El jueves pasado, al estudiar en clase los subgéneros periodísticos, leímos una noticia, publicada en el diario El País, en la que el Ayuntamiento de Sevilla anunciaba, para el próximo otoño, la prohibición de circular más de 45 minutos por el casco histórico, a los vehículos particulares. Se instalarán cámaras para controlar las entradas y salidas de éstos y sólo podrán circular libremente los vehículos de carga y descarga, el transporte público y las motocicletas.
En el debate posterior, se expresaron dos puntos de vista contrapuestos: a favor de la medida municipal, defendido por una minoría de alumnos, y en contra de la misma, sorprendentemente mayoritario en la clase.
Los primeros hacían suyos los argumentos del Ayuntamiento de Sevilla, para limitar el tránsito de vehículos por el casco antiguo: evitar que el centro sea un lugar de conexión norte-sur y este-oeste; fomentar el uso del transporte público; y sobre todo proteger la zona monumental de la contaminación generada por el excesivo tráfico rodado, que perjudica a la salud de las personas y deteriora los monumentos.
Los segundos se oponían a la medida municipal con el argumento, de claras reminiscencias románticas, de que ya está bien de prohibir y que para qué se tienen los vehículos privados sino para circular por donde cada uno quiera.
Como la falta de sosiego y tranquilidad hace que los debates en clase, con frecuencia, estén presididos por el acaloramiento, traigo al blog la discusión sobre este tema.
Además, como recientemente ha surgido en Córdoba una iniciativa similar, la peatonalización de la calle Cruz Conde, se puede opinar también sobre este segundo asunto. La propuesta de cortar el tráfico en la calle más céntrica de nuestra ciudad obedece más a razones económicas -aumentar las ventas de los comercios- que medio ambientales; pero está claro que, si finalmente sale adelante, también saldrá beneficiada nuestra salud y la de los edificios de la zona.