Hace unos años, os pedimos que seleccionarais, entre todas las palabras de la lengua española, la que más os gustaba. Yo recuerdo que escogí “ultramarinos”, por lo bien que suena y por los recuerdos que evoca de mi infancia.
Ayer, leyendo el periódico El País, me encontré con un artículo en el que su autor, Fernando Royuela, comentaba justamente el tipo de palabras contrario: las que más aborrecía. A este escritor le parecían detestables, entre otras: “excelencia”, “líder” y “reto”. Detrás de estas palabras, en su opinión, se esconden agazapadas ideas propias del mundo empresarial globalizado, que pretende imponer estilo, estereotipando los comportamientos. Así “excelencia” le suena a vasallaje absolutista; “”líder” le hace imaginar un caudillo montado a caballo y jaleado por una masa amorfa; y “reto” le sugiere “trabajar el doble por la mitad”. En el fondo, se trata de eufemismos que pervierten los valores y acaban con la dignidad de los trabajadores.
Lo cierto es que las palabras tienen dos tipos de significado: el denotativo, que es el que recoge el diccionario, y el connotativo, que es el que nos evocan las palabras en un contexto determinado. Este segundo está cargado de subjetividad y depende, en gran parte, de la experiencia personal del hablante. Por ejemplo, la palabra “amor” tiene diferentes connotaciones para la persona enamorada y correspondida en sus sentimientos, que para quien acaba de sufrir un desengaño amoroso.
Teniendo todo esto en cuenta, os proponemos que escojáis, entre todas las palabras del castellano, la que en este momento de vuestra vida más aborrecéis.
A mí personalmente una de las que me resulta más despreciable es “corrupto”, que se aplica a los individuos que se dejan sobornar, para conseguir algo ilegal o inmoral de ellos. Odio esta palabra, que escuchamos habitualmente en los medios de comunicación, y me gustaría dejar de escucharla.