LAS PALABRAS QUE MÁS ABORRECEMOS

Hace unos años, os pedimos que seleccionarais, entre todas las palabras de la lengua española, la que más os gustaba. Yo recuerdo que escogí “ultramarinos”, por lo bien que suena y por los recuerdos que evoca de mi infancia. 

Ayer, leyendo el periódico El País, me encontré con un artículo en el que su autor, Fernando Royuela, comentaba justamente el tipo de palabras contrario: las que más aborrecía. A este escritor le parecían detestables, entre otras: “excelencia”, “líder” y “reto”. Detrás de estas palabras, en su opinión, se esconden agazapadas ideas propias del mundo empresarial globalizado, que pretende imponer estilo, estereotipando los comportamientos. Así “excelencia” le suena a vasallaje absolutista; “”líder” le hace imaginar un caudillo montado a caballo y jaleado por una masa amorfa; y “reto” le sugiere “trabajar el doble por la mitad”. En el fondo, se trata de eufemismos que pervierten los valores y acaban con la dignidad de los trabajadores.  

Lo cierto es que las palabras tienen dos tipos de significado: el denotativo, que es el que recoge el diccionario, y el connotativo, que es el que nos evocan las palabras en un contexto determinado. Este segundo está cargado de subjetividad y depende, en gran parte, de la experiencia personal del hablante. Por ejemplo, la palabra “amor” tiene diferentes connotaciones para la persona enamorada y correspondida en sus sentimientos, que para quien acaba de sufrir un desengaño amoroso. 

Teniendo todo esto en cuenta, os proponemos que escojáis, entre todas las palabras del castellano, la que en este momento de vuestra vida más aborrecéis.    

A mí personalmente una de las que me resulta más despreciable es “corrupto”, que se aplica a los individuos que se dejan sobornar, para conseguir algo ilegal o inmoral de ellos. Odio esta palabra, que escuchamos habitualmente en los medios de comunicación, y me gustaría dejar de escucharla.  

¿EL MIEDO ES LIBRE?

Pensando en la psicosis que se ha producido en el mundo con la gripe porcina, he recordado  escenas de la historia literatura en las que los personajes pasaban miedo. Han venido a mi mente: la aventura de los batanes del Quijote y dos cuentos: “El corazón delator” de Allan Poe, al que nos referíamos hace unos días, y “El miedo” de Valle-Inclán. 

Cuenta Miguel de Cervantes que don Quijote y Sancho se detienen en un paraje frondoso, donde las hojas de los árboles, movidas por el viento, producen un temeroso ruido. Los dos personajes están solos y la noche es oscura, cuando oyen a lo lejos un crujir de hierros y cadenas acompasados. Se acercan  al lugar de donde procede tan siniestro ruido, Sancho muerto de miedo y don Quijote simulando valentía, hasta que descubren que se trata de un molino de agua con seis mazos de los que se usan para golpear tejidos. 

El protagonista de “El corazón delator”, después de haber ido varias noches a la habitación del viejo, sin que éste se diera cuenta, la octava, pletórico por su sagacidad, procedió aún con mayor cautela al abrir la puerta; pero el viejo esa noche se movió repentinamente en su cama, como si se sobresaltara. Ambos permanecieron una hora sin hacer ruido. El viejo consciente de que alguien había entrado en su habitación, con intención de matarle, emitió un leve quejido, el quejido que nace del terror. 

“Ese largo y angustioso escalofrío que parece mensajero de la muerte, el verdadero escalofrío del miedo, sólo lo he sentido una vez”. Es el narrador-protagonista del cuento de Valle-Inclán el que se expresa así, al recordar un anochecer, en el interior de la capilla de un pazo, solo con su madre y su hermana, cuando percibió que en el sepulcro del guerrero entrechocaban los huesos del esqueleto.  

Son tres situaciones distintas en las que se experimenta el miedo, aunque en las tres hay una causa objetiva: los batanes, el joven que penetra en la habitación del viejo y el entrechocar de los huesos del esqueleto.  

En cambio, la psicosis generada por la gripe porcina, aunque aparentemente tenga su origen en esta enfermedad, lo cierto es que en buena medida ha sido provocada por los medios de comunicación, que, en titulares destacaban “la gripe porcina golpeará a cuatro de cada diez europeos” (El País, 1 de mayo de 2009); pero en el cuerpo de la noticia se matizaba “así lo cree el Centro Europeo de Control de Enfermedades”. Los lectores del periódico nos quedamos con la contundencia del titular de la noticia, no con la matización del cuerpo. Éste es solo un ejemplo del extraordinario despliegue informativo que han dedicado al tema los medios de comunicación. Pensemos en las cadenas de radio y televisión, y sobre todo en Internet, páginas y páginas, analizando las causas y las consecuencias de la enfermedad, con el fin de no dejar ninguna pregunta sin responder, aunque las dudas sean mayores que las certezas.  

Por eso, cabe peguntarse si, en verdad, el miedo es libre, o, como en el caso de la gripe porcina, todos estamos obligados a sentirlo.

EL SENTIMIENTO O LA RAZÓN

Ayer por la noche, vi la película “Sleepers”, en la que un grupo de jóvenes son encerrados en un terrible reformatorio, donde sufren todo tipo de vejaciones y abusos sexuales. Esta experiencia marcará sus vidas para siempre. Años después, dos de ellos, ya convertidos en adultos, encuentran por casualidad a uno de los vigilantes del reformatorio, el que con más saña cometía los abusos, y lo matan. 

Este episodio de venganza me ha hecho recordar un debate que surgió, hace unos días, en clase, sobre la legitimidad o no de  tomarte la justicia por tu cuenta. En concreto, nos planteamos el caso de los padres de Marta del Castillo, si algún día tuvieran la oportunidad de vengarse del asesino de su hija. ¿Qué debían hacer? 

Las opiniones fueron encontradas: de un lado, los que matarían a este joven; de otro, los que dejarían que los tribunales administraran justicia. Todo dependía de qué pesara más en cada uno: si el sentimiento o la razón.  En primera instancia, siempre es el deseo de venganza, el ojo por ojo y diente por diente, el que se apodera de nosotros; pero, transcurrido un tiempo, llegamos a la conclusión de que corresponde a los jueces, de acuerdo con nuestras leyes, poner el castigo correspondiente a los culpables. 

Como me pedisteis que replanteara, en el blog, el debate sobre este espinoso tema, aquí lo tenéis.        

 

¿VIAJEROS O TURISTAS?

Los alumnos y profesores de nuestro centro acabamos de realizar dos viajes, uno a Italia y otro a los Pirineos, y podríamos plantearnos la diferencia entre viajero y turista. 

A los viajeros les impulsa un deseo de conocer, además de los monumentos y paisajes de los lugares visitados, a las personas que habitan éstos, su forma de vivir y de pensar. Por eso, no necesitan un plan detallado de lo que van a hacer, sino que improvisan sobre la marcha. Los escritores románticos fueron grandes viajeros y España, en concreto, fue uno de sus destinos preferidos, pues encontraron en ella monumentos, costumbres, tipos y paisajes, que les transportaban a Oriente y a la época medieval. “En Burgos –escribió Antoine de Latour- se respira el aire de otra civilización”. También, guiados por el Quijote de Cervantes, buscaron en nuestro país paisajes abruptos y desolados, como los de Sierra Morena. O admiraron costumbres en el vestir, como el uso de la mantilla en las mujeres o de los sombreros en los hombres.

Los turistas, en cambio, necesitan planificar todo y tienen preferencia casi exclusiva por los monumentos; les gusta impresionar con lo que saben, más que entender la forma de vida y la cultura de los países que visitan. 

Quizá, los viajes que organizamos en los centros de enseñanza se ajusten más al perfil de turista que al de viajero, fundamentalmente, porque participan en ellos personas menores de edad, que apenas han salido de casa y que no pueden disfrutar de una completa libertad de movimientos.  

En fin, no sé los que pensáis vosotros. ¿Es lo mismo ser viajero que turista? ¿Cómo os habéis sentido vosotros en los viajes que habéis realizado? ¿Cómo os gustaría sentiros en futuros viajes? ¿Quizás os situáis en un punto intermedio?  

SENTIRSE ANDALUZ

Hace unos años en un blog, que moderaba Miguel Osuna, salió a debate el tema de Andalucía o, más concretamente, ¿qué significaba, para cada uno de nosotros, sentirse andaluz? Mi opinión fue la que sigue a continuación: 

“Una persona se siente andaluza, no por haber nacido en Andalucía, sino por haber vivido en esta tierra el tiempo suficiente como para  impregnarte de su forma de ser, participar en sus fiestas,  y familiarizarte con su habla, su cultura y sus costumbres, hasta que un día te descubres a ti mismo seseando o escuchando emocionado unos fandangos de los hermanos Toronjo o  contemplando ensimismado los colores de la campiña cordobesa o el bosque de columnas de la mezquita o disfrutando de la conversación con un amigo andaluz.  

En mi opinión, para sentirse de una tierra no es tan importante nacer como vivir en ella, abriéndote a su gente, a su paisaje, a sus costumbres, etc. Es decir, no cerrarte a lo que perciben tus sentidos (olores, sabores, sensaciones, sonidos) o al deseo de cambio que sientes por dentro, pensando que ya has alcanzado la madurez y que estás sólo de paso, porque, antes o después, volverás a tu lugar de nacimiento; al contrario, dejarte llevar y que sean las nuevas experiencias las que te vayan haciendo andaluz o lo que sea.” 

¿Qué significa para vosotros sentirse andaluz?

HE SIDO VIOLADA, NO SOY NADA

“En Haití, si te violan, la sociedad te rechaza: no debes estudiar, no debes ir al hospital, debes quedarte en un rincón. La violación te convierte en una persona sin derechos, una persona rechazada por la sociedad, y ahora, en el barrio en el que vivo, es como si me violaran cada día, porque cada día alguien me recuerda que he sido violada y que no soy nada, que debo quedarme en un rincón y no hablar, no decir nada” 

Éste es el testimonio desgarrador de Rose, una niña violada en dos ocasiones. Lo he leído en la revista sobre derechos humanos que Amnistía Internacional nos envía periódicamente a los afiliados.  

Como ilustración, aparece una fotografía de Rose, de espaldas, en medio de un bosque. Así de sola y desprotegida debe sentirse en un país, donde los “jueces de paz” animan a las niñas violadas a guardar silencio y a llegar a un acuerdo con la familia del agresor. 

En la misma revista, podemos leer que en México una de cada cuatro mujeres sufre violencia a manos de su pareja o que en Irán las autoridades han condenado a penas de cárcel y flagelación a varias mujeres que han participado en una campaña para reivindicar su derecho a la libertad de expresión y asociación. 

Ante hechos como estos, que se producen además en distintas partes del mundo, es difícil sostener que existe igualdad entre los hombres y las mujeres. El próximo 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer. Todos estamos obligados a denunciar la discriminación que sufre.

EL ACENTO ANDALUZ

El pasado  domingo, una diputada del PP de Cataluña, Montserrat Nebrera, declaró a la cadena Ser que la ministra andaluza de Fomento tenía un acento que parecía un chiste, que se aturullaba y que se hacía un lío cuando hablaba. Resulta sorprendente que una diputada, a la que se le presupone una formación universitaria, haya demostrado, aparte de una evidente falta de educación hacia Magdalena Álvarez y hacia todos los andaluces, un desconocimiento supino –como le gusta decir a Mariano Rajoy- de la realidad lingüística de España.  

Conviene recordar, en este sentido, que vivimos en un país plurilingüe, donde coexisten diversidad de lenguas y dialectos. Las primeras presentan distintas modalidades, según su localización geográfica. Así el catalán se habla de diferente manera en Cataluña, en el País Valenciano o en la comunidad Balear; y el español que se utiliza en Castilla igualmente se diferencia del hablado en Extremadura, Canarias o Andalucía.  

La existencia de modalidades dialectales, como las mencionadas, es un hecho perfectamente normal en lenguas usadas en tierras diferentes y por gentes tan distintas. Además, la unidad de estas lenguas no se ve afectada, pues cualquier hablante puede entenderse con otro de una variedad dialectal distinta. En el caso que nos ocupa, es seguro que la citada Montserrat Nebrera y la ministra, objeto de sus críticas, Magadalena Álvarez, no tendrían ningún tipo de problema para comunicarse en castellano.      

Esto que acabo de exponer  sobre la realidad lingüística de España se enseña desde la educación primaria y cualquier alumno de nuestro instituto tiene conocimiento de ello. Por eso, no me extraña que los propios compañeros de partido de la diputada catalana hayan pedido su dimisión. Por incompetente.  

Me estremece contemplar la imagen publicada ayer en los periódicos de 3 niños fallecidos –titulaba El País-, durante un ataque de las Fuerzas Armadas Israelíes, en la franja de Gaza. Y me indigna la actitud de la comunidad internacional: el apoyo incondicional de la administración americana a Israel; las dudas incomprensibles de los países de la Unión Europea; la parsimonia de la ONU; la división en el mundo árabe.

Mientras tanto, la operación de exterminio continúa; ya van 600 palestinos muertos, buena parte de ellos civiles, frente a 5 israelíes. 

El gobierno de Israel ha prohibido el acceso a la zona de más de 500 periodistas. Es, por tanto, además de injusta, una guerra censurada, para que no se deteriore aún más la imagen del ejército israelí, para que no se conozcan las barbaridades que está llevando a cabo, para que los periodistas vivan la guerra desde el lado israelí, donde, en efecto, impactan a diario los cohetes caseros lanzados por las milicias palestinas, aunque sin causar apenas víctimas. 

Esta censura explica que la prensa occidental, en su mayoría, denomine eufemísticamente “conflicto de Oriente próximo” a lo que en realidad es un exterminio sistemático de personas; pero fotografías como la de los 3 niños asesinados nos muestran la realidad tal cual es. 

Rafael, desde su blog “Rincón solidario, nos pide que firmemos la carta que Amnistía Internacional va a enviar al Ministro de Defensa de Israel, pidiéndole que ponga fin a los ataques desproporcionados e ilegítimos sobre la franja de Gaza y que permita el acceso de ayuda humanitaria, así como de testigos imparciales en la zona.   

¡ACTUEMOS, YA!

¿ESTÁN EN RIESGO LOS DERECHOS HUMANOS?

En la última entrada recordábamos cómo las relaciones homosexuales son castigadas con prisión en numerosos países del mundo e incluso en algunos con la pena de muerte. Esto demuestra que el artículo 7 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de que todos somos iguales ante la ley no se cumple; pero no es el único. En un reportaje, publicado hoy en El País Semanal, se hace un repaso de los 30 artículos de la citada declaración, con motivo de su 60 aniversario, y se llega a la conclusión de que una cosa es el limbo de la teoría y otra bien distinta la cruda realidad.

 Valgan como testimonio los siguientes hechos: 

·        Asha Ibrahim, de tan sólo 14 años, murió lapidada en Somalia, en octubre de este año, por mantener relaciones sexuales sin estar casada, después de haber sido violada por tres hombres.

·        Amnistía Internacional ha documentado casos de tortura y otros tratos crueles e inhumanos en más de 81 países.

·        Dos mil millones de personas en el mundo siguen viviendo en la pobreza, luchando por conseguir agua, alimentos y vivienda.

·        UNICEF calcula que alrededor de 246 millones de niños trabajan en todo el mundo.

·       Más de 70 millones de niños en el mundo nos están escolarizados, según Educación Sin Fronteras. 

Podríamos seguir, hasta completar el incumplimiento de los 30 artículos de la  Declaración Universal de los Derechos Humanos. Lo que ocurre es que pertenecemos a un país del primer mundo, donde la mayor preocupación es cómo solucionar la crisis financiera, adoptando medidas de apoyo a los bancos, que curiosamente cada año declaran mayores beneficios, mientras, como dice Irene Khan, “la pobreza es la más grave y extendida crisis de derechos humanos que vivimos, pero no hay voluntad política para hacerla frente”. 

A los ciudadanos de a pie sólo nos quedan, como diría Iturrioz, dos posibilidades: abstenernos o actuar limitándonos a un pequeño círculo.

LEYES CONTRA HOMOSEXUALES

En la ONU se está debatiendo la posibilidad de aprobar una resolución para impulsar la despenalización de las relaciones homosexuales en el mundo, pues, aunque nos parezca mentira, en pleno siglo XXI, todavía hay numerosos países donde la homosexualidad es castigada con la cárcel, e incluso en algunos (Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Irán, Mauritania, Sudán, Yemen y algunos estados del norte de Nigeria)  con la pena de muerte. Cito los nombres de estos países, porque, en mi opinión, es bueno que se sepa dónde se mantienen todavía leyes aberrantes, como estas, que violan flagrantemente los derechos humanos más elementales.  

La Unión Europea, que propone esta resolución, aspira a que sea apoyada, como máximo, por 60 países, de un total de 192. Ni siquiera una tercera parte de los que pertenecen a la ONU.  

Entre los que se oponen, llaman poderosamente la atención el estado del Vaticano y los Estados Unidos. Ambos argumentan que apoyar el fin de las condenas por orientación sexual puede provocar una reacción en cadena de uniones entre personas del mismo sexo y una discriminación hacia los matrimonios tradicionales entre heterosexuales.  

Al margen de la escasa validez de la argumentación, se trata, sin duda, de una postura que va en contra de la declaración universal de los derechos humanos y que está muy alejada del amor cristiano y la fraternidad que tanto pregona la iglesia.  

En nuestro país, durante el franquismo, existía una ley contra vagos y maleantes, que incluía a los homosexuales; durante el nazismo, la homosexualidad era condenada con la cárcel y muchos homosexuales fueron sometidos a la castración voluntaria para recuperar su libertad; en los colegios, tradicionalmente, los jóvenes amanerados siempre han sido objeto de burlas.  

Es verdad que, al menos en España, las leyes no los discriminan, pero siguen siendo señalados con el dedo, quizá no para burlarse de ellos, pero sí para comentar por lo bajo su homosexualidad, como si fuera una marca que los diferenciara, lo cual no es sino una forma sutil de discriminación. ¿O acaso señalamos con el dedo a los heterosexuales para proclamar su heterosexualidad? 

Quizá podríamos empezar en nuestros ámbitos más cercanos, por ejemplo en el instituto, y ¿quién sabe?, a lo mejor, con el tiempo, una resolución, como la que se debate en la ONU, podría conseguir el apoyo de la mitad más uno de los países que la integran.