8 DE MARZO

La pasada semana, leímos en clase el relato “Réquiem con tostadas” de Mario Benedetti, en el que se cuenta un caso de malos tratos de una mujer por parte de su marido.

Y el próximo jueves, vamos a debatir en el Club de Lectura sobre la novela de Juan José Millás “Hay algo que no es como me dicen”, donde se relata la historia de una joven concejal del PP que sufrió acoso sexual por parte del alcalde del mismo partido.

Las dos situaciones tienen como protagonista a mujeres, que son víctimas de los abusos de un hombre, y que, en un principio, callan por miedo. Este sentimiento las atenaza y las hace sentirse culpables.

Pero ambas logran reaccionar –una iniciando una nueva relación sentimental y otra denunciando al acosador- y, después de mucho tiempo de sufrimiento, sienten nuevamente ganas de vivir.

 Sin embargo, el final de las dos historias no es feliz: la mujer del cuento es asesinada por su marido, cuando éste descubre el engaño del que es objeto, y la joven de la novela, a pesar de que la sentencia judicial considera culpable de acoso al alcalde, se ve obligada a rehacer su vida en el extranjero, pues en España no encuentra trabajo por su pasado de víctima.

 Al pensar en el 8 de marzo, he recordado estas dos historias, donde he visto reflejada la larga lucha de la mujer por su participación, en la sociedad, en pie de igualdad con el hombre.

EL PRECIO DE LA INFIDELIDAD

Hace unos días, el golfista Tiger Woods  confesaba en una conferencia de prensa multitudinaria sus numerosos engaños e infidelidades a su esposa y lo hizo para restaurar su deteriorada imagen pública, después de que, meses atrás, a raíz de un accidente de tráfico, saliera a luz pública este lado oculto de su vida.

¿Era necesario reconocer públicamente el error cometido, pedir perdón a la familia y a los seguidores, y hacer propósito e enmienda, ante las cámaras de televisión de todo el mundo?

Lo cierto es que los famosos, como Tiger Wods, representan un modelo de comportamiento a seguir para millones de personas.  Esto explica que las marcas importantes, como Nike o Reebok, los contraten para vender sus productos; y por esta misma razón, cuando transgreden los principios morales y religiosos que representan, se produce el escándalo, el deterioro de la imagen pública y la cancelación de estos contratos. 

La sociedad anglosajona, a la que pertenece el golfista, es muy exigente con la conducta privada de los personajes públicos. En cambio, en países latinos, como España e Italia, somos más tolerantes con las infidelidades, sobre todo si el responsable de la misma es un hombre.

En fin, me gustaría que opinarais sobre esto; que os pusierais en el lugar de la persona que engaña y de la que es engañada, si serías capaces de perdonar, si os produciría rechazo el que alguien admirado por vosotros le fuera infiel a su pareja, si dejaríais de comprar los productos anunciados por un famoso que comete adulterio…

ENCUENTRO LITERARIO CON EDUARDO GARCÍA

En la niñez, las fronteras entre la realidad y la fantasía no existen, pues los niños viven lo soñado como real; pero, a medida que crecemos, las personas vamos perdiendo la capacidad de sorpresa y la imaginación pasa a ocupar un lugar secundario en nuestra vida. Sin embargo, los poetas –explicaba Eduardo – conservan esa capacidad de soñar y fantasear, propia de la niñez y sienten la necesidad de expresar su mundo interior a través de las palabras.

Los alumnos de 4º de ESO y Bachillerato asistieron a la actividad con respeto y un interés que fue creciendo, a medida que Eduardo avanzaba en su exposición. A sus indudables dotes como poeta, se unieron sus cualidades como profesor, al explicar lo que nos evocan las palabras, por ejemplo, las agradables sensaciones, sobre todo gustativas, que evoca en los alumnos la palabra “bocadillo”, la cual repetía deleitándose en su pronunciación, mientras les observaba.

Una vez despertado el interés de éstos, entró en materia recitando “Ceci n’est pas une pipe” donde juega con el lenguaje, para deleite de los profesores de lengua:

“La palabra agua no moja:

puedo escribirla siete veces siete,

en paredes, en labios, en estatuas,

una por cada nube que se aleja,

una por cada gota que no llueve.”

(…)

Siguió con una historia de amor en catorce versos, porque para qué emplear cuatrocientas páginas para contarla, si se puede concentrar en un poema:

 “Tus caricias. El mar. Los cocoteros.

La sábana enredada entre tus piernas.

El maitre del hotel, su voz de frío:

“Veinticuatro horas, ¡ya sabe!”.

Supe que un día era un plazo inconcebible,

que tan sólo unas horas bastarían.”

(…)

Y a continuación recitó “Física aplicada”, que en realidad no trata de física sino de la química del amor. Un hombre y una mujer que no se conocen, pero que emprenden por separado la aventura de la vida “Cada cual a su amor, virando al viento”. El poeta imagina, y los lectores con él, un cruce de ambas trayectorias, de donde brota el amor.

Así, hasta alcanzar el punto culminante con “Al otro lado” que, según reveló, es como una historia de amor en su imaginación con la actual princesa de España, que por aquel entonces presentaba un programa informativo en televisión española. Escuchamos llenos de curiosidad la anécdota y el poema que finaliza con estos versos:

“Esta noche nos vemos para siempre.

Cruzaré en un descuido la pantalla.

Me quedaré contigo al otro lado.”

Eduardo García consiguió con su voz, con su capacidad oratoria y, sobre todo, con sus versos que cruzáramos la pantalla de la buena poesía y nos quedáramos con él al otro lado.

La presentación, brillante y personal, corrió a cargo de nuestro compañero Francisco Jurado, para quien la lectura del último libro del poeta “La vida nueva”  supuso una ventana abierta, un asidero para salir de un periodo de abatimiento.

Os invitamos a leer los libros de Eduardo García y, en particular, éste por el que ha recibido el Premio Nacional de la Crítica. La vida nueva está en las pasarelas del deseo, por donde los hombres vagan a su antojo, lejos de las rutas convenidas, de los semáforos, de los carteles de prohibido pasar, de las brújulas y los mapas, es decir, lejos de las normas que nos imponemos para vivir en sociedad.

¿DEBE LIMITARSE EL TRÁNSITO DE VEHÍCULOS EN EL CASCO HISTÓRICO DE LAS CIUDADES?

El jueves pasado, al estudiar en clase los subgéneros periodísticos, leímos una noticia, publicada en el diario El País, en la que el Ayuntamiento de Sevilla anunciaba, para el próximo otoño, la prohibición de circular más de 45 minutos por el casco histórico, a los vehículos particulares. Se instalarán cámaras para controlar las entradas y salidas de éstos y sólo podrán circular libremente los vehículos de carga y descarga, el transporte público y las motocicletas.

 

En el debate posterior, se expresaron dos puntos de vista contrapuestos: a favor de la medida municipal, defendido por una minoría de alumnos, y en contra de la misma, sorprendentemente mayoritario en la clase.

Los primeros hacían suyos los argumentos del Ayuntamiento de Sevilla, para limitar el tránsito de vehículos por el casco antiguo: evitar que el centro sea un lugar de conexión norte-sur y este-oeste; fomentar el uso del transporte público; y sobre todo proteger la zona monumental de la contaminación generada por el excesivo tráfico rodado, que perjudica a la salud de las personas y deteriora los monumentos.

Los segundos se oponían a la medida municipal con el argumento, de claras reminiscencias románticas, de que ya está bien de prohibir y que para qué se tienen los vehículos privados sino para circular por donde cada uno quiera.

Como la falta de sosiego y tranquilidad hace que los debates en clase, con frecuencia, estén presididos por el acaloramiento, traigo al blog la discusión sobre este tema.

Además, como recientemente ha surgido en Córdoba una iniciativa similar, la peatonalización de la calle Cruz Conde, se puede opinar también sobre este segundo asunto. La propuesta de cortar el tráfico en la calle más céntrica de nuestra ciudad obedece más a razones económicas -aumentar las ventas de los comercios- que medio ambientales; pero está claro que, si finalmente sale adelante, también saldrá beneficiada nuestra salud y la de los edificios de la zona.

INSTRUCCIONES PARA UTILIZAR EL ORDENADOR

Utilizar el ordenador para algunos alumnos es una manera de rellenar los huecos inevitables, durante la jornada lectiva, que en su caso son casi todas las horas.

Estos alumnos no suelen esperar a que el profesor les diga “encended el ordenador y entrad en la página de la Real Academia Española para buscar estas palabras que he escrito en la pizarra”. No, no, ellos actúan por su cuenta, pensando ingenuamente que pueden engañarle.

A veces, el profesor hace como si no se enterara, para que le dejen trabajar con el resto de la clase. Pero, en otras ocasiones, cuando son mayoría los que tratan de engañarle, el profesor se siente un poco extraño, pensando qué pinta él allí. Si le llama la atención a uno de estos alumnos, éste niega que esté utilizando el ordenador y los que está a su alrededor corroboran sus palabras. Así se produce una situación absurda: la negación de la evidencia.

Es difícil dar instrucciones sobre el uso del ordenador a estos alumnos, que no están dispuestos a seguir ninguna instrucción, puesto que pasan olímpicamente del profesor, que es el que debe hacerlas cumplir.

Si se les preguntara cómo solucionarían ellos este problema, probablemente responderían: “desconecta los ordenadores y asunto concluido”. Pues eso.

INSTRUCCIONES PARA ESTAR EN CLASE

Una vez adoptada la actitud natural de estar sentado en el aula, que consiste básicamente en mantener el cuerpo erguido, para evitar dolencias de espalda, mirando al profesor, como se dijo, con los codos y los antebrazos apoyados en la mesa para facilitar el acto de la escritura, y los pies descansando en el suelo, conviene estar atento a las explicaciones del profesor, de tal manera que evitemos preguntarle lo que acaba de decirnos o escribir en la pizarra.

Estar atento implica también no hablar con el compañero, a pesar de que algunos alumnos sean capaces de seguir dos conversaciones al mismo tiempo, emulando el don divino de la ubicuidad.

Si transcurridos cinco minutos, aparecen los primeros síntomas de cansancio o aburrimiento, es conveniente controlar la cabeza y el cuerpo que tienden a ir hacia abajo: la primera buscando desesperadamente la palma de la mano y el segundo abandonando su posición natural de erguido.

Los que se encuentran sentados junta a la ventana, también deben controlar el impulso irresistible de contemplar las evoluciones de sus compañeros que, en ese momento, tienen clase de Educación Física, en las pistas polideportivas.   

Si un profesor nos da confianza, desde el principio, porque entiende que la educación no es el resultado de la imposición, sino del acuerdo y el diálogo, no es aconsejable, tomarle por el pito del sereno, como se dice vulgarmente, porque corremos el riesgo de conseguir de él justo lo contrario de lo que deseamos.

Si el mismo profesor nos pide, por favor, en repetidas ocasiones, que nos callemos, porque impedimos la concentración en el trabajo de nuestros compañeros, conviene que le hagamos caso, sin necesidad de que nos lo tenga que decir en tono conminatorio y bajo la amenaza de expulsarnos de clase, aunque sólo sea porque este tono de voz suele ir acompañado de una sobreexcitación del profesor, claramente perjudicial para su salud.

Finalmente, si transcurridos 40 ó 45 minutos oímos ruidos de pisadas y murmullos en el pasillo, no debemos guardar el libro y el cuaderno de apuntes en la mochila, dando la clase por concluida, pues es el responsable del aula en ese momento, entiéndase el profesor,  el que decide cuándo se puede realizar dicha operación.

INSTRUCCIONES PARA ENTRAR EN CLASE

Siguiendo el juego que nos propone Julio Cortázar en “Historias de Cronopios y de Famas” y dado que hechos insignificantes, como entrar en clase, permanecer en ella o salir al servicio, pueden convertirse en una aventura para algunos alumnos, me planteo dar algunas instrucciones, para una mejor convivencia y un mejor funcionamiento del centro.

Comienzo con las instrucciones para entrar en clase:

En primer lugar, conviene ser puntual, aunque nos apetezca  estar unos minutos más en la cama o fumando un cigarrillo en la puerta del instituto, porque, si cada uno llega a una hora diferente, resulta muy difícil dar la clase. Además, así, nos vamos acostumbrando al mundo laboral, donde se cobra, en función del tiempo trabajado.

Si por razones justificadas, nos viéramos obligados a llegar tarde, es aconsejable llamar con suavidad a la puerta del aula y esperar pacientemente a que el profesor nos permita entrar.  En el caso de que no perciba nuestra presencia, se repite la llamada.

A continuación, caminaremos discretamente y en silencio hacia nuestro pupitre, sin saludar por el camino a los compañeros que nos vamos encontrando, pues la clase ha comenzado.

Conviene sentarse de frente al profesor, pues hacia atrás o de costado, además de resultar incómodo, puede dificultar nuestra comunicación con éste.

Finalmente, sacaremos nuestro material de trabajo, sin esperar a que se nos indique, y lo pondremos sobre la mesa, haciendo el menor ruido posible; no inclinaremos la silla hacia atrás, para evitar riesgos innecesarios; y por supuesto, no entablaremos conversación con el compañero de al lado ni le pediremos permiso al profesor para ir al servicio, pues acabamos de entrar a clase y se supone que nuestras necesidades vitales están satisfechas.

NOS QUEDAMOS CON NOVECENTO

Ayer iniciamos las Primeras Jornadas de Teatro en el IES Gran Capitán con la representación de “Novecento” de Alessandro Baricco, un montaje dirigido por José Antonio Ortiz e interpretado por Ricardo Luna, como actor, y Alberto de Paz, como músico.

Estas primeras jornadas responden a una doble intención: abrir el instituto al barrio de Fátima, ofreciéndole una actividad cultural diferente, y darle a los alumnos de 1º de Bachillerato la oportunidad de ver representada la obra, que previamente habían leído en la clase de Lengua Española.

Aunque había algunas dudas sobre la venta de todas las entradas, finalmente se colocó el cartel de no hay billetes, lo cual nos ha llenado de satisfacción a los organizadores.

El encuentro previo, que tuvimos, por la mañana, con la Compañía Ñaque Teatro (director, actor y músico), fue de lo más ilustrativo, para los alumnos y profesores que asistimos. En un mundo elitista, como el del teatro, es difícil encontrar a un grupo de profesionales que descubra las claves de su trabajo; pero ellos lo hicieron y, además, con claridad y sencillez.

Después de este encuentro, nos quedó claro a los asistentes que una representación teatral es un espectáculo, en el que todos los elementos (luces, música, escenografía, vestuario e interpretación) están perfectamente integrados.

Y justo esta idea, este concepto del teatro, es el que vimos materializado en la representación de “Novecento”, donde todas las piezas encajan en su sitio, lo cual es mérito sobre todo del director, José Antonio Ortiz.

La obra, que cuenta la historia de un hombre que nació en un trasatlántico y no salió jamás de él, nos enganchó desde los primeros acordes del piano, tocado con maestría y emoción por Alberto de Paz. Cabría recordar unas palabras en boca de Tin Toone referidas a su amigo Novecento y a él mismo: “Nos dejaron continuar durante un rato, a mi trompeta y a su piano, por última vez, diciéndonos allí todas las cosas que no pueden ser dichas con palabras”. Así nos hemos sentido los espectadores, escuchando las interpretaciones de Alberto de Paz, como si estuviera diciéndonos las cosas que no nos puede decir con palabras Ricardo Luna, con el que ha logrado, después de cincuenta representaciones, una sintonía casi perfecta.

Un solo actor, el citado Ricardo Luna, interpreta a todos los personajes. Con qué naturalidad pasa de uno a otro, valiéndose sobre todo de su tono de voz –hasta 12 registros diferentes-. En un visto y no visto, deja de ser el narrador, Tin Toone y pasa a ser Novecento o el jazzman de navío, y los espectadores lo seguimos, mirándole a los ojos, porque también, a través de ellos, podemos leer el mundo que, como el de Novecento, está contenido en las 88 teclas del piano.

La escenografía consiste en un andamio de dos pisos que simboliza el esqueleto del trasatlántico, es decir, su interior, donde ha nacido y ha decidido vivir Novecento. Una escenografía austera y funcional, que permite los desplazamientos por los distintos espacios que genera, facilitando así el ritmo del montaje, y que contribuye a que nuestra atención se centre en los gestos y movimientos del actor.

El vestuario es de época, principios del siglo XX, y las luces permiten diferenciar los dos ambientes en los que se desarrolla la acción: el salón de baile y la sala de máquinas del barco.

En conjunto, un montaje rodado, que capta la esencia de la obra de Baricco y en el que los espectadores acabamos identificándonos con el personaje Novecento, que decidió no bajar del trasatlántico Virginia, cuando iban a volarlo. Tampoco nosotros nos bajamos de la felicidad que ha supuesto asistir a esta representación; preferimos quedarnos en ella y recordarla durante mucho tiempo. Nuestros deseos, como los de Novecento, están cumplidos.

LAS VENTAJAS DE LA FORMACIÓN

En los periodos de bonanza económica el empleo abunda y no es relevante la formación de la persona para encontrar empleo; en cambio en los de crisis, como el que nos encontramos ahora, las posibilidades de trabajar aumentan, si se está más cualificado. Según estadísticas recientes, el paro se ceba en los sectores de población menos formados; y esto sucede no sólo en España sino también en los demás países de nuestro entorno, como Italia, Francia, Alemania, etc.

En España, concretamente, según un reportaje, publicado hoy en El País, hacen falta sobre todo jóvenes que estudien formación profesional, para lo cual es necesario bien el título de Secundaria o bien superar las pruebas de acceso, que se convocan todos los años.

Creo que, a estas alturas del curso, en que las fuerzas de nuestros alumnos de 2º de PCPI empiezan a decaer, es bueno que tengan en cuenta estos datos, pues, con independencia de la utilidad que encuentren a las asignaturas, que estudian, o de la mayor o menor amenidad de las clases, o de que unos profesores les caigan mejor o peor que otros, una cosa parece clara: su futuro inmediato depende, en gran medida, del título de ESO y, si lo consiguen, sus posibilidades de trabajo aumentan. No tienen nada que perder, y sí mucho que ganar.

¿Merece la pena sacrificarse un poco y vencer la apatía y la desidia que poco a poco se está apoderando de ellos? ¿Merece la pena mostrar una actitud de mayor colaboración con el profesorado, que desde que comenzó el curso se ha volcado con ellos, adaptando la programación de las asignaturas, flexibilizando su metodología, y tolerando, con frecuencia, comportamientos poco adecuados para el estudio?

SOBRE LA UTILIDAD DE LO QUE ENSEÑAMOS

“Enseñar una cosa es aprenderla dos veces”, dijo Joseph Joubert, ensayista francés del siglo XVIII. Probablemente se refería a las materias que enseñamos los profesores y sobre cuya utilidad dudan nuestros alumnos. ¿Para qué sirve distinguir un nombre de un adjetivo o un número primo de otro compuesto? Se oye decir habitualmente.

Los profesores que hemos aprendido las cosas no dos veces, sino tres, cuatro, cinco…, tantas como años llevamos en la enseñanza, siempre lo hemos hecho –al menos los que nos gusta nuestro trabajo- con amor y dedicación, pensando en cómo hacérselas más agradables a nuestros alumnos.

Quizás éstos, mientras escuchan nuestras explicaciones, se pregunten también quién les enseñará las cosas que ellos consideran importantes, es decir, las cosas que de verdad importan en la vida. Por ejemplo: cómo ganar dinero fácilmente y con poco esfuerzo; cómo conseguir a la chica o chico de la que están enamorados; cómo pasar inadvertido en una clase donde uno se siente objeto de las burlas de los compañeros; cómo superar la timidez en situaciones trascendentes; etc.

Entre nuestras intenciones y las suyas está la solución. Mañana, lunes, puede ser el día, pues vamos a trabajar en clase con tipos de texto que  posiblemente les serán útiles en la vida cotidiana: la autorización, la instancia, el certificado, el correo electrónico…