CONTRADICCIONES

Esta mañana, en la clase de 2º de Bachillerato, hemos leído, como ejemplo de los géneros periodísticos de opinión, dos textos, que abordaban, desde distintos ángulos, un mismo tema.

El primero ponía de relieve la contradicción del parlamento catalán, al prohibir, hace unos meses, las corridas de toros, con el argumento de que el animal no debe sufrir de manera gratuita, y aprobar, la semana pasada, la celebración de los “correbous”, otro festejo que también causa dolor a los toros.

El segundo de los textos justificaba las dos decisiones del parlamento catalán, entre otras razones, porque en las corridas se acababa matando al animal, mientras que en los «correbous» no.

La lectura de los mismos suscitó un animado debate, en el que se manifestaron puntos de vista también opuestos: por un lado, los que reconocían que les gustan las corridas de toros, porque las consideran como un arte; y por otro, los que las califican como una forma de torturar inútilmente a un animal.

En medio, los matices: si prohibimos las corridas de toros, con el argumento de que se hace sufrir a un animal, habría que cerrar también las granjas y los mataderos, y transformarnos todos en vegetarianos; no es lo mismo convertir el dolor de un animal, en un espectáculo público, que causarle éste, en lugares discretos, destinados a la crianza y sacrificio de ganado para el consumo humano; tampoco  es equiparable una corrida de toros, que forma parte de la tradición española, se rige por unas normas asumidas por todos y tiene como finalidad la lidia del animal, que los espectáculos callejeros, donde la gente se divierte, alanceando a un toro o colocándole antorchas en los cuernos; etc. 

Como el tiempo para el debate fue breve y la mayoría se quedó sin intervenir, os animo ahora a expresar vuestra opinión.

Si queréis más información y opiniones sobre las corridas de toros os remito a otra entrada de este blog.

DISCRIMINACIÓN TRADICIONAL DE LA MUJER

El pasado mes de junio, la iglesia católica incluyó la ordenación sacerdotal de las mujeres, entre los delitos más graves que se pueden cometer. Obviamente, se trata de una norma interna a la que sólo los que profesan esta religión se someten; pero no deja de ser un reflejo de la discriminación que tradicionalmente ha sufrido la mujer.

El propio nombre latino “femina”, que procede de “fides” (fe) y “minus” (menos) supone considerarla como un ser inferior, pues su significado es “persona que tiene menos fe”. Lo recordaba Juan Bedoya en su reportaje “Ella como pecado”, publicado recientemente en el periódico El País.

Si nos remontamos más atrás en el tiempo, a la época griega, el filósofo Aristóteles, que fue tomado como referente por los cristianos, consideraba a la mujer como un varón fallido o mutilado.

Según San Agustín, uno de los padres de la iglesia, “el marido ama a la mujer, porque es su esposa, pero la odia, porque es mujer” (…) “nada hay tan poderoso para envilecer al espíritu de un hombre que las caricias de una mujer”.

Santo Tomás de Aquino, teólogo y filósofo del siglo XIII, abundando en esta idea de la mujer, como producto secundario, escribió: “está sometida al marido como su amo y señor”, el cual es más inteligente y virtuoso. Y, refiriéndose a su posible sacerdocio, nos dejó la siguiente perla: “si el sacerdote fuera mujer, los fieles se excitarían al verla».

Cuando ayer nos reunimos un grupo de profesores, para planificar las actividades del Plan de Igualdad entre Hombres y Mujeres, cuyo objetivo principal es fomentar en el centro prácticas coeducativas, que nos permitan avanzar hacia la igualdad, pensaba yo en estos comentarios misóginos de filósofos, con gran influencia en la cultura europea; en el peso de la tradición, que, en mi opinión, representa uno de los principales obstáculos a los que nos enfrentamos, pues la mujer está tan habituada a vivir en situación de inferioridad con respecto al hombre, que este hecho casi se considera como algo normal.

¿CÓMO REACCIONAMOS ANTE LA HOSTILIDAD?

 

Es difícil, cuando leemos o escuchamos un comentario despectivo de alguien hacia nuestra persona, no reaccionar de la misma manera, es decir, contestarle con otro comentario despectivo. A mí, al menos, me cuesta mucho trabajo. Sin embargo, según los psicólogos, conviene contenerse, dominar ese primer impulso e intentar ponernos  en el lugar de quien nos ofende para encontrar una explicación de por qué actúa así.   

Esto es justamente lo que hizo, hace unos días, el entrenador del Barcelona, Josep Guardiola, cuando, en una rueda de prensa, le preguntaron por las declaraciones del ex jugador de su equipo, Zlatan Ibrahimovic, que días antes, explicando su abandono del club azulgrana, le había descalificado con la siguientes palabras: “Cuando entro en una habitación en la que está Guardiola, él sale fuera. No sé si es que me tiene miedo… Es el filósofo –añadió con tono irónico- que ha roto mi sueño de estar en Barcelona”

La respuesta de Guardiola no pudo ser más comprensiva y elogiosa hacia el jugador sueco: «quiero agradecerle todo el esfuerzo, todo el trabajo y toda la dedicación en el año que estuvo con nosotros. Entiendo que no estuviera a gusto trabajando conmigo, pero yo lo único que puedo decir es que, para mí fue un placer entrenarlo y aprendí mucho de él».

Con independencia de la sinceridad de una y otra declaración, Ibrahimovic, al hablar mal de su ex entrenador, incrementó su odio hacia éste, quizá en un intento de justificar su propia decisión de abandonar el club, mientras que Guardiola, al ponerse en el lugar del jugador y reconocer sus cualidades y su aportación al equipo, se liberó de experimentar no solo aversión hacia éste, sino también hacia sí mismo. Curiosamente, reaccionó como un auténtico filósofo, valorando lo que le había aportado una persona tan diferente a él.

No sé qué pensáis vosotros de todo esto. Supongo que en más de una ocasión habéis tenido la certeza de que alguien de vuestro entorno os tiene animadversión o sencillamente no siente simpatía hacia vosotros. ¿Cómo habéis reaccionado?  ¿Ignorando a esa persona? ¿Tratándola con la misma indiferencia? ¿Buscando una explicación de por qué le caéis mal? ¿Luchando por conseguir su estima?

¡QUÉ FÁCILMENTE SE OLVIDA!

“Yo tengo una casa, sé que nadie va a entrar en ella. Los palestinos, no. A veces, un comandante ordena entrar en una casa de noche, porque sí, para que no olviden quién manda. Y no entramos llamando a la puerta con una sonrisa sino con armas, con golpes, con registros, gritos y patadas. Para que aprendan.”

Quien así se expresa es Sicham Levental, ex soldado israelí, perteneciente a “Rompiendo el silencio”, movimiento que trata de explicar al pueblo de Israel que lo que hacen a los palestinos es una indignidad.

El hecho que cuenta me ha recordado una escena de la película “El pianista”, en la que, una noche, el protagonista observa, desde su casa, cómo un escuadrón de las SS alemanas irrumpe, con extrema violencia, en la del vecino de enfrente, ordena a los inquilinos que se pongan en pie y, como uno de ellos no puede hacerlo, por encontrarse en una silla de ruedas, a causa de la parálisis de sus piernas, acaban arrojándolo por el balcón.

Es sorprendente la coincidencia: el considerar a los habitantes de ambas casas como seres inferiores, que carecen del más mínimo derecho, y entender, además,  estos actos de barbarie como algo perfectamente normal.

Paradójicamente, los que un día fueron víctimas se han convertido hoy en verdugos, como si la historia hubiera pasado en vano, como si el sufrimiento que experimentó el pueblo judío, durante el periodo nazi, le hubiera vuelto insensible al sufrimiento del pueblo palestino.

El ataque injustificado y desproporcionado del ejército israelí, en aguas internacionales, el pasado 31 de mayo, a la flotilla con ayuda humanitaria, que pretendía alcanzar Gaza, y que ha ocasionado 9 muertos y decenas de heridos, no hace sino ratificar la denuncia de Sicham Levental y poner de manifiesto la inmoralidad del gobierno de Israel.

EL VELO DE LA DISCORDIA

En mi anterior intervención no me he pronunciado sobre el caso de Najwa Malha, porque entiendo que tienen parte de razón las dos posturas: los que defienden el derecho de la chica a la educación, por encima de cualquier contingencia, y los que comparten la decisión del centro educativo de hacer cumplir su reglamento de régimen interno.

España no es un país laico, como Francia, que ha establecido la prohibición de llevar símbolos religiosos, como el velo islámico o la cruz cristiana, en las escuelas. Nuestro país, aunque lo proclame la Constitución, ni siquiera es aconfesional, como lo demuestran los funerales católicos de estado, que se organizan cuando sucede, por ejemplo, un atentado terrorista.

Desde esta perspectiva, resulta difícil aceptar que se le impida a una chica su derecho a la educación, porque, al ir cubierta con un velo, contraviene las normas de funcionamiento del instituto.

Sin embargo, tampoco es fácil de entender que esta chica, como recuerda un lector del periódico El País, en su edición de hoy, anteponga sus normas religiosas a las normas de un centro de enseñanza, en el que se ha matriculado libremente, sabiendo que corre el riesgo de ser expulsada del mismo.

Cuando entramos libremente en una institución o vamos a vivir a un país, que no es el nuestro, tenemos que aceptar las normas por las que se rigen, aunque no estemos de acuerdo con algunas de ellas.

En cualquier caso, la solución definitiva al problema no está en el instituto de Alarcón, ni en ningún otro centro de enseñanza, sino en la reforma de la Ley de Libertad Religiosa, que regule el uso de los símbolos religiosos y profundice en la independencia del estado con respecto a todas las creencias, en especial, la católica.

Podéis encontrar más opiniones sobre este tema en el «Rincón solidario», que coordina Rafael del Castillo. También, en Ticágora.

LLEVAR VELO EN EL INSTITUTO

Hace unos días, conocimos la noticia de que, en el Instituto Camilo José Cela de Alarcón (Madrid), le prohibieron la entrada a una alumna, Najwa Malha, que llevaba la cabeza cubierta por un velo, porque así lo establece su reglamento interno.

Este suceso ha levantado la polémica entre los que apoyan esta decisión y los  Ministerios de Justicia y Educación que defienden el derecho a la educación, por encima de otras consideraciones.

Najwa, española de origen marroquí, ha declarado que se siente discriminada y ha encontrado la solidaridad de otras compañeras musulmanas del instituto, que se pusieron el velo, durante la jornada escolar, y fueron expedientadas, a causa de esto.

Aquí se plantea un conflicto entre el derecho a expresar libremente la religiosidad que, en este caso, lleva aparejado el derecho a la educación, y el reglamento de un centro de enseñanza, elaborado por la comunidad educativa, que prohíbe a sus alumnos cubrirse la cabeza con gorras u otro tipo de prendas de vestir.

Por otro lado, no debe olvidarse, aunque no parece ser el caso de Najwa Malha, puesto que ella ha optado por ponérselo libremente, el uso del velo por las mujeres, en los países islámicos, es en la práctica una obligación y, con frecuencia, un símbolo de sumisión al hombre.

¿Qué debe prevalecer? ¿El derecho de la joven a ser escolarizada? ¿La libertad y autonomía de los centros de enseñanza, que fijan sus propias normas? ¿Tiene derecho Najwa a llevar el velo en el instituto, como probablemente otros compañeros llevan el crucifijo cristiano, más o menos ostentosamente? ¿Debe modificar el IES Camilo José Cela su reglamento interno?

TRIVIALIZACIÓN DE LA VIOLENCIA

Acabo de escuchar en la radio que, en el sumario para juzgar el asesinato de Marta del Castillo, se cuenta que el móvil del presunto asesino, Miguel Carcaño, fue que la víctima se negó a darle un beso. Éste reaccionó con suma violencia, obligándola, primero, a mantener relaciones sexuales y estrangulándola, después.

Hace unos días, conocimos la noticia de la desaparición y muerte de la niña de 13 años, Cristina Martín, a manos presuntamente de una compañera de colegio, con la que, al parecer, mantenía una rivalidad amorosa. La  agresora tenía fotos en su red Tuenti de cementerios y de muñecas cortadas y defendía el lema “soy como soy y al que no le guste, muerte”. Además, según los psicólogos que asistieron al interrogatorio,  al confesar su crimen, apenas se inmutó ni mostró el menor síntoma de arrepentimiento.

Son dos episodios de la vida actual, que ponen de manifiesto la trivialización de la violencia entre algunos jóvenes, que suelen recurrir a ella para resolver sus problemas.

En clase, comentamos el segundo de estos episodios y les pregunté a los alumnos si tenía justificación un comportamiento tan agresivo y cómo hubieran actuado ellos de encontrarse en una situación similar de rivalidad amorosa. Las respuestas no dejaron de preocuparme, pues algunos comprendían, en parte, la actitud de la presunta asesina e incluso afirmaron que podían recurrir también a la fuerza para resolver este tipo de cuestiones.

No sé quién es responsable de esta trivialización de la violencia, la cual es considerada como una vía normal de resolución de conflictos; pero me temo que el cine y la televisión, al igual que los juegos con ordenador, donde vemos, con frecuencia, escenas de torturas y muertes, o Internet, donde se puede acceder a imágenes de extremada violencia, tienen parte de culpa.  Y supongo que es tarea de todos, en especial de las familias, contrarrestar estos efectos negativos.

SOLILOQUIO DEL FARERO

La profesión de farero se extingue, pues los faros ya están todos automatizados. Esta noticia de la que se hizo eco ayer El País, me ha hecho recordar el poema “Soliloquio del farero”, en el que Luis Cernuda canta a la soledad que le ha acompañado desde niño y que él, en ocasiones, traicionó, pero con la que siempre se reencuentra. El poeta sevillano se imagina en un faro, contemplando el mar, guiando a los hombres, que, unas veces, cuando el mar está bravo, esperan una revolución ardiente y, otras, cuando está en calma, se sienten rendidos y dóciles:

(…)

Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
oigo sus oscuras imprecaciones,
contemplo sus blancas caricias;
y erguido desde cuna vigilante
soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres,
por quienes vivo, aun cuando no los vea;
y así, lejos de ellos,
ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,
roncas y violentas como el mar, mi morada,
puras ante la espera de una revolución ardiente
o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.
(…)

Cernuda expresa, a través de este elemento de la naturaleza, sus propios sentimientos y deseos. El mar cambiante activa todos los sentidos del poeta: la vista, con su insaciable oleaje; el oído, con el misterioso sonido que produce; el tacto, con sus suaves caricias sobre la piel.

La noticia de El País informaba también de que el gobierno está preparando una reforma de la ley para poder instalar hoteles y bares en los faros, con el fin de salvar del abandono los que aún quedan en España. Parece que la privatización es el sino de nuestro tiempo. Esperemos que no nos impida, como a Cernuda, disfrutar de la contemplación del mar.

ABURRIMIENTO

Dice José Antonio Marina que el aburrimiento es una emoción menor, si lo comparamos con la ansiedad, la tristeza o la ira; sin embargo, por aburrimiento, se han cometido verdaderas atrocidades, como prender fuego a una mujer indigente, que dormía en un cajero automático, después de rociar su cuerpo con gasolina. También esta emoción ha conducido a muchos jóvenes hacia la droga. Según un reportaje, publicado en El País Semanal, el pasado 2 de marzo, algunas personas, para evitar aburrirse, empalman una pareja con otra, como si huyeran de la soledad.

Sin embargo, el aburrimiento no significa exactamente no hacer nada. Recuerdo una entrevista al fallecido actor, Fernando Fernán Gómez, en la que decía que lo que más le gustaba en la vida era tumbarse en el sofá y dejar que su mente volara libre, sin detenerse en ningún pensamiento, es decir, no hacer nada.

Cuántas veces nuestros alumnos se dejan llevar por esta sensación, aparentemente, de paz y tranquilidad. Con frecuencia, los padres se quejan de que su hijo se pasa las horas en la habitación o en el sofá del salón, sin hacer nada. También, en ocasiones, lo notamos nosotros, los profesores: alumnos que están como levitando en el pupitre, observándonos como si fuéramos transparentes, o contemplando la pantalla del ordenador, que según ellos está apagado, o con la mirada perdida en el patio.

La duda es si, en verdad, están aburridos, o les sucede igual que a Fernando Fernán Gómez. En cualquier caso, con su falta de curiosidad e interés, probablemente, están renunciando a dos de las cualidades más relacionadas con el placer y la felicidad.

ABUSOS

Ayer podíamos leer en El País que el religioso español, José Ángel Arregui, preso en Chile, bajo la acusación de poseer pornografía infantil (2.000 fotos y más de 400 horas de vídeo), incluidos los abusos a menores cometidos por el mismo, cree que esta práctica es algo socialmente aceptado.

Hace unos días, este mismo periódico daba a conocer el sumario por el que han procesado a Fernando Torres Baena, ex campeón de España de Kárate, por abusos sexuales continuados y corrupción de menores; en su academia, se fomentaban las relaciones sexuales entre menores y también entre menores y adultos. Para el citado Torres Baena, estas prácticas constituían un estilo de vida, como otro cualquiera.

Los dos individuos vienen comportándose así, desde hace casi 20 años, y aprovechaban la facilidad que tenían para acceder a los niños y jóvenes -uno como director de una academia de Kárate y otro como profesor de gimnasia- para cometer sus fechorías, sin levantar sospechas.

Hace falta tener un grado de cinismo muy alto o padecer una enfermedad que te ocasione una deformación de la realidad, para considerar los abusos a menores como algo perfectamente normal.

Claro que todo resulta más fácil de entender, si consideramos que los agresores han contado con la protección  o la connivencia de personas e instituciones. Por ejemplo, la iglesia católica sistemáticamente ha ocultado las agresiones sexuales cometidas por sus clérigos y sacerdotes y, en el caso del ex campeón de kárate, la ayuda de su pareja y la de algunos profesores de la academia, resultó fundamental para que no salieran a la luz los abusos a menores.