin puntos en el carné; y el último ha sido Mesut Özil, sancionado por hacer un giro prohibido, en una calle madrileña.

Se trata de deportistas de primer nivel, que ganan millones de euros al año y que no están dando, precisamente, un ejemplo de buena conducta. Quizá debieran recibir, como hacen en la NBA con los jugadores novatos, un curso o seminario, en el que se les den consejos para evitar problemas económicos, deportivos y personales, y para saber comportarse en un mundo donde representan un modelo para los jóvenes.

Manos

El martes pasado, en la reunión del Club de Lectura, que dedicamos a la obra Pedro y el capitán de Mario Benedetti, leímos un pasaje en el que el primero de estos dos personajes, ya moribundo, después de haber sufrido varias sesiones de tortura, habla solo ante el segundo y recuerda a su mujer: Mira, Aurora, estoy jodido (…) Aguanto todo, todo, menos una cosa: no tener tu mano. Es lo que más extraño: tu mano suave, larga. Tus dedos finos y sensibles. Creo que es lo único que me vincula a la vida. Si antes de irme del todo, me concedieran una sola merced, pediría eso: tener tu mano durante tres, cinco, ocho minutos. Paradójicamente, el recuerdo de su mujer es el que le ayuda a soportar las terribles agresiones físicas de las que está siendo objeto.

Este pasaje me ha recordado un poema de Antonio Gamoneda dedicado a su madre, en el que expresa su deseo de volver a la infancia para revivir los momentos en que ella le acariciaba:

Cuando no sabía

aún que yo vivía en unas manos,

ellas pasaban sobre mi rostro y mi corazón.

Yo sentía que la noche era dulce

como una leche silenciosa. Y grande.

Mucho más grande que mi vida.

Madre:

era tus manos y la noche juntas.

Por eso aquella oscuridad me amaba.

No lo recuerdo pero está conmigo.

Donde yo existo más, en lo olvidado,

están las manos y la noche.

A veces,

cuando mi cabeza cuelga sobre la tierra

y ya no puedo más y está vacío

el mundo, alguna vez, sube el olvido

aún al corazón.

Y me arrodillo

a respirar sobre tus manos.

Bajo

y tú escondes mi rostro; y soy pequeño;

y tus manos son grandes; y la noche

viene otra vez, viene otra vez.

Descanso

de ser hombre, descanso de ser hombre.

Los dos textos transmiten una sensación de protección y seguridad, concentrada en las manos: el primero de una mujer a su marido y el segundo de una madre a su hijo. Es la misma sensación a la que se aludió en el debate del pasado jueves, en 3º de Diversificación, cuando los alumnos coincidieron en el vacío existencial que deja la ausencia de un padre o una madre: un sentimiento de nostalgia concentrado en las caricias de unas manos protectoras que pasaban sobre nuestro rostro y nuestro corazón, y que nunca olvidaremos.

Gracias, Grecia

En medio de la basura que circula por Internet, a veces, te llegan correos que son como un regalo de los dioses. Sucedió ayer y me lo envió un amigo y profesor de Latín. Contenía el enlace a un vídeo, cuyo mismo título «Gracias, Grecia», tan sugerente y eufónico, me cautivó desde el principio.

Lo han elaborado un grupo de profesores y alumnos del IES Ingeniero de la Cierva de Murcia para protestar contra la desaparición del Griego y la Cultura Clásica, en los centros de enseñanza de España, prevista en el borrador de la nueva Ley de Educación (LOMCE). Son ellos mismos los que van apareciendo en pantalla para dar las gracias a los griegos por todo lo que nos han dado a lo largo de la historia, sobre todo palabras, pero palabras impregnadas de un significado profundo: «Matemáticas» escribe en la pizarra el profesor que imparte esta asignatura; «Filosofía» dicen a coro un grupo de alumnos; «Gimnasia» pronuncia, sílaba a sílaba, como si estuviera haciendo un ejercicio de dicción, otro profesor; «¡Teatro!» exclaman varios alumnos con máscara, y a continuación, con los brazos en alto, «¡Comedia!»  «¡Tragedia!»…

Ahora que estamos estudiando en clase los diferentes procedimientos para formar nuevas palabras, entre las que se encuentran los helenismos, que acabo de mencionar, me ha parecido oportuno comentar este maravilloso vídeo-homenaje a Grecia e invitaros a verlo.

También porque este país, que tanto ha contribuido al desarrollo de la civilización occidental, está en crisis. Dicen que porque sus habitantes, durante los últimos años, han gastado más de lo que tenían y ahora se ven obligados a pagar su deuda a los banqueros alemanes, que no dejan de enriquecerse.

Después de ver este vídeo, pienso que la deuda la tenemos todos los demás ciudadanos europeos con ellos, por todo lo que nos han dado, sin pedir nada a cambio. Por eso, me sumo al «Gracias, Grecia» de los alumnos y profesores del IES Ingeniero de la Cierva.

En defensa del optimismo

Hoy he leído dos declaraciones en el periódico: una me ha entristecido y otra me ha alegrado. Curiosamente, las dos pertenecen a la misma persona, John Hoffman, responsable del congreso de telefonía móvil más importante del mundo, el Mobile World Congress.

En la misma entrevista, este arquitecto estadounidense declara, por un lado, que a su hijo pequeño no se le da bien la caligrafía en la escuela; pero que no le preocupa excesivamente, a pesar de las discusiones que tiene con su mujer, por este motivo, porque –según él- “escribir a mano se convertirá en algo pasado”. ¡Qué pena!, he pensado, yo que animo a mis a alumnos a que entreguen sus redacciones y trabajos a mano.

Por otro lado, afirma que ve  una importante diferencia entre Estados Unidos y España: en el primero de los dos países “si pierdes tu trabajo y tu casa, puedes volver a empezar”. ¡Qué bien!, he pensado, especialmente, en este momento de crisis, como el que estamos atravesando, con un 30 % de paro general y un 50% entre los jóvenes. Qué mensaje tan positivo, sobre todo para estos últimos, que representan el futuro de nuestro país. Claro que deberíamos tener el mismo concepto de quiebra que los ciudadanos de Estados Unidos, de ver la luz al final del túnel. Es decir, tendríamos que cambiar el estigma ligado al fracaso, por la idea de que podemos levantarnos, después de caer, por muy dura que sea la caída. Como dice el responsable del MWC “siempre puedes volver a empezar varias veces y acabar triunfando”.

Es lo que tiene leer el periódico todos los días, puedes cambiar del pesimismo al optimismo, en cuestión de segundos. Pero prefiero quedarme con el segundo de estos sentimientos, porque no me acabo de creer, precisamente, ahora, que escribo a mano este comentario en un folio usado –por aquello de la obligada reutilización- que se va a perder la caligrafía, aunque a nuestros jóvenes les cueste cada vez más enfrentarse a una redacción y prefieran escribir SMS y mensajes en las redes sociales, con las abreviaturas y limitaciones de palabras, que todos conocemos, antes que una carta. Al menos, los profesores de Lengua española esperamos que no se pierda el placer de sentir deslizarse el lápiz o el bolígrafo sobre la hoja en blanco, con los trazos y las líneas que revelan nuestra forma de ser y nuestro estado anímico, pues es quizá uno de los ejercicios que mejor nos define como personas.

Pedro y el capitán por Círculo teatro

Esta obra de Mario Benedetti es una larga conversación entre un torturador y un torturado, donde el maltrato físico no está presente como tal, aunque sí como una sombra que pesa sobre ambos. Esta ausencia nos permite a los espectadores, como dice el autor uruguayo en el prólogo, mantener una mayor objetividad para juzgar el proceso de degradación que sufre el primero de estos personajes, el capitán, pues el segundo, Pedro, acaba siendo el vencedor moral, al preferir la muerte a la delación de sus compañeros.

La sobriedad en la escenografía del montaje que la compañía cordobesa Círculo Teatro nos ofreció ayer -una mesa con un flexo, y dos sillas- contribuyó a que nos centráramos sobre todo en la interpretación. Hablando con Blanca Vega, directora de la compañía, conocimos que llevan 46 representaciones, muchas de ellas realizadas en pequeños espacios, incluido el salón de su propia casa, donde los actores deben hacer uso de todos sus recursos expresivos.

El aspecto físico de Antonio Aguilar y Manuel Monzón se compagina con los papeles que representan: la delgadez y las ojeras pronunciadas del primero le van como anillo al dedo al personaje de Pedro; y el físico más contundente del segundo, responde a  las características del capitán.

Así pues, todo hacía presagiar que asistiríamos a un gran representación; todo menos la actitud de un grupo de alumnos de 1º de Bachillerato, quienes con sus risitas, comentarios e incluso conversaciones prolongadas, impidieron la concentración necesaria de los actores y perjudicaron el seguimiento de la obra por parte de los que asistíamos a la representación, que prácticamente completamos el aforo del salón de actos del IES Gran Capitán.

Una lástima, la verdad, porque, si algo exige un representación teatral es el silencio, más, si cabe, en una obra, como la de Benedetti, donde aparecen en escena: un personaje que acaba de sufrir torturas terribles y, en consecuencia, expresa con el cuerpo, con la voz y con los gestos, todo su dolor; y otro que evoluciona desde la prepotencia de quien se siente en poder de la razón, hasta la angustia que acaba provocándole la toma de conciencia de un trabajo indigno.

No obstante, y a pesar de las dificultades externas para identificarnos con los dos personajes, que se desnudan anímicamente ante nosotros, pudimos reconocer el trabajo minucioso que hay detrás de la construcción de los mismos: los movimientos y los gestos medidos, que reflejan la prepotencia y la ironía del capitán, convencido de vencer la resistencia de Pedro; y el cuerpo desmadejado, los espasmos nerviosos, y la mirada perdida de éste, que expresan la voluntad de mantenerse fiel a sus principios éticos. E igualmente el esfuerzo de los dos actores por imitar en su forma de hablar el acento uruguayo, que consiguen con nota y que contribuye a situarnos en este país latinoamericano, donde se desarrolla la acción.

Hubo momentos, en el primer acto y en el cuarto, donde Manuel Monzón y Antonio Aguilar brillaron con especial intensidad, mostrándonos los matices expresivos a los que acabamos de referirnos. Lo pudimos apreciar mejor los espectadores que nos encontrábamos junto a ellos en el escenario.

Quizá donde más se resintió el montaje, a causa de los factores externos mencionados, es en la evolución de los personajes, porque exigía de los actores una concentración máxima, en particular del capitán, que experimenta un cambio más radical. Además, en una obra de ritmo lento, como esta, los espectadores disponemos de más tiempo para fijarnos en los gestos y movimientos que reflejan estos cambios.

La música, especialmente en las transiciones entre los actos, con esos aldabonazos secos que nos aplastaban contra los asientos, coadyuvó a que nos imagináramos las torturas infligidas al detenido. La iluminación, predominantemente blanca, estuvo en consonancia con los interrogatorios que se llevan a cabo en escena. Y el vestuario, el adecuado: traje y corbata, el capitán; y pantalones sucios y desgarrados, Pedro.

Gracias a  la Compañía Círculo Teatro por ofrecernos este montaje tan cuidado, donde se denuncia la violencia ejercida por los sistemas represivos, y por haber desafiado la leyenda –como afirma su directora en el programa de mano- de que para crecer en la profesión de actor hay que emigrar a tierras más prósperas en el negocio, como Madrid y Barcelona. Claro que para que los grupos cordobeses permanezcan en nuestra ciudad debemos tratarlos como se merecen: con respeto y consideración.

 

 

La homofobia que no cesa

Hoy publica el periódico El País la noticia de un profesor de Historia jubilado y un repartidor de bidones de agua, que se casaron el pasado miércoles en Pekín, en una boda sin validez jurídica, pero que fue retransmitida en directo por Internet. Cuando ambos estaban sentados, uno al lado del otro, celebrándolo en compañía de un grupo de amigos, irrumpió en la fiesta el hijo de uno de los miembros de la pareja, apagó la música y golpeó a los invitados, porque pensaba que la boda le hacía perder su dignidad.

En China, la homosexualidad fue delito hasta 1997, aunque es, a partir de 2001, cuando deja de ser definida como una enfermedad mental. No obstante, en la actualidad la mayor parte de las familias la considera un problema, que se puede cambiar.

En España, al menos teóricamente, la situación de los homosexuales es mejor, pues tenemos una de las legislaciones más progresistas del mundo, sobre todo a partir de la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo, en julio de 2005.

Sin embargo, una cosa es la teoría y otra bien distinta la práctica. Pudimos comprobarlo el pasado jueves, en el debate celebrado en 3º de Diversificación. Todos los alumnos y alumnas que intervinieron se mostraron partidarios de que cada persona podía vivir su sexualidad libremente; pero se contaron casos que ponen de manifiesto la pervivencia de la homofobia, incluso entre los propios alumnos de nuestro centro, algunos de los cuales comentan disimuladamente las formas amaneradas de un compañero, o recriminan a otro, que ha hecho pública su homosexualidad, la utilización de los mismos aseos que ellos. Quizá no sean tan bruscos como el cineasta Luis Buñuel que, cuando oyó comentarios sobre la homosexualidad de su amigo Federico García Lorca, llamó aparte a éste y le espetó “¿es verdad que eres maricón?”; pero las palabras de estos alumnos hacen probablemente más daño e impiden a sus compañeros ser libres.

Por eso, en estos tiempos en que se ciernen oscuros nubarrones sobre la enseñanza pública y, en particular, sobre Educación para la Ciudadanía, hay que reivindicar más que nunca, en el Currículum de la ESO, la presencia de esta asignatura, que pretende, entre otros objetivos, mejorar la conciencia y el entendimiento de la homosexualidad.

Gestos

Acabo de leer una columna de Carlos Bollero donde propone la conveniencia de que nos replanteemos la certeza del tópico “un gesto vale más que mil palabras”. El crítico del diario El País recuerda algunos gestos memorables: el de Santiago Carrillo, en el Congreso de los Diputados, donde permaneció sentado, en el intento de golpe de estado del 23 de febrero, desafiando así al teniente coronel Tejero; el gesto posterior de Adolfo Suárez, levantándose de su escaño para acudir en ayuda de su Ministro de Defensa, Gutiérrez Mellado, que estaba siendo zarandeado por los guardias civiles; y el de este último, de pie y con los brazos en jarra, exigiéndole cuentas al golpista. También incluye el del jugador del Fútbol Club Barcelona, Carles Puyol, en el último partido contra el Real Madrid, mandando jugar a su compañero Piqué, cuando éste pretendía mostrarle al árbitro un encendedor que habían arrojado al campo.

Estos gestos a los que alude Carlos Bollero me han recordado otros, que no merecen el calificativo de memorables; pero que son habituales en algunas clases. Por ejemplo, el alumno al que se dirige el profesor, y en lugar de mirar de frente a éste, le muestra su perfil; o el que te pregunta un duda y, cuando tú inicias la aclaración, se pone a charlar con el compañero de pupitre; o el que confunde la silla de clase con el sofá de su casa y no entiende que le llames la atención para que modifique su postura inadecuada; o, en fin, el que asegura estar atendiendo a tu explicación, aunque, en ese momento, se encuentre consultando su agenda o manipulando su móvil o siguiendo, a través del cristal de la ventana, que da al patio, las evoluciones de otros compañeros, en la clase de Educación Física.

Son gestos, a los que los alumnos implicados no les dan la menor importancia y que, en último extremo, suelen interpretar como signos de confianza con el profesor; pero que, en realidad, tienen mucho más significado que las palabras que ellos emplean para justificarlos.

Torturadores

Ayer vi la película La noche más oscura, que, entre otros temas, aborda el de las torturas llevadas a cabo por los servicios secretos de la CIA, después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, para localizar a su principal instigador, Osama Bin Laden.

Hoy, en el informativo de Televisión Española, han dado la noticia de que, en los campos de reeducación de China, creados en la década de los 50 del siglo pasado, bajo el mandato de Mao Zedong, se continúa encerrando y torturando a los opositores al régimen comunista, sin juicio previo.

El próximo mes de febrero, concretamente el miércoles, día 6, dentro de las IV Jornadas de Teatro y Gastronomía, organizadas en el IES Gran Capitán, tendremos la oportunidad de asistir a la representación de Pedro y el capitán, obra teatral de Mario Benedetti, que hemos leído en el Curso de Preparación de las Pruebas de Acceso y donde se denuncia la tortura como método para obtener información de las personas detenidas, en una dictadura latinoamericana.

Estos ejemplos demuestran que, desgraciadamente, maltratar a los prisioneros para conseguir la detención y el ajusticiamiento de un genocida (en la película La noche más oscura); o para hacerles cambiar de forma de pensar (en los campos de reeducación chinos), o para que delaten a sus compañeros de partido (en la obra Pedro y el capitán), es una práctica degradante e inhumana que no sólo pertenece a nuestro pasado, sino que sigue siendo habitual en determinados países, con independencia de su sistema político y a pesar de estar prohibida por la Declaración Universal de los Derechos Humanos y otras normas jurídicas de derecho internacional.

Hay una pregunta que surge con frecuencia, cuando se conocen casos de torturas, como los mencionados: ¿qué sentimientos experimenta el torturador?, ¿puede dormir tranquilo, después de provocar terribles sufrimientos a un ser humano?

De los que torturan en los campos de reeducación nada sabemos, dado el hermetismo que rodea todo lo relacionado con la violación de los derechos humanos, en un país dictatorial, como China. Pero podemos suponer qué pasa por sus cabezas, si consideramos la depresión que sufre la agente de la CIA y protagonista de la película La noche más oscura, después de las sesiones de tortura a que somete a los detenidos, así como la mala conciencia del capitán, en la obra de Bededetti, por ser responsable del sufrimiento de Pedro, sin haber conseguido de éste la más mínima confesión: “Ya sé que Inés y los chicos pueden un día llegar a odiarme, si se enteran con lujo de detalles de lo que hice y de lo que hago. Pero si todo esto lo hago, además, sin conseguir nada, como ha sido en su caso hasta ahora, no tengo justificación posible.”

Paradójicamente, el torturador experimenta una sentimiento de derrota y de vergüenza total, ante la perspectiva de que el torturado muera sin nombrar un solo dato.

 

Culto al cuerpo

Ayer estuvimos comentando en clase de 3º de ESO las Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique y nos detuvimos, especialmente, en una de ellas:

Si fuesse en nuestro poder
tornar la cara hermosa
corporal
como podemos hazer
el ánima tan glorïosa
angelical,
¡qué diligencia tan viva
toviéramos toda ora,
e tan presta
en componer la cativa,
dexándonos la señora
descompuesta!

Lo que el autor de Segura de la Sierra viene a decirnos es que, si las personas tuviéramos la oportunidad de embellecer nuestra cara y nuestro cuerpo, descuidaríamos el alma y nos dedicaríamos únicamente a mejorar nuestro aspecto exterior.

Les pregunté a los alumnos si, dejando a un lado la ideología religiosa propia de la Edad Media, tenía vigencia el contenido de esta copla, y hubo coincidencia en que el físico resulta fundamental en casi todos los ámbitos de la vida. Si un hombre o una mujer, sobre todo esta última, van a buscar trabajo, sus posibilidades de conseguirlo aumentan en proporción directa a su belleza. También influye el aspecto exterior en las relaciones sociales, por ejemplo, a la hora de entablar amistades, y por su puesto para relacionarnos afectivamente con otra persona.

Esta desmesurada importancia que le concedemos al físico, en la sociedad actual, explica la proliferación de gimnasios, cada vez con más lujo de detalles, desde tratamientos o sistemas de relajación con agua, saunas, circuitos termales, hasta guarderías para los niños o cafeterías con conexión inalámbrica a Internet. Así, los  clientes convierten la rutina del ejercicio físico diario en una necesidad, para mantener el cuerpo delgado, porque la delgadez tiene prestigio, frente a la molesta obesidad. Da igual que seas de complexión robusta, atlética o delgada, se trata de estar delgado, que es lo aceptado y valorado por la gente.

También la raíz de las cada vez más frecuentes operaciones de cirugía estética está en el culto al cuerpo, en la excesiva importancia que le concedemos a nuestro aspecto físico, porque existe como un temor a envejecer, a que aparezcan en nuestra cara las primeras arrugas, como le sucede al protagonista del Retrato de Dorian Gray, la famosa novela de Óscar Wilde.

Es probable que las ideas que contienen las Coplas por la muerte de su padre, como la fugacidad de la vida, el poder igualatorio de la muerte o la preocupación excesiva por la belleza corporal, que acabamos de comentar, no sean originales, pues se pueden aplicar a los seres humanos de cualquier país o época, pero Jorge Manrique las expresa con tanta belleza y, al mismo tiempo, con tanta sencillez, que ya para siempre las recordaremos como suyas.

 

Romper el cristal de la ventana

Las cosas pasan siempre al otro lado de la ventana” dice una canción de Estopa. Se refiere a que vivimos en una especie de burbuja, desde la que vemos lo que sucede en el mundo, sin hacer nada por mejorarlo.

Por ejemplo, el pasado domingo se abrieron los periódicos con un titular, que a fuerza de verlo repetido, se ha convertido en algo normal: “Nuevo caso de violación en grupo de una mujer de 29 años en India”.

Leyendo el cuerpo de la noticia conocemos que éste es el país donde más se discrimina a las mujeres, pues siguen siendo vendidas como bienes, obligadas a casarse a los diez años, quemadas vivas por disputas relacionadas con la dote y explotadas como mano de obra doméstica.

Las mujeres representan la mitad de la población que hay en el mundo y, dependiendo de donde nazcan, así correrá su suerte. Y no es solo India, sino también Arabia Saudí, donde no pueden viajar, trabajar, estudiar en el extranjero, casarse, divorciarse o ingresar a un hospital público, si no es con el permiso de un hombre de su familia; Indonesia, donde, a estas alturas de siglo XXI, se sigue practicando la mutilación genital femenina; y China, donde la política de restricción de la natalidad ha llevado a las familias a abandonar y matar a sus propios hijos, especialmente, cuando son de sexo femenino.

Menciono solo estos cuatro países porque son los que menos garantía ofrecen, según un ranking elaborado por un grupo de especialistas, contra la violencia y la explotación de la mujer; pero se podrían añadir muchos más.

Ya que atrocidades como estas pasan siempre al otro lado de la ventana, Estopa nos invita  a cerrar el puño y romper el cristal de la misma, es decir, a no conformarnos con vivir sin levantar la voz, sino a luchar por mejorar el mundo en el que vivimos.