LAS MIRADAS HABLAN

Por una mirada se inicia el proceso de investigación policial que conduce a la detención del asesino en “El secreto de sus ojos”. También por una mirada empieza una relación amorosa, que permanecía dormida en el tiempo. Y es que las historias que se cuentan en esta película de título tan acertado avanzan desvelándonos secretos que se ocultan tras las miradas de los personajes. 

Curiosamente, hablábamos ayer en clase de la comunicación no verbal, es decir, si existe una forma de comunicarnos más allá de las palabras; si nuestra actitud corporal, la del alumno y la del profesor, influye en el proceso de enseñanza-aprendizaje; si es importante dirigir la mirada a quien te habla para recibir no sólo sus palabras, sino también sus gestos y movimientos; si, en ocasiones, nuestros cuerpos pueden contradecir lo que afirmamos… 

Llegamos a la conclusión de que la comunicación no verbal es tan importante como la que realizamos mediante las palabras. De hecho, cuando hablamos, solemos acentuar lo que decimos con nuestros gestos y, al mismo tiempo, buscamos en la mirada y en la actitud corporal de quien nos escucha una señal que nos indique que la comunicación se está produciendo. En particular, para los profesores es muy importante, durante la clase, reconocer la complicidad y el interés de los alumnos hacia nuestra asignatura, a través de sus gestos y movimientos.  

En la película “El secreto de sus ojos”, aunque las miradas desempeñan un papel primordial, en un momento determinado, los personajes toman conciencia de que no es suficiente con ellas, que no basta sólo con los gestos, sino que son necesarios también los hechos y las palabras, para que la comunicación se produzca.  

Para facilitar vuestras intervenciones, os planteo algunas preguntas, relacionadas con lo que acabo de escribir:

 ¿Las miradas hablan? ¿Qué podemos expresar a través de ellas? ¿Influyen nuestros gestos y nuestra actitud corporal en el proceso de enseñanza- aprendizaje? ¿Es importante para vosotros que el profesor comunique también a través del lenguaje no verbal su pasión por la asignatura que imparte? ¿Puede el cuerpo contradecir lo que decimos, mediante las palabras?  

EL SENTIMIENTO O LA RAZÓN

Ayer por la noche, vi la película “Sleepers”, en la que un grupo de jóvenes son encerrados en un terrible reformatorio, donde sufren todo tipo de vejaciones y abusos sexuales. Esta experiencia marcará sus vidas para siempre. Años después, dos de ellos, ya convertidos en adultos, encuentran por casualidad a uno de los vigilantes del reformatorio, el que con más saña cometía los abusos, y lo matan. 

Este episodio de venganza me ha hecho recordar un debate que surgió, hace unos días, en clase, sobre la legitimidad o no de  tomarte la justicia por tu cuenta. En concreto, nos planteamos el caso de los padres de Marta del Castillo, si algún día tuvieran la oportunidad de vengarse del asesino de su hija. ¿Qué debían hacer? 

Las opiniones fueron encontradas: de un lado, los que matarían a este joven; de otro, los que dejarían que los tribunales administraran justicia. Todo dependía de qué pesara más en cada uno: si el sentimiento o la razón.  En primera instancia, siempre es el deseo de venganza, el ojo por ojo y diente por diente, el que se apodera de nosotros; pero, transcurrido un tiempo, llegamos a la conclusión de que corresponde a los jueces, de acuerdo con nuestras leyes, poner el castigo correspondiente a los culpables. 

Como me pedisteis que replanteara, en el blog, el debate sobre este espinoso tema, aquí lo tenéis.        

 

ENTRE MUROS

Una película necesaria, porque refleja con crudeza el día a día en un instituto de enseñanza secundaria, situado en un barrio periférico de París, donde se mezclan alumnos de diferentes nacionalidades, la mayoría hijos de inmigrantes.

  “La clase”, título con el que ha sido estrenada en España, es una película dirigida por Laurent Cantet,  que obtuvo la Palma de Oro del pasado Festival de Cannes y que muestra las dificultades de un profesor de lengua para impartir sus clases con normalidad. Los primeros planos de los alumnos desmotivados, que charlan sin parar con sus compañeros o dormitan sobre sus pupitres, mientras el profesor explica, son reveladores de lo que hoy día sucede en las aulas y que es desconocido por la mayor parte de la sociedad. 

En la actitud paciente del profesor que, en todo momento, dialoga con sus alumnos, a pesar del mal comportamiento de éstos, nos podemos reconocer la mayoría de los que trabajamos en educación secundaria. También, en la de otro profesor que, en un momento de tensión, cansado de que sus alumnos no le escuchen y le falten al respeto, se desahoga airadamente con sus compañeros de claustro. E, igualmente, en las reuniones, donde los profesores tratan de discernir el grado de rigidez  y flexibilidad con el que aplicar las normas de funcionamiento del centro. 

Una película dura de ver, por su crudeza y realismo, porque, después de una semana entre muros, es como volver allí, sin ningún tipo de concesiones, aunque también con los momentos de satisfacción para cualquier profesor: aquellos en que los alumnos reconocen los conocimientos aprendidos, durante el año.

¿TENEMOS MIEDO A LA LIBERTAD?

Sucede, a veces, que un alumno me dice “tienes que imponerte más “. Y supongo que se refiere a que debo imponer más disciplina en la clase y ser menos tolerante y flexible con los alumnos más díscolos. Pero a mí, que fui educado en una disciplina rígida, donde el diálogo entre el alumno y el profesor era inexistente, me asalta la duda. ¿Debo imponer unas normas estrictas de comportamiento, abandonando, por ejemplo, el tuteo por el usted o impidiendo la entrada en clase a los alumnos que lo hacen después que yo? ¿Debe reinar un silencio sepulcral, mientras explico? 

Esta es una de las reflexiones que me suscitó ayer “La ola”, película que cuenta cómo un proyecto sociológico sobre la autocracia se le va de las manos a un profesor, cuando los alumnos que participan en él, quizá necesitados de una mayor disciplina, acaban sacando a relucir instintos primarios, como la intolerancia y la exclusión. 

Me pregunto y os pregunto si en verdad necesitáis más disciplina, si vuestros padres y nosotros, los profesores, hemos sido demasiado tolerantes y hemos descargado en vosotros la responsabilidad de elegir si queréis estudiar o no, si queréis o no atender a las explicaciones del profesor, realizar las actividades… Esto es, hemos descargado en vosotros la ardua tarea de ser libres, de ejercer vuestra libertad, cuando lo cómodo es que os digan lo que tenéis que hacer, sin más explicaciones, tal y como ocurre en la película, con los alumnos siguiendo las indicaciones del líder-profesor. 

Por momentos, sobre todo cuando alguien me dice que tengo que imponerme más, pienso que sí, que os sucede, como a los alumnos de “La ola”; pero, por otra parte, me pregunto de qué han servido los años que llevamos viviendo en democracia –vosotros, toda vuestra vida-; qué hemos aprendido, para reclamar más autoridad y disciplina. ¿No somos capaces de administrar nuestra libertad y de saber cuáles son sus límites? ¿Tenemos miedo a la libertad?

MY BLUEBERRY NIGHTS

Historias de amor y soledad contadas como si los espectadores espiáramos a los personajes, a través de la luna de cristal de una cafetería, contemplando sus caras de sufrimiento, sus gestos de hastío, sus movimientos cansados, que sugieren más que las palabras y que nos introducen en un mundo intimista de amores no correspondidos  

Así es la película de Wong Kar-Wai: tres historias unidas por el particular viaje que inicia Lizzie, la joven protagonista, para olvidar un desengaño amoroso: la de Jeremy, a quien su madre le había recomendado que esperara siempre, que, si se perdía, no se moviera de donde estaba, porque ella lo encontraría; la del policía locamente enamorado de su mujer, que ahoga sus penas en el alcohol; y la de la jugadora de póker que finge tener un corazón más duro de lo que en realidad es. 

Tres historias contadas  a ritmo de jazz, con lentitud, pero con intensidad; con predominio de las imágenes sobre los diálogos; con primeros planos imposibles, como el beso de Jeremy a Lizzie, mientras ésta duerme sobre la barra del bar; con la presencia de elementos simbólicos, que aparecen periódicamente y que incrementan la capacidad de sugerencia de las imágenes,  como el tren de alta velocidad o el calendario que va indicando los días… 

Una película, en suma, con ingredientes cinematográficos diferentes; con personajes que huyen del amor, pero que vuelven a él, una y otra vez; con actores y actrices que nos muestran con solvencia y convicción este mundo interior; y con una banda sonora que nos llega al corazón y que recoge lo mejor de la música americana : jazz, soul, rock… 

Para verla y disfrutarla, como regalo de reyes, ahora que todavía tenemos tiempo.

LA SOLEDAD de Jaime Rosales

Una película incómoda de ver por el grado de implicación que exige y consigue del espectador. Por su contenido que viene a demostrarnos lo que todos sabemos: que tras la Arcadia del presente, tras la aparente felicidad que se nos vende a través de los medios de comunicación, el dolor forma parte de nuestras vidas, aunque sólo sea por el mero hecho de que somos humanos y, por consiguiente,  frágiles y propensos a a las enfermedades y la muerte. En efecto las dos historias que se cuentan, la de Adela y la de Antonia, parten de una situación de felicidad, que por un golpe del destino, se tornan  tristeza y soledad.  Pero no sólo nos implican estas historias, sino también la forma de contárnoslas, con unos diálogos escuetos, libres de cualquier tipo de aderezo retórico, y sobre todo con la imagen acompañada del silencio –pocas veces la ausencia de banda sonora ha sido más expresiva en una película-, una imagen que con frecuencia se nos ofrece doble, por el recurso de dividir la pantalla en dos y mostrarnos así puntos de vista diferentes de la misma escena. Con ello, aumenta extraordinariamente el conocimiento de los personajes y de la historia por parte del espectador, te obliga a pensar y, a la larga, te convierte en una especie de cómplice, o testigo de excepción, de todo lo que está ocurriendo. Además, los planos fijos contribuyen a esta exigencia, que acaba resultando incómoda, aunque placentera, porque constatas que la película no pueda avanzar sin tu contribución, sin la contribución del espectador.  Este gusto por la imagen fija alcanza su punto culminante en dos secuencias: la del atentado terrorista, con el plano sostenido del autobús humeante y las personas que salen precipitadas de su interior, sin que se nos diga nada sobre las terribles consecuencias del mismo, que conoceremos después, mediante un eficaz uso de la elipsis; y la de la muerte de Antonia, con la cámara fija situada fuera de la habitación, que nos muestra  el lento, aunque repentino, proceso de la desaparición de la vida.  Al final, lo que te queda es la naturalidad en la forma de narrar y filmar la vida cotidiana, tan infrecuente hoy día en las salas de proyección; el predominio de la imagen, como debe ser en el buen cine, y la conciencia de la fragilidad humana.      .     

14 kilómetros

Una película sencilla, como no podía ser de otra manera, sin efectos especiales y con efectos humanos, premio en el último festival de cine de Valladolid. Se nos cuenta en ella lo que normalmente no hacen los medios de comunicación, lo que ha podido ocurrir antes de la temida travesía de 14 kilómetros del paso de Estrecho. Antes de eso, como nos muestran los mapas que van intercalándose señalando las distintas rutas (a veces de ida y vuelta), kilómetros y kilómetros de desierto, toneladas de arena y pobreza, y algunos gramos de esperanza.

Nos da la impresión tras ver esta película que la travesía en cayuco no es, de ninguna manera, «lo peor»; descubrimos cual es la verdadera aventura y viajamos a algunos de los lugares de donde proceden los pasajeros de los cayucos. Y aprendemos que los verdaderos héroes y heroínas (que aquí también parecen llevar la peor parte) de nuestro tiempo, no se han de buscar en las alfombras rojas de los grandes festivales, ni en los videojuegos de turno, están mucho más cerca, a la vuelta de cualquier esquina de tu barrio.

Si quieres más información puedes ver esta rueda de prensa con parte del equipo de la película:

EL MIEDO AL OTRO

Hace unos días, leyendo en clase la novela “Likundú” de Heinz Delam, surgió un debate sobre la posibilidad de alquilar un piso de nuestra propiedad a un inmigrante. Un porcentaje significativo de los alumnos se inclinaba por no hacerlo, a causa de la desconfianza hacia este tipo de personas, porque, según ellos, se van sin pagar el alquiler de las casas; destrozan el mobiliario; roban; etc. Quizás, influidos por comentarios de los adultos, tendían a generalizar en sus juicios negativos sobre los inmigrantes y hablaban de ellos como personas de las que había que protegerse.  Curiosamente este fin de semana he visto una película “La zona”, dirigida por el mexicano Rodrigo Plá, en la que unos personajes, que viven aislados en una lujosa urbanización, impulsados por el miedo, “acaban inventando sus propias reglas, al margen de la ley que rige para los demás”. Así, a tres adolescentes de un barrio marginal que entran a robar no los van a ver como personas, sino como enemigos a destruir. La película es dura, pero lo que cuenta es tan real, como la vida misma. Yo salí de la proyección con una desconfianza tremenda hacia el ser humano. También, como los alumnos, tendí a generalizar y, en mi pensamiento, veía a todas las personas que viven en zonas residenciales lujosas, encerradas en su paraíso, aisladas del mundo exterior, sobreprotegidas. Y no sólo a esas personas, sino a todos los que vivimos en este primer mundo y disfrutamos de la sociedad del bienestar. ¿Está ocurriendo, en verdad, eso? ¿Vivimos tan aislados en nosotros mismos, que sentimos miedo o desconfianza hacia cualquiera que percibamos como extraño? Y si es así ¿por qué? ¿Quizás es un efecto de la sociedad del bienestar? ¿Un temor a perder los privilegios que disfrutamos dentro de ella?

Animacor’07

El próximo día 5 de noviembre comenzará en Córdoba el III Festival Internacional de Cine de Animación. Durante 6 días se celebrará en el Palacio de la Merced y la Filmoteca de Andalucía. En esta página encontrarás información sobre el mismo.

Casualmente, dando un paseo por esos mundos, descubrimos que hoy (28 de octubre) es el Día Internacional de la Animación, día que en 1892 se produjo en París la primera proyección pública de una película animada.

Si te interesa el tema, te aconsejamos algunas visitas:

MATAHARIS

En medio de tanto fuego de artificio del cine actual, conmueve esta película tan humana, en la que tres mujeres detectives que están acostumbradas a inmiscuirse en los problemas de los demás, no están preparadas en cambio para afrontar los suyos propios. En efecto, se entrelazan lo personal y lo profesional y es justamente el equilibrio entre estas dos facetas de la vida uno de los aciertos de â??Mataharisâ?. El proceso de entrecruzamiento es lo suficientemente lento como para que se establezcan las conexiones con naturalidad y, durante el mismo, afloran problemas tan habituales de la pareja como: la incomunicación que va minando la relación; la desconfianza motivada por la falta de sinceridad; y el complejo de culpa, cuando se antepone la vida profesional a la personal. Los desenlaces de las tres historias son tan diversos como la propia vida de pareja: la separación, el reencuentro y la incertidumbre.

En la presentación de â??Mataharisâ? en el Festival de San Sebastián, su directora, Iciar Bollaín, dijo que como espectadora de cine se sentía interesada por ver a mujeres trabajando y luchando por salir adelante, haciendo frente al desamor, la incomunicación, los dilemas éticos y el desgaste emocional. Es el mejor resumen que se puede hacer de la película y, a la vez, el mejor reclamo para verla.