Ayer lunes, la escritora Almudena Grandes expresaba su profundo malestar por que sigan utilizándose crucifijos en los actos oficiales y por que el Tribunal Supremo haya eximido a la iglesia católica de borrar del Libro de Bautismo a los apóstatas, es decir, a los que han renunciado a su fe, con el absurdo argumento de que los bautizados no están ordenados  alfabéticamente.   

 

No le falta la razón a la escritora madrileña, pues un estado aconfesional, como el español, debe garantizar la libertad de conciencia  de sus ciudadanos. Y no lo hace cuando mantiene, por la fuerza de la tradición, el crucifijo, símbolo de la religión católica, por ejemplo, en el acto de nombramiento de ministros del reciente gobierno de Zapatero, máxime cuando la mayoría de éstos, por no decir todos, no juraron su cargo sino que lo prometieron.  

 

Pero menos respeto manifiesta el estado español hacia sus ciudadanos laicos cuando no obliga a la iglesia a borrar de sus archivos a los que libremente han renunciado a su fe. Es como si nos diéramos de baja en un sindicato o en un club y éste se negara a concedérnosla. Vamos, un sin sentido, aunque en el caso de la iglesia católica más bien es un privilegio que sigue gozando desde épocas pasadas, en que era obligatorio estar bautizado.   

 

 El pasado 6 de septiembre, el escritor argentino Tomás Eloy Martínez, publicó un artículo en el diario El País, donde denunciaba el acoso periodístico que estaban sufriendo Ingrid Betancourt y Clara Rojas, después de su liberación, tras seis años secuestradas por las FARC en la selva de Colombia. Ponía dos ejemplos de este acoso: el del periodista Larry King, conductor en la CNN de uno de los programas televisivos más influyentes de Estados Unidos, que preguntó a Ingrid Betancourt si la habían violado en la selva o había sido testigo de violaciones a otras mujeres cautivas; y el de un prestigioso profesional de Colombia, que, en su programa de radio, pidió a Clara Rojas que contara si había tratado de ahogar en un río de la selva a su hijo recién nacido. Es evidente que ambos periodistas buscaban saciar con sus preguntas la curiosidad morbosa de los espectadores y oyentes de sus programas, sin importarles demasiado la tortura psicológica que para ambas mujeres suponía recordar aspectos íntimos y desagradables de su cautiverio.

Desgraciadamente, estos dos profesionales no constituyen una excepción, pues el periodismo -la prensa escrita, la radio y, sobre todo la televisión- es cada vez más esclavo de su audiencia, y para conseguir aumentar ésta no repara en nada, incluyendo la intimidad de las personas. Se trata de convertir cualquier noticia en espectáculo, abordándola desde su lado más morboso.  La información se ha convertido en un espectáculo del que se puede sacar dinero y donde la verdad importa, pero sólo en la medida en que atraiga a los espectadores. Nada más hay que ver los telediarios de algunas televisiones para corroborar esto: la mayor parte de la información que se ofrece está relacionada con la violencia en sus diferentes facetas (guerras, maltratos, violaciones…). ¿Por qué? Porque está demostrado que un porcentaje de espectadores, cada vez más amplio, demanda este tipo de información. 

¿Qué pensáis de todo esto? ¿Es ético convertir a víctimas, como Ingrid o Clara, o como las del reciente accidente en el aeropuerto de Barajas en piezas de un espectáculo que se presenta como información? ¿Se puede violar la intimidad de las personas? ¿Vale todo en el periodismo? ¿Por qué somos tan morbosos?

Max Aue, un oficial de las SS, cuenta en primera persona su experiencia, durante la Alemania nazi. Hasta ahora, la historia del genocidio judío nos la habían contado las víctimas: presos de los campos de concentración, como Primo Levi, que lograron sobrevivir; pero Jonatham Littell, en esta novela documentadísima, de cerca de 1000 páginas, se sitúa en el punto de vista de los verdugos. Y sorprende, desde el principio, la ausencia de arrepentimiento de este joven oficial, que hace las veces de narrador y que entiende su participación en la matanza de judíos como un trabajo que debía realizar por orden del führer, que encarna la voluntad del pueblo alemán. Así, cuando éste ordena acabar también con la vida de las mujeres y los niños judíos, Max Aue, como buen nacionalsocialista, está obligado a obedecer. Él mismo en sus reflexiones habla de tres formas de afrontar el exterminio, entre sus colegas de las SS: los que mataban por voluptuosidad, es decir, que se comportaban como criminales; los que lo hacían por deber, aunque les repugnara; y los que consideraban a los judíos como animales, a los que había que matar, como un carnicero degüella una vaca. Aue encaja en el segundo de estos modelos; pero su repugnancia ante las masacres es fundamentalmente estética: a su sensibilidad de hombre culto le hiere contemplar escenas extremadamente violentas, como la de un colega suyo, Turek, golpeando salvajemente, con el filo de una pala, la cabeza de un judío, hasta partirle el cráneo; aunque en realidad no hace nada por evitarlas. 

Al propio estado alemán le eran indiferentes las razones por las que sus servidores mataban a los judíos, a lo gitanos o a los rusos. Lo importante era llevar a cabo el exterminio en el menor tiempo posible y con la mayor eficacia. Esta forma de actuar fría y calculadora se refleja también en la descripción de las cámaras de gas y los hornos crematorios, donde mataban y se deshacían de los cadáveres de sus víctimas: “Allí tenemos –dice Höss, responsable del campo de concentración de Auschwitz- otros dos crematorios, pero mucho mayores: las cámaras de gas son subterráneas y caben hasta dos mil personas. Aquí las cámaras son más pequeñas y tenemos dos por Krema; resulta mucho más práctico para los convoyes pequeños.” 

En ocasiones, los lectores tenemos la impresión de que a Max Aue le mueve la compasión y el sentimiento de humanidad, como cuando se indigna por el trato que reciben los presos que trabajan en las fábricas, subalimentados, vestidos con harapos sucios en pleno invierno y golpeados brutalmente por cualquier motivo; pero no son razones humanitarias las que le impulsan a actuar de esta manera, sino mejorar el rendimiento, para que aumente la productividad; porque los presos no son considerados como personas, sino como una pieza más de la maquinaria, que hay que tener bien engrasada. 

A las atrocidades cometidas por los nazis, que nos contaba Primo Levi en “Si esto es un hombre”, se une ahora, en la novela de Littell, la frialdad con la que planificaban todo, que incrementa nuestra perplejidad e indignación y nos lleva a la convicción de que la guerra, cualquier guerra, parece limpia, en comparación con el exterminio de los judíos.  

Todo está contado, además, en un estilo sobrio, sencillo, casi lapidario: “Intenté rematar a los heridos. Saqué la pistola y me acerqué a un grupo; un hombre muy joven lanzaba berridos de dolor, le apunté con la pistola a la cabeza y apreté el gatillo, pero no salió el disparo; se me había olvidado quitar el seguro; lo quité y le metí una bala en la frente; dio un respingo y se cayó de repente. Para llegar a algunos heridos, había que pisar los cuerpos, que eran resbaladizos; la carne blanca y fofa se movía bajo las botas, los huesos se quebraban a traición y me hacía trastabillar, me hundía hasta los tobillos entre el barro y la sangre.”  

Paralelamente a esta bajada a los infiernos del nazismo, descubrimos la dolorosa vida personal del narrador, condicionada por una niñez traumática, abandonado por su padre y con unas relaciones incestuosas con su hermana gemela, Una, cortadas de raíz, que le obsesionan y le torturan psicológicamente. 

Las dos facetas de la vida de Max Aue, la personal y la social, se entremezclan, a lo largo de la novela, en un incesante juego de ida y vuelta, con extraños sueños donde aparece su amada Una, bañada en sus propios excrementos, como las mujeres evacuadas de Auschwitz, andando, con las piernas cubiertas de mierda, porque a las que paraban a defecar las ejecutaban en el acto; un juego de ida y vuelta, de lo personal a lo social y de lo social a lo personal,  que termina arrasando su pensamiento y el del propio lector.   

Pero, mientras avanzamos en la lectura, sumergidos en estos sueños, una pregunta viene continuamente a nuestra mente: ¿por qué mataban a los judíos? También el narrador se la plantea; pero no encuentra una sola respuesta, sino una gama de motivaciones: porque el führer lo había decidido así; por temor a la omnipotencia judía; por razones económicas… Al final, le reconforta asirse al tópico darwinista: “no es crueldad, es la ley de nuestra vida, somos más fuertes que los demás seres vivos y disponemos, según nos place, de su vida y de su muerte…, y es normal que, entre nosotros, nos comportemos de la misma forma, que todos y cada uno de los grupos humanos quieran exterminar a quienes le disputan la tierra, el agua, el aire. ¿Por qué, efectivamente, se le va a dar mejor trato a un judío que a una vaca o que a un bacilo de Koch, si es que está en nuestra mano? Y si el judío pudiera, haría lo mismo con nosotros, o con otros, para garantizar su propia vida, es la ley de todas las cosas, la guerra permanente de todos contra todos…” 

Si miramos a nuestro alrededor; si consideramos la política exterior de EEUU o la violencia ejercida por el estado de Israel contra el pueblo palestino, habría que llegar, aunque sólo sea por una vez,  a la misma conclusión que Max Aue: “las frágiles vallas que alzan los hombres para intentar regular la vida en común, leyes, justicia, moral, ética, importan poco…”     

¿ES DISCRIMINATORIO EL VELO DE LAS MUJERES MUSULMANAS?

“¿Por qué los islamistas no tienen que cargar con el peso de la identidad cultural y ellas, por el contrario, tienen que mostrarla como la prueba más rotunda de que esas culturas existen?” Con estas palabras la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, denunciaba hace unos días las restricciones que el Islam impone en la indumentaria de la mujer, al obligarlas a llevar el velo. De inmediato, los líderes islámicos le contestaron que las musulmanas visten pañuelo “porque les da la gana y no porque nadie las obligue. Y le pidieron que “no hable de lo que no sabe”. 

Muchas de las mujeres musulmanas, según los testimonios recogidos en un reportaje del diario El País (28-6-2008), declaran que lo llevan voluntariamente, aunque cabría preguntarse si les queda otra opción, es decir, si su familia les permitiría no llevarlo, en el que caso de que lo decidiesen así. Una de estas mujeres, Samah, casada con un clérigo de Hetbolá, da la siguiente explicación para llevar el chador, que la cubre de la cabeza a los pies: “Ellos son diferentes. Tienen ganas de sexo. Por eso, no hay que provocarles. Si una mujer va con escote y minifalda, ¿qué va a hacer el hombre? Pues violar a la primera que pille”. En cambio, Fadela Amara, declara: “Yo soy musulmana y considero el velo como un instrumento de opresión. Su historia está ligada no tanto al Islam, como a sociedades patriarcales”. 

Lo cierto es que el velo ha cobrado fuerza recientemente entre las mujeres musulmanas que viven en Europa. ¿Por qué? ¿Por razones, como las esgrimidas por Samah, de protección ante la incontrolable biología masculina? ¿Quizá como un símbolo de identidad ante la islamofobia occidental? 

En cualquier caso, cabe preguntarse si su uso, en los países democráticos, como España, debe ser permitido en las escuelas públicas o, por el contrario, las niñas musulmanas deben adaptarse a nuestras costumbres. Si partimos de la base de que el estado democrático es laico y, en consecuencia, independiente de las instituciones religiosas, la respuesta ha de ser necesariamente no, sobre todo, porque el uso del velo es un símbolo del Islam y la práctica de cualquier religión debe realizarse en el ámbito de lo privado, precisamente para garantizar la libertad religiosa. Claro, que esto implicaría también prohibir la exhibición de otros símbolos religiosos, como la cruz. 

En fin, el tema, como veis, se puede abordar desde distintos puntos de vista. De hecho, entre los países europeos no existe una postura común: unos, como Francia u Holanda tienen prohibido el uso de símbolos religiosos en las escuelas públicas; y otros, como España o Gran Bretaña tienen leyes más permisivas. Y a mí personalmente me ha parecido bien que la ministra Aído haya tenido la valentía de dar su opinión, pues no estamos acostumbrados a que los políticos digan lo que piensan, sino lo que les fija el partido en cuyas listas han sido elegidos.          

 

FARSA DEL MAESE PATELÍN

MONTAJE DE JOSÃ? ANTONIO ORTIZ PONFERRADA

El género de la farsa, que surge en la Edad Media, cuando la gente se aburre del teatro religioso, se basa en situaciones en las que los personajes se comportan de un modo extravagante; pero esta extravagancia suele ir acompañada por el ingenio y la sutileza de los diálogos. A este modelo responde la â??Farsa del Maese Patelínâ?, que vimos representada el pasado viernes, 14 de junio, en el Palacio de Viana. El argumento es muy simple: un abogado venido a menos se las ingenia para sobrevivir mediante engaños, hasta que alguien más listo acaba por engañarle a él.

José Antonio Ortiz Ponferrada, en esta adaptación libre de la obra anónima del Siglo XV, convierte a dos personajes masculinos en femeninos (el pañero Guillermo pasa a ser la vendedora Catalina, y el pastor Corderillo, la pastorcita Teodosia Borrega) aparentemente sin ninguna intención dramática,

La escenografía sencilla â??seis columnas, una mesa de madera con sus banquetas, un carro de vendedora y un biombo- anuncia desde el principio que el montaje está orientado a la caracterización de los personajes. Además, permanece durante todo el tiempo, como en las representaciones profanas medievales, lo cual da un juego extraordinario, particularmente las columnas centrales, cuya posición retrasada con respecto a las otras cuatro deja un espacio que sirve de transición para las escenas. Como prácticamente toda la acción se desarrolla ante los ojos de los espectadores, los ágiles desplazamientos de los actores a través de este espacio central, así como los movimientos alrededor de las columnas, confieren el ritmo necesario al montaje, especialmente, en la primera parte, que es la más lograda.

Esta diferencia de ritmo entre la primera y la segunda parte tiene su reflejo en el nivel de interpretación. Brillan a gran altura: Ricardo Luna, con gran dominio de todos los recursos interpretativos: voz, gesticulación y movimiento -admirable la gradación en el proceso de locura que finge ante la vendedora- y Lua Santos, muy bien caracterizada en su papel de seria de la obra. También les da la réplica adecuada Pilar Nicolás, en su interpretación de esposa de Maese Patelín. En cambio, los personajes que se incorporan en la segunda parte de la obra hiperactúan en exceso, desde el primer momento que entran en escena, tanto que se convierten en una caricatura de sí mismos y pierden credibilidad, desvirtuándose, así, su aportación al conjunto de la obra. Por ejemplo, los gestos exagerados de la pastorcita para acentuar su condición de paleta, a veces, producen una impresión de saturación más que de comicidad. Igualmente, la excesiva caricaturización del juez obstaculiza los efectos cómicos del diálogo ingenioso entre Patelín y la vendedora, en el que ésta mezcla el paño con las ovejas.

En mi opinión, entre la extravagancia de las situaciones que presenta el texto de la â??Farsa de Maese Patelínâ? y el ingenio y la sutilidad de sus diálogos debe existir un equilibrio, el cual consigue José Antonio Ortiz en la primera parte de su montaje, sin acentuar excesivamente ninguno de estos dos elementos. Sin embargo, la obra se descompensa en la segunda parte, probablemente, porque el propio texto da menos juego dramático, pues la inmovilidad de la acción, que se desarrolla en la sala de justicia, obliga a cargar las tintas en la caricaturización de los personajes.

Esto no invalida la impresión general favorable que causó la obra. De hecho, los más de cien espectadores, incluidos algunos alumnos del IES Gran Capitán, que asistimos a la representación de la â??Farsa del Maese Patelínâ? pasamos un buen rato, nos reímos y nos fuimos con el mensaje, siempre actual, a pesar de los cinco siglos que han pasado, de que el engaño no conduce a nada, porque siempre habrá alguien, más listo que tú, que te devuelva a la cruda realidad.

En un artículo publicado el sábado, 7 de junio, en El País, el poeta Luis García Montero se pregunta sobre las consecuencias de las noticias que leemos diariamente en los periódicos. En concreto, se refiere a una que supone una clara discriminación de la mujer: a las enfermeras del Hospital San Rafael de Cádiz se les obliga a llevar un uniforme compuesto de medias, falda corta, delantal y cofia, mientras que sus compañeros masculinos visten un pijama hospitalario mucho más cómodo para trabajar. Esta noticia apareció hace varias semanas en la prensa y provocó el rechazo de los sindicatos y de la Inspección de Trabajo, que propuso una sanción para la empresa por discriminación de la mujer.

Se pregunta García Montero: “¿Qué pasa ahora con aquellas trabajadoras humilladas?” Pues el dueño del hospital confirmó, mediante una circular, que el uniforme de las enfermeras es ese. Además, ha impuesto un traslado forzoso a una trabajadora que participó en las concentraciones de protesta y “ha abierto un expediente por falta muy grave a las delegadas del Comité de Empresa que incumplieron la orden de ponerse el uniforme, con amenaza de despido”. 

Pero estos hechos ya no son noticia. Ya no parece interesarnos la suerte de estas mujeres del hospital San Rafael, que por cierto está concertado por la Conserjería de Salud de la Junta de Andalucía; como no nos interesa la suerte de las mujeres violadas, que fueron noticia la semana pasada, o la de la familia de Isaías Carrasco, asesinado por ETA, el pasado 7 de marzo.  

Me pregunto si no debía haber una sección en los medios de comunicación, donde se hiciera un seguimiento de las consecuencias de determinadas noticias, en especial, de las que suponen discriminación o violencia contra las personas. Rafa, en su Rincón Solidario, se hizo eco de algo parecido: una Wiki que tenía como finalidad vigilar el cumplimiento de las promesas electorales de los partidos políticos.

 

 

 

 

 

El tema de las corridas de toros ya lo tratamos en este blog, hace aproximadamente un año, a partir de un artículo de Mariano José de Larra, leído en clase, en el que el escritor romántico calificaba a la fiesta de los toros como un acto de barbarie y ferocidad, donde se hacía sufrir terriblemente a un animal. En aquella ocasión, la mayoría de los que intervinieron se manifestaron en contra de la celebración de las corridas de toros.

A petición de los alumnos de 3º D, volvemos a plantear el tema, porque el pasado sábado, 24 de mayo, alrededor de 100 personas, convocadas por el Comité de investigación contra el maltrato animal, se manifestaron en Córdoba para protestar contra las corridas de toros. Este colectivo considera que la llamada fiesta nacional es una tortura inútil, destructiva y sangrienta, impropia de un país civilizado, como España.

Ya sabéis que los que defienden su pervivencia, argumentan que la costumbre de lidiar toros se remonta, en nuestro país, a la Edad Media, y que, hasta el momento de ser toreados, estos animales viven en completa libertad y muy bien alimentados, nada comparado con el sufrimiento que se inflige, por ejemplo, a animales de granja, como las ocas, a las que se sobrealimenta hipertrofiándoles el hígado, para obtener más cantidad de paté, o los terneros a los que se mantiene a la fuerza, permanentemente de pie, hasta el momento del sacrificio

En fin, la polémica está otra vez en la calle. Vosotros tenéis la palabra.

FESTIVAL DE TEATRO DE LOS PATIOS

Del 2 de junio al 5 de julio, dentro del Festival de Teatro de los Patios, se van a representar en Córdoba, en el Patio de Los Naranjos y en el Palacio de Viana, seis obras teatrales, entre las que se encuentran dos dirigidas por nuestro compañero José Antonio Ortiz:

«Farsa del Maese Patelínâ? (anónimo del XV) por el grupo Uno teatro, los días 12, 13 y 14 de junio, a las 22 horas , en el Palacio de Viana.

â??Novecentoâ? de Alexandro Baricco por Teatro Ã?aque, los días 19, 20 y 21, a las 22 horas, en el Palacio de Viana.


Deseamos a José Antonio el mayor éxito. â??Novecentoâ? ya tuvimos la ocasión de verla el día de su estreno en Puente Genil y los alumnos de 2º de Bachillerato han sabido de ella en el mesa redonda sobre la creación, celebrada recientemente en nuestro instituto, en la que José Antonio, al explicar cómo montaba sus obras de teatro, puso el ejemplo de este texto de Baricco. Por lo que manifestaron, después de la actividad, en este blog, para ellos fue un descubrimiento conocer los entresijos de un montaje teatral. Semanas después tuvimos la oportunidad de asistir a la representación â??Amoríos de esperpentoâ? en la Escuela Superior de Arte Dramático, que les causó también una grata impresión. Así pues, como parece que se ha creado la afición al teatro, esperamos que se acerquen, durante los meses de junio y julio, al Patio de Los Naranjos y al Palacio de Viana para asistir a estas representaciones.

En esta dirección, podéis encontrar más información sobre el Festival de Teatro de los Patios de Córdoba:  

http://www.diariocordoba.com/noticias/noticia.asp?pkid=406239

¿CARPE DIEM?

Hemos estudiado en clase el Renacimiento y el nuevo modo de pensar y concebir la vida que supone este movimiento. Según Pico Della Mirandola, el hombre viene al mundo para plasmarse y esculpirse de acuerdo con la forma que cada uno elija. Es decir, el pensador italiano, defiende el principio del libre albedrío o la capacidad de poder elegir y tomar las propias decisiones. El hombre, por tanto, ocupa un papel esencial –antropocentrismo se denomina esta nueva forma de pensar, frente al teocentrismo de la Edad Media-; el hombre y el medio en el que vive, la tierra, a donde ha venido para disfrutar moderadamente de los placeres y de la belleza. De hecho, uno de los temas más recurrentes es el “carpe diem”, locución latina acuñada por el poeta Horacio, que viene a significar: aprovecha el día y disfruta de los placeres de la vida, dejando a un lado el futuro, que es siempre incierto.  

El Renacimiento hace varios siglos que pasó; pero probablemente no ha pasado la nueva forma de entender la vida que trajo consigo. Me gustaría que opinarais sobre esto y os plantearais algunas preguntas: 

¿Somos libres para elegir y tomar nuestras propias decisiones o estamos condicionados por presiones externas? ¿Es importante para nosotros tener esta capacidad de elección, es decir, lo que se llama el libre albedrío? ¿Estamos aquí con el fin de disfrutar de los placeres de la vida? ¿Tiene vigencia el “carpe diem”?  ¿Cómo se consigue la felicidad?

WOULD YOU LIKE TO BE FAMOUS ?


When you watch TV or read the newspapers, you get the impression that everybody wants to be a celebrity. At our school we decided to do a survey to find out if that’s true. The results were interesting.
We asked the question â??Would you like to be famous ?â?. 69% of the 16 year olds in our school said â??Noâ?, 30% said â??Yesâ?, and 1% said they didn’t know.
Of the 30% who said they wanted to be famous, most said they wanted to be famous for helping a good cause. Some said they wanted to be famous musicians, singer, actors, on sports people. Then came other answers like authors, scientists, business men and women, doctors or journalists. Only 1 % wanted to be famous politicians.
Now we want to know about you. Do you want to be famous ? If the answer is â??yesâ?, what would you like to be famous for ? If the answer is â??noâ?, why not ?

(Macmillan Secondary Course 4) (M. Blanco)