En la ONU se está debatiendo la posibilidad de aprobar una resolución para impulsar la despenalización de las relaciones homosexuales en el mundo, pues, aunque nos parezca mentira, en pleno siglo XXI, todavía hay numerosos países donde la homosexualidad es castigada con la cárcel, e incluso en algunos (Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Irán, Mauritania, Sudán, Yemen y algunos estados del norte de Nigeria) con la pena de muerte. Cito los nombres de estos países, porque, en mi opinión, es bueno que se sepa dónde se mantienen todavía leyes aberrantes, como estas, que violan flagrantemente los derechos humanos más elementales.
La Unión Europea, que propone esta resolución, aspira a que sea apoyada, como máximo, por 60 países, de un total de 192. Ni siquiera una tercera parte de los que pertenecen a la ONU.
Entre los que se oponen, llaman poderosamente la atención el estado del Vaticano y los Estados Unidos. Ambos argumentan que apoyar el fin de las condenas por orientación sexual puede provocar una reacción en cadena de uniones entre personas del mismo sexo y una discriminación hacia los matrimonios tradicionales entre heterosexuales.
Al margen de la escasa validez de la argumentación, se trata, sin duda, de una postura que va en contra de la declaración universal de los derechos humanos y que está muy alejada del amor cristiano y la fraternidad que tanto pregona la iglesia.
En nuestro país, durante el franquismo, existía una ley contra vagos y maleantes, que incluía a los homosexuales; durante el nazismo, la homosexualidad era condenada con la cárcel y muchos homosexuales fueron sometidos a la castración voluntaria para recuperar su libertad; en los colegios, tradicionalmente, los jóvenes amanerados siempre han sido objeto de burlas.
Es verdad que, al menos en España, las leyes no los discriminan, pero siguen siendo señalados con el dedo, quizá no para burlarse de ellos, pero sí para comentar por lo bajo su homosexualidad, como si fuera una marca que los diferenciara, lo cual no es sino una forma sutil de discriminación. ¿O acaso señalamos con el dedo a los heterosexuales para proclamar su heterosexualidad?
Quizá podríamos empezar en nuestros ámbitos más cercanos, por ejemplo en el instituto, y ¿quién sabe?, a lo mejor, con el tiempo, una resolución, como la que se debate en la ONU, podría conseguir el apoyo de la mitad más uno de los países que la integran.