LOS RUIDOS

Me Contaba, hace unos días, una compañera que tiene un vecino al que le gusta escuchar la música muy alto, durante todo el día y parte de la noche. La consecuencia es que ella y su familia tienen problemas para conciliar el sueño y para concentrarse en actividades, que requieren una especial atención, como la lectura. Cuando han ido a la casa del vecino para comentárselo, éste les ha dado a entender que no era consciente del volumen excesivo de su equipo de música.

En las aulas, también suele darse el problema del ruido, tanto el producido por nuestros alumnos, como el proveniente de las aulas contiguas. En los intervalos, entre clase y clase, el ruido puede llegar a ser ensordecedor. Algunos alumnos es como si hubieran estado encerrados, durante una hora, y necesitaran liberarse con gritos, peleas simuladas y carreras por los pasillos.

En las salas de cine, la situación alcanza niveles esperpénticos, pues se supone que vas a ver una película –pongamos un thriller- y acabas soportando otra de efectos especiales, tal es el ruido producido por los que comen sin cesar palomitas, sorben, de cuando en cuando, coca-cola u otro refresco, o desenvuelven lentamente, muy lentamente, un caramelo.

Incluso los humanos hemos invadido, con nuestro ruido, los bosques y espacios naturales, donde la tranquilidad es un componente necesario para la fauna y la flora. En un artículo publicado en el año 2009 en Park Science, unos investigadores explicaban que la intrusión humana alteraba el comportamiento de los animales, en actividades buenas para su salud, como  buscar comida, aparearse u ocuparse de las crías.

Lo curioso es que, cuando le llamas la atención a las personas que molestan con sus ruidos, la respuesta suele ser, como la del vecino de mi compañera, que no son conscientes de producirlos. Quizás habría que hacerles pasar por la desagradable experiencia de soportarlos, para que tuvieran algo de conciencia.

IR DE CRÁNEO

Acabo de escuchar una tertulia, en el programa de radio nacional “No es un día cualquiera”, sobre la expresión “ir de cráneo”, que, según el diccionario de la RAE, se utiliza para referirnos a las personas que se hallan en una situación comprometida, de difícil solución; personas que pierden el control sobre lo que hacen.

Oyendo el programa, he recordado la película “Cisne negro”, recientemente premiada en los Óscar, cuya protagonista es una bailarina que ha alcanzado la perfección técnica; pero, para interpretar “El lago de los cisnes”, se le exige algo más: seducir, transmitir pasión, mediante sus gestos y movimientos, para lo cual necesita perder el control, que la hace técnicamente perfecta; dejarse llevar por la música y que su baile resulte espontáneo y lleno de vida. Esto la obsesiona hasta el extremo de lesionarse a sí misma con el fin de experimentar la fuerza y la pasión que necesita para encarnar al personaje; sin embargo, no es consciente de este proceso de autodestrucción, como no lo somos los espectadores, que asistimos sorprendimos a hechos, que aparentemente carecen de explicación. Sólo al final, cuando la bailarina representa, por primera vez, “El lago de los cisnes”, tomamos conciencia de la tragedia.

Resulta sorprendente que a una persona, que ha consagrado su vida a conseguir el objetivo de protagonizar un ballet, para lo cual se ha esforzado, hasta la extenuación, ha renunciado a su intimidad y ha llevado una existencia austera, sometida a una disciplina estricta, en especial en los hábitos alimenticios, se le exija justamente lo contrario para lo que ha sido preparada: la pérdida del control.

A algunos alumnos les sucede al revés que a la bailarina de «Cisne negro»: les exigimos que no pierdan el control, que no se dejen arrastrar por el instinto o las pasiones. Se comentaba, hace unos días, en la sala de profesores el caso de una chica, a la que las circunstancias, de vez en cuando, la desbordan y lleva a cabo acciones de las que luego se arrepiente. Las circunstancias son de lo más comunes en el ámbito docente: la comunicación de un suspenso que no espera, una amonestación verbal del profesor, que considera injusta, etc. Sin embargo, algo sucede en la mente de esta alumna, “se le cruzan los cables”, como se dice vulgarmente, y se enfrenta al profesor o a quien se le ponga por delante.

Es evidente que todos, alguna vez, nos hemos encontrado en una situación comprometida, y hemos perdido el control, incluidos los profesores, porque no siempre nos levantamos con el pie derecho ni nuestros alumnos se comportan adecuadamente.

Claro que perder el control no siempre nos va a llevar a faltarle al respeto a las personas con las que convivimos o a autodestruirnos, como le sucede a la protagonista de «Cisne negro», sino que, a veces, puede ser un incentivo, que nos saca de la rutina y nos hace madurar.

UN CYRANO DE BERGERAC MÁS HUMANO

La representación teatral es un hecho irrepetible, pues nunca se vuelve a hacer igual en todo. No sólo cambia el día y la hora, sino también el público, que asiste a la misma, y los actores, que, a medida que interpretan una obra, van haciendo suyos los personajes y se compenetran mejor con sus compañeros de reparto.

Esto es lo que sucedió ayer con el montaje de “Cyrano de Bergerac”. Lo volvimos a ver, un año después de su estreno en el Teatro Circo de Puente Genil, y fue como verlo por primera vez. La principal diferencia: que el espacio escénico estaba situado a ras de suelo, como en las representaciones griegas, según nos explicó Miguel Osuna, en la charla del pasado martes. Así, la separación entre los actores y los espectadores, desapareció, y sentimos un Cyrano más cercano a nosotros, como si presenciáramos una historia que se desarrolla en nuestra propia casa. También para los actores constituía un reto, una experiencia distinta, pues cualquier error en el texto, cualquier duda, cualquier lapsus de concentración es percibido, de inmediato. Pero nada de esto sucedió, pues consiguieron hacer creíble la historia que nos contaron: el drama de un hombre, al que un defecto físico, le impide declararse a la mujer amada.

La adaptación del Cyrano de Bergerac, que ha hecho José Antonio Ortiz Ponferrada, le ha permitido reducir a una hora media las casi tres, que dura la representación de la obra original. Se trata de una reducción obligada por las características de la compañía Ñaque Teatro. Las escenas y personajes, que ha eliminado, apenas afectan a la acción principal, que gira en torno a Cyrano.

Son muchos los valores del montaje que vimos ayer: la original escenografía, con la ductilidad de las jaulas, que tan pronto representan el balcón de Rosana, como el campo de batalla o el convento; la interpretación, que ha ganado enormemente, en cuanto a la compenetración entre los actores; la música en vivo, interpretada magistralmente por Alberto de Paz; el vestuario de época; y sobre todo el ritmo, incluso en los momentos de transición entre acto y acto, con los actores moviendo las jaulas al compás de la música.

Además, las explicaciones sobre el montaje, que dio José Antonio, por la mañana, a los alumnos de 1º de Bachillerato nos ayudaron a entender mejor algunos aspectos del mismo como: el simbolismo de las jaulas, que se pueden relacionar con la ausencia de libertad de Cyrano para amar, aunque, al mismo tiempo sea prisionero del amor de Rosana; la lucha de espadas, que también tiene, en ocasiones, un valor simbólico, representando lo que sienten los personajes que no están luchando; el enorme esfuerzo que realizan los actores y actrices, que interpretan a varios personajes; el paso del tiempo, que se manifiesta, a veces, en la forma más dificultosa de caminar de los personajes, o en el cambio de vestuario, o en el uso de un simple objeto, como un bastón; etc.

El momento culminante, la muerte de Cyrano, nos atrapó a todos, incluidos los espectadores más jóvenes, porque una de las ventajas de trasladar el espacio escénico al nivel de los espectadores es que apreciamos mejor cada detalle de la interpretación, particularmente los gestos de ese personaje bravucón que se enternece ante su amada Rosana y acaba admitiendo su impostura. Cuando pierde el equilibrio, por efecto de la herida mortal, y es sujetado por los demás personajes, el silencio se podía cortar con los dedos en el salón de actos.

Un montaje, en suma, lleno de imaginación y de matices, un Cyrano de Bergerac más humano, que recibió el aplauso unánime del público; y unas II Jornadas de teatro que, de nuevo, han conseguido la implicación de la comunidad educativa del IES Gran Capitán y han calado hondo.

EL MITO DE LA ETERNA JUVENTUD

Hay un cuento de Juan José Millás, en el que un hombre feo consigue moldear su rostro, ejercitando sus músculos faciales, hasta parecer atractivo. Durante los siete años, que dura el proceso de transformación, aprende a mantener en tensión los músculos de esta zona con una expresión que considera agradable.

Este hombre no se aceptaba sí mismo y quiso parecer más guapo de lo que era, como les sucede, actualmente, a un número cada vez mayor de personas, que se resisten a envejecer y tratan de detener el paso del tiempo.

Un reportaje, publicado hoy en el diario El País, aborda, precisamente, este tema de la sobrevaloración de la juventud y el culto al cuerpo. En un mundo, especialmente competitivo, como el que vivimos, es muy importante la imagen para conseguir un trabajo o para encontrar pareja. No queremos que se nos formen arrugas  y, para ello, recurrimos a la cirugía estética, que nos aproxima a modelos de belleza, representados, sobre todo, por personajes del mundo del espectáculo. En concreto, España es el cuarto país en este tipo de operaciones, que se realizan cada vez a edades más tempranas.

Uno de los procedimientos más utilizados, según el citado reportaje, es el “botox”, que consiste en inyectarse un fármaco que paraliza temporalmente los músculos y elimina las arrugas, sobre todo del rostro. Sin embargo –como dice un de las pacientes que recibió el tratamiento- hay que tener cuidado con abusar del mismo, porque estás expuesto a que se te quede la misma cara cuando ríes, lloras o estás seria.

Evidentemente los que se operan o se inyectan “botox” lo hacen para estar más satisfechos consigo mismos y para mejorar su autoestima, en lo cual no hay nada reprochable. Pero, también, están renunciando a expresar, de modo natural, sus emociones y corren el riesgo de parecerse cada vez menos a quienes, realmente, son, como en la novela de Aldus Huxley “Un mundo feliz”, donde se tiende a regular las conductas de los personajes y a eliminar las diferencias, que existen entre ellos.

BIBLIOTECAS

Ayer sábado, venía publicada, en el diario El País, la noticia de que la sociedad británica se está movilizando para salvar sus bibliotecas, amenazadas por los drásticos recortes del gasto público impuestos por el Gobierno de Davis Cameron. “Al menos cuatro centenares y medio de estos centros repartidos por la geografía británica deberán echar el cierre” –leemos en el citado periódico.

Ahora que estamos analizando, en clase, los poemas de Antonio Machado, a quien se le incluye en la Generación del 98, conviene recordar lo que escribió Pedro Salinas, al aplicar los requisitos de Peterson, a este grupo de escritores: que no hay homogeneidad en su formación, aunque existe una unidad en el modo como se formaron, el autodidactismo, pues todos ellos, grandes lectores, frecuentaron la mejor Universidad del mundo: una biblioteca.

A Machado, después de pasar por la Institución Libre de Enseñanza, sin exámenes ni libros de texto, los estudios de bachillerato le resultaron extremadamente aburridos; sin embargo, por esta época, finales del siglo XIX, según uno de sus biógrafos, Ian Gibson, “lee incansablemente en la Biblioteca Nacional de Madrid, sobre todo teatro clásico”.

Hoy día, es verdad que las bibliotecas no son tan frecuentadas, al menos para leer, aunque sí para estudiar exámenes o para preparar trabajos en grupo. En nuestro instituto, estamos, especialmente, empeñados, a través del Plan de Lectura, coordinado por Lola Pérez Ebrero, en que la biblioteca se utilice y, poco a poco, vamos consiguiéndolo. De hecho, las reuniones del Club de Lectura las celebramos en sus instalaciones.

Sin embargo, y a tenor de lo que está sucediendo en Inglaterra, se avecinan malos tiempos para estos espacios de lectura. Por lo pronto, el líder de la oposición de nuestro país, en una entrevista reciente, publicada por este mismo diario, anunció que su política económica, en el caso de presidir el Gobierno, sería parecida a la de Davis Cameron. Como dice el refrán “Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar”.

¿INTERNET EROSIONA NUESTRA CAPACIDAD DE CONCENTRARNOS?

Formulo esta pregunta, después de leer una entrevista, en Babelia, con uno de los grandes pensadores de la revolución digital, Nicholas Carr, que acaba de publicar un libro titulado “Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus).

En este libro sostiene la tesis de que Internet y, en particular, las redes sociales, al basarse en micromensajes lanzados sin pausa, tienen una capacidad de distracción enorme. La consecuencia es que las personas, que las utilizan, han visto disminuir su capacidad de concentración. Pone su propio ejemplo de internauta, entregado diariamente a multitud de tareas digitales: contestando correos electrónicos, saltando de un programa informático a otro, usando las redes sociales…

“Internet –asegura- nos incita a buscar lo breve y lo rápido y nos aleja de la posibilidad de concentrarnos en una sola cosa.”

Algunos de vosotros al responder, en otra entrada de este blog, a la pregunta ¿Por qué leemos?, aludís a que, cuando se abre un libro, se aísla uno de todo y se introduce en el mundo de ficción que nos propone el escritor. Es justo lo contrario de lo que sucede, cuando encendemos el ordenador, pues nos llegan mensajes diferentes, de modo continuo, y, aunque tengamos la libertad de leerlos o no, la tecnología nos impulsa a lo primero.

Desde esta perspectiva, -y sin olvidar las numerosas ventajas que tiene- Internet perjudica el hábito de lectura, que implica tiempo y concentración, pues nos entretiene más de la cuenta en tareas muy diversificadas. Pero no sólo erosiona el hábito de lectura, sino cualquier actividad que exija la habilidad de concentrarse en una cosa.

Hay un fenómeno, que hemos venido observando, en los últimos años, los que nos dedicamos a la enseñanza: la dificultad, cada vez mayor, de nuestros alumnos para mantener la atención en clase. Probablemente, algo tiene que ver Internet, pues el número de los que la utilizan ha ido creciendo, de forma progresiva. Por ejemplo, ya son pocos los alumnos que no tienen su propia red social o que no pertenecen a redes de sus amigos y conocidos.

La cuestión que os planteo es la misma que se plantea Nicholas Carr: ¿está Internet erosionando nuestra capacidad de concentración?, ¿nos resulta más difícil la tarea de leer libros o seguir las explicaciones del profesor en el aula?

DISCRIMINADAS POR SER MUJERES

Hoy hemos comentado, en clase, un texto de “La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca, donde el pueblo quiere linchar a una joven por haber matado a su hijo recién nacido:

PONCIA. La hija de la Librada, la soltera, tuvo un hijo no se sabe con quién.

ADELA. ¿Un hijo?

PONCIA. Y para ocultar su vergüenza lo mató y lo metió debajo de unas piedras, pero unos perros, con más corazón que muchas criaturas, lo sacaron y, como llevados de la mano de Dios, lo han puesto en el tranco de su puerta. Ahora la quieren matar…

Todas las mujeres de la casa apoyan este linchamiento, con la excepción de Adela, que, en ese momento, puede estar embarazada de Pepe el Romano:

BERNARDA. (Bajo el arco). ¡Acabad con ella antes deque lleguen los guardias! ¡Carbón ardiendo en el sitio de su pecado!

ADELA. (Cogiéndose el vientre). ¡No! ¡No!

BERNARDA. ¡Matadla! ¡Matadla!

En el debate posterior, ha quedado claro que el motivo por el cual quieren matarla no es tanto el crimen cometido, como el haber violado las leyes de la decencia, engendrando a su hijo fuera del matrimonio.

Las cuestiones de honor, en aquella época (principios del siglo XX), se resolvían, con frecuencia, al margen de las autoridades competentes, como sucede hoy día, en algunos países islámicos, donde es la propia familia la que se encarga de castigar a mujeres, por el mero hecho de mantener relaciones con hombres no aceptados por ella. Ayer mismo, publicaba El País, el caso de una chica paquistaní, asesinada por este motivo. Y aportaba el dato terrible de 650 mujeres, que murieron en 2009, por crímenes de honor, aunque se considera que la cifra real puede ser mayor, ya que muchas de esas muertes no salen a la luz. En la misma página, aparecía la crónica del juicio por el asesinato de Marta del Castillo, que, al parecer, se produjo, porque se negó a darle un beso a su presunto asesino, Miguel Carcaño, con el que había mantenido una relación amorosa.

Todas son mujeres, de la realidad o de la ficción; mujeres que han sufrido y sufren discriminación por haber ejercido su libertad, por haber intentado realizarse como personas, viviendo la vida en plenitud.

UN VIEJO QUE LEÍA NOVELAS DE AMOR

“Un viejo que leía novelas de amor es, por encima de todo, una novela de aventuras y, como tal, contiene la dosis necesaria de acción, peligro y suspense para mantener la aten­ción del lector.

Estos tres ingredientes son característicos del espa­cio donde se desarrollan los hechos: la selva virgen a donde llegó hace muchos años el protagonista, Antonio José Bolívar Proaño, un viejo sabio y experimentado,  que tiene la extraña afición de leer novelas de amor; la selva desconocida donde vi­ven los shuar, pueblo indígena cuyos habitantes hipnoti­zan a las serpientes venenosas imitando su silbido y sus movimien­tos para extraer­les el veneno; la selva llena de peligros donde habita también el tigre cuya presencia al princi­pio indi­rectamente, a través de las refe­rencias a los daños que está ocasionando y, después en el duelo extra­ordinario que mantiene con Antonio José Bolívar, hace que crezca paulatina­mente la tensión y el suspense.

Pero es también una novela ecológica, pues en ella se expresa una crítica a los que corrompen «la virginidad de la amazonía» buscando oro o matan­do anima­les indiscriminadamente para conseguir sus pieles, a los que encarnan la barbarie humana y anteponen sus intereses perso­nales a todo lo que les rodea. El mensaje último es el grito de dolor de la naturaleza simbolizado en el llanto del viejo al lado del cadáver de la tigrilla.

Está escrita en un estilo direc­to, sin concesiones a la retó­rica, aunque con frecuentes imágenes originales («la eternidad verde del río»; «el tábano de la soledad»). Esto, unido al predominio de la narración sobre la descripción y a la abun­dancia de diálo­gos, hace su lectura extraordinariamente amena.

Además, la frecuencia con la que aparecen términos y expresio­nes del español de América («cojudo»; «gringo»), y, especial­men­te, palabras relacio­nadas con la selva («guatusas»; «capi­ba­ras»; «saínos») colabo­ra a crear, por su componente exótico, ese clima de miste­rio tan caracterís­tico de las nove­las de aventu­ras.

Si a todo esto, le añadimos que Un viejo que leía novelas de amor se acaba en un suspiro -sus escasas 140 páginas se «devo­ran» de una sentada- no hay excusas paro no dedicarle un par de horas en las próximas vacaciones de navidad.”

Esta fue la crítica que publiqué, hace algunos años, en nuestra desaparecida Revista Cultural “¡BUFP…!”. He vuelto a leer la novela, pues está como lectura obligatoria en 2º de Bachillerato, y  me reafirmo en todo lo expresado. Creo que no ha perdido un ápice de su interés.

Os sugiero que opinéis, en general, sobre ella, diciendo si os ha gustado o no y por qué. También, sobre algunos de los temas que se plantean (la destrucción de la naturaleza; la lectura elegida por placer; la libertad de los shuar frente a la esclavitud de los cazadores; etc.); o sobre los personajes, en particular, Antonio José Bolívar, ese viejo entrañable, que ha sabido llegar a nuestro corazón.

CINE COMPROMETIDO

Se superponen en mi pensamiento las imágenes de los niños desnutridos de Sierra Leona, en brazos de sus madres, implorando ayuda, que he visto esta mañana en televisión, con la de los indígenas de Cochabamba, protestando por la subida del precio del agua, que vi ayer en la película “También la lluvia”. Son imágenes que nos hacen recordar que no todas las personas tienen cubiertas sus necesidades básicas, ni todos los niños pueden recibir un juguete en el día de los Reyes Magos.

Afortunadamente, hay creadores, como Iciar Bollaín que creen en el valor testimonial del arte. La directora de “También la lluvia” nos cuenta la historia de un equipo de cineastas que viaja a Cochabamba, en Bolivia, para rodar una película sobre las atrocidades cometidas por los españoles, tras el llamado descubrimiento de América, y se encuentra con una realidad que supera a la ficción.

El hilo conductor es el protagonista de la película, Costa, magníficamente interpretado por Luis Tosar, que se muestra, al principio, indiferente al problema con el agua, que tienen los indígenas; pero que, progresivamente, va tomando conciencia del mismo, hasta arriesgar su vida por ayudar a la hija de uno de ellos.

El reto de unir el pasado con el presente, era difícil; pero Iciar Bollaín logra superarlo con naturalidad y brillantez. Hay tres escenas que reflejan la evolución de ambos planos: la de la recepción de las autoridades bolivianas al equipo de rodaje, con el sonido de fondo de la protesta de los indígenas, donde el pasado y el presente transcurren paralelos; la escena en la que los españoles queman a los que se oponen a la colonización, seguida del intento de detención del actor que interpreta al cabecilla de éstos, donde los dos planos se funden; y la del abrazo entre Costa y el indígena, que supone la irrupción definitiva del presente.

El resultado final es una película comprometida con los más desfavorecidos, que mantiene el interés del espectador, muy bien ambientada e interpretada, y con una música espléndida de Alberto Iglesias. Merece la pena verla y conversar sobre ella.

POR QUÉ LEEMOS

El domingo pasado, en El País Semanal, se publicó un reportaje titulado “Por qué escribo”, en el que se le formulaba esta pregunta a una serie de escritores conocidos. Las respuestas fueron de lo más variadas: por vocación, por placer, por insatisfacción, para divertirse, para emular a los autores que se ha leído, por necesidad vital, para ganarse la vida, etc.

Algunas de ellas llamaron mi atención por su originalidad: 

  • Javier Marías: “Escribo para no tener jefe, ni verme obligado a madrugar. 
  • Luis Mateo Díez: “Escribo para disimular la incapacidad de hacer cualquier otra cosa”. 
  • Luisa Castro: “La escritura para mí es una rendición.” 
  • Juan José Millás: “Escribo por las mismas razones que leo, porque no me encuentro bien”. 
  • Andrés Neuman: “Escribo porque sólo así puedo pensar”. 
  • José Manuel Caballero Bonald: “Empecé a escribir porque quería parecerme a Espronceda”. 
  • David Safier: “Escribo para jugar con mi imaginación”. 
  • Jorge Semprún: “Escribo para encontrar respuestas”. 
  • Andrés Trapiello: “Acaso se escribe por miedo a quedarse uno a solas con su dolor”. 
  • John Boyne: “Escribo porque estoy tratando de entenderme a mí mismo, mi vida, la razón por la que nací.” 
  • Santiago Roncagliolo: “Escribo historias para inventar algo que tenga sentido, porque la realidad no lo tiene”.

Uno de los autores encuestados, Mario Vargas Llosa, reciente Premio Nobel de Literatura, decía que la escritura era el complemento indispensable de la lectura, que para él seguía siendo la experiencia más enriquecedora, la que más le ayudaba a enfrentar cualquier tipo de adversidad o frustración.

Siguiendo su pensamiento, os planteo la pregunta: ¿Por qué leemos?

Yo adelanto mi respuesta: leo no sólo para entretenerme, sino, además, para conocer el mundo mejor; para pensar en cuestiones en las que habitualmente no pienso; para mirar lo que pasa inadvertido, y también para dejarme llevar por el barco maravilloso de las palabras, y seguir su rumbo…