LA SÁTIRA

El diccionario de la Real Academia Española define la sátira como un escrito o discurso, cuyo objeto es censurar o poner en ridículo a alguien o algo.

Este procedimiento fue el que utilizó el grupo de teatro Els Joglars, el pasado viernes,  en el Gran Teatro de Córdoba, en su obra “2036 Omega – G”, que es una parodia de la vejez,  representada por los propios componentes del grupo, convertidos en ancianos.

Pero la sátira se ha utilizado, desde siempre. Si nos fijamos en la historia de la literatura española, durante la Edad Media, circularon poemas anónimos, en los que se ridiculizaba al rey Enrique IV y a otros personajes de la Corte. Son las famosas coplas de “Mingo Revulgo”. En el Renacimiento, el autor también anónimo del “Lazarillo de Tormes” critica la avaricia del clérigo de Maqueda, mediante este mismo recurso. Francisco de Quevedo en “El Buscón” lleva hasta el extremo de la caricatura el hambre que pasaba el protagonista. También, en el siglo XIX, Mariano José de Larra utiliza la sátira para criticar la ineficacia de la administración del estado o las zafias costumbres de los castellanos viejos.

Precisamente, en junio de este año, en la prueba de selectividad de Lengua Castellana, pusieron un texto periodístico titulado “Sátiras”, en el que su autor, Jon Juaristi, a partir de una original propuesta del escritor inglés Martin Amis de que se instalen, en las calles del Reino Unido, cabinas, donde los ancianos puedan poner fin a su penosa e inútil existencia, defiende el uso de la sátira para llamar la atención sobre los problemas sociales.

Cabe preguntarse si habría que poner límites a la utilización de este recurso, aunque sea muy saludable tener sentido del humor, según los psicólogos, o, por el contrario, todo es susceptible de burla y cualquier situación es válida para provocar o despertar el interés hacia algo.

CONTRADICCIONES

Esta mañana, en la clase de 2º de Bachillerato, hemos leído, como ejemplo de los géneros periodísticos de opinión, dos textos, que abordaban, desde distintos ángulos, un mismo tema.

El primero ponía de relieve la contradicción del parlamento catalán, al prohibir, hace unos meses, las corridas de toros, con el argumento de que el animal no debe sufrir de manera gratuita, y aprobar, la semana pasada, la celebración de los “correbous”, otro festejo que también causa dolor a los toros.

El segundo de los textos justificaba las dos decisiones del parlamento catalán, entre otras razones, porque en las corridas se acababa matando al animal, mientras que en los «correbous» no.

La lectura de los mismos suscitó un animado debate, en el que se manifestaron puntos de vista también opuestos: por un lado, los que reconocían que les gustan las corridas de toros, porque las consideran como un arte; y por otro, los que las califican como una forma de torturar inútilmente a un animal.

En medio, los matices: si prohibimos las corridas de toros, con el argumento de que se hace sufrir a un animal, habría que cerrar también las granjas y los mataderos, y transformarnos todos en vegetarianos; no es lo mismo convertir el dolor de un animal, en un espectáculo público, que causarle éste, en lugares discretos, destinados a la crianza y sacrificio de ganado para el consumo humano; tampoco  es equiparable una corrida de toros, que forma parte de la tradición española, se rige por unas normas asumidas por todos y tiene como finalidad la lidia del animal, que los espectáculos callejeros, donde la gente se divierte, alanceando a un toro o colocándole antorchas en los cuernos; etc. 

Como el tiempo para el debate fue breve y la mayoría se quedó sin intervenir, os animo ahora a expresar vuestra opinión.

Si queréis más información y opiniones sobre las corridas de toros os remito a otra entrada de este blog.

DISCRIMINACIÓN TRADICIONAL DE LA MUJER

El pasado mes de junio, la iglesia católica incluyó la ordenación sacerdotal de las mujeres, entre los delitos más graves que se pueden cometer. Obviamente, se trata de una norma interna a la que sólo los que profesan esta religión se someten; pero no deja de ser un reflejo de la discriminación que tradicionalmente ha sufrido la mujer.

El propio nombre latino “femina”, que procede de “fides” (fe) y “minus” (menos) supone considerarla como un ser inferior, pues su significado es “persona que tiene menos fe”. Lo recordaba Juan Bedoya en su reportaje “Ella como pecado”, publicado recientemente en el periódico El País.

Si nos remontamos más atrás en el tiempo, a la época griega, el filósofo Aristóteles, que fue tomado como referente por los cristianos, consideraba a la mujer como un varón fallido o mutilado.

Según San Agustín, uno de los padres de la iglesia, “el marido ama a la mujer, porque es su esposa, pero la odia, porque es mujer” (…) “nada hay tan poderoso para envilecer al espíritu de un hombre que las caricias de una mujer”.

Santo Tomás de Aquino, teólogo y filósofo del siglo XIII, abundando en esta idea de la mujer, como producto secundario, escribió: “está sometida al marido como su amo y señor”, el cual es más inteligente y virtuoso. Y, refiriéndose a su posible sacerdocio, nos dejó la siguiente perla: “si el sacerdote fuera mujer, los fieles se excitarían al verla».

Cuando ayer nos reunimos un grupo de profesores, para planificar las actividades del Plan de Igualdad entre Hombres y Mujeres, cuyo objetivo principal es fomentar en el centro prácticas coeducativas, que nos permitan avanzar hacia la igualdad, pensaba yo en estos comentarios misóginos de filósofos, con gran influencia en la cultura europea; en el peso de la tradición, que, en mi opinión, representa uno de los principales obstáculos a los que nos enfrentamos, pues la mujer está tan habituada a vivir en situación de inferioridad con respecto al hombre, que este hecho casi se considera como algo normal.

¿CÓMO REACCIONAMOS ANTE LA HOSTILIDAD?

 

Es difícil, cuando leemos o escuchamos un comentario despectivo de alguien hacia nuestra persona, no reaccionar de la misma manera, es decir, contestarle con otro comentario despectivo. A mí, al menos, me cuesta mucho trabajo. Sin embargo, según los psicólogos, conviene contenerse, dominar ese primer impulso e intentar ponernos  en el lugar de quien nos ofende para encontrar una explicación de por qué actúa así.   

Esto es justamente lo que hizo, hace unos días, el entrenador del Barcelona, Josep Guardiola, cuando, en una rueda de prensa, le preguntaron por las declaraciones del ex jugador de su equipo, Zlatan Ibrahimovic, que días antes, explicando su abandono del club azulgrana, le había descalificado con la siguientes palabras: “Cuando entro en una habitación en la que está Guardiola, él sale fuera. No sé si es que me tiene miedo… Es el filósofo –añadió con tono irónico- que ha roto mi sueño de estar en Barcelona”

La respuesta de Guardiola no pudo ser más comprensiva y elogiosa hacia el jugador sueco: «quiero agradecerle todo el esfuerzo, todo el trabajo y toda la dedicación en el año que estuvo con nosotros. Entiendo que no estuviera a gusto trabajando conmigo, pero yo lo único que puedo decir es que, para mí fue un placer entrenarlo y aprendí mucho de él».

Con independencia de la sinceridad de una y otra declaración, Ibrahimovic, al hablar mal de su ex entrenador, incrementó su odio hacia éste, quizá en un intento de justificar su propia decisión de abandonar el club, mientras que Guardiola, al ponerse en el lugar del jugador y reconocer sus cualidades y su aportación al equipo, se liberó de experimentar no solo aversión hacia éste, sino también hacia sí mismo. Curiosamente, reaccionó como un auténtico filósofo, valorando lo que le había aportado una persona tan diferente a él.

No sé qué pensáis vosotros de todo esto. Supongo que en más de una ocasión habéis tenido la certeza de que alguien de vuestro entorno os tiene animadversión o sencillamente no siente simpatía hacia vosotros. ¿Cómo habéis reaccionado?  ¿Ignorando a esa persona? ¿Tratándola con la misma indiferencia? ¿Buscando una explicación de por qué le caéis mal? ¿Luchando por conseguir su estima?

CLASES MAGISTRALES

Ayer, jueves, se publicó en El País, un artículo, firmado por José Lázaro, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, en el que se valoraba positivamente que el llamado modelo Bolonia abra la posibilidad de acabar, en la enseñanza universitaria, con el hábito medieval de las clases magistrales. Estas consisten en que el profesor prepara un tema y, después, lo expone en clase en “forma de soliloquio”. Los alumnos toman apuntes de lo que logran entender y, meses más tarde, lo memorizan para hacer el examen. 

Entiende José Lázaro que lo más lógico, en lugar de la clase magistral, es la lectura por los alumnos de un texto elaborado por el profesor, la cual sirva de punto de partida para un diálogo y una reflexión que conduzcan a una mejor comprensión y asimilación del texto. 

El planteamiento de este profesor de la Universidad Autónoma de Madrid se podría aplicar también a la Enseñanza Secundaria Obligatoria y al Bachillerato, niveles educativos donde, por un lado, se insiste, como objetivo fundamental, en desarrollar las competencias básicas del alumnado, y por otro, se utiliza, con una cierta frecuencia, el recurso didáctico de las clases magistrales.

 No hay mejor forma de desarrollar estas competencias, en particular la comprensión y el análisis crítico, que leer un texto y reflexionar sobre lo leído, y descubrir –como dice José Lázaro- “que el sentido cambia mucho cuando hay la oportunidad de dar unas cuantas vueltas a lo que otros han encontrado en esas misma páginas que en una primera lectura parecían tener un sentido tan claro.” 

Además, aunque la clase magistral -cuando sale bien, porque los profesores estamos inspirados ese día y hablamos con brillantez- nos proporcione un goce intenso y nos produzca también satisfacción tener a una veintena de alumnos escuchándonos en un respetuoso silencio,  resulta más enriquecedor tanto para nosotros como para ellos una clase dialogada, en torno a textos escritos, donde surjan cuestiones imprevistas, tengamos que situarnos en puntos de vista diferentes y descubramos aspectos en los que no nos habíamos fijado. Vamos, algo parecido a lo que hacemos en el Club de Lectura.

MIGUEL HERNÁNDEZ

Hay en la historia de la literatura española numerosos casos de escritores, donde la vida y la obra aparecen íntimamente unidas: desde Garcilaso de la Vega, en el siglo XVI, hasta Gustavo Adolfo Bécquer, en el XIX. Pero es difícil encontrar un autor enfrentado a circunstancias vitales tan adversas como Miguel Hernández.

Precisamente, en estas circunstancias, que condicionaron su existencia, centra su excelente biografía Eutimio Martín.

La primera de ellas fue que su padre le obligó a salir del colegio -donde había demostrado sus cualidades para el estudio- a los 15 años, lo cual le causó una profunda frustración. Años más tarde, escribió Miguel Hernández:

“Al hijo del rico se le daban a escoger títulos y carreras; al hijo del pobre siempre se le ha obligado a ser el mulo de carga de todos los oficios. No le han dejado ni tiempo ni voluntad para elegir un camino en el trabajo. (…) Las universidades no han tenido puertas ni libros para los hijos pobres (…) los hijos de los ricos, por muy dignos de cuidar cerdos que fueran, gozaban de todo y sólo para ellos se abrían las aulas.”

La segunda circunstancia adversa fue la frustración amorosa, a pesar de que se incluya a la pareja Miguel y Josefina, su mujer, entre los amantes célebres. Tanto su primer libro de poemas “Perito en lunas”, como su segundo “El rayo que no cesa”, ocultan una libido desenfrenada:

 

“¿No cesará este rayo que me habita

el corazón de exasperadas fieras

y de fraguas coléricas y herreras

donde el metal más fresco se marchita?

 

¿No cesará esta terca estalactita

de cultivar sus duras cabelleras

como espadas y rígidas hogueras

hacia mi corazón que muge y grita?

 

Este rayo no cesa ni se agota:

de mí mismo tomó su procedencia

y ejercita en mí mismo sus furores.

 

Esta obstinada piedra de mí brota

y sobre mí dirige la insistencia

de sus lluviosos rayos destructores.”

Considera Eutimio Martín que el rayo que no cesa de herir al poeta es la consecuencia angustiosa de un deseo sexual insatisfecho.

La tercera fue la guerra civil, cuyo desenlace acabó no sólo con el ideal republicano de convertir a España en un país más justo, sino también con su aspiración personal de ejercer con libertad el oficio de poeta:

“Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.

Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.”

Tras la guerra civil, estando Miguel Hernández en la cárcel, condenado a muerte por haber permanecido, durante toda la contienda, en la zona roja, escribiendo y hablando en defensa de la causa republicana, se negó a colaborar con la nueva prensa del régimen franquista, sabiendo que, si aceptaba, podía conseguir su liberación. Fue el último ejemplo de coherencia y fidelidad a sus ideas.

En estos tiempos que corren, donde la corrupción está a la vuelta de la esquina, recordar a Miguel Hernández, con motivo del primer centenario de su nacimiento, es recordar a un poeta entregado con pasión al oficio de escribir y a una persona digna e íntegra.

Finaliza Eutimio Martín su muy recomendable biografía con estas palabras dichas por el poeta de Orihuela al escultor Alberto Sánchez, pero que se podrían aplicar a él mismo:

“La vida de los hombres suele ser retorcida como las raíces de los tomillos en su lucha por subsistir; pero hay muy pocos que al final de esta lucha huelan tan profundamente y limpiamente como éste.”

 

JOSÉ SARAMAGO

Ayer murió el escritor portugués, afincado en España, José Saramago, que había recibido el Premio Nobel de Literatura en 1998. Entre todas sus novelas, recomendamos la lectura de “Todos los nombres”, cuyo argumento es bien sencillo: un funcionario, que trabaja en la Conservaduría General del Registro Civil, cansando de su vida rutinaria, decide investigar la vida de una mujer, cuya ficha de nacimiento ha caído al azar entre sus manos.

Don José, éste es el nombre del funcionario, representa la lucha del individuo frente a la sociedad, que trata de convertirlo en una pieza más del engranaje, sin capacidad de pensar, un ser adscrito a un lugar de trabajo y a una casa, como los siervos de la gleba, rodeado de compañeros, que apenas le dirigen la palabra, y de fichas con nombres.

Ante esta opresión, se rebela de  un modo muy particular, iniciando la búsqueda de una mujer desconocida, pero recreándose en el proceso de localización. Los lectores le acompañamos en el mismo, entre complacidos e intrigados, conociendo poco a poco las reacciones del personaje en situaciones insólitas, que él mismo va creando, asistiendo a sus conversaciones con el techo, y guiados por un narrador que hace, al mismo tiempo, las veces de lector, con juicios y comentarios sobre la actuación de don José.

El escritor portugués utiliza así la misma técnica que los juglares de la Edad Media, los cuales, al recitar los cantares de gesta, interpelaban a los oyentes, con la finalidad de implicarlos en lo que estaban narrando.

Después de mostrarnos el comportamiento hostil, en el que vive el protagonista y de contar la búsqueda de la mujer desconocida, que va a dar sentido a su existencia, Saramago nos ofrece un desenlace sorprendente, entre los muchos que se imagina el lector, pues, en el desarrollo de la novela, se da pie a que pensemos en diferentes finales para la aventura de don José.

Valga la recomendación de esta lectura, como recuerdo y homenaje a un escritor comprometido, que denunció, a través de sus obras, aunque sin renunciar a la calidad literaria de las mismas, los problemas del mundo contemporáneo, en especial los de las personas más desfavorecidas.

¿QUÉ PERSONAJE LITERARIO TE HUBIERA GUSTADO SER?

El Suplemento Cultural Babelia, que publica los sábados el periódico El País, ha propuesto a algunos escritores, en su blog “Papeles perdidos”, qué personaje de la literatura le hubiera gustado ser. Así, por ejemplo:

Ángeles Caso ha elegido Ulises, porque “el personaje de Homero tiene un valor extraordinario y se enfrenta a las situaciones más catastróficas, siendo muy conciente de lo que le está pasando sin perder el coraje”.

Javier Marías, ha optado por Sherlock Holmes, porque “es una persona muy inteligente que vive en permanente alerta y captando lo que le rodea de la gente, mucho más de lo que cualquiera de nosotros solemos hacer”.

Julia Navarro, ha preferido Dulcinea, “porque sin ella no se puede entender Don Quijote, la obra de Cervantes. Ella es la persona por la que él hace todo lo que hace. Me conmueve el personaje por ser Dulcinea en la realidad y por la imagen que se tiene de ella. A todos nos gustaría que nos vieran a través de ese filtro de los sueños”.

Os propongo que digáis vosotros qué personaje literario os hubiera gustado ser. A mí, particularmente, me han interesado mucho los personajes de las novelas de Luis Landero y, en especial, la relación que establecen Gregorio Olías y Dacio Gil en “Juegos de la edad tardía”. Los dos sienten que sus vidas son un fracaso. Se conocen por casualidad, a través del teléfono, y poco a poco van tomando confianza. Dacio, que vive en el pueblo, le pide a Gregorio que le informe de lo que sucede en el mundo. Éste lo hace puntualmente, todos los lunes y jueves, primero, siendo fiel a la realidad, pero, después, alterando ésta e incluso inventándosela, para dar satisfacción a tan fiel admirador. Así, hasta que Gregorio Olías se convierte para Dacio Gil en el poeta Augusto Faroni, que será un ejemplo para él, una luz en la noche, que le guiará a través de los misterios del mundo y le mostrará el camino de la modernidad.

Me hubiera gustado ser este personaje de ficción dentro de la ficción, que representa los sueños de Dacio Gil y Gregorio Olías.

¡QUÉ FÁCILMENTE SE OLVIDA!

“Yo tengo una casa, sé que nadie va a entrar en ella. Los palestinos, no. A veces, un comandante ordena entrar en una casa de noche, porque sí, para que no olviden quién manda. Y no entramos llamando a la puerta con una sonrisa sino con armas, con golpes, con registros, gritos y patadas. Para que aprendan.”

Quien así se expresa es Sicham Levental, ex soldado israelí, perteneciente a “Rompiendo el silencio”, movimiento que trata de explicar al pueblo de Israel que lo que hacen a los palestinos es una indignidad.

El hecho que cuenta me ha recordado una escena de la película “El pianista”, en la que, una noche, el protagonista observa, desde su casa, cómo un escuadrón de las SS alemanas irrumpe, con extrema violencia, en la del vecino de enfrente, ordena a los inquilinos que se pongan en pie y, como uno de ellos no puede hacerlo, por encontrarse en una silla de ruedas, a causa de la parálisis de sus piernas, acaban arrojándolo por el balcón.

Es sorprendente la coincidencia: el considerar a los habitantes de ambas casas como seres inferiores, que carecen del más mínimo derecho, y entender, además,  estos actos de barbarie como algo perfectamente normal.

Paradójicamente, los que un día fueron víctimas se han convertido hoy en verdugos, como si la historia hubiera pasado en vano, como si el sufrimiento que experimentó el pueblo judío, durante el periodo nazi, le hubiera vuelto insensible al sufrimiento del pueblo palestino.

El ataque injustificado y desproporcionado del ejército israelí, en aguas internacionales, el pasado 31 de mayo, a la flotilla con ayuda humanitaria, que pretendía alcanzar Gaza, y que ha ocasionado 9 muertos y decenas de heridos, no hace sino ratificar la denuncia de Sicham Levental y poner de manifiesto la inmoralidad del gobierno de Israel.

AFTER DARK

La historia principal, que se cuenta en esta novela, la protagonizan dos hermanas, que se contraponen en lo físico y en lo psicológico. Mientras la mayor, Eri, permanece dormida en su habitación, en un último intento por escapar del cerco de insatisfacción, en el que se ha convertido su vida, la menor, Mari, sale una noche sola, fuera de su territorio, buscando algo que no encuentra en éste.

A partir de este momento, se van incorporando los demás personajes, relacionándose, de una u otra forma, con ellas, y conformando diferentes historias, levemente trabadas, porque a Murakami le gusta dejar cabos sueltos, que no siempre recoge, o crear intrigas, que no siempre resuelve. Esto hace que el lector, a medida  que avanza en la novela, se encuentre en un permanente estado de incertidumbre, que le estimula a seguir leyendo.

Como en sus novelas anteriores (“Tokio blues”, “Kafka en la orilla”…),  se trata de personajes introvertidos e insatisfechos, por diferentes motivos, que conectan con la vida cotidiana de cualquier persona: con las ilusiones que nos fabricamos en la niñez o en la adolescencia y que, frecuentemente, no se ven cumplidas; con las relaciones de amor/odio, que entablamos con nuestros seres queridos; con el mundo de los recuerdos, que permanecen en nuestra memoria y que, según Kôrogi, uno de los personajes, son el combustible que nos permite seguir viviendo.

Murakami nos invita, además, a contemplar a sus seres de ficción como si estuviéramos detrás de una cámara cinematográfica, captando sus movimientos y conversaciones o, si nos alejamos, divisando la ciudad en la que viven, los medios de locomoción que utilizan para desplazarse.

Así, alternativamente, vamos conociendo la vida de estas enigmáticas hermanas y la de los personajes con los que se relacionan: Takahasi, joven músico, marcado por una inseguridad, que le acompaña desde su infancia; Kôrogi, una mujer que trabaja a escondidas en locales de alterne; Shirakawa, ejecutivo obsesionado con su trabajo, que apenas tiene relación con su mujer; Kaoru, ex luchadora venida a menos.

Al final, como en el Romance del Conde Arnaldos, nos queda la sensación de las historias inacabadas, que el lector debe continuar en su imaginación. Quizá, sea éste uno de los principales valores de “After Dark”.