¿DEBE LIMITARSE EL TRÁNSITO DE VEHÍCULOS EN EL CASCO HISTÓRICO DE LAS CIUDADES?

El jueves pasado, al estudiar en clase los subgéneros periodísticos, leímos una noticia, publicada en el diario El País, en la que el Ayuntamiento de Sevilla anunciaba, para el próximo otoño, la prohibición de circular más de 45 minutos por el casco histórico, a los vehículos particulares. Se instalarán cámaras para controlar las entradas y salidas de éstos y sólo podrán circular libremente los vehículos de carga y descarga, el transporte público y las motocicletas.

 

En el debate posterior, se expresaron dos puntos de vista contrapuestos: a favor de la medida municipal, defendido por una minoría de alumnos, y en contra de la misma, sorprendentemente mayoritario en la clase.

Los primeros hacían suyos los argumentos del Ayuntamiento de Sevilla, para limitar el tránsito de vehículos por el casco antiguo: evitar que el centro sea un lugar de conexión norte-sur y este-oeste; fomentar el uso del transporte público; y sobre todo proteger la zona monumental de la contaminación generada por el excesivo tráfico rodado, que perjudica a la salud de las personas y deteriora los monumentos.

Los segundos se oponían a la medida municipal con el argumento, de claras reminiscencias románticas, de que ya está bien de prohibir y que para qué se tienen los vehículos privados sino para circular por donde cada uno quiera.

Como la falta de sosiego y tranquilidad hace que los debates en clase, con frecuencia, estén presididos por el acaloramiento, traigo al blog la discusión sobre este tema.

Además, como recientemente ha surgido en Córdoba una iniciativa similar, la peatonalización de la calle Cruz Conde, se puede opinar también sobre este segundo asunto. La propuesta de cortar el tráfico en la calle más céntrica de nuestra ciudad obedece más a razones económicas -aumentar las ventas de los comercios- que medio ambientales; pero está claro que, si finalmente sale adelante, también saldrá beneficiada nuestra salud y la de los edificios de la zona.

INSTRUCCIONES PARA UTILIZAR EL ORDENADOR

Utilizar el ordenador para algunos alumnos es una manera de rellenar los huecos inevitables, durante la jornada lectiva, que en su caso son casi todas las horas.

Estos alumnos no suelen esperar a que el profesor les diga “encended el ordenador y entrad en la página de la Real Academia Española para buscar estas palabras que he escrito en la pizarra”. No, no, ellos actúan por su cuenta, pensando ingenuamente que pueden engañarle.

A veces, el profesor hace como si no se enterara, para que le dejen trabajar con el resto de la clase. Pero, en otras ocasiones, cuando son mayoría los que tratan de engañarle, el profesor se siente un poco extraño, pensando qué pinta él allí. Si le llama la atención a uno de estos alumnos, éste niega que esté utilizando el ordenador y los que está a su alrededor corroboran sus palabras. Así se produce una situación absurda: la negación de la evidencia.

Es difícil dar instrucciones sobre el uso del ordenador a estos alumnos, que no están dispuestos a seguir ninguna instrucción, puesto que pasan olímpicamente del profesor, que es el que debe hacerlas cumplir.

Si se les preguntara cómo solucionarían ellos este problema, probablemente responderían: “desconecta los ordenadores y asunto concluido”. Pues eso.

INSTRUCCIONES PARA ESTAR EN CLASE

Una vez adoptada la actitud natural de estar sentado en el aula, que consiste básicamente en mantener el cuerpo erguido, para evitar dolencias de espalda, mirando al profesor, como se dijo, con los codos y los antebrazos apoyados en la mesa para facilitar el acto de la escritura, y los pies descansando en el suelo, conviene estar atento a las explicaciones del profesor, de tal manera que evitemos preguntarle lo que acaba de decirnos o escribir en la pizarra.

Estar atento implica también no hablar con el compañero, a pesar de que algunos alumnos sean capaces de seguir dos conversaciones al mismo tiempo, emulando el don divino de la ubicuidad.

Si transcurridos cinco minutos, aparecen los primeros síntomas de cansancio o aburrimiento, es conveniente controlar la cabeza y el cuerpo que tienden a ir hacia abajo: la primera buscando desesperadamente la palma de la mano y el segundo abandonando su posición natural de erguido.

Los que se encuentran sentados junta a la ventana, también deben controlar el impulso irresistible de contemplar las evoluciones de sus compañeros que, en ese momento, tienen clase de Educación Física, en las pistas polideportivas.   

Si un profesor nos da confianza, desde el principio, porque entiende que la educación no es el resultado de la imposición, sino del acuerdo y el diálogo, no es aconsejable, tomarle por el pito del sereno, como se dice vulgarmente, porque corremos el riesgo de conseguir de él justo lo contrario de lo que deseamos.

Si el mismo profesor nos pide, por favor, en repetidas ocasiones, que nos callemos, porque impedimos la concentración en el trabajo de nuestros compañeros, conviene que le hagamos caso, sin necesidad de que nos lo tenga que decir en tono conminatorio y bajo la amenaza de expulsarnos de clase, aunque sólo sea porque este tono de voz suele ir acompañado de una sobreexcitación del profesor, claramente perjudicial para su salud.

Finalmente, si transcurridos 40 ó 45 minutos oímos ruidos de pisadas y murmullos en el pasillo, no debemos guardar el libro y el cuaderno de apuntes en la mochila, dando la clase por concluida, pues es el responsable del aula en ese momento, entiéndase el profesor,  el que decide cuándo se puede realizar dicha operación.

INSTRUCCIONES PARA ENTRAR EN CLASE

Siguiendo el juego que nos propone Julio Cortázar en “Historias de Cronopios y de Famas” y dado que hechos insignificantes, como entrar en clase, permanecer en ella o salir al servicio, pueden convertirse en una aventura para algunos alumnos, me planteo dar algunas instrucciones, para una mejor convivencia y un mejor funcionamiento del centro.

Comienzo con las instrucciones para entrar en clase:

En primer lugar, conviene ser puntual, aunque nos apetezca  estar unos minutos más en la cama o fumando un cigarrillo en la puerta del instituto, porque, si cada uno llega a una hora diferente, resulta muy difícil dar la clase. Además, así, nos vamos acostumbrando al mundo laboral, donde se cobra, en función del tiempo trabajado.

Si por razones justificadas, nos viéramos obligados a llegar tarde, es aconsejable llamar con suavidad a la puerta del aula y esperar pacientemente a que el profesor nos permita entrar.  En el caso de que no perciba nuestra presencia, se repite la llamada.

A continuación, caminaremos discretamente y en silencio hacia nuestro pupitre, sin saludar por el camino a los compañeros que nos vamos encontrando, pues la clase ha comenzado.

Conviene sentarse de frente al profesor, pues hacia atrás o de costado, además de resultar incómodo, puede dificultar nuestra comunicación con éste.

Finalmente, sacaremos nuestro material de trabajo, sin esperar a que se nos indique, y lo pondremos sobre la mesa, haciendo el menor ruido posible; no inclinaremos la silla hacia atrás, para evitar riesgos innecesarios; y por supuesto, no entablaremos conversación con el compañero de al lado ni le pediremos permiso al profesor para ir al servicio, pues acabamos de entrar a clase y se supone que nuestras necesidades vitales están satisfechas.

LAS VENTAJAS DE LA FORMACIÓN

En los periodos de bonanza económica el empleo abunda y no es relevante la formación de la persona para encontrar empleo; en cambio en los de crisis, como el que nos encontramos ahora, las posibilidades de trabajar aumentan, si se está más cualificado. Según estadísticas recientes, el paro se ceba en los sectores de población menos formados; y esto sucede no sólo en España sino también en los demás países de nuestro entorno, como Italia, Francia, Alemania, etc.

En España, concretamente, según un reportaje, publicado hoy en El País, hacen falta sobre todo jóvenes que estudien formación profesional, para lo cual es necesario bien el título de Secundaria o bien superar las pruebas de acceso, que se convocan todos los años.

Creo que, a estas alturas del curso, en que las fuerzas de nuestros alumnos de 2º de PCPI empiezan a decaer, es bueno que tengan en cuenta estos datos, pues, con independencia de la utilidad que encuentren a las asignaturas, que estudian, o de la mayor o menor amenidad de las clases, o de que unos profesores les caigan mejor o peor que otros, una cosa parece clara: su futuro inmediato depende, en gran medida, del título de ESO y, si lo consiguen, sus posibilidades de trabajo aumentan. No tienen nada que perder, y sí mucho que ganar.

¿Merece la pena sacrificarse un poco y vencer la apatía y la desidia que poco a poco se está apoderando de ellos? ¿Merece la pena mostrar una actitud de mayor colaboración con el profesorado, que desde que comenzó el curso se ha volcado con ellos, adaptando la programación de las asignaturas, flexibilizando su metodología, y tolerando, con frecuencia, comportamientos poco adecuados para el estudio?

SOBRE LA UTILIDAD DE LO QUE ENSEÑAMOS

“Enseñar una cosa es aprenderla dos veces”, dijo Joseph Joubert, ensayista francés del siglo XVIII. Probablemente se refería a las materias que enseñamos los profesores y sobre cuya utilidad dudan nuestros alumnos. ¿Para qué sirve distinguir un nombre de un adjetivo o un número primo de otro compuesto? Se oye decir habitualmente.

Los profesores que hemos aprendido las cosas no dos veces, sino tres, cuatro, cinco…, tantas como años llevamos en la enseñanza, siempre lo hemos hecho –al menos los que nos gusta nuestro trabajo- con amor y dedicación, pensando en cómo hacérselas más agradables a nuestros alumnos.

Quizás éstos, mientras escuchan nuestras explicaciones, se pregunten también quién les enseñará las cosas que ellos consideran importantes, es decir, las cosas que de verdad importan en la vida. Por ejemplo: cómo ganar dinero fácilmente y con poco esfuerzo; cómo conseguir a la chica o chico de la que están enamorados; cómo pasar inadvertido en una clase donde uno se siente objeto de las burlas de los compañeros; cómo superar la timidez en situaciones trascendentes; etc.

Entre nuestras intenciones y las suyas está la solución. Mañana, lunes, puede ser el día, pues vamos a trabajar en clase con tipos de texto que  posiblemente les serán útiles en la vida cotidiana: la autorización, la instancia, el certificado, el correo electrónico…

¿CADENA PERPETUA?

Cuando ha surgido en clase el debate sobre la pena de muerte, siempre se han manifestado dos posturas: una visceral, guiada por los sentimientos, que adoptan los partidarios de la misma, con el argumento de “ojo por ojo, diente por diente”, es decir, hay que imponer un castigo equiparable al crimen cometido; y otra, guiada por la razón, que adoptan los que se oponen a la pena de muerte, argumentando que ellos no pueden actuar igual que los asesinos, no pueden disponer de la vida de nadie.

 He recordado esto, a raíz de la iniciativa de Javier Arenas, secretario general del PP de Andalucía, de reabrir el debate sobre la cadena perpetua, que a su entender demanda la sociedad.

 Le han respondido dirigentes del PSOE diciendo que este planteamiento es oportunista, responde a fines electorales y no cabe, además, en nuestra Constitución, pues niega a la persona recluida el derecho a la reinserción social y a la reducción de su pena.

 No voy a negar que me he sentido cercano a la cadena perpetua para asesinos en serie, como de Juana Chaos, responsable de 25 muertes, o para homicidas sin piedad, como Miguel Carcaño, que ha ofrecido varias  y contradictorias versiones sobre el paradero del cuerpo sin vida de Marta del Castillo. Son casos, en los que no ha habido arrepentimiento y en consecuencia el pronóstico de reinserción social no es positivo.

 Sin embargo, una reflexión posterior me ha hecho sentir lo inhumano de encerrar a una persona hasta que muera, negándole cualquier posibilidad de reintegrarse en la sociedad. ¿Qué diferencia habría entre los que arrebatan la vida a una persona y yo mismo?

 Llevándolo al terreno de la educación, sería tanto como negar a un alumno, que ha cometido una falta grave, la posibilidad de volver al sistema educativo, es decir, expulsarlo a perpetuidad.

SOBRE LOS MALES DE NUESTRA EDUCACIÓN

A propósito de los males que afectan a nuestra educación, Vicente Verdú publicaba ayer un artículo, en el diario El País, en el que ofrece un punto de vista diferente. Analiza en concreto dos de estas deficiencias: la falta de espíritu de sacrificio de los alumnos y la pérdida de autoridad del profesor.

En su opinión, cuando nuestros jóvenes muestran escaso espíritu de sacrificio y, por el contrario, reclaman recompensas antes de haberse esforzado, están reproduciendo una de las características de la sociedad de consumo, en la que primero se consiguen las cosas y luego se pagan; por ejemplo, primero nos entregan un coche y luego lo pagamos. Trasladándolo al ámbito educativo, primero le conceden a un alumno el derecho a pasar de un curso a otro, incluso habiendo suspendido todas las asignaturas, y después se supone que se esfuerza en el estudio; o cuando un alumno te pide que le apruebes una evaluación, aunque no haya hecho mérito para ello, con la promesa de estudiar más para la siguiente.

En cuanto a la pérdida de autoridad del profesor, Vicente Verdú la relaciona con el descrédito, en general, de los que la ejercen en nuestra sociedad, desde los políticos hasta los directores de banco. Además, alude a que, en la nueva sociedad del conocimiento y la información, y más en concreto en Internet, la información no procede de la erudición del profesor, como sucedía tradicionalmente, sino que es algo compartido.

Sin cuestionar el fondo del razonamiento de Vicente Verdú, cabría objetarle, por una parte, que sólo con el esfuerzo en el trabajo se puede pagar el préstamo del coche o se puede aprobar una asignatura, y por otra que, aunque en Internet esté casi toda el conocimiento y éste se realice en cooperación, el profesor sigue siendo un especialista en su materia y, por tanto, con autoridad suficiente como para merecer el respeto de sus alumnos.

NOS TIENES MANÍA

Sucede, con cierta frecuencia, que, cuando les recrimino a algunos alumnos su actitud incorrecta, en el aula, me responden indignados:

-¡Es que nos tienes manía!

Y cuando, con ironía, les digo que efectivamente, desde el momento en que entro en clase, estoy pensando en cómo perjudicarles, estos alumnos ofuscados insisten:

-¡Es verdad! ¡Están todos hablando y sólo a nosotros nos llamas la atención!

Como estas situaciones se repiten, hoy he decidido buscar en el diccionario de la Real Academia Española las distintas acepciones de la palabra “manía” y me he encontrado las siguientes:

 “Especie de locura, caracterizada por tendencia al furor”.

Es evidente que los alumnos, cuando me echan en cara que les tengo manía, no se refieren a que experimente este estado de agitación general, porque, entre otras cosas, duraría poco en la enseñanza.

“Extravagancia, preocupación caprichosa por un tema o cosa de terminada”.

Quizá con esta segunda acepción me esté aproximando al significado que ellos quieren darle a la palabra.

“Preocupación de ser objeto de la mala voluntad de una o varias personas”.

Entiendo que es a esto a lo que se refieren, es decir, que yo tengo mala voluntad hacia ellos.

Claro, además de impartir mi clase de Lengua, como puedo; de dirigirme siempre a los alumnos con exquisita educación, incluso cuando tengo que recriminarles su comportamiento inadecuado, lo cual sucede habitualmente; además de todo esto, tengo mala voluntad contra algunos de ellos, es decir, les tengo ojeriza. La verdad es que no salgo de mi asombro.

MEJORAR LOS PCPI


Hablaba ayer con algunos compañeros de que el 2º de PCPI, tal y como está configurado, no responde a las expectativas de los alumnos ni les motiva lo suficiente. Conviene no olvidar que se trata de chicos con escaso interés por los estudios, que han repetido muchos de ellos varios cursos, que presentan un déficit importante en competencias básicas, como la expresión escrita, y que están matriculados en este programa únicamente para conseguir el título de ESO.

No tiene mucho sentido que, después de un primer curso eminentemente práctico, donde los alumnos han aprendido un oficio, se encuentren ahora cursando sólamente asignaturas teóricas, me refiero a que no permiten el desarrollo de habilidades manuales o físicas.

Creo que, si se incluyeran en el Plan de Estudios materias como Educación Física o Plástica, por ejemplo, dos horas semanales de cada una de ellas, mejoraría la disposición de los alumnos hacia los estudios.

Los profesores que les impartimos clase percibimos cada día sus dificultades para mantener la atención, durante mucho tiempo, y, sobre todo, esa sensación de hastío, propia del que está soportando algo que no le interesa. Asignaturas, como las que he mencionado, diversificarían las tareas a realizar durante la semana y les permitirían desplazarse a otros espacios del centro, como el aula de Dibujo, el gimnasio o las pistas polideportivas.

No sé lo que opinarán ellos, si les serviría de mayor estímulo cursar asignaturas más prácticas, o que incluso hubiera alguna relacionada con el oficio en el que se iniciaron el curso pasado.

En cualquier caso, si la legislación por la que se rigen estos programas lo permite, habría que plantearse, de cara al curso próximo, la mejora de los mismos, adoptando las medidas que se consideren oportunas.