CONTRA LA TRATA DE MUJERES

Es el olor a semen putrefacto, la suciedad y el chirriar del somier lo que se queda grabado, cuando terminas la visita a la exposición contra la trata de mujeres, en Madrid. 

No es fácil llegar al lugar donde están anclados los siete vagones, en los que se muestra la terrible historia de una joven moldava, vendida en Londres por 500 libras y explotada sexualmente. 

La exposición, ideada por la actriz Emma Thompson, tiene un marcado carácter didáctico, pues a la entrada de cada vagón una persona informa al visitante sobre lo que va a encontrar en el interior del mismo. 

Si lo que impacta son los olores y sonidos del viaje hacia al abismo de esta joven, en la memoria permanece sobre todo su historia, contada con detalle en el último de los vagones: desde que sale de su aldea -donde la maltrataba su novio- con la promesa de ganar mucho dinero en Londres, como “señorita de compañía”, hasta cuando la obligan a ejercer la prostitución, en un piso infesto, con una media de 40 hombres, diariamente: 

“Fue muy difícil. Vivíamos en la casa seis chicas. No podíamos hablar entre nosotras. Teníamos miedo. Todas llorábamos. Si llegabas 5 minutos tarde, la multa era de 2000 libras. Ganábamos 800 libras al día…, a veces hasta mil libras. A mí me daban 10 libras al día, con las que tenía que comprar comida, el bono para el transporte y mis pañuelos de papel. Ni un día libre. Siempre tenía la sensación de tener el SIDA. Me sentía tan incómoda conmigo misma. Todos los días pensaba que me iba a morir.” 

Elena es el nombre de esta chica de 19 años, que le dijo a Emma Thompson: “Quiero que todo el mundo sepa durante cinco jodidos minutos lo que he sentido, lo que se siente”. El que se quiera meter en la piel de Elena, sin juzgarla, que visite la Exposición Journey contra el tráfico de mujeres, en el Paseo de Coches del Retiro.     

AUTÉNTICO TEATRO EN LA GUINDALERA

Es difícil estar apenas a un metro de distancia, viendo una representación teatral, y no advertir algún fallo, alguna caída de ritmo, algún gesto de fingimiento forzado. Es difícil, pero a mí me sucedió ayer, viernes, en la sala Guindalera, donde se representaba “Bailando en Lughnasa” de Brían Fríel, bajo la dirección de Juan Pastor. 

La obra me recordó a “La casa de Bernarda Alba” en lo que tiene de lamento por la memoria de las mujeres rurales de la primera mitad del siglo XX. Pero no se plantea sólo la desesperación de estas mujeres, frustradas por la falta de varón, sino también su lado más vital y apasionado, que encuentra en el baile, ejecutado con maestría e intensidad, su mejor forma de expresión. Hay no pocos ecos, en la forma de interpretarlo, del teatro dionisíaco griego. 

En el contraste entre estos dos extremos, reside la fuerza dramática de “Bailando en Lughnasa”. Cuando una actriz, como es el caso de María Pastor, interpretando a Cris, es capaz de pasar de la desesperación a la euforia o viceversa, en apenas unos segundos; cuando es capaz, además, de mostrar este proceso utilizando todos los recursos expresivos (el gesto, la voz, el movimiento), y el espectador puede apreciarlo, dejándose llevar, impregnado de la magia del auténtico teatro, ¿qué más se puede pedir?  Pero no se trata sólo de esta excepcional actriz, es también la irrupción magnética, contagiosa de optimismo, del personaje Gerry, interpretado por Alex Tormo; la seriedad forzada de Kate, que oculta un torrente de placer; la actitud titubeante, divertidísima del padre Jack -¡cuánto se puede decir con tan pocos gestos, con tan pocas palabras!-; el doble papel de Michael, adulto y niño, a cargo de un mesurado, pero eficaz Raúl Fernández; la vitalidad que desprende Yolanda Robles por todos los poros de su piel, interpretando a Agnes; la ductilidad de Elia Muñoz; y cómo sabe transmitir la tragedia interior de su personaje Carmen Gutiérrez, con esa mezcla de ingenuidad y tristeza.  

Es teatro con mayúsculas el que tuvimos la oportunidad de ver ayer en la Guindalera. Nos atrapó el montaje en su conjunto: la complicidad existente entre los actores, que se percibía sobre todo cuando escuchaban, absolutamente metidos en el papel; el ritmo, que nos venía dado por los dos planos en los que se desarrolla la obra: el presente y el pasado; la música evocadora, a través del aparato de radio Marconi; la magnífica coreografía; la sencilla decoración; etc. Sin duda un merecido Premio Ojo Crítico de Teatro 2009 el que se la ha concedido a esta sala alternativa de Madrid.      

LIBERTAD DEL CIUDADANO FRENTE A LOS DERECHOS DE AUTOR

Internet es sin duda el mayor espacio de libertad para los ciudadanos de todo el mundo. A través de la red, se puede acceder a informaciones ofrecidas por los diferentes medios de comunicación; podemos obtener documentación sobre cualquier autor, ciudad, país…; se pueden hacer copias de discos, libros, películas… 

Al ser gratis este acceso, una vez pagada la cuota correspondiente, Internet actúa, a mi entender, como elemento nivelador de las diferencias sociales y económicas. Me refiero a que las personas, que no tengan suficiente dinero o no se puedan permitir el gasto de comprar un disco o un libro, pueden bajárselo de Internet. 

Sin ir más lejos, este fin de semana, como no logré encontrar, en varias librerías de Córdoba, un ejemplar impreso de “El guardián entre el centeno” de Salinger -próximo libro sobre el que vamos a hablar en el Club de Lectura-, me ha bastado con teclear en Google el título, para acceder a una versión digital del mismo.  

Pero, por otro lado, están los derechos de los autores. En los últimos días, se han publicado, en los medios de comunicación, artículos de opinión, firmados por conocidos escritores, donde defienden el derecho a recibir un dinero por su trabajo. Pongo dos ejemplos: 

El lunes de la pasada semana, Almudena Grandes escribió, en El País: “Con ellos –se refiere a sus derechos de autora- puedo comprar comida y ropa, pagar la hipoteca, la factura de la luz, el teléfono. Gracias a ellos, sobre todo puedo escribir. Si desaparecieran, tendría que buscarme otro empleo.” 

El martes, en el mismo periódico, Rosa Montero llamaba la atención sobre un viejísimo prejuicio contra el trabajo intelectual: “todo el mundo entiende que tiene que pagar una máquina, pero lo de pagar una idea no termina de entrarnos.”  

No le falta razón a ninguna de las dos escritoras; tampoco a los que defienden las descargas libres. Por eso, habría que buscar un punto de encuentro entre la libertad de acceso a los contenidos de Internet y los derechos de los autores; un punto de encuentro donde armonicen las dos posturas y que deberá recoger necesariamente el proyecto de ley de la ministra de cultura.      

MADERA DE PERIODISTAS

Esta mañana hemos visitado las instalaciones de Aucorsa, con la finalidad de preparar un programa de radio. En la puerta de entrada, nos han recibido Ana y Virginia, para conducirnos al locutorio –ya algo antiguo-, donde se hacen las grabaciones. Tras explicarnos las características para elaborar un guión de radio (cabecera, duración, temática, música, etc.), ha llegado la parte más interesante para los alumnos: grabar sus propias voces, con el fin de superar el miedo inicial y también para que se oyeran, porque siempre se sorprende uno, cuando escucha, por primera vez, el timbre de su voz. Las chicas se han mostrado, en general, mucho más desinhibidas que los chicos, exhibiendo algunas de ellas buenas condiciones para la radio. Los chicos, en cambio, por un concepto del ridículo un tanto extraño, que les provocaba una risa incontenible, cada vez que se ponían delante del micrófono, no se decidieron a grabar, hasta la segunda o tercera prueba. Como justificaciones a su negativa, se escucharon frases como estas: “Huy, yo no, que me da mucha vergüenza”; “yo, tampoco, porque no me gusta mi voz”; “si he dicho que no es que no, así que no os empeñéis”; “yo, hablar por un micrófono, ni pensarlo”. En fin, cosas de la adolescencia.

No obstante, el resultado final fue cuanto menos alentador, pues parece que el gusanillo de la radio y del periodismo le picó a más de uno o, al menos, eso es lo que se percibía en sus caras y en su buena disposición.

Nos queda un arduo trabajo por delante, en las clases de Biología y Lengua: primero, elaborar el guión, a partir de la información, que nos ssuministraron, sobre los autobuses públicos de Aucorsa, que son una alternativa más barata y respetuosa con el medio ambiente, si los comparamos con el vehículo privado, y sobre Sadeco, empresa, que pretende contribuir, mediante la recogida selectiva de basuras, a una ciudad más saludable y sostenible; después, buscar la música más apropiada para los textos; y finalmente, grabar el programa de radio, en las instalaciones de Aucorsa.

La primera enseñanza ha sido en el patio de estas instalaciones, donde los alumnos fumadores, después de inhalar el delicioso humo de un cigarrillo, preguntaron a las monitoras de Aucorsa dónde podían tirar las colillas. Ver para creer. Antonio Gómez y yo nos hemos quedado anonadados.

LA POESÍA NO ES TAN MINORITARIA

“¿Era pedófilo Antonio Machado?” Me preguntó una alumna, al leer, en la Wikipedia, que se había casado con Leonor, una chica de 16 años, cuando él tenía 34. 

La pregunta provocó un pequeño debate, en el que llegamos a la conclusión de que, aunque no es lo más frecuente, el amor puede existir entre personas de tan diferente edad. Por otra parte, la anécdota refleja el grado de sensibilización, que existe, hoy día, entre los jóvenes, sobre los abusos sexuales a niños. 

“Si su primer libro se titula “Soledades” y nos has explicado que la razón está en que predomina el sentimiento de soledad en los poemas que lo integran, ¿cómo es posible que estuviera casado?”

El alumno que formulaba esta pregunta, aparentemente ingenua, pero llena de sentido, desconocía que este libro lo publicó Machado, antes de conocer a la que sería su mujer. 

Así, se desarrolló la clase de ayer: los alumnos buscaban información en Internet sobre el autor de “Soledades”, del que ahora conmemoramos el 70 aniversario de su muerte, y la comentábamos en alto, a partir de las preguntas, que esta información suscitaba en ellos. 

La clase había comenzado con la recitación por mi  parte de dos poemas muy conocidos (“Recuerdo infantil” y “Pegasos, lindos pegasos”), donde Machado evoca recuerdos de su infancia. Para mi sorpresa, salvo alguna excepción, todos permanecieron en silencio, mientras me escuchaban. Cuando acabé la lectura, me confesaron que les había gustado. Pensé en proponerles que recitaran ellos mismos; pero finalmente no lo hice. Espero hacerlo el próximo jueves, porque hoy visitamos Aucorsa, para preparar un programa de radio.

A PROPÓSITO DE LOS NIVELES DEL LENGUAJE

Estábamos analizando en clase los niveles del lenguaje, según el grado de instrucción del hablante y, al detenernos en las características del nivel vulgar, mencioné la no adaptación a las diferentes situaciones de comunicación que se presentan en la vida diaria, es decir, las personas poco instruidas hablan siempre igual, porque su escaso dominio del lenguaje les impide adaptarse a las características del receptor o de la situación. Por ejemplo, el alumno que utiliza palabras malsonantes  en clase está haciendo uso de este nivel vulgar del lenguaje y no porque haya tenido pocas posibilidades de adquirir una cultura, sino más bien porque no se ha preocupado de aprender a hablar y escribir correctamente.

Insistí en este aspecto, porque en la clase de 2º de PCPI es habitual escuchar a un alumno decir “fulanito me está dando por culo” en lugar de “me está molestando con sus bromas”, o “zutanito se ha dado una hostia al entrar al instituto” en vez de “se ha golpeado con la puerta de entrada”. Siempre les llamo la atención sobre lo inadecuado de estas expresiones; pero suelen responderme que ellos hablan así con sus amigos, ignorando que el hablante, con una mínima instrucción, debe adaptarse a las diferentes situaciones comunicativas. En estas ocasiones, también les suelo recordar que, cuando el día de mañana vayan, por ejemplo, a una entrevista de trabajo, deberán cuidar especialmente el lenguaje que utilizan, si quieren conseguir el objetivo de que los contraten.   

Otra de las características del nivel vulgar, que comentamos, es la abundancia de refranes y frases hechas. Les puse el ejemplo de “A palabras necias, oídos sordos”, que viene a significar que no se debe hacer mucho caso de las acusaciones, cuando éstas no se ajustan a la verdad. Enseguida sacaron a relucir los casos en los que los alumnos son acusados injustamente, por ejemplo, de hablar, mientras el profesor explica, o de haber expelido una ventosidad o un eructo, durante una clase. Les contesté que los profesores no podemos estar pendientes, además de explicar nuestra materia o de coordinar las tareas que realizan los alumnos, de todo lo que sucede en el aula; pero esta explicación no parece que les convenció del todo. En fin, ellos o, mejor dicho, vosotros tenéis la palabra.

 

LA PAPISA JUANA

Estábamos preparando el control del próximo viernes y, al repasar la categoría gramatical del sustantivo, desde el punto de vista formal, hablamos del género. En primer lugar, aclaré la confusión bastante generalizada de identificar sexo con género. El primero es, según la RAE, una propiedad que tienen los sustantivos, “por la cual se clasifican en masculinos y femeninos”. El segundo es una “condición orgánica o biológica, por la cual los seres vivos son masculinos o femeninos”. 

Pero lo que verdaderamente les llamó la atención a los alumnos es la enorme casuística para formar el género en castellano: desde la forma más simple de añadir la vocal –a a la raíz de un sustantivo (gato/gata), conocida por todos, hasta los sustantivos que suelen inducir a error y que tuvieron que buscar en el diccionario, para averiguar su género, como: acné, comezón, apoteosis, mugre. Esto sin olvidar los nombres que varían de significado en función de su género, pues no es lo mismo el editorial que la editorial, o el frente que la frente, o el cura que la cura. Aunque lo que más les sorprendió fue el hecho de que no todas las palabras acabadas en –o son masculinas (la testigo, la modelo), ni todas las terminadas en –a femeninas (el poeta, el futbolista). 

En fin, son las cosas de la lengua o los caprichos de la lengua, como, por ejemplo, el femenino de papa que es papisa, y que sólo se emplea en referencia a la única mujer que supuestamente ocupó este puesto, en el siglo XI: la papisa Juana. 

Al hilo de esta cuestión, se preguntaba una alumna por qué las mujeres no podían ser papa o sacerdote. Con la iglesia hemos topado, le respondí; pero era una buena pregunta, especialmente ahora que está próximo el día contra la violencia hacia las mujeres, la cual tiene su origen en el machismo, todavía imperante en la sociedad española. 

No parece que haya otra razón más que esta supuesta superioridad del hombre, para que la iglesia mantenga una discriminación tan clara de la mujer, concluimos en clase.    

OSCURIDAD

Ayer, me acercaba, como todos los jueves, después de la reunión del departamento de Lengua, al aula de 2º del PCPI, con la idea de leerles “El corazón delator” de Edgar Allan Poe. Mientras caminaba por el pasillo, pensé, que un relato como éste, exigiría un cierto clima de misterio, durante la lectura. Los alumnos desconocían lo que había programado; pero, como por arte de magia o por telepatía, habían dejado el aula completamente a oscuras, tanto que, cuando llegué a la puerta de entrada, pensé que no había nadie dentro, sin embargo, estaban esperándome con la intención de gastarme una inocente broma. 

Comencé a leer en voz alta “El corazón delator”, en medio de un silencio sepulcral; pero, de vez en cuando, por ejemplo, en los momentos en que el narrador-protagonista repite que no está loco, los alumnos sentían la necesidad de interrumpirme para preguntar por qué insistía tanto en esta circunstancia. Así, la lectura inopinadamente se convirtió en un diálogo, que me obligaba a aclarar diferentes aspectos de la trama; aunque, al reanudarla, comprobé que seguían estando atentos. Incluso hubo un momento, al final del relato, cuando la tensión era máxima, y todos estábamos pendientes de los latidos del corazón del viejo asesinado, en que un balón, procedente de las pistas polideportivas, chocó violentamente contra una de las ventanas y casi nos morimos del susto. Fue como si la ficción del cuento y la realidad del aula se fundieran en un mismo plano, como el clima de misterio que, quizá por intuición o por telepatía, habían creado los alumnos, antes de que yo llegara a  la clase.

VISITA A LA BIBLIOTECA

La capacidad de atención de mis alumnos del PCPI es directamente proporcional al interés que tienen por las cosas. Hoy, lo he podido comprobar en la visita, que hemos realizado, a la Biblioteca Central de Córdoba, junto con el 4º de ESO C y mi compañera de Lengua, Lola Pérez.. 

Para preparar la actividad, vimos ayer en clase la etimología de la palabra “biblioteca”: lugar donde se guardan libros. Al explicar esta palabra, surgieron otras similares como: filmoteca, hemeroteca, discoteca, ludoteca… También recordamos brevemente la historia del libro: desde las tablillas de barro y la escritura cuneiforme de la cultura mesopotámica, pasando por el rollo de papiro de Grecia y Roma,  hasta el libro de hojas de papel, a partir de la invención de la imprenta, y el libro digital, fruto de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. 

Con estas mimbres, nos hemos presentado esta mañana en la Biblioteca Central, donde los alumnos han estado atentos a la explicación de Carmen, una de las responsables, mientras ha durado su curiosidad por un lugar nuevo para la mayoría de ellos. Desgraciadamente,  esta atención ha ido disminuyendo progresivamente. En la sala de informática, donde nos encontrábamos, han empezado a brotar, como las flores en primavera, gestos de hastío, conversaciones inoportunas, miradas de aburrimiento y la típica pregunta: “¿cuándo acaba esto? El único recurso para que reaccionaran ha sido recordarles que incluiría, en el próximo examen, algunas preguntas sobre las explicaciones de Carmen, que en ese momento hablaba de tejuelos, signaturas, código de barras… 

De la sala de informática nos hemos dirigido a la zona infantil y juvenil, donde paradójicamente el desinterés ha llegado a su punto culminante, tanto que el restablecimiento de la atención ha requerido de medidas más contundentes, como separar a algunos alumnos del grupo, con la advertencia de llamar a sus padres. 

Recuperado el interés, nos hemos adentrado en el espacio más silencioso de la biblioteca, el destinado a lectura, donde los alumnos, quizá influidos por la concentración de los usuarios que ese momento se encontraban leyendo, sobre todo, jubilados y universitarios, han vuelto casi por obligación a estar atentos. 

El regreso al instituto lo hemos hecho a pie, como la ida. Algunos alumnos se han adelantado, desoyendo las indicaciones de marchar juntos, y un policía municipal les ha preguntado, con buen criterio, qué hacían solos en la calle, a horas de clase. Entonces, han ido a buscarnos, como alma que lleva el diablo, para que certificáramos que efectivamente iban con nosotros. Hablando con el policía, he pensado que los profesores, en efecto, somos muy importantes para los alumnos.      

FRANCISCO AYALA

No podía concluir la semana, sin que escribiéramos algo sobre Francisco Ayala, fallecido  a los 103 años, el pasado martes. Han sido muchos los artículos que se han publicado estos días destacando su importancia en la literatura española del pasado siglo. Luis García Montero, por ejemplo, comentaba que fue un joven Ayala el que hizo la reseña del estreno de “Mariana Pineda” de García Lorca, o el que provocó las iras de Luis Cernuda por sus comentarios sobre “Perfil del aire”, primer libro publicado por éste.  Es decir, estamos hablando de un escritor contemporáneo de la Generación del 27; que vivió la guerra civil, que tuvo que marcharse al exilio, que regresó, después a España, que ha conocido el restablecimiento de nuestra democracia, y que ha llegado hasta el siglo XXI. 

De su personalidad, se ha destacado, en los medios de comunicación, su peculiar y, al mismo tiempo inteligente, sentido del humor. Yo escuché contar a Benjamín Prado, en el programa de radio nacional “El ojo crítico”, la siguiente anécdota, de la que fue testigo directo: hace tres años se le estaba preparando en Granada un homenaje que, con motivo de su centenario, iba a realizarse, digamos que el viernes de esa semana, cuando Ayala les dijo lo siguiente: “Sabéis, se me ha ocurrido gastarle a todos una broma estupenda: morirme el jueves”.    

De su obra, sólo conozco “Los usurpadores”, que fue lectura obligatoria, hace algunos años, en 2º de Bachillerato, y leyendo de nuevo esta colección de cuentos, me he reencontrado con un escritor al que le gusta inspirarse en personajes de nuestra historia y que escribe con un estilo muy personal donde se mezclan el clasicismo y la modernidad, quizá porque transitó por todas las tendencias literarias del pasado siglo XX, incluidas las vanguardias.  

En este pasaje del relato “El doliente”, se pueden apreciar ambos aspectos:  

“He oído decir a quienes hace poco lo han visto que tiene ya la muerte retratada en la cara y que su aliento mismo declara con su fetidez cómo la lleva consigo encerrada en el cuerpo”.  

Así se expresa uno de los nobles de Castilla  convencido de que habían sido llamados para escuchar la última voluntad del monarca, Enrique III el Doliente, cuando sucede lo siguiente: 

“la puerta se abrió con un gran golpe. Todas las conversaciones quedaron cortadas; todos los rostros se volvieron a ella, todos los rostros concurrieron allí. Y vieron entrar, con pisada firme y lenta, armado de todas armas (…) a aquel mismo rey don Enrique a cuya agonía pensaban asistir”.   

A continuación, el rey les echa en cara a los nobles que se hayan enriquecido a su costa, aprovechándose de su delicada salud: 

“Vosotros, señores, sois los reyes de este reino; vosotros los que tenéis el poder y la riqueza; vosotros los que ostentáis autoridad, los que disponéis, los que mandáis y sois obedecidos…" 

Finalmente, el rey, enfermo como estaba, abandona el salón de ceremonias y se retira a descansar a su dormitorio: 

"Tornó la espalda. Todas las miradas se alzaron desde las losas del suelo hasta el penacho de su yelmo.  Luego que hubo desaparecido tras la puerta, quisieron ellos consultarse, pero no les dio tiempo la guardia que, invadiendo el salón, acudía a desarmarlos y prenderlos.” 

Posee un ritmo, casi poético, la forma de escribir de Francisco Ayala, con ese uso insistente de la anáfora y el paralelismo; pero, al mismo tiempo, hay, en estos fragmentos que he reproducido, palabras y expresiones, así como una forma de organizar la frase, que recuerdan a los escritores de nuestro siglo de oro.